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1 Samuel 3:1-10; Juan 11:38-44
El contexto en que vivimos es único. Es la primera vez que muchos, sino todos, vivimos en distanciamiento social por tanto tiempo. A eso se le suma la cantidad de información que nos satura la mente. Nos quedan, al menos, dos semanas más de toque de queda. ¿Cómo vamos a enfrentar este tiempo? La semana pasada les invité a ser piedras vivas: templo espiritual y sacerdotes unos de otros. Hoy quiero recordarles algo que les compartí la semana pasada, pero que cobra mayor importancia según pasa el tiempo: que el distanciamiento social no se convierta en un aislamiento total…esto es un tiempo para desconectarnos de la rutina, pero no de Dios ni del prójimo. Es por esto, que hoy les comparto una segunda herramienta para enfrentar este tiempo: ESCUCHANDO a Dios y al prójimo. Para explicarles lo que les quiero decir con ESCUCHAR, les invito a estudiar varios textos bíblicos en la mañana de hoy. El primero está en 1 Samuel 3:1-10:
El joven Samuel servía al Señor bajo la supervisión de Elí. En aquellos días el Señor no se comunicaba ni en visiones, pues éstas no eran frecuentes. 2 Un día, mientras Elí reposaba en su aposento, pues tenía la vista cansada y casi no veía, 3 y Samuel dormía en el santuario donde estaba el arca de Dios y la lámpara de Dios aún no se apagaba, 4 el Señor llamó a Samuel, y él respondió:
«Aquí estoy, Señor.»
5 Así que fue corriendo a donde estaba Elí, y le dijo:
«Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?»
Pero Elí le respondió:
«Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte.»
Y Samuel volvió y se acostó. 6 Pero el Señor volvió a llamar a Samuel, así que el joven se levantó, fue a ver a Elí y le dijo:
«Aquí estoy. ¿Para qué me has llamado?»
Y Elí volvió a decirle:
«Yo no te he llamado, hijo mío. Regresa y acuéstate.»
7 En aquel tiempo, Samuel aún no conocía al Señor, ni se le había revelado su palabra. 8 Y el Señor llamó por tercera vez a Samuel, y él se levantó y fue a ver a Elí, y le dijo:
«Aquí estoy. ¿Para qué me has llamado?»
Con esto, Elí entendió que el Señor había llamado al joven, 9 así que le dijo a Samuel:
«Ve y acuéstate. Y si vuelves a escuchar que te llaman, dirás: “Habla, Señor, que tu siervo escucha.”»
Y Samuel fue y se acostó. 10 Entonces el Señor se detuvo junto a él, y lo llamó como las otras veces:
«¡Samuel, Samuel!»
Y Samuel respondió:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha.»
Esta experiencia de Samuel nos presenta cómo en ocasiones se nos hace difícil escuchar la voz de Dios. En medio de tanta información que estamos recibiendo todos los días, en ocasiones es difícil diferenciar la voz de Dios de otras voces. El ejemplo de Samuel nos recuerda que escuchar la voz de Dios es una disciplina espiritual que requiere intencionalidad. Hay que prestar el oído a la voz de Dios. ¿Por qué? ¿Para qué necesitamos escuchar la voz de Dios?
La palabra pastor viene de la acción de pastar o comer pasto; por lo que la función principal del pastor era alimentar a las ovejas. Cuando estaban afuera, las ovejas no necesariamente sabían para donde iban, pero era el pastor quién les guiaba hacia los pastos frescos. Durante ese camino también había ladrones y depredadores; además de que también podían tener accidentes en el camino. El pastor no solo guiaba a las ovejas, sino que las protegía del peligro. El pastor guiaba a las ovejas mientras se movían a pastos frescos, pero a través de caminos secos y áridos. Las ovejas debían confiar en su pastor y seguirle aun cuando parecía que los pastos frescos estuvieran muy lejos. Es por esto que Jesús dice:
Una vez reunido su propio rebaño, camina delante de las ovejas, y ellas lo siguen porque conocen su voz. 5 Nunca seguirán a un desconocido; al contrario, huirán de él porque no conocen su voz. (Juan 10:4-5)
Estamos en ese camino seco y árido; en la transición hacia nuevos pastos frescos que todavía no hemos descubierto. Sin embargo, en ese proceso el buen pastor está guiando a sus ovejas. Y es necesario escuchar la voz de Dios para tener paz en medio del camino árido y seco. La voz de Dios es la que calma nuestros temores. La información que estamos recibiendo diariamente no calma nuestros temores; y eso no quiere decir que necesitamos dejar de escuchar esa información muy necesaria. Sin embargo, si queremos tener plenitud y calidad de vida en este tiempo, necesitamos administrar las voces que estamos escuchando, de manera que la voz de Dios sea la prioridad, o la voz más importante que escuchemos. Las otras voces son muy importantes, pero nada mejor que la voz de Dios. ¿Quieren ver cómo la voz de Dios es la mejor voz entre todas? Veamos:
Así que no temas, porque yo estoy contigo;
no te angusties, porque yo soy tu Dios.
Te fortaleceré y te ayudaré;
te sostendré con mi diestra victoriosa.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza.
Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas.
No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Porque yo soy el Señor, tu Dios,
que sostiene tu mano derecha;
yo soy quien te dice:
“No temas, yo te ayudaré”.
Sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.
Aun si voy por valles tenebrosos,
no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.
Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.
Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.
En este tiempo, procuremos PRIORIZAR la voz de Dios. Practica la disciplina espiritual de apagar el celular ciertos momentos del día, toma tiempo para estar en silencio, escribe en una libreta lo que Dios te habla, ora sin prisa y medita tantas veces como puedas. Dile al Señor en este tiempo: Habla, que siervo escucha.
Tan importante como escuchar a Dios, es escuchar al prójimo. 1 Corintios 12:26 nos dice:
Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella.
Luego nos dice en 2 Corintios 1:4-5:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están sufriendo, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
Ante el distanciamiento social, es importante escuchar a nuestros hermanos para consolarles en medio de sus sufrimientos. En particular, es importante escuchar con empatía. La empatía es la elección de intentar entender la situación de otra persona, y ser sensibles para reconocer el sufrimiento que enfrentan. Cuando somos empáticos/as ponemos nuestra atención en la otra persona con el fin de conectarnos con la otra persona y ponernos en sus zapatos para ver y sentir las cosas como ellos la ven y las sienten.
La empatía es necesaria si queremos consolar. Quizás hemos pensado que consolar a otra persona es buscar la forma de que la persona que sufre olvide su dolor. Sin embargo, la empatía nos recuerda que nadie le puede quitar el sufrimiento a otra persona. Por lo que consolar no se trata de ignorar el sufrimiento de otra persona, sino de reconocerlo y ayudarle a enfrentar el mismo. Consolar es hacer presencia en la vida de quién sufre y decirle: “Sé que estás sufriendo, y no puedo hacer nada por evitarlo; pero aquí estoy para compartir este momento contigo”. Cuando reconocemos su dolor, estamos invitándole a que comparta el mismo con nosotros/as. Cuando la persona comienza a compartir ese dolor, eso le atrae alivio, porque la persona que habla saca eso de su sistema, y quién escucha absorbe parte de ese dolor. Walter Riso dice: “el dolor, cuando se divide entre dos, siempre es menor”.
Casi todas las noches Heidy y yo intentamos tomar un tiempo para hablar de cómo nos sentimos. Abrimos nuestro corazón, y nos presentamos vulnerables, tal y como somos. En ocasiones lloramos al compartir nuestros miedos. Al escucharnos, nos sentimos mejor.
Rick Warren dijo en una ocasión:
El verdadero compañerismo ocurre cuando la gente es honesta con lo que es y con lo que sucede en su vida: comparte sus penas, revela sus sentimientos, confiesa sus fracasos, manifiesta sus dudas, reconoce sus temores, admite sus debilidades y pide la ayuda y oración de los demás.
En este tiempo crítico, todos necesitamos a alguien con quién compartir nuestros sentimientos y emociones. Es una terapia que nos trae alivio. Pero para que eso ocurra, es necesario que aprendamos a escucharnos con empatía. Al escuchar con empatía no buscamos juzgar a la persona por lo que siente y hacerle sentir que es débil. Escuchar con empatía es simplemente escuchar, conectarnos y tener presencia en la vida de la otra persona. Para lograr eso, hay que bajar revoluciones, echar a un lado el celular, y enfocarnos en la persona que necesita compartirnos lo que siente. Necesitamos comunicarle a la otra persona lo siguiente: Habla, que tu siervo escucha.
De igual forma que escuchamos a Dios, es importante escuchar al prójimo. Por eso les invito a llamar a una o dos personas todos los días, pero con la actitud de escuchar, y luego hablar.
Henri Nouwen dice:
Necesitamos amigos. Los amigos nos guían, nos cuidan, nos confrontan en amor, nos consuelan en tiempos de dolor. A veces hablamos de “hacer amigos”, pero lo amigos no pueden hacerse. Los amigos son regalos de Dios. Dios nos da amigos que necesitamos, cuando los necesitamos, si confiamos en el amor de Dios. Los amigos no pueden reemplazar a Dios. Tienen limitaciones y debilidades como nosotros. Su amor nunca es perfecto, ni completo. Pero en sus limitaciones ellos pueden ser quienes nos indiquen el camino hacia el amor ilimitado e incondicional de Dios. Disfrutemos de los amigos que Dios nos ha enviado en nuestro camino.
A Jesús se le murió un amigo en una ocasión, Lázaro. Juan 11 nos dice:
35 Y Jesús lloró…38 Una vez más profundamente conmovido, Jesús fue al sepulcro, que era una cueva y tenía una piedra puesta encima. 39 Jesús dijo: «Quiten la piedra.» Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal, pues ha estado allí cuatro días.» 40 Jesús le dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» 41 Entonces quitaron la piedra. Y Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. 42 Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.» 43 Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!» 44 Y el que había muerto salió, con las manos y los pies envueltos en vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Entonces Jesús les dijo: «Quítenle las vendas, y déjenlo ir.»
Cuando Lázaro muere, Jesús llega hasta su casa y llora. Jesús tomó tiempo para visitar a un amigo, y su visita no fue en vano: ¡Lázaro resucitó! La amistad es vida. Cuando nos mantenemos unidos y nos escuchamos con empatía, le damos paso a la vida, porque la soledad es muerte. Solos y solas, nos morimos poco a poco.
Ante el coronavirus, es tiempo de escuchar a Dios y al prójimo. Que el distanciamiento social no se convierta en un aislamiento total…esto es un tiempo para desconectarnos de la rutina, pero no de Dios ni del prójimo.