Mateo 5:1-12, 21-26
La pasada semana comenzamos con nuestra serie Fundamentos: el camino hacia la madurez, e intentamos contestar una pregunta: ¿Cómo nos mantenemos firmes y fieles a Dios en medio del sufrimiento y las tormentas de la vida? Dicho de otra forma, nos preguntamos lo siguiente: ¿Cómo alcanzamos madurez como cristianos/as? Al estudiar el Sermón del Monte pudimos entender que la madurez es sinónimo de una jornada espiritual profunda; una que no aparenta ser estable, sino que en efecto lo es porque incluye la práctica de buenos fundamentos. Para Jesús, la madurez llega cuando el Evangelio no es una jornada ideológica, sino una práctica; en donde se vive lo básico, elemental, y fundamental de sus enseñanzas.
¿Cuáles son esos fundamentos que debemos poner en práctica? Establecimos que existen tres: conocer a Dios con la mente (tener un entendimiento sólido de la Biblia y de lo que creemos), amar a Dios con el corazón (cultivar una relación personal con Jesucristo por medio de las disciplinas espirituales), y servir a Dios con nuestras manos (dar de nuestro tiempo, talentos y dinero para servir a los demás y construir un mundo mejor). Hoy hablaremos de lo que significa conocer a Dios con la mente.
Cuando hablamos de conocer a Dios con la mente, esta es la experiencia de cultivar una espiritualidad cristiana que incluya una continua transformación de nuestra forma de pensar. ¿Por qué es importante una continua transformación de nuestra mente? Según la pedagogía, el aprendizaje humano se define como el cambio relativamente invariable de la conducta de una persona a partir del resultado del estudio, la enseñanza o la experiencia. En otras palabras, el estudio y la enseñanza son necesarios para el cambio de conducta de una persona. Cuando la forma de pensar de una persona cambia, la conducta también cambia.
En el contexto cristiano esto también es una realidad. Efesios 4:22-24 dice: “En cuanto a su pasada manera de vivir, despójense de su vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; 23 renuévense en el espíritu de su mente, 24 y revístanse de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad.” La madurez se da en la medida en que entendemos cuál es la forma en que debemos vivir como discípulos/as de Cristo. Cuando nuestro pensamiento e ideas se transforman por medio del Espíritu Santo, y vamos entendiendo lo que implica la nueva vida en Cristo, podremos entonces mostrar una conducta que vaya a la par con esta nueva vida.
Hace unos días hablaba con un compañero pastor que antes de ser pastor metodista participaba de otra iglesia que no era metodista. Me dijo que tuvo que salir de esa iglesia porque había demasiado énfasis en la alabanza y la música, pero cuando llegaba el sermón, la congregación no prestaba atención. El estudio de la Biblia no era valorado. Incluso, me dijo que un día algunas personas que acababan de participar de un culto se pelearon a los puños. A pesar de que la vida cristiana es un proceso en donde aprendemos poco a poco a vivir como Jesús, si no incluimos nuestra mente en ese proceso de aprendizaje, no habrá un cambio de conducta.
Si queremos un cambio de conducta, hay que estudiar la Biblia. Pero la Biblia hay que estudiarla de forma saludable. Hay tres herramientas que quiero compartir con ustedes que nos ayudarán a tener un entendimiento sólido y saludable de la Biblia. En primer lugar, la Biblia tiene una dimensión divina y una humana. Es la Palabra de Dios en las palabras de la gente. Fue escrita por aproximadamente 40 personas en un período de 1500 años. Hay tradiciones cristianas que creen en la inerrancia de la Biblia: que no contiene errores. El creer en la inerrancia es un error. A pesar de que creemos que el Espíritu de Dios nos transforma por medio de ella, la Biblia no fue diseñada para narrar perfectamente eventos históricos o explicar procesos científicos. La Biblia se equivoca en algunas fechas y en asuntos científicos que hoy ya entendemos mejor. El Salmo 104 dice “Tú afirmaste la tierra sobre sus cimientos, y de allí nada los moverá.” Este fue el argumento para sostener erróneamente que la tierra era plana, hasta que descubrimos lo contrario.
En segundo lugar, la Biblia es hija de su tiempo y hay que entender el contexto en que se escribió. A pesar de que la Biblia tiene principios y enseñanzas eternas, la misma fue escrita por seres humanos en un momento histórico particular. Si queremos entender bien la Biblia, necesitamos estudiar quiénes fueron sus autores, cuando se escribió y las circunstancias sociales de esa época. También necesitamos intentar entender a quién fue dirigida esa parte de la Biblia, y lo que pudo haber significado ese texto bíblico para esa audiencia. Para eso usamos comentarios bíblicos, diccionarios y diferentes traducciones y versiones de la Biblia.
Estudiar este contexto bíblico se le conoce como exégesis. Sin una buena exégesis caemos en la trampa del literalismo: creer todo lo que aparece en la Biblia de forma literal, sin ningún tipo de análisis. Un ejemplo clásico de literalismo lo es Efesios 6:5 “Ustedes, los siervos, obedezcan a sus amos terrenales con temor y temblor, y con sencillez de corazón, como obedecen a Cristo.” Este es el verso bíblico que por 2,000 años se ha utilizado para validar la esclavitud. Asimismo, la guerra, la superioridad del hombre sobre la mujer y el racismo pueden validarse por medio de versos bíblicos que se creen de forma literal.
En tercer lugar, en la Biblia hay partes con mayor importancia. Hay textos bíblicos que son vitales y esenciales en la vida cristiana, y hay textos que en ocasiones tenemos que darle menos importancia. El profesor Ediberto López le llama a estos textos que hay que darle menos importancia “textos de terror”; pasajes bíblicos que van en contra del mensaje central de la Biblia y de las enseñanzas de Jesús. Es por esto que necesitamos poner un orden de importancia para leer la Biblia: Las palabras de Jesús en los evangelios son la parte más importante, luego siguen las cartas de Pablo y el Nuevo Testamento, y por último el Antiguo Testamento. Todo lo que aparezca en la Biblia que vaya en contra de lo que Jesús enseñó, debemos darle menos importancia. Cada vez que leemos algo en la Biblia, debemos preguntarnos: ¿Qué dijo Jesús acerca de esto? Jesús es el criterio con el cual leemos la Biblia; por eso es que nos ponemos de pie cuando leemos los evangelios.
¿Por qué les pedí que leyeran Mateo 5? Mateo 5 fue el momento en que Jesús comienza a enseñarles el verdadero significado del reino de los cielos; algo muy diferente al reinado político de aquella época. El reinado político privilegiaba a los ricos, poderosos y hombres; mientras que Jesús dijo que su reino era de los pobres, oprimidos, excluidos, mansos, misericordiosos, pacificadores, perseguidos, entre otros. Su reino era uno de amor, paz y justicia; muy contrario al reinado de poder, riquezas y fama. Luego, Jesús les dice: “Ustedes han oído que se dijo a los antiguos…Pero yo les digo que…”. Jesús invitó a sus seguidores/as a una nueva forma de pensar y actuar. Jesús les invitó a una renovación de su mente, tal y como dice Efesios 4:23. Esta invitación todavía continúa en pie, y Jesús continúa retándonos a entender lo que verdaderamente es su reinado en nuestra vida y en el mundo; de manera que podamos cambiar nuestra forma de actuar.
Si nuestra jornada cristiana no incluye el conocer a Dios con la mente (tener un entendimiento sólido de la Biblia y de lo que creemos) seremos cristianos/as con muchas emociones, pero pocas convicciones. No tendremos un fundamento en donde anclar nuestra vida cristiana. Por otro lado, al conocer a Dios con la mente “ya no seremos niños fluctuantes, arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina” Efesios 4:14. ¿Queremos mantenemos firmes y fieles a Dios en medio del sufrimiento y las tormentas de la vida? ¿Queremos alcanzar la madurez? ¿Queremos una jornada espiritual profunda? Hay que cultivar una espiritualidad cristiana que incluya una continua transformación de nuestra forma de pensar.