29 de julio de 2018
Marcos 11:11-26
Hoy comenzamos nuestra celebración del aniversario 84. ¡Felicidades iglesia! Cada aniversario es una oportunidad para agradecer a Dios por esta hermosa comunidad del Espíritu, y una oportunidad para repasar el rumbo que llevamos. ¿Hacia dónde vamos como iglesia? ¿Somos la iglesia que Dios desea que seamos? ¿Estamos transformando vidas, la iglesia y la comunidad? ¿Estamos construyendo una comunidad cristiana en donde personas cristianas y no cristianas están aprendiendo a conocer, amar y servir a Dios, convirtiéndose así en discípulos/as de Cristo?
Este año en particular, nos propusimos ser una comunidad viva. Nuestra meta es vivir como una gran familia que disfruta su conexión con Dios y da frutos de testificar, servir y dar al prójimo. La imagen del árbol que aparece en el arte anual, es símbolo de como la iglesia es algo vivo, que tiene raíces, crece y luego da fruto. Al pensar en el tema del año y en esta imagen, me pregunto: ¿Cuán profundas son nuestras raíces como iglesia? ¿Estamos creciendo? ¿Dando fruto? ¿O somos un árbol que aparenta dar fruto, pero lo único que tiene son hojas?
Estas preguntas son complejas, y nos confrontan duramente. Pero no son preguntas que he sacado de mi mente al azar, sino son preguntas que el mismo Jesús le hizo al pueblo judío, particularmente al liderato religioso, a lo largo de su ministerio. Jesús confrontó a las autoridades religiosas con la necesidad de que fueran una comunidad de fe viva, que amara a Dios con todo el corazón y que sirviera al prójimo como a sí mismos. En la historia que estudiaremos hoy, Jesús maldice el sistema religioso judío por aparentar dar frutos y vivir una espiritualidad superficial y hueca.
En los momentos finales de su ministerio, Jesús llega hasta Jerusalén; donde se encontraba el templo, símbolo del sistema religioso judío. Allí Jesús es juzgado y crucificado por las autoridades religiosas. Marcos nos dice que Jesús es recibido en lo que llamamos la entrada triunfal, y luego se va a dormir con sus discípulos para Betania, una ciudad muy cerca de Jerusalén. Marcos 11:12-14 nos dice que:
12 Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús tuvo hambre. 13 Al ver de lejos una higuera con hojas, fue a ver si hallaba en ella algún higo; pero al llegar no encontró en ella más que hojas, pues no era el tiempo de los higos. 14 Entonces Jesús le dijo a la higuera: «¡Que nadie vuelva a comer fruto de ti!» Y sus discípulos lo oyeron.
La Biblia del Peregrino nos dice que esa higuera era “frondosa”, es decir, tenía mucha vegetación. Sin embargo, Jesús no estaba buscando mucha vegetación en la higuera, sino fruto. Al no tenerlo, la maldijo. Es importante recordar que en la tradición bíblica ya se había comparado antes al pueblo de Dios con la higuera que no da frutos:
En un principio, encontré a Israel como a las uvas en el desierto; vi a sus antepasados como a los primeros frutos de la higuera. (Oseas 9:10)
¡Ay de mí! Estoy como el que, en su apetito, desea comerse los primeros frutos y se encuentra con que ya se han recogido los frutos del verano, con que ya se han rebuscado las últimas uvas de la vendimia. (Miqueas 7:1)
Voy a arrancarlos por completo. No quedarán uvas en la vid, ni higos en la higuera. Todas las hojas se caerán. ¡Voy a quitarles lo que les había dado!» —Palabra del Señor. (Jeremías 8:13)
Es muy probable que Jesús comparara nuevamente al pueblo judío con la higuera, y le advirtiera sobre la necesidad de dar fruto, y no solo aparentar. Los versos que le siguen nos confirman que en efecto Jesús maldice la higuera para enviar un mensaje al pueblo judío, y su liderato religioso:
Llegaron a Jerusalén. Y al entrar Jesús en el templo comenzó a echar de allí a los que vendían y compraban en su interior. Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, 16 y no permitía que nadie atravesara el templo llevando algún utensilio; 17 más bien, les enseñaba y les decía: «¿Acaso no está escrito: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones”?¡Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones!» (Marcos 11:15-17)
Luego de no encontrar fruto en la higuera, Marcos presenta a Jesús en el templo, símbolo del sistema religioso judío. Allí Jesús hace lo mismo que hizo con la higuera: fue a buscar fruto, pero lo que encontró fue mucha vegetación. El sistema religioso judío estaba corrompido, haciendo de la religión un asunto económico. Ante esta realidad, Jesús hace con el templo lo mismo que hizo con la higuera, lo maldice. Afirma que al igual que la higuera ahora estaría seca por no dar fruto, el templo también llegaría a su fin, por no dar fruto. El sistema religioso judío ahora sería reemplazado por un nuevo templo: Jesús mismo. Marcos 14:58 nos dice:
Yo derribaré este templo hecho por la mano del hombre, y en tres días levantaré otro sin la intervención humana.
Hoy sabemos que Jesús es el nuevo templo, y que ya no practicamos un sistema religioso como el de los judíos, sino que por medio de Jesús ahora vamos al Padre.
Estos dos eventos, el de la higuera y el del templo, tienen básicamente el mismo significado. En el primero, la higuera simboliza el pueblo de Dios que no ha dado fruto, y en el segundo, el templo simboliza el sistema religioso que tampoco ha dado fruto. En ambos, Jesús pasa juicio sobre el pueblo y su liderato religioso como una comunidad que era muy frondosa, pero sin fruto. Aparentaban, pero no eran.
¿Qué nos querrá decir Jesús a nosotros hoy con todo esto? Que tengamos cuidado de no caer en la superficialidad, en aparentar, en tener mucha vegetación, pero poco fruto. Que cada vez que practicamos el cristianismo como sistema hueco que no provoca que nos parezcamos más a Jesús, somos como la higuera y el templo. Que de la misma forma en que lo hizo hace dos mil años, Jesús está pasando juicio sobre nuestro crecimiento como iglesia, y está esperando fruto. ¿Qué clase de fruto está esperando? Marcos 11:20-25 nos dice que:
A la mañana siguiente, cuando pasaron cerca de la higuera, vieron que ésta se había secado de raíz. 21 Pedro se acordó y le dijo: «¡Mira, Maestro! ¡La higuera que maldijiste se ha secado!» 22 Jesús les dijo: «Tengan fe en Dios. 23 Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. 24 Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. 25 Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas.
Luego de pasar juicio sobre el pueblo y su sistema religioso, al encontrarse con la higuera seca, Jesús entonces le habla a sus discípulos, quiénes serían la nueva higuera, y el nuevo liderato de la iglesia que surgiría, y les invita a tres cosas: fe, oración y perdón.
Jesús está esperando una comunidad viva que crea en un Dios que tiene el poder para hacer lo imposible posible. Un pueblo que espera la intervención de Dios en el mundo, que tiene la certeza de que lo que ven nuestros ojos no es lo último que veremos. Jesús está esperando que la iglesia se reúna con fe para esperar grandes milagros, sanidades y transformaciones. Jesús está esperando que testifiquemos a nuestra comunidad que Dios es real y camina con nosotros.
Jesús está esperando que la iglesia mantenga una continua y profunda conexión con Dios por medio de la oración. Jesús está esperando que nuestra conexión con Dios nos permita conocer cuál es el sueño de Dios para con nuestras vidas y el mundo. Jesús está esperando que quién dirija la iglesia no sea una persona (laico o pastor), sino el Espíritu Santo que está en cada creyente dirigiéndole a testificar, servir y dar.
Jesús está esperando que la iglesia no cargue con los pecados por los cuales ya Dios nos liberó, y que perdone tantas veces como Él nos perdona a nosotros. Que ame a cada ser humano incondicionalmente, sin juzgarle, así como Dios nos ama incondicionalmente. Que el pueblo de Dios no se dedique a juzgar sino a ser un hospital para pecadores/as y una gran familia que nos apoya en medio de la transformación que hace en nosotros/as el Espíritu Santo. Que vivamos una fe real y auténtica, que reconoce que todos somos obras en proceso de construcción.
Mahatma Gandhi dijo en una ocasión:
Tengo gran respeto por el cristianismo. A menudo he leído el Sermón de la Montaña y he aprendido mucho de él. No sé de nadie que haya hecho más por la humanidad que Jesús. De hecho, no hay nada malo con el cristianismo, pero el problema es con ustedes cristianos que no comienzan a vivir por lo que ustedes mismos enseñan.
La religiosidad del primer siglo sigue siendo una tentación para la iglesia hoy. Seremos una comunidad viva en la medida en que demos frutos; no cuando aparentemos darlo. Seamos una comunidad viva que dé frutos.