Juan 4
Hoy comenzamos nuestra nueva serie de predicaciones, En Espíritu y en Verdad. Durante esta serie estaremos hablando de la importancia de la adoración en la vida de la iglesia, y cómo es que Dios espera que la iglesia le adore. El texto base de esta serie será Juan 4, el texto en el que Jesús afirma que Dios está buscando adoradores en espíritu y en verdad.
Juan 4 nos narra el momento en que Jesús se encuentra con una samaritana en un pozo de agua. Allí tienen una hermosa conversación en la que Jesús le afirma que el agua que realmente podía llenar su vida era el agua que Él daba; el agua que traía vida eterna. Aunque importante, hoy no vengo a hablarles de esta parte de la historia, sino de la que viene después:
19 La mujer le dijo: «Señor, me parece que tú eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén.» 21 Jesús le dijo: «Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre.22 Ustedes adoran lo que no saben; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores. 24 Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad.»
¿Qué pasó aquí? Les explico. Los samaritanos y judíos no se llevaban. Esta división viene luego de que los samaritanos (quienes eran judíos) a través del tiempo comenzaron a mezclarse con personas no judías, luego de que los asirios se establecieron en su tierra. Los judíos, quienes daban mucha importancia a la descendencia (ya que estaban en el exilio y era la única forma de mantener su raza pura), comenzaron a rechazar a los samaritanos porque cuestionaban su pureza judía; considerándolos como judíos de menor status. Además de esta mezcla genética, los samaritanos también mezclaron sus prácticas religiosas judías con otras prácticas no judías, creando así un sincretismo que tampoco era aceptado por los judíos. Esta división fue creciendo al nivel que los samaritanos, al ser rechazados por los judíos, establecieron su propio templo de adoración en Gerizim, mientras que los judíos lo establecieron en Jerusalén.
Teniendo este contexto presente, la mujer samaritana le cuestiona a Jesús por qué ellos solo adoraban en Jerusalén, si sus antepasados (ambos son judíos) adoraban en otros lugares:
Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén.»
Ante este cuestionamiento de dónde es que se debía adorar, Jesús le tiene una contestación:
Jesús le dijo: «Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre.
¿Qué quiso decir Jesús con esto? Tal y como hemos visto, existía una división entre judíos y samaritanos que nunca debió existir, porque los samaritanos eran judíos que adoraban al mismo Dios de los judíos. Con el paso del tiempo estas diferencias fueron haciéndose tan grandes como para hacerles creer a ambos grupos que no eran parte de una misma familia y que no podían adorar en un mismo lugar. Ante esta realidad, Jesús les contesta que la adoración que ahora Dios les iba a sería una caracterizada por la unidad, no la división.
Ante la idea de que había un lugar correcto para adorar, Jesús le contesta que ahora el nuevo templo no sería un lugar físico, sino una persona: Jesús mismo. Ante la encarnación de Dios en un hombre llamado Jesús, ahora lo importante no era dónde se rendía adoración, sino hacia quién. Los lugares, montes o santuarios tenían que pasar ahora a un segundo plano. Las diferencias que existían entre ellos no podían ser más importantes que Dios mismo revelado en Jesús.
Para Jesús, el centro de la adoración nunca debían ser las preferencias de cada grupo, sino a Quién le debían rendir adoración. Por eso dijo:
Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores.
Teniendo en perspectiva ese contexto de división, Jesús le dijo que adorar en espíritu y en verdad era entender que el Quién (Dios) era más importante que el dónde (sus preferencias), y que el nosotros (unidad) era más importante que el yo (individualismo). El centro de la adoración debía siempre ser el Padre que busca adoradores, y no los adoradores que buscan al Padre.
Yo me pregunto, ¿no lucharemos todavía con este mismo contexto? ¿No es la iglesia tentada todavía con poner las preferencias de cada persona o grupo por encima del Dios que busca nuestra adoración? ¿No creen que el “nosotros” lucha por sobrevivir en medio de una adoración que en ocasiones pone más énfasis en lo individual que lo congregacional? ¿No se ha convertido en ocasiones la adoración en un acto consumerista dirigido a complacer los gustos de las personas, más que en un acto de servicio y entrega a Dios? ¿Acaso no somos tentados a poner a los adoradores que buscan al Padre en el centro, en vez del Padre que busca adoradores?
En múltiples ocasiones escucho que las personas en todas las iglesias comentan acerca de lo que le gusta y no le gusta de la adoración congregacional. Y si bien es cierto que nuestras preferencias tienen cabida en esta experiencia de encuentro con Dios, las mismas nunca deben ser el centro de la experiencia. La adoración no se trata de nosotros, ni de lo que nos gusta, sino de Dios y de lo que Él espera de quiénes le adoran. La adoración es un acto de entrega, de servicio, de darle a Dios, no de un producto que compramos en una tienda. La adoración es siempre un acto comunitario y congregacional en donde lo importante es el “nosotros” más que el “yo”. Por eso es que Apocalipsis 4:9-11 nos habla de esa adoración que ocurrirá en el fin de los tiempos:
Cada vez que aquellos seres vivientes daban gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el trono y que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postraban delante de él y lo adoraban, y mientras ponían sus coronas delante del trono del que vive por los siglos de los siglos, decían:11 «Digno eres, Señor, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.»
Los veinticuatro ancianos representan la totalidad del cuerpo de Cristo, de la iglesia. Al final de todo la adoración a Dios no se caracterizará por la individualidad o las preferencias, sino por la unidad del pueblo que adora al Padre que ha estado buscando adoradores.
En el primer siglo, cuando la iglesia se reunía a adorar en el nombre del Señor, Hechos nos dice que partían el pan. Partir el pan era símbolo de tener una comida en donde todos pudieran participar. Es símbolo de una gran mesa en donde todos tenían un espacio. Pero ese era el ideal, no lo que siempre ocurría. En ocasiones la mesa y el partir el pan se convertía en un acto caracterizado más por el “yo”, que por el “nosotros”. Cuando Pablo le dice a los Corintios que estaban tomando la cena indignamente era por esto precisamente. 1 Corintios 11:17-22 dice:
Pero mi felicitación no se extiende a lo que sigue, porque ustedes no se congregan para buscar lo mejor, sino lo peor. 18 Pues en primer lugar oigo decir que, cuando se reúnen como iglesia, hay divisiones entre ustedes; y en parte lo creo. 19 Porque es preciso que haya disensiones entre ustedes, para que se vea claramente quiénes de ustedes son los que están aprobados. 20 Y es que, cuando ustedes se reúnen, en realidad ya no lo hacen para participar en la cena del Señor, 21 sino que cada uno se adelanta a comer su propia cena; y mientras que unos se quedan con hambre, otros se emborrachan. 22 ¿Acaso no tienen casas, donde pueden comer y beber? ¿O es que menosprecian a la iglesia de Dios, y quieren poner en vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué debo decirles? ¿Que los felicito? ¡No puedo felicitarlos por esto!
Adorar en espíritu y en verdad es adorar en comunidad y unidad, poniendo las preferencias y gustos en segundo plano para enfocarnos en el Padre que busca que lo adoren. En la iglesia no deben existir muchos cuerpos o grupos, sino uno solo: el de los adoradores. Efesios 2:14-16 afirma:
Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación 15 y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades.
Ser una comunidad viva es adorar en unidad. El centro de la adoración es el Padre que busca adoradores, y no los adoradores que buscan al Padre.