Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?: Abriéndole paso al lamento
Salmo 22, Mateo 27:46-50
Hoy es un día muy especial e histórico. Por primera vez muchos celebraremos este Viernes Santo desde nuestros hogares y no en nuestros templos. Por primera vez celebramos el sacrificio de Jesús en la cruz viendo cómo los seres humanos le hacemos la batalla al coronavirus. Este día lo celebramos en un contexto complejo, lleno de incertidumbre y con muchas preguntas. No es un día en el que tenemos certeza, orden y respuestas.
Ante el sufrimiento, dolor y caos, los seres humanos buscamos certeza, orden y respuestas. Queremos saber por qué sufrimos, qué hicimos mal y como Dios está involucrado en todo esto. Sin embargo, hoy quiero compartir con ustedes lo siguiente: ante el sufrimiento, dolor y caos no siempre es necesario la certeza, el orden y las respuestas. Cuando sufrimos, una respuesta válida es el lamento. ¿El lamento? ¿Acaso lamentarnos no es una actitud pesimista, autodestructiva y autocompasiva? ¿Acaso el lamento no va en contra de la esperanza, alegría y gozo que tenemos aquellos que seguimos a Jesús? Para todas estas preguntas solo tengo una respuesta: Jesús se lamentó desde la cruz, y con su ejemplo nos invitó a abrirle espacio al lamento en nuestra vida; y de esa forma, afirmar que aun en el lamento Dios está presente.
Mateo 27:46-50 nos dice que:
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado. Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste. Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
El momento en que Jesús exclama estas palabras es obvio: está a punto de morir en la cruz. La tradición bíblica nos dice que Jesús afirmó siete palabras, siendo esta la cuarta de ellas. Para entender estas palabras de Jesús, es importante saber un dato muy importante: estas son las primeras palabras del Salmo 22; salmo que Jesús conocía. En la antigüedad, citar el primer verso de un salmo era afirmar la totalidad del mismo. ¿Por qué Jesús cita este Salmo 22?
El Salmo 22 cae dentro de la categoría de los lamentos. Casi un tercio de los salmos son lamentos que expresan la desorientación humana que viene cuando la vida se sale de control. Estos salmos expresan dolor ante lo injusta, inexplicable e imperfecta que es en ocasiones la experiencia humana. ¿Cuántos nos hemos identificado alguna vez con alguno de estos salmos?
Dios mío,
tú sabes que soy inocente,
defiéndeme de los que no te aman,
pues sólo mienten y hacen lo malo.
2 Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazaste?
¿Por qué debo andar triste
y perseguido por mis enemigos? (Salmo 43)
Dios mío,
si estás enojado, no me reprendas;
si estás furioso, no me castigues. (Salmo 38)
Dios mío,
escucha mi oración;
atiende a mis ruegos.
No tardes en responderme
cuando te llame;
no me des la espalda
cuando me encuentre angustiado.
La vida es como el humo
y se me escapa.
Los huesos me arden de dolor;
parecen carbones encendidos.
4 Me siento muy afligido;
hasta parezco hierba marchita.
¡Ni ganas de comer tengo,
y hasta los huesos se me ven!
5 ¡Es muy grande mi angustia!
6-7 Estoy tan triste y solitario
como un buitre en el desierto,
como un búho entre las ruinas,
como un gorrión sobre el tejado.
¡Hasta he perdido el sueño!
8 No pasa un solo día
sin que mis enemigos me ofendan;
¡hasta me echan maldiciones!
9 Mi comida y mi bebida
son mi propio llanto.
10 ¡Te enojaste,
te llenaste de furia!
¡Me levantaste,
para derribarme después!
11 Mi vida va pasando
como las sombras en la noche;
¡me estoy marchitando como la hierba! (Salmo 102)
A pesar de que estos salmos siempre han estado en nuestra Biblia, muchas veces no los leemos porque pensamos que en la vida no puede haber espacio para este tipo de lamentación. Incluso, hasta no los leemos en nuestros cultos por miedo a presentarnos ante Dios como seres humanos débiles y faltos de fe. Sin embargo, estos salmos merecen nuestra atención porque la mayoría de estos comienzan presentando su lamento ante Dios, su quebranto, su dolor y sus cuestionamientos. Sin embargo, a medida que el salmista va expresando su lamento, el mismo se va convirtiendo en alabanza. En ocasiones la alabanza va primero y luego el lamento. Lo importante es que aun en medio de los lamentos el autor expresa su confianza en Dios y le alaba. Un ejemplo lo es el salmo 102 que afirma en el verso 12, luego del lamento:
Pero tú, mi Dios,
eres el rey eterno
y vives para siempre.
Esta combinación de lamento y alabanza es vital para entender los salmos de lamentos. Estos salmos están hechos para traer sanidad al ser humano. Son una forma de expresar lo que realmente sentimos cuando la vida no es como quisiéramos que fuera. Sin embargo, también son una alabanza a Dios que implica que a pesar de que no tengamos todas las respuestas, Dios sigue siendo Dios y está presente en medio de esa realidad imperfecta e injusta de la vida. Los salmos de lamentos no están hechos para recibir respuestas de parte de Dios, porque no siempre las hay. El sufrimiento en el mundo en muchas ocasiones se puede explicar (porque nuestras decisiones tienen consecuencias), pero también es un misterio. Los lamentos no son preguntas que buscan ser respondidas, son un grito de dolor que busca ser escuchado. El simple hecho de que un ser humano le está dirigiendo su dolor a Dios es señal de que sabe que será escuchado, y por eso le cuestiona y alaba. ¿Cuantos sabemos que en medio de nuestros sufrimientos Dios escucha nuestras oraciones?
El salmo 22 que citó Jesús desde la cruz no es una excepción de esta combinación entre lamento y alabanza a Dios. El mismo comienza diciendo en los versos 1 y 2:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás tan lejos, y no vienes a salvarme?
¿Por qué no atiendes mi clamor?
2 Dios mío, te llamo de día, y no me respondes;
te llamo de noche, y no hallo reposo.
Pero el mismo termina en alabanza, y el verso 24 dice:
El Señor no rechaza al afligido,
no desprecia a los que sufren,
ni esconde de ellos su rostro;
cuando a él claman, les responde.
¿Podemos entender ahora por qué Jesús citó el salmo 22? Porque tenía la certeza de que aun en su lamento el Padre no le rechazaría, despreciaría o escondería de él su rostro, sino que le respondería.
El salmo 22 me recuerda las etapas del duelo. Cuando un ser humano sufre una pérdida, se dan varias etapas. De manera general, el duelo tiene cinco etapas:
- Pérdida: Shock, confusión, desorientación
- Dando paso al duelo: Coraje, miedo, tristeza, sufrimiento
- Respondiendo al duelo: Soledad, abandono, depresión, victimización
- Moviéndose adelante en el duelo: Ajustes, sanidad, aceptación, esperanza
- Viviendo luego del duelo: decisiones, reconstrucción, felicidad, legado
Las ciencias sociales nos enseñan que las primeras tres etapas son muy dolorosas pero necesarias para que la persona pueda aceptar la nueva realidad y sanar. Estas etapas nos enseñan que todo tiene su tiempo, y que el lamento es necesario para experimentar la sanidad. Muchos de nosotros no le damos espacio a estas primeras tres etapas (aunque algunos se quedan en ellas) por miedo a que nuestro sistema no aguante el dolor. Sin embargo, la evidencia nos afirma que muchos de nosotros hemos experimentado el lamento y luego hemos experimentado la sanidad y plenitud. Así como el salmo 22, hemos dado paso al lamento y ahora estamos alabando a Dios porque escuchó nuestro clamor. Es por eso que Jesús se lamentó desde la cruz, porque sabía que había espacio para esto en su proceso.
Esto nos enseña que en medio del sufrimiento, dolor y caos, en ocasiones no necesitamos certeza, orden y respuestas, sino ser honestos ante Dios y recibir su consuelo y sanidad. Esa honestidad ante Dios no es una debilidad, sino todo lo contrario; es señal de que nuestra relación con Dios es tan fuerte que aun lamentándonos, Dios estará presente con nosotros, no para juzgarnos sino para sanarnos. El lamento parece ser una falta de fe, pero es la certeza de que la sanidad que llegará. El lamento expresa nuestra total dependencia de Dios en nuestras “noches oscuras del alma”. Todo tiene su tiempo, y eso incluye el lamento.
Daniel Simundson dijo en una ocasión:
No podemos acortar el proceso. . . La agonía no desaparecerá saltando inmediatamente a pensamientos felices. La resurrección llega solo después de la crucifixión.
Existe algo que se llama positividad tóxica[i]. Esta se da cuando negamos, minimizamos e invalidamos la diversidad de emociones. Se da cuando buscamos esconder lo que sentimos, nos sentimos culpables por las emociones negativas que sentimos y minimizamos las experiencias de otras personas al pedirle que no piensen en eso. Somos positivamente tóxicos cuando le decimos a la gente “Todo pasa por una razón” en vez de decir “Está bien sentirse mal a veces”; “El fracaso no es una opción” en vez de decir “Fracasar es parte de la vida”; “Puede ser peor” en vez de decir “A veces experimentamos cosas malas. ¿Cómo te puedo ayudar?”; “Mira el lado positivo” en vez de decir “Puede ser difícil ver lo bueno en cada situación, pero lograremos darle sentido a todo esto en algún momento”.
Hace casi dos meses que Heidy y yo perdimos nuestro segundo bebé, luego de casi cinco meses de embarazo. Este ha sido el momento de muerte y dolor mas duro que he enfrentado en mi vida. Una semana luego de la pérdida tuve un momento de lamentación muy agudo, donde pensé que no aguantaría el dolor. Lloré amargamente mientras cuestionaba por qué nos había pasado esto. Debido a mi deseo de mantenerme fuerte para Heidy, no me había dado el espacio de lamentarme con la intensidad que lo ameritaba. No fue hasta que me lamenté que comencé a sanar. Todavía sigo (y seguimos sanando), pero aun en el lamento hay alabanza por el consuelo y la sanidad de Dios. Dios ha estado en nuestra noche oscura del alma.
¿Cómo no lamentarnos ante lo que ocurre en el mundo hoy? ¿Ante las miles de pérsonas que mueren y sufren injustamente por el COVID19 y muchas otras razones? ¿Por qué esconder nuestro dolor? La cruz nos enseña que necesitamos abrirle paso al lamento, es quizás la mejor respuesta en estos momentos. No hay orden, certeza y respuestas, pero hay un Dios que nos escucha, responde, consuela y sana cuando sufrimos.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. 16 Por tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda. (Hebreos 4:15-16)
[i] Tanglaw Mental Health
Buenos días:
Que mensaje tan hermoso. Me llegó al espíritu. Me aclaró conceptos erróneos. Me consoló y me llenó de esperanza. Dios te bendiga y te siga iluminando a través de su Santo Espíritu.