Predicación 18 de febrero de 2018
Lucas 11:1-13
Al comenzar la temporada de Cuaresma, he decidido predicar acerca de una de las disciplinas espirituales más importantes: la oración. Esto responde a que cuando el libro de Hechos nos habla de cómo vivían los primeros cristianos, se nos dice que ellos se reunían para la enseñanza, compartir sus posesiones, adorar y orar. Si queremos ser una comunidad viva, no hay duda de que una de nuestras prioridades como iglesia debe ser la oración.
Una de las preguntas más comunes que recibo como pastor acerca de la oración es la siguiente: ¿cómo debemos orar? He aprendido que esta pregunta es muy válida porque nadie ha llegado a dominar la disciplina de la oración como para decir que ya saber orar. Orar es algo que se aprende a lo largo de la vida. Siempre podemos aprender algo nuevo. Por eso es que Lucas incluyó en su evangelio que “En cierta ocasión, Jesús estaba orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.»” (11:1-2). El mismo evangelista reconoce que aun los mismos discípulos de Jesús necesitaban aprender a orar. Es por esto que debemos estar relajados y tranquilos a la hora de hablar de la oración. Todos somos aprendices.
Para empezar, es importante entender que la oración es simple. Orar es simplemente hablar con Dios como lo hacemos con un amigo. Una de las cosas que caracteriza nuestras conversaciones con nuestros amigos, nuestros verdaderos amigos, es que somos honestos, transparentes y sencillos a la hora de hablar. Con nuestros verdaderos amigos no hay necesidad de aparentar, simplemente nos presentamos tal y como somos. Por eso es que Jesús dijo lo siguiente acerca de la oración:
Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para que la gente los vea; de cierto les digo que con eso ya se han ganado su recompensa. 6 Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y con la puerta cerrada ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. 7 »Cuando ustedes oren, no sean repetitivos, como los paganos, que piensan que por hablar mucho serán escuchados. 8 No sean como ellos, porque su Padre ya sabe de lo que ustedes tienen necesidad, antes de que ustedes le pidan. (Mateo 6:5-8)
La oración no se trata de aparentar, sino de presentarnos ante Dios tal y como somos. No está mal inspirarnos para orar, y decirle palabras hermosas y bellas a Dios. La tradición cristiana está llena de oraciones escritas hermosas que nos acercan a Dios. Pero no somos llamados a imitar a otras personas a la hora de orar, sino a ser auténticos y genuinos. Eso incluye también que cuando oramos públicamente no somos llamados a impresionar a quienes nos escuchan. Una de las razones por las cuales los Salmos son tan apreciados por tantas personas, es que son oraciones que salen del corazón sin necesidad de aparentar. Primera lección acerca de la oración: Orar es hablar con Dios así como hablamos con un amigo, sin aparentar.
Al orar, es importante también entender la palabra orar viene del verbo latín orare, que significa rogar. Orar es la disciplina de pedir a Dios. Por medio de la oración presentamos a Dios nuestras necesidades, las necesidades de las personas que nos rodean y las necesidades de la creación, entre otras. Una buena pregunta sería: ¿qué cosas podemos pedirle a Dios? ¿Todo es igual de importante ante Dios? La realidad es que las cosas que son importantes para una persona, quizás no son tan importantes para otra. Por lo que no es saludable hacer juicios de si la oración de una persona es importante o no.
Por ejemplo, cuando voy a algún lugar donde necesito estacionar mi carro yo no suelo pedir que Dios me regale un estacionamiento cerca de la entrada del lugar. De hecho, pienso que la voluntad de Dios es que ejercite mi cuerpo caminando un poco, y que no me acostumbre a la vida cómoda. Pero para otras personas, debido a condiciones de salud, oran a Dios por un estacionamiento.
No importa cuál sea nuestro caso, lo importante es reconocer que no siempre sabemos por qué orar y necesitamos que Dios mismo guie nuestra oración. Romanos 8:26 dice:
De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
La oración no es un monólogo, en donde solo hablamos; sino un diálogo con Dios en el cual escuchamos a Dios de la misma forma en que Él nos escucha a nosotros. Cuando oramos necesitamos pedir, pero también escuchar para recibir de Dios su respuesta y dirección. De igual forma que al dialogar con un amigo vamos conociendo sus gustos y preferencias, al hablar con Dios vamos aprendiendo cuál es su voluntad para nuestras vidas, para otras personas y para la creación; por lo que nuestras oraciones se van transformando al ir entendiendo su voluntad. Segunda lección acerca de la oración: La oración es una invitación a pedirle a Dios, pero también a escucharle para conocer su voluntad.
Ahora bien, ¿por qué le pedimos a Dios? ¿Por qué orarle a Dios? Lucas es quién mejor nos puede contestar, pero le puedo adelantar la contestación de forma sencilla: porque Dios es bueno. Algunos comentaristas afirman que la parte más importante de la respuesta de Jesús a la petición de los discípulos de que les enseñara a orar, es la primera parte cuando dice: “Cuando ustedes oren, digan: “Padre…”.
La palabra Padre en este contexto es bien particular, porque viene de palabra aramea (hebrea) abba. Abba era la oración de un hijo a un padre buscando la seguridad que solo un padre podía darle en momentos de necesidad, tal y como Jesús lo hizo con el Padre cuando estaba en el Getsemaní a solos horas de ser entregado, castigado y crucificado: ««¡Abba, Padre! Para ti, todo es posible. ¡Aparta de mí esta copa! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»» Marcos 14:36. Abba era una oración que expresaba confianza en el padre.
Pablo afirma que toda persona que quiera acercarse al Padre lo puede hacer al igual que Jesús lo hizo, y por eso afirma:
Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Romanos 8:15
Por eso es que Lucas 11:5-13 dice:
5 También les dijo: «¿Quién de ustedes, que tenga un amigo, va a verlo a medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío ha venido a visitarme, y no tengo nada que ofrecerle”? 7 Aquél responderá desde adentro y le dirá: “No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mis niños están en la cama conmigo. No puedo levantarme para dártelos” 8 Yo les digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sí se levantará por su insistencia, y le dará todo lo que necesite. 9 Así que pidan, y se les dará. Busquen, y encontrarán. Llamen, y se les abrirá. 10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. 11 ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, en lugar del pescado le da una serpiente? 12 ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? 13 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!»
Para Lucas, oramos a Dios porque tenemos un Padre que se preocupa por sus hijos. Dios es bueno, nos escucha y responde a nuestras oraciones.
Pero hay algo importante que resaltar sobre esto. En el contexto en que Lucas escribe, uno patriarcal, las mujeres no tenían valor y las madres no eran reconocidas. De hecho, un comentarista afirma que a los hijos les daba miedo mencionar a sus madres en público. Este contexto influenció a Lucas y los demás evangelistas. Por eso la tradición cristiana ve a Dios como un padre.
Pero les pregunto, ¿acaso algunos de nosotros hemos carecido de un padre? ¿Ya fuera porque lo perdimos o porque no estuvo presente en nuestras vidas? ¿Acaso no fueron nuestras madres, tías o abuelas esas personas a quienes íbamos en momentos de necesidad? A muchos seres humanos se les hace más fácil ver a Dios como una madre, porque la madre fue esa figura de confianza que le brindó seguridad en momentos de necesidad. Por eso, cuando oramos a Dios, y decimos abba, nos estamos dirigiendo a un Dios que es ese buen padre o esa buena madre que ama a sus hijos e hijas. Y no es una blasfemia afirmar esto.
Oramos porque tenemos una relación de amor con Dios. San Agustín dijo: “La oración plena y verdadera no es otra cosa que amor”. Richard Foster dijo: “La verdadera oración no viene de apretar fuertemente los dientes, sino del estar enamorados”. Ese amor comienza en Dios, quién siempre está disponible para escucharnos, así como el padre del hijo pródigo que al hijo regresar a su casa exclamó:
Traigan la mejor ropa, y vístanlo. Pónganle también un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Vayan luego a buscar el becerro gordo, y mátenlo; y comamos y hagamos fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado. Lucas 15:22-24
Tercera lección acerca de la oración: Oramos porque Dios es bueno y ama a sus hijos/as.
Hoy quisiera hacerte una sola pregunta: ¿Quieres aprender a orar? La única forma de aprender a orar es orando. Te invito a sacar 10 minutos diarios para orar esta semana, según François Fénelon (1651-1715) nos invita a hacerlo:
Dile a Dios todo lo que pasa en tu corazón, como quien descarga con un amigo todas sus alegrías y tristezas. Dile tus problemas, para que Él te pueda consolar, cuéntale tus alegrías, para que Él pueda moderarlas, dile tus deseos, para que Él pueda purificarlos; exprésale tus antipatías, para que Él te ayude a superarlas; dile de tus tentaciones, para que Él te proteja de ellas, muéstrale las heridas de tu corazón, para que Él te las sane, exponle tu indiferencia hacia el bien, tu inclinación al mal, tu inestabilidad. Dile cómo el amor por ti mismo te hace ser injusto con los demás, de cómo la vanidad te tienta para no ser sincero, como el orgullo enmascara lo que en realidad eres para ti mismo y para los demás.
Si derramas de esta manera delante de Él, todas tus debilidades, necesidades y problemas, no tendrás falta de temas de conversación. Nunca podrás agotar cada tema, ya que siempre se renovarán. Las personas que no tienen secretos el uno al otro nunca se quedan sin tener de que hablar. Ellos no miden sus palabras, porque no hay nada que tenga que ser reservado para sí mismos, ni necesitan estar buscando cosas que decir. Hablan de la abundancia del corazón, sin detenerse a evaluar, dicen lo que piensan. Bienaventurados los que pueden lograr este grado de familiaridad y profundidad en su comunión con Dios.
Les invito a orar juntos:
Querido Jesús, cuán desesperadamente necesito aprender a orar. Y, aun cuando soy sincero, sé con frecuencia que no quiero orar. ¡Estoy distraído! ¡Soy terco! ¡Soy egoísta! En tu misericordia, Jesús, haz que mi “querer” esté más acorde con mi “hacer” de tal modo que pueda anhelar lo que necesito. En tu nombre y por ti oro. Amén. (Richard Foster)