9 de septiembre de 2018
Déjalo ir: Sufrimiento
Juan 11:28-37
La semana pasada comenzamos con nuestra serie Déjalo ir, liberándonos de lo que hace daño. En esencia, afirmamos lo siguiente: no debemos negar nuestros sentimientos, porque al aceptarlos hacen su trabajo, pierden poder sobre nosotros y luego se van. El negar un sentimiento hace que ese sentimiento se haga más fuerte y nos enferme a largo plazo. Uno de los ejemplos que traje fue el del duelo, y hoy quiero explicarlo en detalle porque se ha descubierto que muchas personas a lo largo de su vida no manejan bien el duelo y terminan enfermas.
El duelo es el proceso que nuestro sistema ha diseñado para manejar una pérdida. Es un proceso doloroso en el cual se va aceptando la nueva realidad de que hemos perdido algo o alguien. Este proceso se caracteriza no solo porque es doloroso, sino desesperante. El duelo incluye no solo el sufrimiento por haber perdido algo o alguien, sino por la creencia de que no podremos sobrevivir sin esa persona, cosa o experiencia (ya que se puede perder salud, trabajo, entre otras). Algunos de los pensamientos más comunes cuando pasamos por un duelo son: “Nunca lo superaré”, “Mi vida ya no será la misma”, “No quiero llorar porque nunca pararé de hacerlo”, entre otros.
La psicología ha desarrollado lo que se llama la Escala de Reajuste Social que establece las experiencias que más estrés/dolor causan en un ser humano. Cabe señalar que de las primeras diez experiencias, ocho tienen que ver con la pérdida:
1. Muerte del cónyuge
2. Divorcio
3. Separación matrimonial
4. Encarcelación
5. Muerte de un familiar cercano
6. Lesión o enfermedad personal
7. Matrimonio
8. Despido del trabajo
9. Desempleo
10. Reconciliación matrimonial
Según esta escala, el sufrimiento está causado, principalmente, por la experiencia de pérdida. Esto quiere decir que el duelo usualmente está acompañado del sufrimiento. Hoy no vengo a decirles que existe una forma para no sufrir una pérdida. Eso es imposible. Sin embargo, cuando el duelo no es bien manejado ese sufrimiento se puede alargar y causarnos enfermedades físicas, emocionales y espirituales.
El sufrimiento viene por el apego que le tenemos a algo o alguien. Mientras más nos apegamos a algo o alguien, más vamos a sufrir cuando lo perdamos. Esa cosa, persona o experiencia suple una necesidad emocional en nuestra vida: compañía, modelaje, amor, seguridad, entre otras. Eso en sí mismo no es malo, que algo o alguien nos supla alguna necesidad emocional. El problema está cuando creemos que al perder eso no vamos a poder sobrevivir en la vida, porque no habrá otra cosa u otra persona que suplirá esa necesidad. El sufrimiento viene cuando pensamos que no volveremos a ser plenos o felices en la vida.
No hay duda de que esto es más fácil decirlo que vivirlo, pero en la vida hay que aprender dos cosas, entre muchas: que todo es transitorio, y que quién único puede llenar nuestra vida totalmente es Dios. Aunque sea difícil aceptarlo, todo lo que nos rodea en algún momento dejará de existir, incluyéndonos a nosotros mismos. Posesiones, mascotas, familiares, amigos, trabajo, pareja, salud…todo dejará de existir. Esto quiere decir que es bueno mantener en perspectiva a qué o quién nos apegamos en la vida, y con cuanta fuerza. A mayor apego, mayor probabilidad de sufrimiento.
Esto trae las siguientes preguntas: ¿No debemos apegarnos a las cosas o personas? ¿Qué significa no apegarnos “tanto”? ¿Que no debemos amar “tanto”? No apegarnos tanto a las cosas significa varias cosas. Primero, que en la vida no es tan importante poseer algo, sino disfrutarlo mientras dure. Las personas, cosas o experiencias no son nuestras, son regalos de Dios que hay que disfrutar más que guardar. A aquellos que nos gusta mucho guardar las cosas para luego disfrutarlas debemos tener cuidado de guardar tanto que no tengamos tiempo para disfrutar.
En segundo lugar, si todo es transitorio, hay que apegarse a Dios más que a cualquier otra cosa o persona, porque es Quién único puede proveernos una fuente de plenitud, bienestar y felicidad eterna. El evangelio de Juan nos dice lo siguiente:
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. (Juan 7:38)
…mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. (Juan 4:14)
Esto quiere decir que si todo es transitorio y solo Dios puede traer plenitud de vida, lo que deberíamos hacer es apegarnos a Dios y dejar que se amor nos llene. El Salmo 62:1,5-7 dice:
En Dios solamente está acallada mi alma;
De él viene mi salvación.
5 Alma mía, en Dios solamente reposa,
Porque de él es mi esperanza.
6 El solamente es mi roca y mi salvación.
Es mi refugio, no resbalaré.
7 En Dios está mi salvación y mi gloria;
En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.
En ocasiones los seres humanos esperamos demasiado de las cosas, personas y experiencias, cuando es imposible que nos provean lo que solo Dios puede dar. En Dios solamente podemos encontrar plenitud de vida, y el amor perfecto. 1 Juan 4:16,18 dice:
Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él…18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor…
¿Esto quiere decir que nos apegamos a Dios y despegamos de las cosas y personas? No, sino que cuando Dios llena nuestra vida nos relacionamos con las cosas y personas sin esperar que llenen nuestra vida como solo Dios puede hacerlo. Es relacionarnos con las personas buscando más compartir ese amor que ya Dios nos ha dado, y menos esperando que nos den algo. Es relacionarnos con las personas buscando más dar que recibir. Eso nos permite relacionarnos sin apegarnos, y cuando llegue el día de la pérdida, el duelo será menos doloroso.
Pastor, pero ¿qué hago si ya perdí algo o alguien? ¿Cómo manejo ese dolor? Jesús mismo nos da la contestación con su propia vida. Juan 11 nos dice lo siguiente cuando un amigo de Jesús, Lázaro, fallece:
Y cuando María llegó a donde estaba Jesús, y lo vio, se arrojó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» 33 Entonces Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, se conmovió profundamente y, con su espíritu turbado, 34 dijo: «¿Dónde lo pusieron?» Le dijeron: «Señor, ven a verlo.»35 Y Jesús lloró. 36 Los judíos dijeron entonces: «Miren cuánto lo amaba.»
Cuando se pierde algo lo que se hace es llorar, llorar, y llorar. La forma en que vamos aceptando la nueva realidad es llorando. Mientras lloramos, esas lágrimas van sanando nuestra vida. La ciencia dice que el mismo cuerpo se protege cuando pasas por un proceso de duelo, y que cuando lloras, ese llanto fuerte dura entre 15 y 20 minutos, y luego el cuerpo para. El cuerpo va a llorar cuando lo necesita, y va a parar cuando lo necesita.
En ocasiones ese sufrimiento por el duelo se alarga por las siguientes razones: coraje o culpa, entre otras. El coraje es la forma en que tu sistema expresa su descontento con la realidad de que todo en la vida es transitorio. Mientras no aceptemos que las cosas, personas y experiencias van a acabar, habrá coraje, y por supuesto, sufrimiento. Por otro lado, en ocasiones hay culpa cuando creemos que pudimos haber hecho algo para evitar la pérdida. Esa culpa también se la echamos a otras personas por creer que pudieron haber hecho algo. En la mayoría de las ocasiones esa culpa no tiene fundamento, sencillamente la vida no se puede controlar.
En mi caso, experimenté un divorcio que trajo mucho sufrimiento a mi vida. Les confieso que el apego que tenía con quién era mi esposa no era necesariamente el más saludable, y cuando nos separamos tenía mucho miedo a comenzar de nuevo, culpa por creer que debí haber hecho algunas cosas para evitarlo y coraje con Dios por haberlo permitido. Mi sanidad fue llegando en la medida en que aprendí que: 1) las parejas no pueden darnos todo lo que necesitamos en la vida, solo Dios; 2) que podía comenzar de nuevo con más herramientas en la vida; 3) que el control es una ilusión y era imposible controlar muchas cosas; y 4) que no era mejor que nadie, no era inmune a un divorcio. Una oración que me ayudó mucho a sanar es lo que se conoce como la Oración de la Serenidad:
Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.
Viviendo día a día; disfrutando de cada momento;
sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz;
aceptando este mundo impuro tal cual es y no como yo creo que debería ser,
tal y como hizo Jesús en la tierra: así, confiando en que obrarás siempre el bien;
así, entregándome a Tu voluntad, podré ser razonablemente feliz en esta vida
y alcanzar la felicidad suprema a Tu lado en la próxima. Amén.
-Reinhold Niebuhr
Déjalo ir. Deja ir el sufrimiento reconociendo que todo es transitorio y que hay que apegarse a Dios más que a cualquier otra cosa o persona. Por otro lado, déjalo ir llorando, así como Jesús lo hizo. Lograrás superarlo.