Romanos 8:28-39
Hoy, tercer domingo de la serie ¿Por qué?, continuamos un tiempo para intentar explicar el sufrimiento desde la perspectiva cristiana. Cuando hablamos del sufrimiento, en muchas ocasiones se utiliza la frase “todo obra para bien” como una forma de afirmar que al final de todo, el sufrimiento siempre traerá algo bueno. Aunque la Biblia menciona que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”, ¿cómo es que Dios hace que todas las cosas obren para bien? Esa es la pregunta que intentaremos contestar esta mañana. Lo haremos afirmando que el futuro no está escrito, y que Dios puede crear nuevos caminos, donde parece que no los hay.
Para empezar, es importante intentar explicar cómo funciona la voluntad de Dios. Para esto, les compartiré que existen tres formas, entre muchas, para entender la voluntad de Dios. Algunas personas creen en la predestinación, la creencia de que TODO está escrito. En la Biblia existe evidencia que sustenta esta visión, principalmente el Salmo 139:16 que dice “todos los días de mi vida ya estaban en tu libro”. Esta es la visión de que nuestra vida es como un libro, y que solo es cuestión de esperar que las cosas pasen. Esta visión, sin embargo, tiene una gran debilidad: No contempla la libertad del ser humano. Además, es difícil aceptar que Dios está detrás de todo lo malo, tal y como vimos en la primera predicación de la serie.
La segunda forma es la que afirma que Dios ya escribió el plan de nuestra vida, y nuestra meta es descubrir ese plan y vivirlo. Algunas personas le llaman a esto la voluntad permisiva de Dios. Bajo esta visión, Dios ya planificó TODO en nuestra vida, pero no siempre logramos vivir esa voluntad porque la vida se tratará precisamente de “descubrir” ese plan. La gran debilidad de esta visión es que si no escogemos bien, podemos estar viviendo el “plan B” de Dios para nosotros/as el resto de nuestras vidas. Es decir, Dios quiso que nos casáramos con una persona o escogiéramos un trabajo en particular, y no lo hicimos. Esta visión limita la capacidad creadora de Dios de hacer que las cosas obren para bien, no importa las decisiones que hayamos tomado; tal y como veremos luego.
La tercera forma de ver la voluntad de Dios es creer que el futuro no está escrito, sino que colaboramos con Dios en escribirlo. Esta visión afirma que Dios tiene un plan para toda la humanidad: que amemos a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El deseo de Dios es que cada ser humano le permita al Espíritu Santo guiar su vida, de manera que el ser humano pueda hacer esa voluntad de Dios. En esta visión, no se ignora que Dios está pendiente de los detalles de nuestra vida (ej. llamados y misiones particulares), pero que la voluntad de Dios ya ha sido expresada en la Biblia. Esta visión se conoce como la voluntad prescriptiva de Dios, tal y como un médico nos facilita una receta con instrucciones y medicamentos para tener salud.
En esta visión, el ser humano no es una marioneta de Dios. Dios no ha planificado cada detalle de nuestra vida, ni tampoco vivimos con la ansiedad de estar viviendo el “plan B” de Dios. Bajo esta visión, Dios se relaciona con el ser humano como un padre o una madre con sus hijos/as. Desde que nacen, los/as hijos/as tienen libertad para decidir, pero es responsabilidad de los padres el guiarlos por el camino del bien. Los padres no pueden controlar la vida de sus hijos/as, pero les influencian hacia el camino que entienden es el correcto. Así ocurre con el ser humano y Dios: tenemos libertad, pero Dios busca la forma de continuamente guiarnos hacia el camino caracterizado por el amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. Debido a que Dios no nos controla, no siempre tomaremos las mejores decisiones; pero Dios se mantiene a nuestro lado para ayudarnos a hacer su voluntad. En pocas palabras, bajo esta visión, el futuro no está escrito, sino que se va creando junto a Dios.
Esta tercera visión es la más saludable para el ser humano, y es la que creemos los metodistas. Es saludable porque afirma la libertad del ser humano, mientras afirma la labor del Espíritu Santo en nuestra vida guiándonos para ser como Jesús. Esta visión es también saludable porque nos permite manejar el sufrimiento de manera que no obstaculice nuestro crecimiento. Aunque el sufrimiento ocurre por nuestras decisiones, por decisiones de los demás o por razones que no podemos explicar, esta visión nos permite aceptar que el sufrimiento nos ha tocado, pero que podemos construir un nuevo futuro de la mano de Dios. Cuando llega el sufrimiento, tenemos la esperanza de que el mismo no será el último capítulo de nuestra vida. Les explico.
Génesis 1:1 nos dice que “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. 2 La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.” Ese Espíritu de Dios se movió para traer orden y crear todas las cosas en medio del caos. Ese verso es la mejor afirmación de que servimos a un Dios creador. Sin embargo, la labor creadora de Dios no culminó en la creación, sino que continúa día a día. Con la muerte y resurrección de Jesús, toda persona que “está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!” 2 Corintios 5:17. Cristo crea una nueva vida para quienes creen en Él. La resurrección de Jesús es la afirmación de que todo es posible para Dios y que puede hacer que cualquier persona resucite de la muerte a la vida, del caos al orden.
El sufrimiento, es un momento de caos y muerte en nuestra vida; un momento en donde perdemos la esperanza de un mejor futuro. Mientras pasamos por el sufrimiento, creemos que el caos y la muerte serán la norma del día por toda nuestra vida. Ante la pérdida de un ser querido, un divorcio, un embarazo no deseado, una enfermedad, el desempleo, una crisis económica, entre otras cosas, podemos creer que nada bueno ocurrirá. Eso se llama desesperanza. Sin embargo, ante la desesperanza, Romanos 8:28 nos dice “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito.” ¿Qué significa esto? Que el futuro no está escrito, y que aunque Dios no sea el causante de nuestro sufrimiento, puede meterse en él y escribir junto a nosotros/as un nuevo capítulo de nuestra vida en donde haya orden y vida, por encima del caos y la muerte.
Ese fue mi caso. En el año 2011 experimenté un divorcio que no estaba en mi agenda. En diferentes momentos me pregunté si esto era parte de plan de Dios para mi vida. En medio del sufrimiento, no podía creer que Dios me hubiera enviado esta experiencia tan dolorosa, ese no era el Dios que había conocido. Por tanto, mi entendimiento de la voluntad de Dios comenzó a cambiar y concluí que el divorcio fue el resultado de malas decisiones. Por un tiempo me sobrecogió la culpa, y entre en una depresión. Sin embargo, a pesar de que comencé a asumir responsabilidad sobre la situación, yo necesitaba que Dios hiciera algo más: yo necesitaba resucitar, porque estaba muerto en vida.
Un día, sentado con uno de mis mentores, entendí que mi realidad había cambiado: sería una persona divorciada por el resto de mi vida. Eso trajo más dolor, pero a la vez tuve la oportunidad de pedirle a Dios que convirtiera esta experiencia en algo bueno. Yo no sabía cómo un divorcio traería algo bueno, pero le di la oportunidad a Dios que transformara el caos en orden, la muerte en vida, la desesperanza en esperanza. Hoy, luego de cinco años, puedo decirles que Dios lo hizo. Dios uso el divorcio para mi bien. ¿Cómo? Les comparto cuatro formas en que lo hizo.
Primero, aprendí la diferencia entre momentos y procesos. Recuerdo el momento en que alguien me dijo que el duelo por un divorcio tardaba al menos tres años. ¿Tres años? No podía creer que ese dolor estaría ahí por tanto tiempo. ¿Saben qué? Literalmente fue así; por un período de tres años experimenté un profundo dolor, mientras Dios me sanaba. Fue en esos tres años que aprendí que hay asuntos en la vida que no pueden resolverse de forma instantánea; porque la única forma de resolverse es a través de procesos y no momentos. Aprendí a vivir el duelo como la herramienta que Dios pone en nuestro sistema para sanarnos. Tuve que aprender a vivir con dolor, y a esperar que Dios me sanara lentamente.
Segundo, aprendí a amarme y valorar mi humanidad. Por diferentes razones, en ocasiones hemos aprendido a amarnos en el éxito, pero no en nuestros fracasos y errores. Ese era mi caso, y con el divorcio mi autoestima se laceró, llevándome a la depresión. Sin embargo, Dios aprovechó para enseñarme cómo debía amarme: tal y como Él me mostró que me amaba, incondicionalmente. Mi familia, amistades e iglesia fueron el medio por el cual experimenté esa gracia de Dios. Luego del divorcio sigo aprendiendo a amarme incondicionalmente. Además, estoy claro que nada me puede separar del amor de Dios.
Tercero, aprendí a ser lento para juzgar y rápido para amar. Muy malamente se nos ha enseñado que ante los errores de la gente, tenemos que enseñarle que lo hicieron mal. Una de esas formas es abandonar a las personas cuando cometen un error, mostrándoles así un amor condicional. Ese amor condicional es anticristiano y lo que está detrás del mismo es un sentido de superioridad y un deseo control, en donde tenemos dificultad en aceptar a las personas tal y como son, queriendo cambiarles.
A través de mi divorcio, aprendí que no tengo que cambiar a nadie; eso le toca a Dios. Además, aprendí que si Dios me amó en mi debilidad, en mi fracaso y en mi error, ¿cómo no habría yo de amar a las personas de la misma forma en que soy amado por Dios? Aprendí que si lo que me sanó fue el amor incondicional de Dios por medio de personas que Dios puso en mi camino, yo puedo ser un instrumento de sanidad para otras personas por medio de mi amor incondicional.
Cuarto, aprendí que Cristo es real y sana. Luego de mi divorcio, mi fe aumentó. Ahora puedo hablar de esta experiencia sin dolor y sin vergüenza, sino con gratitud a Dios por su sanidad y como parte de mi testimonio de vida. He aceptado mi nueva realidad, he permitido que Dios la use para mi bien, y ahora testifico que “en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” Romanos 8:37. ¿Por qué lo hago? Porque la gracia de Dios sana. No hay nada más sanador que creer “ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor” Romanos 8:38.
Quisiera resumirte este mensaje con esta ilustración. Hoy día tenemos la ventaja de contar con un sistema llamado “GPS” que nos guía para llegar a nuestros destinos. Lo interesante de un GPS es que te marca una ruta, pero cuando te sales de esa ruta el sistema hace una nueva ruta en el lugar donde te encuentras, no importa que ese no haya sido el lugar que el GPS te mostró originalmente. Así funciona la voluntad de Dios: nuestra vida no está escrita en un libro, el futuro no está escrito, y los sufrimientos no tienen que ser el último capítulo de nuestra vida. Cristo tiene el poder de hacer las cosas nuevas, de hacer nuevos caminos donde parece que no los hay. Dios puede hacer que todo obre para nuestro bien, aun el sufrimiento. En nuestros momentos de caos y muerte Dios desea ponernos “una diadema en lugar de ceniza, perfume de gozo en lugar de tristeza, un manto de alegría en lugar de un espíritu angustiado” Isaías 61:3.