Hebreos 10:1-18
¿Cuántos quisiéramos cambiar algo de nuestra vida? ¿Alguna conducta o hábito que no nos hace bien? La realidad es que todos/as tenemos áreas de nuestra vida que nos gustaría cambiar. Las preguntas que en muchas ocasiones vienen a nuestra mente son: ¿Cómo logro cambiar? ¿Cómo puedo dejar atrás esta conducta? Hoy, al continuar nuestra serie de predicaciones VALE LA PENA, hablaremos de cómo los seres humanos podemos cambiar conductas y hábitos que no nos hacen bien. Utilizando el texto de Hebreos 10, veremos que Cristo tiene el poder de transformarnos, y que esta transformación es posible mediante lo que llamamos disciplinas espirituales. Hoy veremos que la transformación viene con la relación, por lo que vale la pena buscar a Dios.
Hebreos, más que una carta, es muy probablemente un sermón, porque no cuenta con las partes tradicionales de una carta. En esta predicación, el autor, quién es muy probablemente un discípulo de Pablo, le escribe a la comunidad cristiana en general que estaba siendo perseguida. Ante este escenario de persecución, muchos/as cristianos/as estaban siendo tentados a regresar a sus antiguas tradiciones judías, ignorando el sacrificio realizado por Jesús. Ante este contexto, el principal propósito del autor de Hebreos es afirmar la centralidad de Jesucristo, y que ya no era necesario la ley y el sacrificio. El tema principal de Hebreos es Jesucristo como el mediador de una nueva relación entre el ser humano y Dios, en donde el perdón de los pecados y la transformación del ser humano ya no viene como consecuencia de los sacrificios, sino por medio de la fe en Jesucristo.
En la tradición judía, el sacrificio era una forma de expresar arrepentimiento por el pecado cometido. Una vez al año, en el Día de la Expiación, los sacerdotes entraban al lugar santísimo del templo, donde estaba el arca, y sacrificaban un cabro como señal de arrepentimiento. Hebreos afirma que Jesús, a través de su muerte en la cruz, se convierte en el sacerdote que va delante de Jehová para rendir sacrificio por los pecados de la humanidad. Pero el sacrificio que Jesús hace como sacerdote para perdón de nuestros pecados no es un cabro, sino a sí mismo. Con su sacrificio en la cruz, Jesús es tanto el sacerdote que ofrece el sacrificio, como el sacrifico mismo para el perdón de pecados.
En la cruz, Jesús culmina la vieja alianza (pacto) en donde había que ofrecer animales en el templo para perdón de pecados. Jesús comienza un nuevo pacto en donde cada vez que el ser humano peca y necesita ir en arrepentimiento al Padre para perdón de pecados, ya no tiene que ofrecer un cabro, sino que va al Padre bajo los méritos del sacrificio de Jesús en la cruz. Cada vez que pecamos y nos arrepentimos, Jesús está al lado del Padre abogando por nuestro perdón porque ya Él ofreció el sacrificio para perdón de pecados. Jesús le recuerda al Padre que ya él pago el precio por nuestro perdón de una vez y por todas.
Hebreos 9 resume de forma magistral lo que acabo de explicar: “Pero ya vino Cristo, el sumo sacerdote…Cristo entró una sola vez y para siempre al Lugar Santísimo. No ofreció la sangre de chivos ni becerros, sino su propia sangre, y de esa forma nos liberó para siempre del pecado…Se ofreció a Dios como un sacrificio perfecto…Cristo se ofreció a sí mismo, pero no muchas veces como lo hace el sumo sacerdote aquí en la tierra. El sumo sacerdote entra al Lugar Santísimo una vez al año para ofrecer sangre ajena. 26 Si fuera así con Cristo, habría tenido que sacrificarse muchas veces desde que se creó el mundo, pero él vino en estos últimos tiempos y se ofreció de una vez por todas, sacrificándose a sí mismo para acabar así con el pecado.”
En resumen, Hebreos afirma de una y otra forma que luego del sacrificio de Jesús ya no es necesario ningún otro tipo de sacrificio, porque nuestros pecados ahora son perdonados por la fe en Jesucristo. Ahora bien, Hebreos 10:1-18 habla sobre otra implicación que tiene el sacrificio de Jesús: que la transformación (santificación) del ser humano no viene por medio de leyes y sacrificios, sino por medio del sacrificio de Jesucristo. El verso 1 dice: “La ley es apenas el contorno de los bienes venideros, y no su imagen real. Por eso jamás podrá hacer perfectos a los que cada año se acercan a Dios para ofrecer los mismos sacrificios”, y los versos 10 y 14 dicen: “Por esa voluntad somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez y para siempre”, y “Él, por medio de una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados.”
En otras palabras, el ser humano no puede transformarse o santificarse a sí mismo, sino a través de Jesucristo. El sacrificio de Jesús evidenció que todo el sistema religioso judío, basado en sacrificios, fue incapaz de transformar al ser humano porque dependía del esfuerzo humano. Sin embargo, luego del sacrificio de Jesucristo, ya no vamos delante de Dios para ofrecer sacrificios que dependen de nuestro esfuerzo, sino para reconocer que necesitamos que el sacrificio de Jesús nos perdone y transforme. Por lo que la transformación o santificación del ser humano no viene por nuestros méritos, sino por los de Cristo. La transformación o santificación del ser humano ya no viene por medio de sacrificios sino de la gracia de Dios derramada en el sacrificio de Cristo. No somos transformados/as por nuestro esfuerzo, sino porque el sacrificio de Cristo no solo tuvo vigencia hace dos mil años, sino que sigue siendo la única y necesaria ofrenda delante de Dios que verdaderamente puede transformarnos.
Si no somos transformados/as por medio de sacrificios, ¿cómo nos acercamos a Dios para ser transformados/as? Por medio de las disciplinas espirituales. Las disciplinas no son sacrificios que dependen del esfuerzo humano, sino medios que nos ponen ante Dios para que nos transforme. Al contrario de los sacrificios, las disciplinas espirituales no son un fin en sí mismas, sino medios para experimentar la gracia de Dios que transforma; o como diría Juan Wesley, la gracia santificadora. Algunas de estas disciplinas son: oración, lectura de la Biblia, ayunar, congregarnos, adorar, diezmar, confesar, servir, meditar, recibir dirección espiritual, descansar, tomar la Santa Cena, entre otras.
Las disciplinas espirituales son necesarias en nuestra vida cristiana, pues son el único camino hacia la santificación. Nosotros/as mismos no vamos a poder con el pecado, sino que necesitamos de la gracia santificadora de Dios. Richard Foster dijo “En aquel momento en que pensemos que podemos tener buen éxito y lograr la victoria sobre nuestro pecado sólo mediante la fuerza de nuestra voluntad, en ese momento estamos adorando la voluntad”. Les comparto una ilustración en relación al pecado y las disciplinas espirituales.
Esta semana estuve arreglando el patio de la casa, y me topé con muchas enredaderas. Yo sabía que hacía falta cortar la grama, pero no fue hasta que corté la grama que me di cuenta que las enredaderas habían cubierto gran parte de la verja, que habían crecido más rápido de lo que creí y que sus raíces eran profundas. Recordé que la clave es un mantenimiento continuo, para no permitir a las enredaderas crecer. El pecado es muy parecido a las enredaderas: puede dominarnos, crecer más rápido de lo que creemos, y sus raíces pueden ser profundas. La clave, al igual que con el patio, es un mantenimiento continuo de nuestro pecado por medio de las disciplinas espirituales. Las disciplinas espirituales son las que permiten al Espíritu Santo transformarnos poco a poco, liberándonos así del pecado que en ocasiones tiene raíces profundas.
¿Cuál es el resultado de las disciplinas espirituales en nuestra vida? Les doy tres ejemplos. Cuando oramos, recibimos paz: “No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, 7 Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” Filipenses 4:6-7. Cuando estudiamos la Biblia: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” Hebreos 4:12. Cuando nos congregamos: “Dos son mejor que uno, porque sacan más provecho de sus afanes. Si uno de ellos se tropieza, el otro lo levanta” Eclesiastés 4.
Practicar las disciplinas espirituales vale la pena, porque nos transforman. Son ese espacio en donde Dios nos poda para que demos fruto: “Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer” Juan 15. ¿Cómo tu vida ha dado fruto al practicar las disciplinas espirituales?
El reto de las disciplinas espirituales es tener un plan: hay que separar tiempo y espacio para la transformación. Richard Foster nos dice: «Las disciplinas espirituales no son difíciles. No necesitamos estar bien avanzados en teología para practicar estas disciplinas. Los recién convertidos, y aun las personas que no han entregado su vida a Cristo, deberían practicarlas. El requisito principal es tener anhelo de Dios.”
¿Hay algo en tu vida que quisieras cambiar? ¿Alguna conducta o hábito que sabes que no te hace bien? Solo/a no lo lograrás, necesitas de la ayuda de Dios. Hoy te invito a una relación con Jesucristo por medio de las disciplinas espirituales. La transformación viene con la relación.