2 Corintios 1:3-11
Luego de cuatro semanas, hoy culminamos nuestra serie ¿Por qué?; lo que ha sido un tiempo para intentar explicar el sufrimiento desde la perspectiva cristiana. En las pasadas tres semanas hemos hablado de por qué las personas sufren, por qué nos enfermamos y que Dios hace que todo obre para bien. Sin embargo, ¿qué hacemos cuando alguien sufre? ¿Le damos espacio? ¿Le llamamos? ¿Le visitamos? ¿Le decimos algo? Planteado de otra forma: ¿Qué es lo que necesita una persona que está sufriendo? ¿Palabras o silencio? ¿Soledad o estar rodeado de personas? A pesar de que no hay una contestación correcta, tanto las ciencias sociales como Pablo nos afirman que la sanidad y el consuelo llegan por medio de la comunidad.
En 2 Corintios 1:3-11 Pablo abre su corazón a la comunidad de Corinto para reconocer que anduvo por un profundo tiempo de sufrimiento. No tenemos claro cuál fue ese sufrimiento, pero sabemos que fue un tiempo en donde el apóstol perdió la esperanza de conservar la vida. Sin embargo, lo extraordinario de este pasaje es que Pablo habla del sufrimiento, pero se enfoca en la consolación que Dios trajo a su vida en medio del mismo. Estos versos son un testimonio vivo de que el consuelo de Dios es real, y que “así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así también por el mismo Cristo abunda nuestra consolación”.
En medio de todo este testimonio de Pablo acerca de la consolación de Dios, una excelente pregunta sería: ¿Cómo Pablo recibió este consuelo? ¿Lo recibió directamente de Dios o Dios usó otras personas como instrumentos de esta consolación? En medio del testimonio, Pablo mismo nos contesta esas preguntas cuando le dice a los corintios: “Firme es nuestra esperanza respecto a ustedes, pues sabemos que así como participan en nuestras aflicciones, también participan en nuestra consolación.” Estas palabras de Pablo son muy parecidas a lo que anteriormente dijo en 1 Corintios 12:26: “Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella y, si a una parte se le da honra, todas las partes se alegran.” Pablo testifica que el consuelo llegó cuando la comunidad participó tanto su sufrimiento como en su consolación. ¿Qué significa participar en el sufrimiento como en el consuelo?
Las ciencias sociales nos ayudan a entender cómo la comunidad pueden participar tanto del sufrimiento como de la consolación de otra persona. Las ciencias sociales hablan de la empatía como una emoción o actitud necesaria para cualquiera que quiera participar en el sufrimiento y consuelo de otra persona. La empatía es la elección de intentar entender la situación de otra persona, y ser sensibles para reconocer el sufrimiento que enfrentan. Cuando somos empáticos/as ponemos nuestra atención en la otra persona con el fin de conectarnos con la otra persona y ponernos en sus zapatos para ver y sentir las cosas como ellos la ven y las sienten. (Haz click para video sobre EMPATÍA)
La empatía nos ayuda a tener una definición saludable de lo que es consolar a otra persona. Quizás hemos pensado que consolar a otra persona es buscar la forma de que la persona que sufre olvide su dolor. Sin embargo, la empatía nos recuerda que nadie le puede quitar el sufrimiento a otra persona. Por lo que consolar no se trata de ignorar el sufrimiento de otra persona, sino de reconocerlo y ayudarle a enfrentar el mismo. Consolar es hacer presencia en la vida de quién sufre y decirle: “Sé que estás sufriendo, y no puedo hacer nada por evitarlo; pero aquí estoy para compartir este momento contigo”.
El reconocer el dolor de otra persona es poderoso, porque es el primer paso para aliviar el sufrimiento. Cuando una persona está sufriendo, todo su sistema está intentando sanar y enfrentar esa realidad; esa es su prioridad. Aunque creamos que una persona no quiere hablar de su sufrimiento, la pregunta más importante que le podemos hacer a una persona que sufre es: ¿Cómo estás? Aunque la respuesta es importante, lo realmente importante es comunicarle a la persona que reconocemos que enfrenta un dolor profundo. Cuando reconocemos su dolor, estamos invitándole a que comparta el mismo con nosotros/as. Cuando la persona comienza a compartir ese dolor, eso le atrae alivio, porque la persona que escucha absorbe parte de ese dolor. Walter Riso dice: “el dolor, cuando se divide entre dos, siempre es menor”.
En mi experiencia pastoral soy testigo de todo esto. Cada vez que una persona me cuenta su historia, me he propuesto decirle: «lamento mucho tu dolor y que hayas tenido que pasar por esto, pero quiero que sepas que cuentas conmigo”. En casi el 100% de los casos, el rostro de las personas cambia, y solo escucho la palabra “gracias”. En ocasiones las personas no buscan que yo les diga qué hacer, solo necesitan a alguien que reconozca su dolor y que ore por ellas. He aprendido a ser lento para darle mi opinión, y por el contrario, preguntarle “¿Cómo estás?”. En muchas ocasiones hay un silencio luego de esta pregunta, porque las personas toman un aire, y comienzan a hablar con un sentido de agradecimiento por mi interés en sus vidas.
Cuando analizamos, el enemigo principal para que podamos participar tanto en el sufrimiento, como en la consolación de otra persona, es no prestar atención al sufrimiento de otra persona; y por el contrario, ignorarlo. Al negar el dolor, cerramos la puerta a que la persona comparta su dolor y reciba alivio. Esto es algo que lamentablemente he tenido que presenciar en muchos cultos funerales, cuando las intervenciones de las personas van dirigidas a desviar la atención del que sufre, en vez de ayudarles a enfrentar la muerte. He visto familias desesperadas por recibir consuelo, mientras quiénes dirigen los cultos hablan de todo menos de lo evidente: la muerte. Los cultos funerales son para enfrentar la muerte, pero de la mano de Dios.
Fue precisamente en una experiencia funeral y de pérdida que tuve la oportunidad de aprender mejor esta lección. El domingo 3 de noviembre 2013 mi amigo Josué Ramos tuvo un accidente que le quitó la vida. Josué era el hermano de uno de mis mejores amigos, Francisco Ramos. Durante esta experiencia dolorosa e inesperada, la pregunta que aparecía una y otra vez era: ¿Por qué? Fue, y sigue siendo, una pérdida muy difícil de aceptar para su familia y amistades. Hoy puedo mirar hacia atrás y confirmar que lo que esta familia necesitó al momento de la muerte fueron personas que absorbieran un poco ese dolor. No era el momento para entender cómo todo esto hacía sentido o tenía un propósito. Aprendí que cuando hay dolor, lo que se necesita es conexión, no una explicación.
Nuestra iglesia tiene un ministerio llamado Cuidado Congregacional que tiene como propósito precisamente buscar la conexión entre el cuerpo de Cristo. Es un ministerio que nos lidera y enseña a ser una red de apoyo, en donde juntos podamos sufrir, y juntos consolarnos. Este ministerio incluye doce personas que junto a Nilda Lagares, líder del ministerio, se organizan para dar seguimiento a toda la congregación y visitar hogares cuando es necesario.
Este ministerio nos recuerda dos asuntos muy importantes para ayudarnos a enfrentar el sufrimiento. En primer lugar, que necesitamos compartir con otras personas nuestro sufrimiento. Es un error aislarnos cuando sufrimos. Pablo y las ciencias sociales nos recuerdan que la sanidad se da en comunidad. Nuestra iglesia tiene pastores y líderes que están dispuestos/as a acompañarte en tu sufrimiento. En segundo lugar, este ministerio nos recuerda que parte de nuestra misión como iglesia es crear una comunidad cristiana. A pesar de que tenemos un pastorado y un liderato laico listo para acompañar, esto es responsabilidad de toda la iglesia. Todos/as somos llamados/as a cuidarnos unos a otros como una gran familia. Si tienes una necesidad, te invitamos a compartirla. Si deseas colaborar en el equipo, también eres bienvenido/a.
Al finalizar esta serie ¿Por qué? les confieso que no siempre podremos explicar el sufrimiento, pero siempre tendremos la oportunidad de reconocer el dolor de quién sufre y acompañarle. Te comparto algunas preguntas para reflexionar en esta mañana: ¿Cómo reacciono ante el sufrimiento de otras personas? ¿Con empatía o apatía? ¿Cómo reacciono ante mi propio sufrimiento? ¿Comparto mi dolor o me aíslo? Recuerda: El dolor es menor cuando se divide en dos.