Mateo 12:46-50
¡Bienvenid@s! Hoy regresamos a nuestro templo luego de casi cuatro meses. Es una alegría verlos aquí. La tecnología es una gran bendición, pero nada como verlos personalmente. Espero que estar aquí hoy sean de gran bendición a sus vidas como lo es para mí.
Estos pasados cuatro meses fueron una gran oportunidad para reflexionar en muchas cosas. En particular, tuve múltiples oportunidades para reflexionar acerca de lo que es la iglesia desde mi rol como cristiano y pastor. Estas reflexiones me motivaron a comenzar una serie de predicaciones titulada: Somos. La misma tiene el propósito de redescubrir lo que significa ser iglesia, tomando como base el evangelio de Mateo.
¿Por qué Mateo? Luego de la muerte y resurrección de Jesús, muchos judíos abrazaron el cristianismo, pero otros no. Hasta el año 70 los judíos (cristianos y no cristianos) convivían de alguna forma en la sinagoga. Sin embargo, luego de la destrucción del templo en el año 70, los judíos convertidos al cristianismo fueron expulsados de la sinagoga y perseguidos por los judíos no convertidos al cristianismo. Ante este escenario, Mateo busca educar a esta comunidad cristiana perseguida acerca del vínculo de Jesús con sus raíces judías, pero también de cómo superó y mejoró esta tradición religiosa. Mateo es entonces como una gran clase que busca enseñar a estos judíos cristianos de segunda generación lo que significa ser la iglesia: una comunidad de seguidores de Jesús, el Mesías que esperó por tanto tiempo el pueblo judío.
El pasado domingo les pregunté acerca de alguna frase o palabra que definiera lo que para ustedes era ser iglesia. La que más se repitió fue: FAMILIA. Cuando buscamos la definición de familia, este es el principal grupo de apoyo que nos ama incondicionalmente y capacita para enfrentar la vida. ¿Habló Jesús en algún momento de la iglesia como familia? Efectivamente, en el evangelio de Mateo Jesús define a su comunidad seguidores como familia (12:46-50):
Mientras Jesús hablaba a la multitud, su madre y sus hermanos estaban afuera y pedían hablar con él. 47 Alguien le dijo a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están parados afuera y desean hablar contigo». 48 Jesús preguntó: «¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?». 49 Luego señaló a sus discípulos y dijo: «Miren, estos son mi madre y mis hermanos. 50 Pues todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo es mi hermano y mi hermana y mi madre».
En este texto Jesús no niega a su familia de origen (madre y hermanos), sino que extiende su familia al afirmar que la misma está compuesta por quiénes hacen la voluntad del Padre. Para entender esto hay que recordar que quiénes seguían a Jesús en ocasiones tenían dificultades con su familia de origen porque seguir a Jesús era riesgoso y sacrificado. Muchas de estas personas terminaban perdiendo el apoyo de sus familias de origen. Ante esto, Jesús quiso asegurarles que, aunque perdieran su familia de origen, Dios le haría provisión de una nueva familia de la fe.
Ahora bien, esta nueva familia de la fe se caracteriza por algo: son hacedores de la voluntad del Padre. La nueva familia de la fe está constituida por personas que han dejado atrás la vieja vida para comenzar una nueva. La historia nos dice que, desde los primeros cristianos, el bautismo ha sido el ritual visible para manifestar esta nueva vida y entrada a la familia de la fe. Este ritual y pacto señala un detalle importante: la nueva familia de la fe está compuesta por personas que no tienen la obligación de apoyarse unos a otros, tal y como suele suceder en una familia de origen, pero por medio del bautismo deciden convertirse en hermanos y hermanas de la fe.
¿Cuántos hemos experimentado esta gran bendición? ¿Cuántos hemos experimentado el recibir apoyo incondicional por parte de personas que voluntariamente se han hecho nuestras hermanas y hermanos de la fe? ¿A cuántos Dios nos ha enviado gente que nos ha modelado a Jesús, sostenido en momentos de angustia, animado en momentos de casi rendirnos y guiado en momentos de confusión? Por eso la iglesia nunca estuvo cerrada los pasados cuatro meses. Las familias de la fe nunca cierran sus puertas.
Ahora bien, quiero resaltar otro detalle de lo que implica ser la familia de la fe: que la fe debe ser el centro de todo. Existen múltiples estudios que describen a las familias saludables. A pesar de que se refieren a las familias de sangre, muy bien se puede aplicar a la familia de la fe. Nuestro Obispo Héctor Ortiz, en un escrito sobre familias saludables, nos dice que las familias saludables se caracterizan por la fe y la esperanza. Nos dice que las familias saludables creen en Dios y que por medio de la fe podemos ver los problemas como “medios que nos desafían a crecer y que pueden ser superados con la ayuda de Dios.”
Acerca de la esperanza, nos dice que “existe sobrada evidencia de que el pesimismo -que es la falta de esperanza anclada en una persona, pareja o familia- va de la mano con la depresión, el debilitamiento del sistema inmunológico, el aislamiento, la enfermedad y la muerte. Tanto el optimismo como el pesimismo pueden ser aprendidos y por lo tanto también alterados. Una familia saludable sabe evaluar la realidad –muchas veces difícil, cruel, devastadora– pero se resiste a vivir bajo la sombra de la desesperanza y del pesimismo. El optimismo –no la ingenuidad– es una especie de vacuna psicológica frente a la adversidad.”
En pocas palabras, ¿ustedes saben lo que significa ser la familia de la fe, en la que la fe es el centro de todo? Que ya sea COVID-19, cáncer, problemas familiares, desempleo o pérdidas, la familia de la fe somos el grupo de apoyo que se caracteriza por afirmarnos dos cosas unos a otros: que Dios está con nosotros y que lo vamos a lograr. Esa es la razón principal por la cual nuestro templo abre sus puertas en el día de hoy: para recordar que nos tenemos los unos a los otros. Que no estamos solos, que somos la iglesia, la familia que Dios nos ha regalado para sostenernos unos a otros.
En nuestro ritual de bautismo, hay una parte en la que se le pregunta a la congregación lo siguiente, justo antes de recibir a las personas como parte de la familia de la fe:
¿Se nutrirán unos a otros en la fe y vida cristiana, y se ocuparán de cuidar a estas personas?
Con la ayuda de Dios, proclamaremos las buenas nuevas y viviremos según el ejemplo de Cristo. Rodearemos a estas personas con una comunidad de amor y perdón para que crezcan en su confianza en Dios, y sean encontradas fieles en su servicio a los demás. Oraremos por ellos para que sean verdaderos discípulos que caminan en el camino que lleva a la vida.
¿Qué tal si hoy reafirmamos nuestro pacto de ser la familia de la fe? Somos la iglesia, somos familia.