Mateo 7:24-29
Hace algunas semanas atrás estuvimos hablando del sufrimiento, e intentamos explicar el mismo desde la perspectiva cristiana. Ahora bien, existe una pregunta que no contestamos, y que está sobre la mesa: ¿Cómo nos mantenemos firmes y fieles a Dios en medio del sufrimiento y las tormentas de la vida? A lo largo de mi vida cristiana, he visto muchas cosas. Por un lado, he visto personas que tuvieron un encuentro extraordinario con Dios y se han mantenido firmes y fieles a Dios a lo largo de su vida. Por otro lado, he visto personas que han abandonado su fe. Personas que se desilusionaron de Dios, la iglesia y sus líderes; personas que no pudieron manejar sus crisis de manera que las mismas obraran para bien; personas que pusieron su mirada más en las personas que en Cristo mismo; personas que no pudieron manejar saludablemente el conflicto en la iglesia (el cual es natural); personas que dejaron de “sentir” la presencia de Dios; personas que permitieron que “simplezas” se convirtieran en obstáculos para continuar con su jornada cristiana.
Al dialogar con algunos líderes de la iglesia esta semana sobre este tema, la palabra que continuamente salió a relucir fue la siguiente: inmadurez. Una persona inmadura es aquella que es inestable en su jornada cristiana. Por otro lado, una persona madura es aquella que muestra estabilidad. Por tanto, otra forma de plantear la pregunta que hiciera al comienzo de cómo mantenernos firmes y fieles a Dios en las tormentas, sería: ¿Cómo alcanzamos madurez como cristianos/as? Mi meta en esta mañana será afirmar las palabras de Jesús de que la estabilidad o madurez llega en la medida en que construimos nuestra vida cristiana sobre buenos fundamentos (cimientos, base). Luego, a lo largo de toda esta serie de predicaciones aprenderemos cuáles son estos buenos fundamentos, y cómo practicarlos; de manera que las tormentas de la vida no nos hagan abandonar nuestra fe.
Al hablar de madurez y fundamentos, es importante establecer que hay una relación directa entre ellos, no solo en la jornada espiritual, sino en otras dimensiones de la vida. Por ejemplo, cuando hablamos de madurez física, hablamos de cómo un ser humano va aprendiendo una serie de fundamentos que le ayudaran a su desarrollo pleno y saludable. Un bebé primero aprende a sentarse, luego a gatear, y por último a caminar. Aunque existen excepciones, se necesita que el bebé aprenda bien a gatear para luego caminar. En el caso de la madurez psicológica, o la capacidad para asumir responsabilidad por nuestra vida (que usualmente llega en la adultez joven), se requiere de unos buenos fundamentos durante la niñez y la adolescencia que nos permiten entender cómo funciona la vida para poder enfrentarla.
En la jornada espiritual, la madurez también llega por medio de buenos fundamentos. Jesús dijo esto cuando terminó lo que conocemos como el Sermón del Monte. Al final de este sermón, Jesús nos explicó que si poníamos en práctica las enseñanzas que acaba de comunicar, seríamos como “un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Cayó la lluvia, vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y azotaron aquella casa, pero ésta no se vino abajo, porque estaba fundada sobre la roca.” Cuando miramos todas estas enseñanzas presentadas en los capítulos 5 al 7, encontramos que las mismas son los fundamentos del Reino de Dios. Jesús habló sobre la ley, el adulterio, el divorcio, el jurar, la venganza, las buenas obras, la oración, el ayuno, el dinero, los ojos, el confiar en Dios, el juzgar, y la importancia de dar fruto, entre otras cosas. (En las próximas semanas hablaremos de algunos de estos temas)
Tal y como mencioné, al final de estas enseñanzas fundamentales, Jesús dice que la persona prudente o madura es quién pone en práctica estos fundamentos. No dice que es la persona que los conoce o entiende, sino quién los practica. Esto es importante, porque el contexto en el cual Jesús habla es uno en donde la mayoría de los líderes religiosos de la época eran corruptos. Estos líderes religiosos conocían estos fundamentos, pero no los practicaban. Por lo tanto, Jesús les explicó que en esta nueva jornada de seguirle a Él lo importante no era la teoría, sino la práctica. Aquella persona que pusiera en práctica los fundamentos, sería como una casa sobre la roca que las tormentas no derrumbarían.
Al estudiar las palabras de Jesús, entendemos entonces que la inmadurez no es otra cosa que una jornada espiritual superficial; una que aparenta ser estable, pero no lo es porque carece de la práctica de buenos fundamentos. Por otro lado, la madurez es entonces una jornada espiritual profunda; una que no aparenta ser estable, sino que en efecto lo es porque incluye la práctica de buenos fundamentos. Para Jesús, la madurez llega cuando el Evangelio no es una jornada ideológica, sino una práctica; en donde se vive lo básico, elemental, y fundamental de sus enseñanzas. Por eso Jesús dice en el verso 21 de ese mismo capítulo: “No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
Una de las razones principales por la cual nuestra iglesia tiene rótulos que presentan nuestra misión, visión, valores y jornada, es que los mismos nos recuerdan cuáles son los fundamentos de nuestra iglesia y la vida cristiana. Los mismos están allí porque no subestimamos la capacidad que tenemos de olvidar lo fundamental de lo que somos: cristianos/as. En un mundo global, en donde estamos expuestos a tantas creencias que nos pueden confundir, el recordar y practicar los fundamentos de nuestra fe es como construir una casa sobre la roca. Si tenemos claro nuestros fundamentos, aumentaremos las probabilidades de ponerlos en práctica; y por consiguiente, de ir en dirección hacia la madurez.
Ahora bien, ¿cuáles son esos fundamentos que debemos practicar? Los fundamentos de la vida cristiana aparecen en nuestra misión como iglesia: “Construir una comunidad cristiana en donde personas cristianas y no cristianas puedan conocer, amar y servir a Dios, para convertirse así en discípulos/as de Cristo”. Nuestra jornada también los incluye cuando dice que somos llamados a “amar a Dios con nuestra mente, corazón y manos.” Como ven, hemos clasificado los fundamentos en tres categorías: amar a Dios con la mente (tener un entendimiento sólido de la Biblia y de lo que creemos), amar a Dios con el corazón (cultivar una relación personal con Jesucristo por medio de las disciplinas espirituales), y amar a Dios con nuestras manos (dar de nuestro tiempo, talentos y dinero para servir a los demás y construir un mundo mejor).
¿Por qué escogimos estas tres categorías de fundamentos? Les contesto con más preguntas. ¿Cómo podemos amar a Dios solo con la mente, entendiendo todo pero si experimentar la transformación que viene por medio del Espíritu Santo por medio de las disciplinas espirituales? ¿Cómo podemos amar a Dios solo con el corazón, sintiendo la presencia de Dios pero sin una vida de servicio a los demás? ¿Cómo podemos amar a Dios solo con las manos, predicando y sirviendo a los demás sin haber tenido un encuentro personal con Jesús?
Hemos escogido estas tres categorías de fundamentos porque la mayoría de las personas que abandonan la jornada cristiana es porque no practicaron balanceadamente estos fundamentos. Es decir, la inmadurez o inestabilidad vino como consecuencia de haber privilegiado una de estas dimensiones más que la otra, olvidando así poner en práctica las tres. Algunas privilegiaron la mente, y olvidaron sentir a Cristo y servir a los demás. Algunas privilegiaron el corazón, olvidando así entender mejor el Evangelio, y perdiéndose de la experiencia de que sus vidas tuvieran trascendencia por medio del servicio. Algunas privilegiaron el servicio, olvidando así por qué servían y a quién lo hacían.
Durante las próximas tres semanas hablaremos de cómo podemos desarrollar una espiritualidad balanceada y profunda que ponga en práctica estas tres categorías de fundamentos. Por cada una de estas tres dimensiones daremos ejemplos concretos de como amar a Dios con la mente, el corazón y las manos. Lo importante para el día de hoy es entender que la madurez es sinónimo de una jornada espiritual profunda; una que no aparenta ser estable, sino que en efecto lo es porque incluye la práctica de buenos fundamentos.