SOMOS APRENDICES
Mateo 5:38-48
Continuamos con nuestra serie SOMOS, en la que buscamos redescubrir lo que significa ser iglesia usando el Evangelio de Mateo. Hoy hablaremos de que cómo la iglesia es una comunidad de aprendizaje, un grupo de eternos aprendices. El texto de hoy, Mateo 5:38-48, es parte de lo que conocemos como el Sermón del Monte. Este es el principal discurso de Jesús en este Evangelio, y quizás en toda la Biblia. Interesantemente, este sermón comienza así:
Cuando Jesús vio a la multitud, subió al monte y se sentó (5:1)
Sentarse a enseñar era una costumbre común entre los maestros de la época de Jesús; lo que nos quiere decir que si Jesús era un maestro, quienes le seguimos debemos ser sus aprendices. En los versos 21 al 48 Jesús enseña sobre lo que conocemos como las antítesis, que significa oposiciones o contrastes. En estas seis antítesis Jesús afirma lo que la Ley decía y cómo la misma ahora sería mejorada por él mismo. Su meta, desde el evangelio de Mateo, no era abolir la Ley, sino cumplirla y mejorarla. Por eso Jesús dice en múltiples ocasiones:
Han oído la ley que dice…pero yo digo…
Su meta era invitar a sus seguidores a repensar lo que habían aprendido, ya fuera para profundizar en ello o para simplemente abandonar o desaprender alguna costumbre. Veamos dos ejemplos:
Han oído la ley que dice que el castigo debe ser acorde a la gravedad del daño: “Ojo por ojo, y diente por diente”. 39 Pero yo digo: no resistas a la persona mala. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla. 40 Si te demandan ante el tribunal y te quitan la camisa, dales también tu abrigo. 41 Si un soldado te exige que lleves su equipo por un kilómetro, llévalo dos. 42 Dales a los que te pidan y no des la espalda a quienes te pidan prestado.
43 »Han oído la ley que dice: “Ama a tu prójimo” y odia a tu enemigo. 44 Pero yo digo: ¡ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen! 45 De esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre que está en el cielo. Pues él da la luz de su sol tanto a los malos como a los buenos y envía la lluvia sobre los justos y los injustos por igual. 46 Si solo amas a quienes te aman, ¿qué recompensa hay por eso? Hasta los corruptos cobradores de impuestos hacen lo mismo. 47 Si eres amable solo con tus amigos, ¿en qué te diferencias de cualquier otro? Hasta los paganos hacen lo mismo. 48 Pero tú debes ser perfecto, así como tu Padre en el cielo es perfecto.
En ambas enseñanzas hay una invitación a repensar nuestra respuesta ante la violencia. En la primera, Jesús nos invita a desaprender el “ojo por ojo, diente por diente” y en la segunda “el odiar a los enemigos.” Quiero señalar que el “ojo por ojo” era en efecto una ley en el Antiguo Testamento (Éxodo 21:24), no así el odiar a los enemigos. Jesús sabía lo difícil que es detener el ciclo de violencia. Cuando alguien nos hace daño, dentro de nosotros hay un deseo de responder de la misma forma, buscando así tomar la justicia en nuestras manos. Aunque este texto es complejo y debe interpretarse en cada contexto particular, el mismo no es una invitación a que dejemos que nos maltraten o a no defendernos. Esta enseñanza busca detener el ciclo de violencia al desarmar a la otra parte por medio del amor. La invitación de Jesús es a vencer el mal usando el bien, tal y como nos enseña Romanos 12:21:
No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien.
Jesús nos invita a mostrarle a quienes nos ofenden, por medio de nuestra respuesta, que existe otro camino en adición a la violencia: el amor. Esto es lo que Proverbios 15:1 también nos quiere decir cuando afirma:
La respuesta apacible desvía el enojo,
pero las palabras ásperas encienden los ánimos.
En otras palabras, se necesitan dos partes para mantener vivo el ciclo de violencia. No hay duda de que esto es más complicado que esto, y en ocasiones el agresor no se detiene solo por el hecho de que la otra parte no sea violenta.
Lo que deseo resaltar es cómo Jesús nos invita a repensar nuestras conductas y, de ser necesario, desaprender. La iglesia, el cuerpo de seguidores de Jesús, es una comunidad de aprendizaje en la que continuamente estamos evaluando lo que pensamos y hacemos, con el fin de identificar cómo podemos parecernos más a nuestro Maestro. Desaprender es en muchas ocasiones un reto, tal y como le sucedió a una mujer a quién su esposo le pregunta por qué picaba el pavo del día de Acción de Gracias en pequeños pedazos en vez de ponerlo completo en el horno. Ella le contestó que su mamá siempre lo hacía así. Su esposo le invitó a pensar si su madre picaba el pavo porque no tenía un horno y tenía que cocinarlo en pequeñas ollas. Ella reconoció que su madre no tenía un horno, pero ella ahora sí.
Desaprender va de la mano con la humildad: la capacidad para reconocer que no lo sabemos todo y que siempre hay algo nuevo que aprender. Esta conducta humilde es la que Jesús invita a sus seguidores a tener cuando habla de los fariseos en el capítulo 23:1-3,27-28:
Entonces Jesús les dijo a las multitudes y a sus discípulos: 2 «Los maestros de la ley religiosa y los fariseos son los intérpretes oficiales de la ley de Moisés.[a] 3 Por lo tanto, practiquen y obedezcan todo lo que les digan, pero no sigan su ejemplo. Pues ellos no hacen lo que enseñan… ¡Qué aflicción les espera, maestros de la ley religiosa y fariseos! ¡Hipócritas! Pues son como tumbas blanqueadas: hermosas por fuera, pero llenas de huesos de muertos y de toda clase de impurezas por dentro. 28 Por fuera parecen personas rectas, pero por dentro, el corazón está lleno de hipocresía y desenfreno.
Los fariseos nos pueden representar muy fácilmente a nosotros, la iglesia, cuando repetimos conductas sin un proceso de reflexión. En ocasiones podemos estar perdiendo oportunidades para practicar conductas que reflejen mucho mejor la esencia del evangelio: el amor de Dios. En resumen, Jesús nos invita a practicar la humildad de ser eternos aprendices.
Uno de los aprendizajes más importantes que he tenido en los pasados años, particularmente luego del huracán María, es que el cristianismo es un asunto individual como colectivo. El cristianismo trata de mi relación con Dios, pero también de mi relación con el prójimo. El cristianismo debe tener algo que decir acerca de lo que ocurre en el mundo y no solo en mi vida personal. Ante el mundo que se cae en pedazos a nuestro alrededor, ¿qué tiene que decir mi fe? ¿Ante el racismo, la mala distribución de riqueza en el mundo, la deforestación, el maltrato hacia los animales, la trata humana, la corrupción y mala administración gubernamental, qué tiene la iglesia que decir? He tenido que desaprender que no solo se trata de mí, y que, si mi fe no tiene nada que decir con relación a lo que pasa en el mundo, ¿de qué me vale creer? A mi mente vienen continuamente las palabras de Jesús en Mateo 5:
13 »Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo volverá a ser salada? Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente.14 »Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. 16 De la misma manera, que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos.
Ser padre de Aurora Isabel me recuerda continuamente lo importante que es aprender y desaprender. Aurora me ha reta a cuestionarme cuáles son mis conductas, qué le estoy enseñando, qué debo desaprender. Esta también debe ser nuestra actitud como seguidores de Jesús: ¿cuáles son mis conductas? ¿qué le estoy enseñando a otros? ¿qué debo desaprender?
Hoy recordamos que SOMOS la iglesia: la comunidad de eternos aprendices.