Mateo 8:14-17
Hoy continuamos con nuestra serie La esperanza tiene manos: las tuyas. Esta serie ha tenido una meta principal: ayudarnos a entender que la respuesta a las oraciones de muchas personas puede llegar por medio de nosotros/as, y que por lo tanto, necesitamos tener no solo una relación profunda con Dios, sino con nuestro prójimo. En medio del sufrimiento que existe en el mundo, Dios desea manifestarse a través de nosotros/as para transformar y restaurar integralmente al ser humano. Esa manifestación de Dios, aquí y ahora, es el Reino de Dios.
La pasada semana pudimos ver que Dios nos llama no solo a servir a nuestro prójimo en nuestra comunidad, sino también en lugares distantes. El Pastor Daniel nos hizo un llamado a servir fuera de nuestro país por medio de las misiones. Hoy, afirmaremos ese llamado que Dios nos hace de servir fuera de nuestro país. Sin embargo, veremos que antes de servir en lugares distantes, Dios nos llama primero a servir la comunidad y la iglesia en donde nos ha puesto. La suegra de Pedro nos enseñará que somos llamados a dar lo mejor de nuestro servicio en nuestra propia casa.
La historia de la suegra de Pedro es sumamente corta; tan corta que pareciera ser insignificante. Los versos 14-15 nos dicen que: “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.” En esta historia hay varios detalles importantes. La mujer estaba enferma, postrada en cama y con fiebre, y Jesús la sana. El término en griego usado para describir que la mujer se levantó, es egherte; y la única vez que el autor utiliza esta palabra en adición a este momento es para hablar de la resurrección de Jesús. Mateo dice que Jesús se levantó de la muerte y usa la misma palabra para explicar que la suegra de Pedro se levantó de su enfermedad. ¿Qué podemos interpretar de esta descripción que hace el autor? Que la experiencia de sanidad que tuvo la suegra de Pedro fue tan extraordinaria, sobrenatural y milagrosa como la que tuvo Jesús. De la muerte había pasado a la vida; y ante este evento milagroso, el siguiente paso de la suegra de Pedro fue servir a los que allí estaban. El próximo paso fue servir a Jesús en su propia casa.
Les comparto tres cosas importantes que podemos aprender de esta historia. En primer lugar, Dios es real y hace milagros. La suegra de Pedro es una de muchas personas que a lo largo del ministerio de Jesús fueron llevadas de la muerte a la vida, de la enfermedad a la sanidad, de la perdición a la salvación. Lo mejor de todo es que por medio del Espíritu Santo todavía experimentamos a Dios en nuestras vidas, y los milagros todavía existen. ¿Cuantos hemos experimentado la vida, sanidad y salvación en nuestras vidas por medio del Espíritu Santo? Si hoy estamos aquí, es precisamente por el poder del Espíritu Santo que se manifiesta en nuestras vidas.
En segundo lugar, la historia nos enseña que el próximo paso luego del milagro es el servicio. La suegra de Pedro es un vivo ejemplo de cómo el servicio es algo que debe fluir naturalmente en aquellos/as que hemos sido sanados, salvados y transformados por el amor de Cristo y el poder del Espíritu Santo. No sabemos cuáles eran las prioridades de la suegra de Pedro antes de haber sido sanada por Jesús, pero sí sabemos cuáles fueron sus prioridades luego de la sanidad: servir a Jesús. La suegra de Pedro hizo real esos versos de Colosenses 3 que nos dicen: “Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra.” Al literalmente resucitar, la suegra de Pedro puso su mirada en las cosas del cielo: servir a Jesús. El servicio es resultado del agradecimiento que hay en nosotros/as por lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
En tercer lugar, y lo que para mí es más importante en esta mañana, es que el servicio a Dios comienza en nuestra propia casa. La suegra de Pedro comenzó a servir en el momento de haber sido sana a quienes eran su familia y comunidad de apoyo; y eso incluyó servir a Jesús en su propia casa. La suegra de Pedro nos enseña algo que Jesús mismo nos enseñó en Hechos 1:8 cuando dijo “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Al analizar las palabras de Jesús nos damos cuenta que hay una progresión en términos de distancia geográfica: Jerusalén era su ciudad, Judea la región, Samaria la región de los no judíos, y luego lo último de la tierra. La suegra de Pedro, al igual que Jesús, nos enseñó que a la hora de servir, se comienza con la propia casa, y luego se llega hasta lo último de la tierra. ¿Cuál es nuestra casa? Nuestra casa es la iglesia en donde Dios nos ha puesto, y la comunidad en donde estamos ubicados: la Iglesia Metodista Samuel Culpeper y el barrio Naranjito en Hatillo.
En ocasiones me encuentro con personas que sirven a Dios de una forma extraordinaria, pero al revés de como Jesús y la suegra de Pedro nos enseñaron: comienzan con lo último de la tierra, luego sirven en Samaria, si les queda tiempo llegan a Judea, y en muy pocas ocasiones sirven en su Jerusalén. Personas que le dan lo mejor de sus talentos, energías, tiempo y dinero a escenarios en donde hace falta y es necesario servir, pero que por darse y entregarse tanto en estos escenarios distantes y lejanos, les queda muy poco o nada para su Jerusalén: su iglesia local y su comunidad. Personas que sirven extraordinariamente en otros países, en otros pueblos, en otras denominaciones y actividades nacionales e internacionales, pero no en su iglesia y comunidad local. Personas que tienen mucha facilidad para decirle Sí a Cristo para servir en lo último de la tierra, pero mucha dificultad para decirle Sí a Cristo en su iglesia local y su comunidad.
¿Por qué esto ocurre? Reconozco que existen múltiples razones y factores para que esto ocurra. Sin embargo, solo quiero mencionar una breve explicación de por qué le damos lo mejor de nosotros/as a escenarios distantes, y no a nuestra iglesia y comunidad: no hemos tomado la decisión de amar nuestra iglesia y comunidad en medio de sus imperfecciones. En muchas ocasiones los seres humanos creemos que el amor es una emoción, en donde nos entregamos y damos lo mejor de nosotros/as cuando nos sentimos emocionados/as o cuando lo sentimos. En ocasiones los seres humanos creemos que amar es un sentimiento que fluye en nosotros/as. Sin embargo, cuando vamos a 1 Corintios 13 vemos que «El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; 6 no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.»Bajo esta definición, amar nuestra iglesia y comunidad, es mucho más que una emoción; es la decisión de sufrir, creer, esperar y soportar en medio de las imperfecciones y debilidades que puedan ser evidentes en nuestro escenario local.
Scott Peck, psiquiatra norteamericano, definió el amorcomo “La voluntad de extender los límites del yo con el propósito de nutrir nuestro crecimiento espiritual y el de los demás.” Para Peck, el amor es la decisión voluntaria y consciente de buscar el bienestar de las otras personas, y por consiguiente el nuestro también. Peck dice que el enamoramiento no es lo mismo que el amor. El enamoramiento es una emoción pasajera que puede durar dos o tres años, mientras que el amor no es una emoción, sino la decisiónde amar a otrosy hacer un compromiso de buscar su bienestar durante toda una vida. Peck dice que cuando ya no se siente amor (emoción) y se acaba el enamoramiento, es que tenemos ante nosotros la decisión de amar, a pesar de las imperfecciones y debilidades.
En ocasiones nuestras conversaciones giran alrededor de lo que falta en nuestra iglesia o comunidad. Podemos estar muchas horas haciendo un listado de todas las cosas que deberían pasar en nuestra iglesia y comunidad. Eso en sí mismo no es incorrecto, porque hay que soñar e identificar cómo podemos crecer como iglesia y comunidad. Lo que es incorrecto es creer que amamos nuestra iglesia y comunidad solo con mencionar lo que hace falta o lo que carecemos, y creer que serán otras personas las que tendrán que invertir de sus energías, tiempo y dinero para que esas cosas sucedan. Amar nuestra iglesia y comunidad es entender que los instrumentos que Dios quiere usar para que esto o aquello suceda en nuestra iglesia y comunidad somos nosotros mismos. Amar es mucho más que emocionarme por lo que sucede en la iglesia, por cómo predica el pastor o por los proyectos que tendremos. Amar es también actuar de formas concretas de manera que podamos contribuir a que podamos alcanzar nuestros sueños y cumplir con nuestra misión. Amar es extender los límites del yo, y buscar el bienestar de la iglesia y la comunidad, así como busco el mío.
Este tipo de amor es el que nos lleva a ser fieles a nuestra iglesia, y servir en nuestra propia casa, aun cuando podamos servir en otros escenarios distantes. Este tipo de amor es el que nos llevaa lafidelidad. Fidelidad es invertir lo mejor de nosotros/as para que el Reino de Dios se haga real en la iglesia y comunidad que tanto amamos. Fidelidad es sufrir, creer, esperar y soportar en medio de las imperfecciones y debilidades que puedan ser evidentes en nuestro escenario local. Fidelidad es entender que no puedo servir fuera de mi iglesia y comunidad, sin primero estar sirviendo en mi propia casa. La esperanza en nuestra iglesia y comunidad tiene manos: las tuyas.
“Dedicamos este mensaje a la memoria de nuestro querido Gilbert Trujillo, hombre que fue fiel a Dios, su iglesia y su comunidad por 27 años.”