Predicación 4 de marzo de 2018
Mateo 6:9-10
Hoy continuamos con nuestra serie Señor, enséñanos a orar. Les comparto las cuatro lecciones más importantes que hemos aprendido en las pasadas dos predicaciones:
- Orar es hablar con Dios así como hablamos con un amigo, sin aparentar.
- La oración es una invitación a pedirle a Dios, pero también a escucharle para conocer su voluntad.
- Oramos porque Dios es bueno y ama a sus hijos/as.
- Oramos reconociendo que una parte nos toca a nosotros y otra a Dios.
Hoy estudiaremos la oración que conocemos como el padrenuestro. ¿Por qué estudiarlo? Porque cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, Jesús les enseñó esta oración. El padrenuestro tiene dos versiones, la de Lucas y la de Mateo. Para la predicación de hoy utilizaremos la versión de Mateo que dice así:
5 Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. 7 Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. 8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. 9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Al estudiar el padrenuestro es importante identificar que el mismo puede dividirse en dos partes. Los primeros dos versos (9-10) afirman quién es Dios y cómo debe ser nuestra relación con Él: una de sometimiento a su nombre, su reino y su voluntad. Los últimos tres versos (11-13), por otro lado, afirman nuestra necesidad de Dios como cuerpo y comunidad de fe. Como podrán observar, los verbos de los versos 11 al 13 son en plural: danos, perdónanos, no nos metas, líbranos. Esta segunda parte será discutida más adelante, cuando afirmaremos que orar por otras personas es un acto de servicio al prójimo. Hoy nos enfocaremos en las primeras dos partes del padrenuestro: santificado sea tu nombre y venga tu reino. La semana próxima discutiremos hágase tu voluntad.
Una de las grandes tentaciones que tenemos los seres humanos es ponernos en el centro de todo. Eso lo podemos ver en las noticias cuando muchas personas se preocupan más por salir en primera plana que en brindar una verdadera ayuda a quiénes la necesitan. Esa fue una de las tentaciones que el mismo Jesús enfrentó, según Lucas 4:5-8:
Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto, y en un instante le mostró todos los reinos del mundo, 6 y le dijo: «Yo te daré poder sobre todos estos reinos y sobre sus riquezas, porque a mí han sido entregados, y yo puedo dárselos a quien yo quiera. 7 Si te arrodillas delante de mí, todos serán tuyos.» 8 Jesús le respondió: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”»
La respuesta de Jesús fue extraordinaria: el centro de todo es Dios, y es el único que se merece nuestra adoración y servicio.
Cuando oramos, también somos tentados a ponernos en el centro de todo. Aunque no existe una forma perfecta de orar, en ocasiones nuestras oraciones comienzan en el lugar equivocado: poniéndonos a nosotros mismos en el centro y no a Dios. A pesar de que podemos comenzar nuestras oraciones como una descarga ante Dios, presentándole todo lo que sentimos, hay que tener cuidado de que la oración gire alrededor de nosotros mismos y no de Dios. La oración no se trata de nosotros y nuestras necesidades, sino de Dios y de su cuidado para con sus hijos/as.
Jesús conocía de primera mano esta tentación y por eso dijo que al comenzar nuestras oraciones, luego de afirmar que era un buen padre que cuida de sus hijos/as, es importante santificar su nombre. Mencionar el nombre de una persona es afirmar su identidad, quién es esa persona. Cuando Jesús nos invita a santificar su nombre, es una invitación a reconocer la santidad de Dios. Santificar su nombre es entonces un acto de adoración porque afirma quién es Dios: el santo, todopoderoso, el Señor, el dueño de todas las cosas.
¿Qué es lo que ocurre automáticamente cuando reconocemos que Dios es el santo, todopoderoso, el Señor y dueño de todas las cosas? Que reconocemos que nosotros no somos Dios, ni estamos cerca de serlo, y que por el contrario somos los súbditos, siervos y esclavos al relacionarnos con Dios.
¿Qué impacto tiene en nuestras oraciones este acto de adoración? La adoración nos da perspectiva, porque nos ayuda a entender que todo se trata de Dios. De hecho, Jesús dijo: “santificado sea tu nombre, venta tu reino, hágase tu voluntad”. Al incluir la adoración en nuestras oraciones, nos vamos moviendo de estar en el centro de todo, a poner a Dios en el centro. Nuestro egoísmo, orgullo y deseos de control se van poniendo al lado, para dejarle a Dios su espacio de ser Dios. Esa adoración trae paz, porque nuestras necesidades están en las manos de Dios, quién es santo, todopoderoso, el Señor y dueño de todas las coas, y no las nuestras, que solo somos los súbditos, siervos y esclavos.
Les pregunto: ¿Está Dios en el centro de nuestras oraciones o nosotros mismos? Quinta lección de la oración: Oramos poniendo a Dios en el centro por medio de la adoración.
Lucas 11:20 nos dice lo siguiente: “Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a ustedes.” Cuando Juan el bautista preguntó si Jesús era el Mesías, Jesús mismo afirmó que su reinado no tenía que ver con poder y autoridad para gobernar, sino con que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres se les anuncian las buenas noticias” Lucas 7:22. Con Jesús llegó el reino de Dios, porque el reino de Dios es la manifestación de Dios que transforma y restaura integralmente al ser humano.
Ese reino, sin embargo no ha llegado en su máximo esplendor. Cuando Jesús regrese en su segunda venida, ese reino se hará perfecto. Sin embargo, mientras ese reino de Dios llega por completo, quienes seguimos a Jesús tenemos la tarea de ser instrumentos de esa manifestación de Dios que transforma y restaura integralmente al ser humano, así como lo hizo Jesús.
Por eso, cuando decimos venga tu reino, estamos reconociendo que quién está construyendo su reino en esta tierra es Dios. Nosotros solo podemos unirnos a este proyecto que comenzó cuando “De tal manera amó Dios al mundo que envió a su hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda sino que tenga vida eterna” Juan 3:16. Venga tu reino es la oración de toda persona que quiere ser parte del proyecto de Dios en este mundo. De ser instrumentos para transformar el mundo.
Ahora bien, venga tu reino es una invitación para que ese reino comience en nosotros. Que la transformación y sanidad que Dios quiere hacer la haga primero en nosotros. Por medio de la oración, invitamos a que el Espíritu Santo transforme nuestra vieja vida para llevarnos así a la nueva. Venga tu reino es una invitación a que el orden de Dios, el reinado de Dios dirija nuestras vidas y nos lleve a ser las manos y pies de Cristo en el mundo.
Eugene Peterson dijo en una ocasión: “La tarea no es lograr que Dios haga algo que necesita ser hecho, sino que estemos apercibidos de lo que Dios está haciendo de manera que podemos participar de eso”. ¿Cómo podemos participar de lo que Dios está haciendo? Orando para que la transformación de Dios comience en nosotros y nos use también para que su reino se haga una realidad. Si Dios trabaja con nosotros, no seremos mejores que otras personas, pero seremos mejores instrumentos suyos en el mundo. Por eso es importante que nuestras oraciones incluyan la confesión: reconocer que necesitamos ser transformados y que no siempre colaboramos con Dios en hacer realidad su reino.
Nuestra tradición metodista incluye una oración de confesión a la hora de participar del sacramento de la Santa Cena que dice así:
Dios de misericordia, confesamos que no hemos amado de todo corazón, no hemos hecho tu voluntad, hemos violado la ley, nos hemos rebelado contra tu amor, no hemos amado a nuestro prójimo y no hemos escuchado la voz del necesitado. Perdónanos te lo suplicamos y libéranos para que te sirvamos con gozo. Por Jesucristo nuestro Señor. ¡Amén!
Sexta lección sobre la oración: oramos para unirnos a Dios en su deseo de transformar el mundo, comenzando por nuestra propia transformación.
En la Biblia hay una historia que ejemplifica muy bien estos dos elementos que deben estar presentes en nuestras oraciones: adoración y disponibilidad para hacer realidad su reino. Isaías 6:1-8 nos dice:
En el año que murió el rey Uzías, yo vi al Señor sentado sobre un trono alto y sublime. El borde de su manto cubría el templo. 2 Dos serafines permanecían por encima de él, y cada uno de ellos tenía seis alas; con dos se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. 3 Uno de ellos clamaba al otro y le decía: «¡Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!» 4 La voz del que clamaba hizo que el umbral de las pue rtas se estremeciera, y el templo se llenó de humo. 5 Entonces dije yo: «¡Ay de mí! ¡Soy hombre muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también impuros!» 6 Entonces uno de los serafines voló hacia mí. En su mano llevaba un carbón encendido, que había tomado del altar con unas tenazas. 7 Con ese carbón tocó mi boca, y dijo: «Con este carbón he tocado tus labios, para remover tu culpa y perdonar tu pecado.» 8 Después oí la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?» Y yo respondí: «Aquí estoy yo. Envíame a mí.»
Hoy te invito a incluir dos frases en tus oraciones: Santo, santo, santo…y Heme aquí…