17 de junio de 2018
Salmo 68:6
Hoy continuamos nuestra serie de predicaciones, En Espíritu y en Verdad. Durante esta serie estamos afirmando la importancia de la adoración en la vida de la iglesia. El verso clave de esta serie es Juan 4:23 que dice:
Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores.
Hace dos semanas afirmamos que adorar en espíritu y en verdad es adorar en comunidad y unidad, poniendo las preferencias y gustos en segundo plano para enfocarnos en el Padre que busca que lo adoren. Adorar en comunidad y unidad es entender que el centro de la adoración es el Padre que busca adoradores, y no los adoradores que buscan al Padre. En el cuerpo de Cristo no deben existir muchos cuerpos o grupos, sino uno solo: el de los adoradores.
Cuando la iglesia se reúne para adorar, esa experiencia siempre es comunitaria, no individual. Para la adoración individual existen nuestros momentos devocionales privados. Sin embargo, cuando nos reunimos esa experiencia privada e individual ya no existe porque en vez de ser muchos individuos adorando, somos una sola comunidad adorando. No hay duda de que en esa comunidad se respeta la individualidad y se valora la diversidad, pero siempre se adora en comunidad.
¿Por qué adoramos en comunidad? ¿Qué es aquello que nos une a todos como un solo cuerpo? Cada vez que la iglesia se reúne, hay muchas razones para adorar, pero hay una esencial: el agradecimiento. A pesar de nuestras diferencias y preferencias, nos unimos para agradecerle a Dios por su amor que lo llevó a enviar a su hijo Jesús. Nos unimos para agradecerle a Dios que…
…de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16
El amor no es un sentimiento, un pensamiento o un deseo, sino una acción. Por eso es que podemos decir que Dios es amor, porque Dios mostró su amor hacia la humanidad al enviar a su hijo a morir por nuestros pecados. Esa es la razón por la que nuestras iglesias tienen una cruz en el centro, para que al reunirnos podamos recordar ese sacrificio de amor y enfocarnos en agradecerle. Todos podemos tener diferentes razones por las cuales agradecer a Dios y adorarle, pero todos tenemos en común a Jesús.
Al tener a Jesús como el centro, a pesar de que podamos tener días malos y momentos difíciles en la vida, siempre habrá una razón para adorar. El sacrificio de Jesús no caduca, no pasa de moda. Por eso, al igual que los primeros cristianos que se reunían para partir el pan, todavía hoy como cuerpo de Cristo partimos el pan y recordamos ese sacrificio.
Ahora bien, ese agradecimiento es doble. No solo agradecemos a Dios por su sacrificio, sino que damos gracias por aquellos y aquellas, que habiendo conocido el amor de Dios, intentan imitarlo y deciden amarnos también. Damos gracias a Dios por aquellas personas que entienden que el amor es más que una intención, sino una acción, y se desprenden de su “yo” para servirnos. Damos gracias a Dios por aquellas personas que nos acompañan en la jornada cristiana, convirtiéndose así en nuestros amigos y amigas del camino.
Cuando la iglesia se reúne a adorar, no solo le agradece a Dios por su sacrificio, sino por quienes se han convertido en nuestra familia de la fe. Le adoramos como un acto de agradecimiento por regalarnos hermanos y hermanas que en ocasiones se vuelven más cercanos que nuestra propia familia de origen. Le adoramos porque en el cuerpo se hace real las palabras de 1 Juan 4:7-12:
Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. 8 El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. 9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.11 Amados, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos unos a otros. 12 Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros.
Adoramos a Dios porque en medio del cuerpo somos amados y amadas, y esas personas se convierten en el rostro de Dios para nosotros. Le adoramos porque nuestros hermanos son la evidencia concreta de que Dios nos ama. La adoración entonces no solo es una fiesta en donde recordamos el sacrificio de Jesús, sino una celebración de que no estamos solos en el camino, sino que contamos con una gran familia. Eso es precisamente lo que el Salmo 68 afirma cuando dice:
¡Cantemos salmos a Dios! ¡Cantemos salmos a su nombre!
¡Exaltemos al que cabalga sobre los cielos!
Su nombre es el Señor. ¡Alegrémonos en su presencia!
5 Dios, en su santo templo,
es padre de los huérfanos y defensor de las viudas.
6 Dios les da un hogar a los desamparados
Ese último verso tiene otras versiones:
v Dios hace habitar en familia a los desamparados (RV1960)
v Dios les da un hogar a los desamparados (PDT)
v Dios ubica a los solitarios en familias (NTV)
v Dios da a los solitarios un hogar donde vivir (DHH)
Adoramos porque en Cristo ya no estamos solos ni solas, we are not alone.
¿Cuál ha sido tu experiencia en esta iglesia? ¿Cómo tu vida ha sido bendecida con una familia de la fe? ¿Cómo has sido sostenido en el camino por el cuerpo de Cristo?
Ahora bien, ese cuerpo de Cristo trasciende nuestra iglesia local. Aunque a veces no estamos tan apercibidos, la familia de la fe está en muchos lugares de nuestro país y del planeta. Personas de todos los pueblos de esta isla y de muchos países del mundo buscan imitar a Jesús por medio de actos de amor. Hoy precisamente les tenemos aquí con nosotros: nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Metodista Unida La Resurrección. Por eso hoy todos les decimos: ¡Gracias!
Amada iglesia Samuel Culpeper y amada iglesia La Resurrección: no estamos solos, we are not alone. Somos una gran familia, y nuestra adoración parte del agradecimiento que tenemos a Dios por su amor y por el regalo de la familia de la fe. Cantemos como una sola familia…