Juan 4:38-42
Dile Sí a Cristo es el tema que hemos escogido como iglesia para el año 2014. Nuestra meta como iglesia es guiar a la personas a responder al llamado de Dios, que les invita a una nueva vida en Cristo caracterizada por el servicio a los demás y la generosidad. Por tal razón esta iglesia ha estado inmersa en una campaña de predicaciones tituladas Dile Sí a Cristo. Hoy continuamos con la cuarta predicación de esta serie. En la primera predicación, Dile Sí a Cristo, vimos que seguir a Cristo es en esencia un llamado a hacer discípulos de Cristo, y que la tarea primaria de quienes siguen a Cristo es evangelizar: testificar acerca de Cristo e invitar a otras personas a seguirle. En la segunda predicación, Bienvenid@s a la mesa, vimos que la meta más importante de nuestra iglesia para el 2014 es CRECER: que más personas decidan seguir a Cristo. Para alcanzar esta meta necesitamos entender lo que dijo Jesús: “No son los sanos los que necesitan de un médico, sino los enfermos.” La gente no tiene que cambiar para seguir a Cristo. La gente cambia porque sigue a Cristo. Por eso esta iglesia se puso el objetivo de la hospitalidad radical: Dar una bienvenida sorprendente y auténtica a quienes nos visitan, que exceda las expectativas. En la tercera predicación, Ya somos testigos, vimos que los testigos de Cristo son el instrumento que el Espíritu Santo utiliza para llevar el evangelio. Por tal razón, fuimos invitados a testificar con valentía, visión y autoestima. Toda persona que cree en Jesús como Salvador, está llena del Espíritu Santo, y del poder para testificar.
Hoy, en nuestra cuarta predicación, veremos que la tarea primaria de la iglesia (evangelizar), debe comenzar en un espacio muy importante de nuestras vidas: nuestra casa. Nuestra casa representa nuestras familias, amistades y vecinos. Jesús dijo en Hechos 1:8 “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Jerusalén, representaba la ciudad de los discípulos, así que Jesús les invita a ser testigos primero en su propia ciudad; y luego en el exterior. Hay una hermosa historia que nos narra el evangelio de Juan, que nos ilustra esta realidad de que la evangelización comienza en casa. Esa es la historia de la mujer samaritana.
¿Cuántos de nosotros llamamos primero a nuestros familiares o amistades cuando algo bueno nos ocurre? Nuestras familias y amistades son parte de nuestra vida, así que usualmente son las primeras en recibir nuestras buenas noticias. Un buena nota en el examen, un buen día de trabajo, el nacimiento de un bebé, son algunas de las buenas noticias que recibimos de algún familiar o amistad. En el caso de la mujer samaritana ella no tuvo una buena noticia que contar a su familia, amistades y vecinos. Ella tuvo la buena noticia de su vida: Jesús se había encontrado con ella y le había dado del agua que salta para vida eterna. Su aldea pensaba que ella había ido a buscar agua en un pozo, pero ella regresó haciendo realidad ese verso que dice “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!” Ante esta experiencia de salvación, no tuvo otra opción que contarles a todos en su aldea la mejor noticia de su vida.
Los versos 1 al 37 del capítulo 4 de Juan nos narran el detalle de este hermoso encuentro que tuvo la samaritana con Jesús. Los samaritanos no se llevaban con los judíos por diferentes razones, pero en particular por razones religiosas. Jesús tuvo que pasar por Samaria para poder llegar desde Judea hasta Galilea, porque Samaria está entre ambas ciudades. En ese camino hacia Galilea, Jesús llega hasta Sicar, la aldea de la mujer samaritana. Allí descansa junto a los discípulos, y llega hasta un pozo para tomar agua. La mujer samaritana llega simultáneamente hasta el mismo pozo. Jesús, se acerca y le hace conversación a la samaritana. En medio de una conversación extraordinaria (que por razones de tiempo no vamos a poder ver en esta reflexión), Jesús termina diciéndole que el agua que Él ofrecía era mejor que el agua que estaban sacando del pozo. La mujer samaritana termina reconociendo a Jesús como Mesías, y dicen los versos 28-29 que “la mujer dejó su cántaro junto al pozo y volvió corriendo a la aldea mientras les decía a todos: ¡Vengan a ver a un hombre que me dijo todo lo que he hecho en mi vida! ¿No será éste el Mesías?” ¿No es esto una ilustración hermosa de lo que significa la evangelización, el testificar acerca de Cristo? Muchos dicen que la samaritana es la primera evangelista del Nuevo Testamento.
Hay tres detalles de esta historia que quisiera resaltar con ustedes. En primer lugar, Jesús ofreció la salvación a una persona despreciada doblemente. Ser mujer era ser parte del grupo de los que no tenían valor: niños, pobres, enfermos, entre otros. En adición, era samaritana, y los samaritanos eran despreciados por los judíos. Este acto de Jesús de ofrecer la salvación a una mujer samaritana es consistente con lo que Jesús hizo a lo largo de su ministerio: aceptar, amar y servir a los despreciados por la sociedad. En este encuentro se hace real lo que Jesús mismo dijo en el capítulo anterior cuando habla con Nicodemo: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (Juan 3:16-17). En este encuentro con la samaritana, Jesús vuelve a recordarnos que la salvación no es exclusiva, sino inclusiva; no es para unos pocos, es para todos y todas.
En segundo lugar, esta mujer preparó el camino para que la gente de su aldea le dijera Sí a Cristo. Luego de su encuentro con Jesús, la mujer sale corriendo hasta su aldea y comienza a testificar de Jesús. La gente no sabía quién era Jesús. Si habían escuchado de Jesús, quizás no habían tenido la oportunidad de encontrarse personalmente con Él. Cuando la samaritana comienza a hablar de Jesús, ella lo que hizo fue algo parecido a lo que hacían antes cuando llegaban los circos a los pueblos: “¡Ya llegó el circo! Vengan todos”. Con su testimonio, la samaritana estaba diciendo: “¡Jesús está aquí! Vengan todos”. Su testimonio anunció que Cristo era real y estaba entre ellos ese día. Su testimonio llevó a la gente hacia Cristo. Y al encontrarse con Cristo, muchos confesaron a Jesús como Salvador. Los versos 39-42 nos dicen que “39 Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que en su testimonio decía: «Él me dijo todo lo que he hecho.»40 Entonces los samaritanos fueron adonde él estaba, y le rogaron que se quedara con ellos; y él se quedó allí dos días. 41 Y muchos más creyeron por la palabra de él, 42 y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído, y sabemos, que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»” Evangelizar es guiar a la gente hacia Cristo. Nuestros testimonios no tienen la intención de cambiar a las personas, sino de guiarles hacia quién puede transformar sus vidas: Cristo. Evangelizar es anunciar que Cristo es real y que está disponible para salvar, sanar, restaurar y transformar la vida de cualquier persona. La evangelización ofrece a Cristo. La decisión de encontrarse con Cristo es una opción que toma cada persona.
En tercer lugar, la mujer nos enseña que la evangelización comienza en casa. La samaritana testificó en su aldea, donde muy probablemente estaban sus familiares, amistades y vecinos. Esa era la gente importante en su vida, y ella quiso que fueran los primeros en saber las buenas noticias de salvación, la mejor noticia de su vida. Este acto de valentía le permitió ser un instrumento de salvación para toda una aldea. Jesús transformó a una mujer samaritana, y la mujer samaritana impactó a toda una aldea. La samaritana se convirtió en el instrumento de salvación para toda una aldea. ¡Wow!
La samaritana nos enseña que nosotros también podemos ser instrumentos de salvación para la gente de nuestras aldeas, si con nuestras palabras y acciones testificamos que Cristo es real y está disponible para sanar, salvar, restaurar y transformar sus vidas. ¿Cuántos quisieran que sus familiares, amistades y vecinos le dijeran Sí a Cristo? En ocasiones pensamos que la gente de nuestra aldea ya no tiene solución. Pensamos que ya no hay vuelta atrás, que es trabajo perdido, y que ya no hay esperanza. Quizás porque los conocemos tan bien, creemos que no existen posibilidades de que se encuentren con Cristo, y sean transformados y transformadas por su amor. Sin embargo, si Jesús hubiera pensado de esta forma tan pesimista, no se hubiera quedado dos días con la gente de la aldea de Sicar. Su estadía en la aldea fue evidencia de que Jesús creyó que había esperanza; y en efecto así fue. El verso 41 nos dice que “muchos más creyeron por la palabra de él”. La estadía de Jesús en la aldea produjo vidas transformadas. ¿Cómo la iglesia va a soñar con vidas transformadas, si no creemos que a las primeras personas que Jesús puede transformar es a nuestros familiares, amistades y vecinos? ¿Cómo predicar que Cristo sana, salva, restaura y transforma, si no creemos que pueda hacerlo con nuestra gente? (Ilustración)
La gente de Sicar, la aldea de la samaritana, tuvo un privilegio que hoy nuestras aldeas también deberían tener: tenían entre ellos a una evangelista. Gracias a esa evangelista es que la aldea pudo escuchar acerca de Jesús y encontrarse con Él. ¿Quieres ser tú el evangelista de tu aldea? Nosotros podemos ser instrumentos de salvación para la gente de nuestras aldeas, si con nuestras palabras y acciones testificamos que Cristo es real y está disponible para sanar, salvar, restaurar y transformar sus vidas. Hoy Jesús nos invita a preparar el camino para que la gente de nuestra aldea le diga Sí a Cristo. La evangelización comienza en casa.
Creo que evangelizar en nuestras aldeas nos da temor. Pero ese es el mandato que nos da Jesucristo. Este mensaje nos impele a hacerlo. Llenémonos de valentía y comencemos a evangelizar a los nuestros. El Señor hará el resto. DLB.
Titi Aida