Predicación 4 de febrero de 2018
1 Corintios 9:16-23
Como iglesia nos hemos propuesto este año ser una gran familia que disfruta su conexión con Dios y da frutos de testificar, servir y dar al prójimo. Queremos vivir ese compañerismo que caracterizó a la iglesia del primer siglo, según Hechos 2:44: “y todos los que habían creído se mantenían unidos y lo compartían todo”. Ahora bien, ser una gran familia no quiere decir que nos cerramos a compartir con otras personas que no son parte de nuestra familia de la fe.
Hay investigaciones que demuestran que en ocasiones los grupos llegan a tener un nivel de intimidad tan alto que comienzan a tener un lenguaje y conducta extraño para otras personas; dificultando así la entrada de nuevas personas al grupo. Esto es parecido a quienes juegan dominó, que por tanto tiempo de jugar como pareja, ya se pueden hablar con las miradas. Igual ocurre con las parejas o amistades, que llegan a tener un lenguaje interno, que solo ellos pueden descifrar.
En el caso del cuerpo de Cristo, el compañerismo debe llevarnos a un nivel de intimidad alto, pero nunca a desarrollar una conducta o lenguaje que nos aleje de la gente, o que nos convierta en un grupo cerrado. Nuestra intimidad siempre debe ser inclusiva, no exclusiva. Nos unimos como una gran familia, pero no para hacerle difícil a otras personas incorporarse a la iglesia. Todo lo contrario, nuestra intimidad nos debe fortalecer para cumplir mejor nuestra misión de ser una comunidad cristiana en donde personas cristianas y no cristianas puedan conocer, amar y servir a Dios, para convertirse así en discípulos de Cristo.
En 1 Corintios 9:16-23 Pablo enseña precisamente acerca de esto. Pablo afirma que la misión de la iglesia es testificar acerca de Cristo a quienes todavía no le siguen, y que para lograr esta misión, debemos hacernos amigos de quienes no siguen a Cristo; no para imitar su pecado, sino para invitarles a que imiten a Cristo. Veamos el texto:
Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el evangelio! 17 Así que, si lo hago de buena voluntad, recibiré mi recompensa; pero si lo hago de mala voluntad, no hago más que cumplir con la misión que me ha sido encomendada. 18 ¿Cuál es, pues, mi recompensa? La de predicar el evangelio de Cristo de manera gratuita, para no abusar de mi derecho en el evangelio. 19 Porque, aunque soy libre y no dependo de nadie, me he hecho esclavo de todos para ganar al mayor número posible. 20 Entre los judíos me comporto como judío, para ganar a los judíos; y, aunque no estoy sujeto a la ley, entre los que están sujetos a la ley me comporto como si estuviera sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley. 21 Entre los que no tienen ley, me comporto como si no tuviera ley, para ganar a los que no tienen ley (aun cuando no estoy libre de la ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo). 22 Entre los débiles me comporto como débil, para ganar a los débiles; me comporto como todos ante todos, para que de todos pueda yo salvar a algunos. 23 Y esto lo hago por causa del evangelio, para ser copartícipe de él.
¿Qué nos enseña Pablo? En primer lugar, que nuestra misión como discípulos de Cristo es testificar acerca de Jesús (v.16). En segundo lugar, que esa misión se debe hacer con buena voluntad, alegría y orgullo (v.17). En tercer lugar, que esa misión se logra cuando nos hacemos “esclavos de todos para ganar al mayor número posible” y cuando nos “comportamos como todos ante todos, para que de todos podamos salvar a algunos”. ¿Qué significa ser esclavos de todos y comportarnos como todos ante todos?
Pablo no está queriendo decir que debemos actuar e imitar las conductas pecaminosas que otras personas asumen. Sino que nuestra actitud ante quienes no siguen a Cristo no es una de exclusión y rechazo, sino de aceptación y amistad. Hacernos esclavos de otros es la actitud de servicio que debemos asumir ante las necesidades de otras personas, y más aun cuando no siguen a Cristo y se sienten desesperanzados, confundidos y vacíos.
Comportarnos como todos es ponernos en el lugar de quienes no siguen a Cristo, recordar que un día estuvimos en su posición. Es reconocer que somos igual de humanos e imperfectos que ellos, y dejar así a un lado el sentido de superioridad. Es ser instrumentos para que conozcan a Cristo, recordando Romanos 15:7: “Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios.”
Pablo nos enseña que la misión de la iglesia es testificar acerca de Cristo; y la única manera de hacerlo es encontrándonos con la gente que no sigue a Cristo, tal y como son, no como quisiéramos que fueran. Esa aceptación, empatía y servicio abrirá la puerta para que puedan conocer, amar y servir a Dios.
¿Usted se ha preguntado cómo es que los cristianos vamos a cumplir la misión de evangelizar y testificar si todas las personas que nos rodean son cristianas? Romanos 10:14-15 dice:
Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? 15 ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosa es la llegada de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!»
La misión de la iglesia se cumple haciendo amigos para Cristo. Algunas personas me podrán argumentar que eso es hacer amistad con el mundo. Incluso, me pudieran citar estos dos textos bíblicos:
¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios. –Santiago 4:4
No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. –1 Juan 2:15
Sin embargo, cuando la Biblia habla del “mundo” no se refiere necesariamente a las personas, sino al pecado. Por tanto, somos llamados a alejarnos del pecado, no necesariamente de las personas. Veamos algunos textos bíblicos:
Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo. –1 Juan 2:16
Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina. –2 Pedro 1:4
Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. –2 Corintios 10:3
No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. –Juan 17:15
En ninguna parte de la Biblia se nos invita a evadir nuestra responsabilidad de encontrarnos con quienes necesitan escuchar las buenas nuevas de Jesús, sino que se nos invita a alejarnos del pecado. Ahora bien, si una amistad nos aleja de Cristo, no hay duda de que hay que tomar distancia. El amor a otras personas siempre incluye el amor propio.
Pastor, estoy convencido que hay que testificar, pero ¿cómo lo hago? Contestando estas tres preguntas, y esperando la oportunidad para compartir sus respuestas:
- ¿Por qué sigo a Cristo?
- ¿Por qué participo de una iglesia?
- ¿Por qué soy miembro de la iglesia metodista Samuel Culpeper?
Cuando hacemos amigos, vendrán oportunidades para compartir estas respuestas e invitar a otras personas a nuestra iglesia. En la mesa de bienvenida hay hojas sueltas que contestan estas tres preguntas y nos ayudan a testificar.
Por otro lado, testificamos como iglesia cuando en nuestros cultos recibimos a las personas tal y como son. Esa aceptación dará paso a que luego les guiemos hacia Cristo. No podemos guiarles sin primero aceptarles. El ministerio de bienvenida tiene un rol protagónico en esto, pero todos somos ujieres.
Termino afirmando que no siempre nuestra experiencia de testificar dará frutos rápido o dará frutos sencillamente. Jesús dijo que el sembrador sembró y solo una “parte cayó en buena tierra, y dio fruto”, Mateo 13:8. Nuestra tarea es testificar, y Dios hace el resto. En ocasiones, una persona puede rechazar varias veces nuestra invitación a seguir a Cristo o a participar de la iglesia, pero bajo un momento de necesidad puede cambiar de opinión. Perseveremos en nuestra misión de testificar.
Jesús dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura.» Marcos 16:15. ¿Con quién puedes compartir las buenas noticias de Jesús? Hoy te invito a hacer un amigo para Cristo.
¿Por qué sigo a Cristo?
Vale la pena seguir a Cristo ya que Él es el único que nos llena de vida, nos hace crecer en Él. Cristo nos ayuda a seguir los caminos que ha preparado para cada uno de nosotros. Vale la pena seguir a Cristo porque nos desborda de su infinito amor como ningún otro ser podría llegar a hacerlo. –Carlos Santiago
¿Por qué participo de una iglesia?
El hecho de poder congregarnos en una iglesia, recibir la guía y el apoyo de un pastor o pastora, compartir la adoración a Dios y percatarnos de que todos somos pecadores en un proceso de transformación, nos brinda la oportunidad de aspirar a una nueva vida en Cristo. Además, el sentido de pertenencia y seguridad ofrece al miembro la certeza de no estar solo. Cuando hallamos un lugar cálido y fortalecido, allí nos placerá quedarnos. La iglesia es una familia ampliada, unida por el amor a Dios y el deseo de cumplir con el propósito de servir como instrumento del Señor aquí en la tierra. El beneficio de participar de una iglesia, además de la evangelización, involucra rescatar nuestro potencial y habilidades para centrarlos en la fe cristiana bajo un bien común. -Myrna Maldonado
¿Por qué ser miembro de la Iglesia Metodista Samuel Culpeper?
- El trato. Tiene un grupo de personas que hacen sentir como en familia.
- Al visitar la iglesia se siente una paz que nada ni nadie lo puede dar.
- Visitan a personas de la comunidad ayudando de diferentes maneras a personas que ya no asisten por distintas razones. Me llamó mucho la atención que el pastor Eric visitó a mi abuela Valentina ya mayor de edad, encamada y decidí visitar la iglesia y desde ese entonces me quedé.
- El grupo de jóvenes se reúne cada viernes. Tengo hijos y sobrinos y me encanta que tengan nuevas experiencias con jóvenes que buscan la Palabra de Dios.
-Janitza Romero