Hagamos un trato. Esas fueron las palabras que le dije al vendedor al comprar mi primer carro. Yo le daba una cantidad de dinero, y él me daba el carro. De la misma forma, cuando firmamos un contrato de trabajo somos remunerados de acuerdo al trabajo realizado y al pago acordado. Los niños aprenden estos tratos cuando los padres le dicen que si se comen la comida podrán irse a jugar. Vivimos en un mundo donde continuamente estamos haciendo tratos, y la mayoría de ellos no son malos necesariamente, y quizás hasta necesarios. A la vez, hemos desarrollado un sistema de justicia que busca que los tratos que hacemos se cumplan. Cada vez que escuchamos la palabra “trato”, la acompañamos del adjetivo “justo”. La justicia, para nosotros, es recibir lo acordado, “lo justo.”
Hasta en los escenarios religiosos los seres humanos hemos buscado hacer estos tratos justos. Desde la antigüedad los seres humanos hemos levantado altares a diferentes dioses con la expectativa de que ese sacrificio traiga un resultado particular. Los romanos, por ejemplo, desarrollaron la frase do ut des, que expresaba el intercambio entre el ser humano y la deidad. Esa expresión implicaba reciprocidad, una obligación mutua; y la misma se escribía en los altares. Era un concepto judicial aplicado en la vida religiosa.
¿Les puedo pedir un favor? Olviden todo lo que les he dicho. Dios no funciona así. Los acuerdos con Dios nunca son bilaterales, sino unilaterales. Dios no necesita nada de nosotros para amarnos, escucharnos e intervenir en nuestras vidas. La justicia de Dios no funciona igual que la justicia humana. Les explico.
En una ocasión Jesús les dijo una parábola, una historia, a la gente:
El reino de los cielos es semejante al dueño de una finca, que salió por la mañana a contratar trabajadores para su viña. 2 Convino con ellos en que les pagaría el salario de un día, y los envió a su viña. 3 Como a las nueve de la mañana, salió y vio en la plaza a otros que estaban desocupados, 4 y les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña, y les pagaré lo que sea justo.” Y ellos fueron. 5 Cerca del mediodía volvió a salir, y lo mismo hizo a las tres de la tarde, 6 y cuando salió cerca de las cinco de la tarde halló a otros que estaban desocupados, y les dijo: “¿Por qué se han pasado todo el día aquí, sin hacer nada?” 7 Le respondieron: “Es que nadie nos ha contratado.” Él les dijo: “Vayan también ustedes a la viña.” 8 Cuando llegó la noche, el dueño de la viña dijo a su mayordomo: “Llama a los trabajadores y págales su jornal. Comienza por los últimos y termina por los primeros.” 9 Los que habían llegado cerca de las cinco de la tarde pasaron y cada uno recibió el salario de un día de trabajo. 10 Cuando pasaron los primeros, pensaron que recibirían más, pero cada uno de ellos recibió también el salario de un día de trabajo. 11 Al recibirlo, comenzaron a murmurar contra el dueño de la finca. 12 Decían: “Estos últimos han trabajado una sola hora, y les has pagado lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el cansancio y el calor del día.” 13 El dueño le dijo a uno de ellos: “Amigo mío, no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el salario de un día? 14 Ésa es tu paga. Tómala y vete. Si yo quiero darle a este último lo mismo que te doy a ti, 15 ¿no tengo el derecho de hacer lo que quiera con lo que es mío? ¿O acaso tienes envidia, porque yo soy bueno?” 16 Así que los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.»
Con esta historia, Jesús lo que quiso decir es que Dios es como ese hacendado que comparte su amor con quien quiera y cómo quiera. Nadie puede darle instrucciones a Dios de cómo amar al ser humano. Nadie puede ponerle un sistema judicial a Dios para que haga “tratos justos” con el ser humano. La justicia de Dios no radica en que haga “tratos justos”, sino en que ama a cada ser humano por igual, sin excepciones, sin exclusiones. Luis Alonso Schokel, un gran comentarista dice lo siguiente acerca de esta historia:
La misericordia de Dios no se opone a la justicia humana, sino que la trasciende totalmente en amor. Dios no es injusto al ser generoso. No es cuestión de proporción (justicia), sino de aceptar agradecidos esta desproporción (amor). La gracia es amar más allá de los parámetros de la justicia humana.
Esta historia explica lo que el cristianismo llama “gracia” o el amor inmerecido de Dios. Desde la justicia humana, el amor de Dios se recibiría por los méritos. Desde la perspectiva de Dios, el amor se recibe por necesidad. Dios nos ama no porque podamos pagarle o porque lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Dios otorga su amor a quien lo necesita, no a quien lo merezca.
Los seres humanos, incluyendo los cristianos, hemos tenido problemas con esta desproporción, con esta gracia. El libro de Romanos se escribe precisamente por el conflicto que existía (y existe) entre los judíos y gentiles. Los judíos decían que para recibir la salvación y el amor de Dios, y para formar parte del cuerpo de Cristo, había que realizar una serie de rituales, llamadas “obras de la ley.” Los judíos creían entonces tener privilegio o ventaja frente a los no judíos. Ante esto, Pablo les contesta de la siguiente manera:
La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. Pues no hay diferencia alguna, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios; pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que proveyó Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de expiación por medio de la fe en su sangre. (Romanos 3)
En pocas palabras: todos somos pecadores, y por tanto todos recibimos el amor de Dios como un regalo, no por mérito alguno. Dios solo sabe hacer un trato: Te amo y ya. En el cuerpo de Cristo no existe “seniority”, privilegios o derechos adquiridos. En nuestra relación con Dios no existen tratos equitativos o justos, según la terminología judicial. José Rodriguez y David Cortes lo expresan de esta forma:
La infidelidad del ser humano no puede anular la fidelidad de Dios. Al contrario, la infidelidad del ser humano sirve para resaltar la fidelidad de Dios.
Esto quiere decir que la justicia de Dios se puede definir de la siguiente forma: no cumplimos con el trato, pero Dios mismo envió a su hijo Jesús para que cumpliera nuestra parte. Toda persona que quiera entonces experimentar el amor de Dios y la salvación, lo único que tiene que hacer es creer que Jesús cumplió la parte del trato que nos tocaba a nosotros y agradecerle. Eso quiere decir que nadie tiene ventaja en esta carrera, todos recibimos el amor de Dios como un regalo. A diferencia de cómo quizás hemos pensado, la justicia de Dios no es castigo, sino gracia o regalo inmerecido.
Jesús no solo dijo esta historia que narré al inicio acerca de los jornaleros, sino que nos enseñó con su ejemplo lo que era la generosidad y la gracia de Dios. Lucas 23 nos dice:
Con Jesús llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para ser ejecutados. 33 Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, lo mismo que a los malhechores, uno a la derecha de Jesús y otro a su izquierda. 34 [Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»] Y los soldados echaron suertes para repartirse entre ellos sus vestidos. 35 Mientras el pueblo observaba, los gobernantes se burlaban de él y decían: «Ya que salvó a otros, que se salve a sí mismo, si en verdad es el Cristo, el escogido de Dios.»36 También los soldados se burlaban de él; hasta se acercaron y le ofrecieron vinagre, 37 mientras decían: «Si eres el Rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» 38 Había sobre él un epígrafe que en letras griegas, latinas y hebreas decía: «ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.» 39 Uno de los malhechores que estaban allí colgados lo insultaba y le decía: «Si tú eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!»40 Pero el otro lo reprendió y le dijo: «¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios? 41 Lo que nosotros ahora padecemos es justo, porque estamos recibiendo lo que merecían nuestros hechos, pero éste no cometió ningún crimen.» 42 Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» 43 Jesús le dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.»
Mientras los seres humanos no cumplíamos con la parte del trato que nos tocaba, Jesús nos ofreció perdón a todos, y en particular a un ladrón que muy probablemente no tenía los méritos para recibir la salvación según la justicia humana. Jesús puso en práctica lo que había enseñado en la parábola de los jornaleros:
Si yo quiero darle a este último lo mismo que te doy a ti, ¿no tengo el derecho de hacer lo que quiera con lo que es mío? ¿O acaso tienes envidia, porque yo soy bueno?” Así que los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.
Por mucho tiempo viví con la creencia que necesitaba merecerme el amor de Dios. No fue hasta que alguien me explicó lo que les acabo de explicar, que mi vida fue transformada. Fui liberado de una carga que nunca debí llevar. Entendí que no debía servir a Dios por obligación o por alcanzar los méritos necesarios para recibir su amor. Aprendí que el único trato que Dios quería hacer conmigo era uno: Te amo, y ya. En agradecimiento a ese amor, le obedezco y sirvo. Hoy Dios te dice lo mismo: “Hagamos un trato: te amo, y ya…”