Juan 14:15-31
En el año 2015, Heidy y yo tomamos unas vacaciones en Costa Rica. Una de las atracciones turísticas más características de este país son los ríos rápidos. Estos son ríos de clase 3 y 4. Permítanme explicarle lo que implican estas categorías. Las clases 1 y 2 son aguas planas fáciles de navegar, las clases 3 y 4 son aguas turbulentas difíciles de navegar, y las clases 5 y 6 son aguas muy turbulentas solo para expertos y casi imposibles de navegar. No nos pregunten por qué hicimos esta locura, pero lo hicimos.
Antes de empezar tomamos un breve entrenamiento en el que se nos enseñó como usar los remos, la posición que debíamos tomar en la balsa y la importancia del salvavidas. Recuerdo que de todas las instrucciones la más que enfatizaron fue el buen uso del salvavidas. Incluso, en múltiples ocasiones los encargados verificaron nuestros salvavidas para asegurarse de que estuvieran bien puestos y apretados. En un momento dado pensé que estaban exagerando, hasta que comenzaron los rápidos.
Todo comenzó bastante fácil y llevadero, pero las aguas se pusieron turbulentas; al nivel de que en un momento dado nuestra balsa se viró y caímos al agua. ¡Podrán imaginar el susto que tuvimos! Ni la balsa, los remos o el instructor pudieron salvarnos, solo el salvavidas. Sin el salvavidas con mucha posibilidad hubiéramos muerto, sin exagerar.
En medio de un contexto complejo (en el que a la pandemia del COVID se le suman las dificultades de salud mental y espiritual, así como los retos de trabajar, cuidar niños y una escuela virtual, entre otras), podemos afirmar que estamos en medio de unos ríos rápidos. Las aguas son turbulentas, hay caos y algunos hasta nos hemos caído de la balsa. No es un tiempo fácil, son tiempos duros. Ahora bien, hay una buena noticia: todos los que creemos en Jesús tenemos un salvavidas, el Espíritu Santo.
El Espíritu de Dios es mencionado en el Antiguo Testamento con la palabra ruach, mientras que en el Nuevo Testamento es pneuma; ambas palabras significando aliento, viento, soplo. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Espíritu de Dios es el soplo de Dios que llena al ser humano de nueva vida, fuerza y poder para enfrentar los caos.
En el Antiguo Testamento, Isaías 61 nos presenta cómo el profeta fue lleno de poder para la misión: “el espíritu de Dios el Señor está sobre mí para proclamar buenas noticias, vendar a los quebrantados, anunciar libertad a los cautivos…”. Por su parte Ezequiel dice “pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan mis estatutos”, afirmando que el Espíritu es quien guía y llena de sabiduría al pueblo para cumplir la voluntad de Dios.
En el NT el Espíritu Santo se presenta como una promesa cumplida, tal y como nos dice Hechos 1:8 “pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra.” Jesús mismo había dicho en Juan 14: “Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Abogado Defensor,quien estará con ustedes para siempre. 17 Me refiero al Espíritu Santo, quien guía a toda la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes. 18 No los abandonaré como a huérfanos; vendré a ustedes.”
En estos versos, la palabra que Jesús usa para referirse al Espíritu Santo es consolador, pero la palabra original en griego es parakletos. Esta palabra se compone de para que significa “estar cerca”, y kletos (kalein) que significa “ser llamado o invocado”; por lo que parakletos se define como aquella persona llamada para estar cerca. El significado que se le ha dado a la palabra parakletos en los círculos legales o de la cortees aquella persona que consuela, ayuda, anima, intercede o aboga por otra persona. Con esta definición, podemos entender que el Espíritu Santo es aquella persona a quién llamamos para estar cerca de nosotros/as y abogar e interceder por nosotros/as, a la vez que nos ayuda, anima y consuela.
¿Cuántos nos hemos sentido débiles y cansados en estos días? 2 Corintios 12:9 nos dice “Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí.” El Espíritu Santo es la fuerza en medio de nuestra debilidad que nos ayuda a seguir. ¿Cuántos necesitan esta fuerza del Espíritu hoy? Ven Espíritu Santo.
¿Cuántos nos hemos sentido desanimados y desesperanzados? Juan 14:26 nos dice “él les enseñará todo y les recordará cada cosa que les he dicho”, refiriéndose al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la mente de Dios que nos guía, recuerda sus promesas y nos invitar a seguir no importando lo que ocurra a nuestro alrededor. ¿Cuántos necesitan la mente de Dios hoy? Ven Espíritu Santo.
¿Cuántos nos hemos sentido tristes por no poder ver a nuestros seres queridos o por ver la gente morir a nuestro lado? 2 Corintios 1:3-4 dice “Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. 4 Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros.” ¿Cuántos necesitan este consuelo de Dios? Ven Espíritu Santo.
¿Por qué el Espíritu Santo es nuestro salvavidas? Porque nos trae vida en medio de la muerte, nos sostiene cuando no tenemos fuerzas, nos da poder cuando somos débiles, nos guía y recuerda lo más importante cuando estamos desorientados, nos inspira en medio del desánimo y consuela en medio del dolor.
Regresando a Costa Rica, recuerdo que luego de pasar los momentos más turbulentos del río, los instructores nos dijeron que nos lanzáramos de la balsa y dejáramos que el río nos llevara. ¿Cómo es que ahora nos teníamos que lanzar de la balsa? Sin embargo, ya habíamos experimentado cómo el salvavidas nos había salvado la vida, literalmente, y nos lanzamos. Fue una experiencia hermosa el flotar por el río solo con el salvavidas. El salvavidas no nos falló. Te aseguro que el Espíritu Santo no falla, ya sea en aguas turbulentas o serenas, el Espíritu Santo no nos va a dejar hundir. Te invito hoy a recitar esta oración:
“Ven Espíritu Santo, te necesito. Soplo de Dios, lléname. Consuélame en mi dolor, y ayúdame a enfrentar la vida que en ocasiones es injusta. Guíame y enséñame el camino que conduce hacia tu voluntad. Ayúdame a escuchar tu voz en medio de tantas voces que buscan llamar mi atención. Empodérame y úsame para ser tu voz y tus manos ante las necesidades de otras personas. Transfórmame en lo que quieres que sea y produce tu fruto en mí. Ven Espíritu Santo, te necesito. En el nombre de Jesús, Amen.”