Marcos 9:2-8, Romanos 5:1-5, Isaías 55:8-9
¿Alguna vez usted ha evitado a alguien porque le va a decir la verdad que usted no quiere escuchar? Creo que todos lo hemos hecho en alguna ocasión, y quizás nos hemos arrepentido de ignorar esa voz. Los discípulos también pasaron por esta experiencia cuando Jesús intentó en tres ocasiones explicarles que su vida terminaría en una cruz, pero que al tercer día resucitaría. Dentro de la mente de sus discípulos no cabía la posibilidad de que su rey y mesías tuviera que sufrir. De hecho, ser un rey o mesías en aquella época incluía una vida privilegiada y llena de comodidades. Lo que veremos hoy serán precisamente estos tres anuncios de Jesús sobre cómo el sufrimiento sería parte de su ministerio y, por consiguiente, de sus seguidores. Al estudiarlos, me gustaría que reflexionáramos en lo siguiente: ¿Lucho yo, al igual que los discípulos, con entender que el sufrimiento es parte de la vida, y en especial cuando seguimos a Jesús? ¿Busco enfrentar o evitar el sufrimiento? ¿Cómo defino el sufrimiento?
Antes de entrar a estos tres anuncios, permítanme recordarles el contexto de los mismos. La primera parte del evangelio de Marcos se desarrolla en Galilea mientras Jesús predica acerca del reino de Dios a las multitudes y realiza grandes milagros. En este capítulo ocho Jesús sale de Galilea hacia Jerusalén, y su prioridad no son las multitudes y milagros; sino, que los discípulos (los Doce) entendieran su identidad como siervo sufriente. Veamos el primer anuncio (8:31-33):
Jesús comenzó entonces a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y fuera desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y que tenía que morir y resucitar después de tres días. 32 Esto se lo dijo con toda franqueza. Pero Pedro lo llevó aparte y comenzó a reconvenirlo. 33 Entonces Jesús se volvió a ver a los discípulos, y reprendió a Pedro. Le dijo: «¡Aléjate de mi vista, Satanás! ¡Tú no piensas en las cosas de Dios sino en cuestiones humanas!»
Solo unos versos antes (v.29), Pedro había confesado que Jesús era el Mesías, y estaba correcto. Pero Jesús sabía que la declaración de Pedro era correcta, pero incompleta; incluía la gloria, pero le faltaba la cruz. Por eso Jesús toma la oportunidad para explicarles que tipo de Mesías sería: el siervo sufriente. Y lo hace claramente, sin misterios ni enigmas; lo que trae resistencia por parte de los discípulos, representados por Pedro. Como dije anteriormente, hasta ese momento Jesús había concentrado su atención en las masas y los milagros, y en múltiples ocasiones le pidió a la gente que no revelara su identidad. Veamos tres ejemplos en Marcos:
y Jesús sanó a muchos que sufrían de diversas enfermedades, y también expulsó a muchos demonios, aunque no los dejaba hablar porque lo conocían. (1:34)
Enseguida Jesús le pidió que se fuera, pero antes le hizo una clara advertencia. 44 Le dijo: «Ten cuidado de no decírselo a nadie. (1:43)
Pero él les exigía con toda firmeza que no revelaran quién era él. (3:12)
En la tradición bíblica esto se le conoce como el secreto mesiánico. No tenemos total claridad de por qué Jesús decidió no revelar su identidad mesiánica al inicio de su ministerio. Lo que podemos inferir es que Jesús sabía que al revelar su identidad mesiánica sería perseguido y matado por los religiosos y políticos. Una posibilidad es que Jesús no deseaba adelantar esa muerte, sino que debía llegar en un momento específico. Ese momento específico llega en el capítulo ocho con este anuncio de su muerte y resurrección.
En este primero anuncio, Jesús es claro, y quizás por eso es la resistencia de sus discípulos. Ante esta resistencia Jesús le responde a Pedro que sus pensamientos no eran los pensamientos de Dios: ¡Tú no piensas en las cosas de Dios sino en cuestiones humanas! Para Pedro, el sufrimiento no era parte del plan. Pedro quería proteger a Jesús del sufrimiento, pero Jesús le explica que su rol no era protegerlo, sino seguirlo. Jesús no necesitaba guardaespaldas, sino discípulos. Es por eso que Jesús decide, al igual que lo hace en los tres anuncios, explicar que quienes siguieran a Jesús tenían que sufrir, así como Él (vs.34-35).
Este primer anuncio nos presenta varias preguntas: ¿Nuestra jornada cristiana está construida bajo las condiciones de Dios o las nuestras? ¿Buscamos protegernos del sufrimiento o buscamos seguir a Jesús, a pesar y en medio del sufrimiento? ¿Nos resistimos, al igual que Pedro, de escuchar la voz de Jesús que nos dice la verdad acerca de la vida y la jornada cristiana? De este primer anuncio podemos aprender que, así como proteger a Jesús del sufrimiento es demoniaco, protegernos del sufrimiento también es demoniaco.
El segundo anuncio es similar (9:30-32):
30 Cuando se fueron de allí, pasaron por Galilea. Pero Jesús no quería que nadie lo supiera, 31 porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del Hombre será entregado a los poderes de este mundo, y lo matarán. Pero, después de muerto, al tercer día resucitará.» 32 Ellos no entendieron lo que Jesús quiso decir con esto, pero tuvieron miedo de preguntárselo.
Este es quizás el último momento de Jesús en Galilea, y su enfoque es nuevamente los discípulos y la enseñanza acerca del sufrimiento. En esta ocasión, se nos dice que no entendieron tampoco, pero que no quisieron preguntar. ¿No creen que quizás los discípulos no preguntaron porque no querían saber la respuesta? ¿No nos pasará lo mismo? ¿Cuántas veces ignoramos a quiénes nos quieren decir la verdad en amor? ¿Cuántas veces ignoramos a nuestros guías espirituales (quienes están semana tras semana con nosotros y nos conocen bien) y preferimos irnos a otro lugar para que alguien que no nos conoce nos diga algo de parte de Dios que satisfaga lo que queremos escuchar?
El tercer anuncio dice algo muy importante que quiero resaltar (10:32-34):
32 Iban por el camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús iba al frente de los discípulos, los cuales estaban asombrados y lo seguían con miedo. Volvió entonces a llevar aparte a los doce, y comenzó a decirles lo que le iba a suceder. 33 «Como pueden ver, ahora vamos camino a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, los cuales lo condenarán a muerte y lo entregarán a los no judíos. 34 Y se burlarán de él y lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará.»
De camino a Jerusalén, Jesús va al frente de los discípulos porque tenían miedo. ¡Que interesante que Jesús nunca se quitó ante la incapacidad de los discípulos! Los guio hasta el final. Noten las últimas palabras de Jesús en este anuncio: “Pero al tercer día resucitará.” Estas palabras, para mí, son la clave para entender el sufrimiento en la vida de Jesús, y en aquellos que le seguimos. El sufrimiento no es un fin en sí mismo, sino un instrumento que Dios usa para traernos vida en abundancia. No quiere decir que Dios provoca todo nuestro sufrimiento, sino que tiene el poder para usarlo para nuestro bien tal y como dice Romanos 8:28:
28 Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito.
La invitación de Jesús a sus discípulos fue a que miraran el sufrimiento como algo temporal que nos ayudaría a crecer para ser más como Él, que luego de su muerte resucitó. Jesús quería que entendieran lo que el evangelio de Juan 12:24-25 dice:
De cierto, de cierto les digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.
El sufrimiento tenemos que usarlo a nuestro favor, con la ayuda de Dios. Hay que cambiar la forma en que vemos el sufrimiento, y tener mayor tolerancia al mismo porque en las manos de Dios es un instrumento para hacernos crecer, tal y como Romanos 5 nos dice:
Y no sólo esto, sino que también nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia, 4 la resistencia produce un carácter aprobado, y el carácter aprobado produce esperanza. 5 Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.
Jesús intentó decirles a sus discípulos que el sufrimiento puede tener propósito en las manos de Dios, y que la meta de la vida cristiana no puede ser eliminarlo. El sufrimiento no hay que buscarlo, pero tampoco evitarlo. Evitar el sufrimiento nos lleva a la inmadurez o infantilismo espiritual. Nos convertimos en personas intolerantes al sufrimiento que queremos que la vida gire alrededor de nuestros deseos. Les explico.
El psicólogo Walter Riso, en su libro Desapegarse sin anestesia, nos habla del infantilismo cognitivo o la inmadurez emocional, y nos da varias claves para identificarla en una persona:
- Baja capacidad para el dolor: no soporta la incomodidad, el menor sufrimiento será una pesadilla, y hará cualquier cosa para evitar el dolor físico o psicológico.
- Búsqueda exagerada de sensaciones: su actitud será la de un devorador de emociones. Nada le será suficiente y se comportará como un adicto a la novedad y a la estimulación.
- Baja tolerancia a la frustración: si las cosas no son como le gustaría que fueran, le dará ira y hará pataletas.
- Afrontamiento dirigido a las emociones: cuando tenga un problema, se preocupará más por aliviar el malestar que siente que por resolver la cuestión en sí (lo que perpetuará los problemas porque quedarán inconclusos y sin solucionar).
- Poca introspección: tendrá dificultades para observarse a sí mismo, lo cual hará que posea un autoconocimiento pobre.
- Ilusión de permanencia: su mente no estará preparada para la pérdida porque cree que el mundo es poco cambiante.
- Elevada impulsividad: su autocontrol será deficiente y los estímulos tendrán un gran poder sobre su conducta. Actúa y luego piensa.
Les pregunto, ¿no habrá algo de infantilismo espiritual en nosotros cuando buscamos eliminar el sufrimiento a toda costa, evitando así que Dios lo use para nuestro crecimiento? ¿Es nuestra jornada cristiana como un menú en el que escogemos lo que queremos, así como cuando buscamos un hotel en internet? ¿No somos rápidos, en ocasiones, para traerle una queja a Dios sobre cómo queríamos que fueran las cosas? ¿Cuántas veces la queja, o nuestras pataletas, nos impiden enfrentar la vida tal y como es?
El infantilismo espiritual hace que en vez enfocarnos en Dios y lo que quiere hacer, nos enfoquemos en nosotros y en nuestras condiciones o exigencias. Nos lleva a actuar como Pedro: nos enfocamos en pensamientos humanos y olvidamos las palabras de Jesús “pero al tercer día resucitará”. Sin embargo, tenemos otra opción: escuchar la voz de Dios, que quizás nos dirá lo que no queremos, pero lo que necesitamos escuchar. Eso fue lo que ocurrió en la transfiguración de Jesús (9:2-8):
Seis días después, Jesús se llevó aparte a Pedro, Jacobo y Juan. Los llevó a un monte alto, y allí se transfiguró delante de ellos. 3 Sus vestidos se volvieron resplandecientes y muy blancos, como la nieve. ¡Nadie en este mundo que los lavara podría dejarlos tan blancos! 4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, y hablaban con Jesús. 5 Pedro le dijo entonces a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es para nosotros estar aquí! Vamos a hacer tres cobertizos; uno para ti, otro para Moisés, y otro para Elías.» 6 Y es que no sabía qué decir, pues todos estaban espantados. 7 En eso, vino una nube y les hizo sombra. Y desde la nube se oyó una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado. ¡Escúchenlo!» 8 Miraron a su alrededor, pero no vieron a nadie; sólo Jesús estaba con ellos.
Hay muchas cosas que decir de este pasaje, yo solo quiero decir una. La transfiguración es el momento en que se acaba el secreto mesiánico y Jesús es revelado ante los discípulos como el Mesías. Es el momento en que el Padre afirma a Jesús como su hijo, y en particular afirma que el camino de la cruz que Jesús estaba trazando hacia Jerusalén era el necesario. Ante la incapacidad de los discípulos de escuchar a Jesús y su anuncio de que era el siervo sufriente, el Padre dice:
Éste es mi Hijo amado. ¡Escúchenlo!
En otras palabras, el Padre dijo: “¡Basta ya de querer evitar lo que es necesario! ¡Basta ya de querer seguir a un Mesías que vive en la gloria y evita la cruz! Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes…(Isaías 55:8-9). Es hora de seguir a Jesús, todo obrará para bien. Basta ya de pataletas.”
¿Lucho yo, al igual que los discípulos, con entender que el sufrimiento es parte de la vida, y en especial cuando seguimos a Jesús? ¿Busco enfrentar o evitar el sufrimiento? ¿Cómo defino el sufrimiento? Seguir a Jesús incluye mirar el sufrimiento como una oportunidad para que Dios nos transforme para ser más como Jesús. El sufrimiento es temporal, y la vida en abundancia es eterna. Hay que enfrentar el sufrimiento con la misma fuerza que Jesús, creyendo que “todo obra para bien” (Romanos 8:28) y que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Escucha la voz de Dios, aunque no te guste…