Colosenses 1:3-6
Hoy continuamos con nuestra serie Viviendo el evangelio de la esperanza. Como hemos afirmado en las pasadas semanas, este será el tema del año. Con la ayuda de Dios, este año lograremos aprender a ser discípulos/as de Jesús (y no solo miembros de nuestra iglesia) que viven un estilo de vida que imita a Jesús en todo tiempo y demuestra su fe con obras; siendo una de las obras principales el testificar por medio de palabras, acciones y el servicio a los demás que lo mejor de todo es que Dios está con nosotros/as.
Como verán, la meta nos invita tres cosas: vivir, testificar y aprender. Con vivir, Dios nos llama a entender que ser cristianos/as es un asunto que no solo incluye participar de las actividades de la iglesia, sino de vivir el Evangelio de Jesús todos los días y a todas horas. Esto fue lo que afirmamos el pasado domingo cuando hablamos de la nueva vida en Cristo. Con testificar, somos llamados/as compartir el Evangelio de Jesús con otras personas e invitarlas a nuestra iglesia (si no tienen una), y servir a los demás. Esta será la predicación de hoy. Por último, el próximo domingo veremos que para vivir y testificar hay que aprender a ser discípulos/as de Jesús, y no solo miembros de la iglesia.
El pasaje bíblico que nos guiará todo el año mientras buscamos alcanzar este meta se encuentra en Colosenses 1:10 “para que vivan como es digno del Señor, es decir, siempre haciendo todo lo que a él le agrada, produciendo los frutos de toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”
Para predicar del libro de Colosenses es importante entender el contexto del mismo. Colosenses es una carta dirigida a ayudar a esta comunidad a no dejarse embaucar o engañar por ideas que no eran fieles al evangelio de Jesucristo. El autor del libro quiere presentarles el verdadero evangelio, para que sean fieles al mismo. Ante las falsas enseñanzas, el autor busca afirmar lo que verdaderamente es la vida cristiana. En el capítulo 3, discutido la pasada semana, el autor le recuerda a los colosenses que en la vida cristiana hay que tener progreso. En esta ocasión, en el capítulo 1, les recuerda que es necesario dar fruto:
“Siempre que oramos por ustedes, damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 4 pues hemos recibido noticias de la fe de ustedes en Cristo Jesús, y del amor que tienen por todos los santos, 5 a causa de la esperanza que en los cielos les está reservada. Ustedes ya han sabido de esto por el evangelio, que es la palabra de verdad, 6 y que ha llegado hasta ustedes, así como a todo el mundo, y que desde el día que ustedes la escucharon y la comprendieron claramente, y conocieron la gracia de Dios, crece en ustedes y produce fruto.”
A lo largo de la historia de la iglesia cristiana se ha discutido mucho sobre la relación entre la fe y las obras, entre la fe y el fruto. Efesios 2 resuelve este problema de una forma sencilla: “Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios; ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie.” Estos versos afirman que la salvación es un regalo de Dios. Ahora bien, si la salvación es un regalo, ¿dónde quedan entonces las buenas obras? Efesios 2:10 dice: “Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas.” Las buenas obras o el servicio, no nos dan la salvación, sino que son parte de la nueva vida en Cristo para aquellos y aquellas que recibimos a Jesús como salvador por medio de la fe; somos salvos para servir.
Colosenses 1:3-6 también afirma lo expresado en Efesios cuando dice que el crecimiento y fruto vino como consecuencia de conocer la gracia de Dios y de haber recibido y comprendido el evangelio. Evangelio era una palabra que en el mundo greco-romano se usaba para referirse a las buenas noticias que daba el emperador. La iglesia comenzó a utilizar esa palabra para referirse a las buenas noticias de salvación por medio de Jesucristo. Luego de que un ser humano recibe la buena noticia del evangelio de Jesucristo, ésta crece en el ser humano y produce fruto. Las obras o el fruto del creyente son la forma en que demostramos externamente y hacemos visible la transformación interna que Dios está haciendo en nosotros/as.
Nuestras obras son el fruto, el producto o el resultado de la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Lo que quiere decir que la fe no es solo un asunto interno, sino también externo. Creemos con la mente y corazón, pero usamos las manos para demostrar nuestra fe. ¿Eso quiere decir que en la vida cristiana hay que demostrar con obras que somos cristianos/as? Jesús nos contestó esa pregunta cuando dijo “Cuando producen mucho fruto, demuestran que son mis verdaderos discípulos” Juan 15:8. Es importante producir fruto y demostrarlo porque es la forma visible para que quienes nos rodean puedan afirmar que Dios es real y transforma vidas.
En pocas palabras, la vida cristiana es un mirar hacia ARRIBA, para mirar las cosas del cielo y no las de la tierra, y un desarrollo hacia AFUERA, debido al fruto y a las obras que debemos demostrar como resultado de nuestra fe. Dicho de otra forma, somos llamados/as a testificar. Un testigo es quién puede afirmar de primera mano un acontecimiento. Como creyentes somos testigos de Cristo porque demostramos al mundo de primera mano la transformación que el Espíritu Santo en nosotros/as.
Esa fue la experiencia de la iglesia primitiva, según nos narra el libro de Hechos. El capítulo 2 nos dice que luego de que los/as seguidores/as de Jesús recibieron el Espíritu Santo, ocurrieron dos cosas principalmente: predicaron y miles de personas se convirtieron, y practicaron el servicio comunitario cuando vendían sus propiedades y lo compartían todo entre todos. Hechos nos afirma que el fruto de la iglesia fue testificar o demostrar su experiencia interna por medio de dos obras externas: predicar y servir. Por medio de este fruto, las personas conocían que Dios era real y que la buena noticia del evangelio de Jesucristo transformaba vidas; que había un antes y un después.
Cuando hablamos de predicar, no necesariamente nos referimos a pararnos frente a un grupo de personas, tal y como lo hacemos los/as pastores/as semana tras semana. Predicar el evangelio es una obra externa que no está reservada para un grupo en particular. Predicar el evangelio es la experiencia de hablarles a quienes nos rodean de la obra interna que el Espíritu Santo ha hecho y continúa haciendo en nuestras vidas. Esto se hace en el día a día, en cualquier momento del día, tan pronto como surjan oportunidades para hacerlo; sin necesidad de un púlpito o un micrófono.
Aunque no hay una forma perfecta para predicar y tampoco un libreto al cual tengamos que limitarnos, existen unas guías que nos ayudan en nuestra tarea de predicar. En primer lugar, necesitamos predicar con autenticidad. Predicar no se trata de impresionar, sino de ser instrumentos de Dios para transformar vidas. En segundo lugar, cuando predicamos no estamos buscando cambiar a las personas, sino darles la oportunidad de que conozcan a Aquel que puede transformarles. Predicamos desde la gracia: nuestra firme creencia de que Dios ama incondicionalmente a todo ser humano. En tercer lugar, predicamos con esperanza. Predicar acerca de Cristo es afirmar que en medio de todas las circunstancias que nos rodean tenemos un Dios que siempre está con nosotros/as.
En cuarto lugar, cuando predicamos acerca de Cristo necesitamos saber por qué lo hacemos. Hoy día, el cristianismo ya no es la única opción para las personas; es una opción entre varias. Puerto Rico es todavía es un país cristianizado, pero poco a poco está pasando a ser un país secularizado. Vivimos en un país en donde la mayoría todavía respeta el cristianismo, pero no cree que necesite seguir a Cristo y congregarse. Por tanto, a la hora de invitar a una persona a seguir a Cristo y congregarse en una iglesia, necesitamos tener argumentos que expliquen las razones por las cuales una persona debe seguir a Cristo y congregarse. Para que nuestra predicación sea efectiva, necesitamos estar convencidos/as de que Cristo y la iglesia vale la pena.
A pesar de que no existen unos argumentos perfectos para invitar a una persona a seguir a Cristo y congregarse, nuestra iglesia ha diseñado una pequeña tarjeta que nos guía en este proceso. En esta tarjeta aparecen las contestaciones a tres preguntas: ¿Por qué es necesario seguir a Jesús? ¿Por qué es necesario participar de una iglesia? ¿Por qué es necesario participar de la Iglesia Metodista Samuel Culpeper? Usted puede entregar estas tarjetas a las personas y usarlas como un punto de partida para dialogar sobre Cristo y la iglesia.
Por último, al predicar de Cristo nos vienen dudas de cuándo y cómo debemos hacerlo. Les doy algunas sugerencias. Primero, aprovechemos momentos de necesidad de quienes nos rodean. Cuando alguien se acerca a nosotros/as pidiendo oración o para contarnos acerca de una crisis, aprovechemos la oportunidad para hablarles de Aquel que es nuestra esperanza. Esto puede ser en el trabajo, en casa de un familiar, por teléfono, entre otros escenarios. Segundo, no demos por sentado que las personas no quieren que les hablemos de Cristo o de la iglesia. Hay personas que están esperando que usted les hable de Cristo y de que sean invitados/as a una iglesia. Hay familiares y amistades que se preguntan por qué no le hemos invitado a la iglesia si somos cristianos/as. Tercero, no tengamos vergüenza de hablar de Cristo. ¿Existe alguna razón para avergonzarnos de Cristo?
Por otro lado, testificar o demostrar nuestra experiencia interna de transformación incluye el servicio a los demás. De la misma forma en que predicar a Cristo no es una tarea que está reservada solo para los/as pastores/as, servir a la comunidad es tarea de todos/as. Dios quiere usarnos a todos/as para transformar nuestra comunidad, no solo a los pastores y líderes. Nuestro servicio a los demás puede ser la contestación a la oración de otra persona y la buena noticia que contrarreste las malas noticias que viven. Por eso te invito a que tengas como meta este año participar en al menos un proyecto comunitario de nuestra iglesia.
Al igual que la comunidad de colosenses y la iglesia primitiva, hoy somos llamados a demostrar externamente la transformación interna que Dios está haciendo en nosotros/as. Somos llamados/as a producir fruto por medio de dos obras: la predicación y el servicio. Somos llamados/as a ser testigos, y a afirmar de primera mano las maravillas del Señor. La esperanza no solo se vive, sino que se comparte. ¿A quién le hablarás de Cristo este año? ¿Cómo servirás a la comunidad este año?
Juan Wesley dijo acerca de la predicación lo siguiente: “No tienes nada que hacer, sino salvar almas. Por lo tanto, gástate y gástate en este trabajo.” Acerca del servicio dijo lo siguiente: «Haz todo el bien que puedas por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas en todos los lugares que puedas, en cualquier tiempo que puedas, a toda la gente que puedas, y tanto como tú puedas.» Es tiempo de producir frutos de toda buena obra.