Lucas 13:10-17
Hoy continuamos con nuestra serie: ¡Un Jesucristo para tod@s! La meta principal para este año es que Jesucristo y la iglesia puedan ser una opción real para todas las generaciones, pero en especial para la niñez y la juventud. Para ser una opción real, necesitamos entender las necesidades de las diferentes generaciones; con el fin de poder atenderlas. Ya hemos trabajado las necesidades de la juventud (Nadie tenga en poco tu juventud) y la niñez (La niñez nos necesita), y hoy le toca el turno a las mujeres. Durante toda la semana estuve dialogando con personas dentro y fuera de nuestra congregación sobre las necesidades de las mujeres en Puerto Rico. Una de las personas con quién pude hablar fue la Dra. Ilia Vázquez, coordinadora del programa PAZ PARA LA MUJER y miembro de la Iglesia Metodista de Puerto Rico en Rio Piedras, quién me suplió mucha información relacionada a la mujer y sus necesidades. La información que ella me suplió confirmó la necesidad que ya yo estaba trabajando en mi mente: las mujeres necesitan un evangelio liberador, y no uno que las esclavice.
En el mundo el 35% de las mujeres han sufrido violencia de pareja o violencia sexual por parte de terceros en algún momento de su vida. El 30% de las mujeres que han tenido una relación de pareja refieren haber sufrido alguna forma de violencia física o sexual por parte de su pareja. El 38% de los asesinatos en el mundo son cometidos por su pareja. Anualmente sobre 20,000 incidentes de violencia doméstica son reportados a la Policía de Puerto Rico; y en la pasada década sobre 500 mujeres han sido asesinadas por sus parejas y ex-parejas en nuestro país. Esta tragedia ocurrió tan cerca como en nuestro barrio el pasado 9 de octubre de 2013 cuando un hombre asesinó a su pareja y luego se suicidó.
A estas estadísticas necesitamos añadir que en el mundo las mujeres no solo sufren violencia por parte de sus parejas, sino en el escenario laboral (hostigamiento sexual y salarios más bajos que los hombres), médico (Puerto Rico tiene una de las tasas de cesáreas más altas del mundo, con 48.2% en 2013, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que las cesáreas no excedan el 15% de los nacimientos), publicitario (en donde la mujer es utilizada continuamente como un objeto sexual), político (se piensa que la mujer no tiene igual capacidad para liderar) y eclesial (en donde las mujeres todavía no tienen equidad frente al hombre en múltiples religiones y denominaciones cristianas).
Los investigadores han llamado a esta violencia en donde la mujer es oprimida y no se le brindan iguales derechos que al hombre como violencia de género. Los investigadores afirman que la raíz de esta violencia de género es la cultura patriarcal en que vivimos, en donde la mujer es vista como posesión del hombre, y por tanto, no tiene los mismos privilegios. Una de las dimensiones de la violencia de género es la violencia doméstica hacia la mujer. Este tipo de violencia es una agresión a la integridad personal de la mujer, ya sea física o psicológica, producida por un hombre que pierde el control y siente un impulso desbordante para dañar a la otra persona, descansando en la idea de que la mujer le pertenece y tiene derecho sobre ella.
La violencia doméstica incluye: hacer uso de la fuerza física para causarle daño a la pareja, sus pertenencias o familiares o para obligarla a realizar algún acto que la persona no desea; desvalorizar o ridiculizar a la pareja haciéndole sentir mal con sí misma y disminuyendo su autoestima; ofender a su familia y amistades; destruir su propiedad para atemorizarle, insultarle, amenazarle, intimidarle, así como utilizar otras estrategias para ejercer poder y control; utilizar la violencia al realizar acercamientos sexuales y tratar a la pareja como objeto sexual; utilizar la violencia contra la pareja para restringir su libertad; controlar o vigilar lo que hace la pareja, con quien se relaciona y a dónde va; controlar sus salidas, no permitirles visitar familiares o amistades, así como controlar el teléfono, correo u otros medios de comunicación; prohibir u obstaculizar sus planes o gestiones de estudio o trabajo; tratar de evitar que la pareja consiga trabajo o conserve el que tiene; quedarse o administrar sin su consentimiento el dinero que la pareja devenga; atemorizar a la pareja por medio de gestos, alzándole la voz, arrojándole cosas o destruyendo su propiedad; y la amenaza con quitarle los hijos o hijas, con matarle o con suicidarse. Gracias a Dios, existe una alternativa a la violencia hacia la mujer: la equidad, el respeto, la dignidad, el amor, la libertad y el reconocer y valorizar la autonomía de la mujer. Esto fue lo que nos enseñó Jesús cuando en una ocasión sanó y liberó a una mujer encorvada, víctima de violencia por parte de la sinagoga judía y de la cultura patriarcal de la época. Jesús nos enseñó que el evangelio que él predicaba era liberador, y no esclavizador, para la mujer.
Lucas 13:10-17 nos presenta a una mujer que llevaba 18 años con una enfermedad física, causada por un espíritu maligno. Esta mujer se encontraba en la sinagoga al momento en que Jesús muy probablemente enseñaba en la misma. Es importante notar que la mujer no dice una sola palabra en la sinagoga, sino que es Jesús quién reconoce su presencia en medio de ellos y realiza el acto de sanidad y liberación. No es difícil entender el silencio de esta mujer. Por un lado, era una mujer etiquetada como endemoniada; es decir era enferma espiritualmente. Esto la marginaba del resto de la sociedad. Por otro lado, el espíritu maligno la había deformado físicamente. Su encorvamiento era evidente, y eso le traía problemas porque la gente en aquella época pensaba que la enfermedad era a causa del pecado; por lo que también era marginada como pecadora; lo que afectaba también su autoestima. Por último, padecía de una enfermedad social: era una mujer dentro de una sociedad patriarcal, en donde las mujeres eran propiedad del hombre y no tenían derechos; ni siquiera el derecho de hablar en la sinagoga. Imagine ahora la vergüenza y pobre autoestima de esta mujer, que le limitaba en su interacción con las personas. No tenga duda de que Lucas presenta el encorvamiento de la mujer como un simbolismo de como las estructuras religiosas y sociales marginaban, desvalorizaban y quitaban dignidad a la mujer; en particular, el legalismo judío.
Ante este escenario Jesús interviene: la ve, reconoce su presencia en aquel lugar, la llama para decirle una palabra de sanidad, y pone sus manos sobre ella como señal del acto sanador y liberador. Al instante la mujer se enderezó y comenzó a glorificar a Dios. Jesús hizo lo contrario a lo que estaba haciendo la sociedad patriarcal de aquella época: reconocerla, incluirla, sanarla, liberarla, en vez de excluirla, marginarla y quitarle valor. La frase hija de Abraham es una forma de incluir a esta mujer en el pacto, en la comunidad, darle un apellido como el resto de los hombres. Con este acto liberador Jesús cumple con su vocación presentada al inicio de su ministerio en Lucas 4:18: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor.” Con este acto, Jesús afirma el valor de la mujer en general, en medio de un contexto que la esclavizaba.
Ahora bien, el acto de Jesús tuvo resistencia del sistema religioso judío, porque era sábado, día de reposo. El jefe de la sinagoga se enoja con Jesús y le dice a la gente que Jesús tenía otros seis días para hacer ese milagro, porque el sábado era un día de descanso. Antes de entrar a la respuesta de Jesús, es importante entender lo contradictorio que fue este planteamiento del jefe de la sinagoga. ¿De dónde viene este deseo de Dios de que el pueblo guardara un día para descansar y cesar sus trabajos? Descansar era una forma de preservar la vida. Israel venía de ser esclavo en Egipto. Ser esclavo significaba poco descanso y mucho trabajo, que a largo plazo llevaba a la muerte, literalmente. Dios les invita a descansar el sábado, porque ya no eran esclavos. Para Jehová, trabajar sin descansar era sinónimo de esclavitud. Por lo tanto, la ley del sábado era una forma simbólica de recordar la liberación del pueblo judío como esclavo en Egipto. Era contradictorio entonces esclavizar a alguien bajo la ley del sábado, y mucho menos dejarla enferma, cuando el origen del sábado era recordar la liberación y no la esclavitud.
Jesús sabía esto que acabo de decir y llama hipócrita a este hombre. Además, le contesta que si la ley permitía que los bueyes o asnos se liberaran para tomar agua, ¿cómo era posible no liberar a una mujer? ¿Acaso la mujer no era más importante que un animal? Con esta respuesta Jesús afirma que si a un animal se le liberaba para que pudiera suplir sus necesidades básicas, cuanto más a la gente se le debía liberar de sus enfermedades y de leyes que les esclavizaban y quitaban su humanidad. Con su respuesta, Jesús ataca el legalismo que dominaba al liderato religioso, que en vez de traer liberación y dignidad a los seres humanos, los oprimía, esclavizaba y les restaba humanidad. En particular, ataca el legalismo que oprimía a la mujer. Con esto, Jesús afirmó que las buenas nuevas que Él traía no eran para esclavizar, sino para liberar a la mujer. Para Jesús, las mujeres no tenían que vivir encorvadas física, emocional o espiritualmente; eran tan importantes como el hombre.
Al igual que aquella mujer, hay muchas mujeres encorvadas en el mundo a causa de una cultura patriarcal que promueve la idea de que las mujeres son propiedad del hombre, restándoles así derechos fundamentales como seres humanos. En Puerto Rico, esta forma de pensar nos ha llevado a un serio problema de violencia doméstica. Ante esta realidad, el evangelio de Cristo es claro y no se hace cómplice de esta forma de pensar y actuar, sino que reta estas formas de pensar y actuar que fomentan la violencia hacia la mujer. El evangelio de Cristo nos lleva a tomar una decisión como iglesia: participamos del legalismo religioso que esclaviza a la mujer, o predicamos el evangelio de Cristo que la libera.
La Iglesia Metodista de Puerto Rico ha decidido predicar un evangelio liberador. Aquí les presento lo que afirma nuestro Libro de la Disciplina en relación a la mujer: “Afirmamos, con la Escritura, la humanidad común del hombre y la mujer, ambos teniendo el mismo valor delante de los ojos de Dios. Rechazamos la errónea noción que un género es superior al otro, que un género ha de luchar contra el otro, y que un género puede recibir amor, poder y estima solamente al costo del otro. Especialmente, rechazamos la idea de que Dios hizo a los seres humanos como fragmentos incompletos, hechos completos solamente en la unión con el otro. Instamos a las mujeres y a los hombres, juntamente, a compartir el poder y control, a aprender a dar y recibir libremente, a ser completos y a respetar la integridad de otros…Nos guardamos de actitudes y tradiciones que usarían este buen don para hacer otros miembros de un género más vulnerable en relaciones que miembros del otro género…Afirmamos que los hombres y las mujeres son iguales en cada aspecto de su vida común…Afirmamos el derecho de las mujeres a recibir igual trato en el empleo, la responsabilidad, el ascenso y la compensación. Afirmamos la importancia de las mujeres en posiciones claves en todos los niveles de la Iglesia y urgimos que se garantice su presencia mediante sistemas de empleo y reclutamiento.”
Predicar el evangelio que libera es afirmar que: 1) el hombre no es superior a la mujer, ni la mujer es superior al hombre, 2) que la mujer no es propiedad del hombre, ni el hombre es propiedad de la mujer, 3) que Dios llama a la mujer y al hombre para servir en la iglesia, y ambos están igualmente capacitados para realizar la tarea. Como iglesia vamos a ser una opción real para las mujeres de nuestra comunidad, si somos equitativos en el trato hacia la mujer y el hombre. Las mujeres necesitan y están buscando una iglesia que traiga salud, y no enfermedad; necesitan un evangelio liberador.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús.” Gálatas 3:28