Santiago 1:19-27; 3:1-12
Hoy damos fin a nuestra serie El poder de las palabras. La meta de esta serie ha sido ayudarnos a entender el poder que tienen las palabras para construir o para destruir, además de invitarnos a ayunar de palabras que destruyen. La serie comenzó presentando el texto base de la serie que se encuentra en Efesios 4:29 que dice “No pronuncien ustedes ninguna palabra obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que sean de bendición para los oyentes.” Aquella mañana hicimos un compromiso de ayunar de la mentira, a manejar nuestro enojo para no pecar con nuestras palabras, y a no pronunciar palabras obscenas (El poder de las palabras).
En la segunda predicación (Las palabras en mi familia: ¿construyen o destruyen?) afirmamos que nuestras palabras tienen el poder de construir o destruir familias; y la pasada semana (¿Divididos por la política?…Nunca) afirmamos el valor sagrado de cada persona, no importa su postura política, e hicimos una invitación a evitar el fanatismo. Hoy, al culminar la serie, haremos una conexión entre las palabras y la iglesia. Utilizando el libro de Santiago, veremos que al igual que las palabras construyen o destruyen personas, familias y relaciones, también construyen o destruyen iglesias. Además, veremos cómo Santiago nos invita a manejar saludablemente nuestra lengua, porque esto es un asunto de integridad.
Para entender el libro de Santiago, es importante entender el ministerio del apóstol Pablo. A lo largo de su ministerio, Pablo interpretó el ministerio de Jesús, y llegó a la conclusión de que la salvación era un regalo de Dios para el ser humano por medio de la fe. En Efesios 2 Pablo nos dice “Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios;9 ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie.” Esta interpretación de Pablo tuvo una reacción por parte de otros líderes de la iglesia. Se dice que el libro de Santiago es parte de este grupo que reaccionó a las palabras de Pablo, haciendo la aclaración de que a pesar de que somos salvos por la fe, es necesario acompañar nuestra fe con obras.
El libro de Santiago es una carta universal o católica, una carta que no va dirigida a una iglesia en particular; sino que trata de trabajar un asunto importante común a las iglesias de aquella época. El asunto principal que se trabaja en la carta es uno de integridad: las acciones de la comunidad cristiana necesitan ir a la par con su fe. En su carta, Santiago dice “Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos” (1:22). La versión RV1960 dice “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. El llamado de Santiago es sencillo: Somos salvos por la fe, y esa nueva vida en Cristo incluye obras que pongan en evidencia nuestra fe.
Teniendo claro que el asunto primario de la carta de Santiago es la integridad, o que nuestra fe vaya a la par con nuestras obras, una de las obras que más evidencia nuestra fe, según Santiago, es la forma en que manejamos nuestra lengua. Santiago dedica varios versos de su capítulo para hablar de esto. El verso 1:19 dice “Por eso, amados hermanos míos, todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse”, y el verso 1:26 dice “Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada”. El capítulo 3 es el que más nos habla de la lengua y nos dice:
“Hermanos míos, no se convierta la mayoría de ustedes en maestros. Bien saben que el juicio que recibiremos será mayor. 2 Todos cometemos muchos errores. Quien no comete errores en lo que dice, es una persona perfecta, y además capaz de dominar todo su cuerpo. 3 A los caballos les ponemos un freno en la boca, para que nos obedezcan, y así podemos controlar todo su cuerpo. 4 Y fíjense en los barcos: Aunque son muy grandes e impulsados por fuertes vientos, se les dirige por un timón muy pequeño, y el piloto los lleva por donde quiere. 5 Así es la lengua. Aunque es un miembro muy pequeño, se jacta de grandes cosas. ¡Vean qué bosque tan grande puede incendiarse con un fuego tan pequeño! 6 Y la lengua es fuego; es un mundo de maldad. La lengua ocupa un lugar entre nuestros miembros, pero es capaz de contaminar todo el cuerpo; si el infierno la prende, puede inflamar nuestra existencia entera. 7 La gente puede domesticar y, en efecto, ha domesticado, a toda clase de bestias, aves, serpientes y animales marinos, 8 pero nadie puede domesticar a la lengua. Ésta es un mal indómito, que rebosa de veneno mortal. 9 Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. 10 De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así! 11 ¿Acaso de una misma fuente puede brotar agua dulce y agua amarga? 12 No es posible, hermanos míos, que la higuera dé aceitunas, o que la vid dé higos. Ni tampoco puede ninguna fuente dar agua salada y agua dulce.”
Con estos versos, Santiago afirma el poder que tienen las palabras dentro de la comunidad cristiana. Santiago compara la lengua con el freno de los caballos y el timón de un barco, para expresar que la lengua puede dominar y dar dirección a nuestras vidas, para bien o para mal. Para Santiago, nuestra lengua tiene que ser domesticada o manejada, porque de lo contrario puede convertirse en un instrumento de destrucción. Santiago afirma que la lengua es como un pequeño fuego o una chispa, lo suficiente como para destruir todo un bosque. Estas palabras de Santiago se parecen a lo dicho en Proverbios 16:27 (NTV): “Los sinvergüenzas crean problemas; sus palabras son un fuego destructor.” Peor aún, Santiago afirma que cuando el infierno prende la lengua, se inflama nuestra existencia entera. Con el infierno, Santiago quiere decir que cuando el odio, el enojo, la envidia y el rencor están detrás de nuestras palabras, el resultado es destrucción; tal y como un veneno mortal. Jesús mismo afirmó esto cuando dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Por último, Santiago nos dice que de nuestra boca no deben salir palabras que construyan y que destruyan, así como es imposible que de una planta de uvas salgan aceitunas, o de una fuente de agua dulce salga agua salada.
Una de las formas en que las palabras se convierten en un fuego destructor en la iglesia es mediante el chisme. Les explico cómo funciona el chisme. Cuando existen diferencias en el cuerpo de Cristo o cuando ha pasado algo que causa noticia, se comienzan a hacer comentarios que carecen de información específica: no sabemos exactamente cuál es el asunto, quién lo dijo, qué dijo, cuándo lo dijo o qué pasó. Ante esta ambigüedad, causa intriga y expectación, y comenzamos a hacernos las preguntas que parecieran ser las más indicadas ante la situación: ¿Qué pasó? ¿Qué dijo? ¿Quién lo dijo? ¿Cuándo lo dijo? ¿Qué pasará ahora? A los seres humanos nos gusta esta intriga y expectación, y en un abrir y cerrar de ojos, nuestras conversaciones se han convertido en chisme: comenzamos a especular y a concluir muchas cosas con parte de la información, o con ninguna. En medio de esas especulaciones y conclusiones se nos sale la lengua de control, y podemos estar creando información falsa que otras personas repetirán; información que en muchas ocasiones no resuelve el asunto, hace daño a otras personas y crea otros problemas innecesarios.
En el caso de la iglesia, el chisme tiene una consecuencia negativa adicional: nos desenfoca de nuestra misión. Cuando nuestra lengua se sale de control, y dejamos que la intriga y la expectación nos lleven a especular y a crear información que pudiera ser falsa, el chisme se apodera de la iglesia. Nuestras conversaciones dentro y fuera de nuestro templo comienzan a girar alrededor del chisme. Y en vez de invertir nuestras energías, tiempo y recursos en nuestra misión y razón de ser, las estamos invirtiendo en asuntos relacionados con el chisme. El chisme desenfoca y nos hace mal gastar nuestras energías, tiempo y recursos.
Si el chisme es un fuego destructor, ¿cómo lo evitamos? Santiago nos da tres recomendaciones: 1) siendo rápidos para oír, y lentos para hablar y enojarnos, 2) entendiendo el poder destructor de la lengua, y 3) evitando el doble discurso: de nuestra boca solo pueden salir palabras que construyan. Cuando surge alguna diferencia en la iglesia o algo causa noticia, necesitamos ser lentos para hablar, entendiendo que nuestras palabras pueden destruir, y que somos llamados a solo decir palabras que construyan. Ante la tentación de comenzar o ser parte de un chisme, somos llamados a pensar lo siguiente: “Mis palabras, ¿van a construir o destruir? ¿Tienen el potencial de tergiversarse, dañar a alguien o causar más problemas?”, “Lo que voy a decir, ¿va a ayudar en algo?”, “Las personas a quienes le voy a hablar, ¿tienen las herramientas para canalizar el asunto de forma saludable?”, “¿Ya hablé con el Pastor o con líderes de nuestra iglesia que pueden manejar el asunto?”, “¿Cómo mis palabras pueden afectar el testimonio de alguna persona y nuestra iglesia?” “Mis palabras, ¿traen unidad, paz, sanidad?”
Si comparamos la lengua con un fuego destructor que incendia todo un bosque, la forma en que el cuerpo de bomberos combate el fuego nos da dos sencillas formas de bregar con nuestras palabras: 1) cuidado con los pequeños fuegos, son los causantes de grandes incendios; y 2) si ya existe fuego, apágalo desde la raíz. Asimismo sucede con las palabras, tengamos cuidado con lo que decimos, pueden ser la chispa para crear un gran fuego; y si ya existe un fuego, apaguémoslo desde la raíz: seamos lentos para hablar, solo digamos palabras que construyen, y canalicemos el asunto a través de nuestros líderes.
Santiago 3:9-10 dice: “Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. 10 De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así!” ¿Qué palabras saldrán de nuestra boca como iglesia? ¿Palabras que maldigan, desanimen, destruyan, desenfoquen a la iglesia y causen un mal testimonio a la comunidad? ¿Palabras que bendigan, animen, restauren, traigan soluciones y demuestren nuestra fe cristiana y amor por nuestra iglesia? Nuestra fe cristiana nos debe llevar a palabras que evidencien nuestro amor por Dios y por los demás. En particular, nuestro amor por la comunidad cristiana en donde hemos elegido perseverar. Como iglesia, nuestro manejo de la lengua es un asunto de integridad.