Lucas 19:11-27, Romanos 8:19-25
La pasada semana afirmamos que la creación fue un acto de amor, en donde Dios le otorgó a la creación desde el principio la capacidad de decidir; le otorgó libertad y autonomía. Esto fue un acto de amor, porque quién ama siempre desea el desarrollo y progreso de la otra parte. Además, recordamos el rol que tiene el ser humano ante la creación: ser los cuidadores de la misma, o como también le conocemos, mayordomos. Dios nos regaló el privilegio de ser sus representantes en la creación, siendo invitados a amar la creación de la misma forma que el Creador: con libertad y autonomía.
La realidad es que no siempre el ser humano a cuidado la creación como el Creador nos lo ha pedido, sino que le hemos privado de esa libertad y autonomía. Nos hemos relacionado con la creación como si fuéramos los amos, y la hemos dominado, maltratado y explotado. Ante esta realidad, todavía la creación tiene esperanza de que los seres humanos la tratemos con amor. Todavía espera porque los seres humanos seamos buenos cuidadores, buenos mayordomos. ¿Cómo podemos serlo? Jesús narró una parábola que nos ayudará.
«Un hombre de alto rango se fue a un país lejano, para recibir un reino y luego volver. 13 Antes de partir, llamó a diez de sus siervos, les dio una buena cantidad de dinero, y les dijo: “Hagan negocio con este dinero, hasta que yo vuelva.” Cuando ese hombre volvió, después de recibir el reino, hizo comparecer ante él a los siervos a quienes había dado el dinero, para saber qué negocios había hecho cada uno. 16 Cuando llegó el primero, dijo: “Señor, tu dinero ha producido diez veces más”. 17 Aquel hombre dijo: “¡Bien hecho! Eres un buen siervo. Puesto que en lo poco has sido fiel, vas a gobernar diez ciudades.” 18 Otro más llegó y le dijo: “Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.” 19 Y también a éste le dijo: “Tú vas a gobernar cinco ciudades.” 20 Llegó otro más, y le dijo: “Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he tenido envuelto en un pañuelo, 21 pues tuve miedo de ti, porque sé que eres un hombre duro, que tomas lo que no pusiste, y recoges lo que no sembraste.” 22 Entonces aquel hombre le dijo: “¡Mal siervo! Por tus propias palabras voy a juzgarte. Si sabías que soy un hombre duro, que tomo lo que no puse, y que recojo lo que no sembré, 23 ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, ¡a mi regreso lo habría recibido con los intereses!” 24 Y dijo entonces a los que estaban presentes: “¡Quítenle el dinero, y dénselo al que ganó diez veces más!” 25 Pero ellos objetaron: “Señor, ése ya tiene mucho dinero.” 26 Y aquel hombre dijo: “Pues al que tiene, se le da más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quita. (Lucas 19)
Cuando analizamos no solo ésta sino varias de las parábolas de Jesús relacionadas con la mayordomía, podemos darnos cuenta que tienen que ver con un amo ausente:
Porque el reino de los cielos es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. (Mateo 25:14)
Escuchen esta otra parábola: «El dueño de una finca plantó una viña; le puso una cerca, cavó en ella un lagar, levantó una torre, y la arrendó a unos labradores. Luego se fue lejos. (Mateo 21:33)
Un hombre de alto rango se fue a un país lejano, para recibir un reino y luego volver. (Lucas 19:12)
Para Jesús, la mayordomía trata siempre del amo que le otorga a un siervo el privilegio de administrar y cuidar su propiedad ante su ausencia. El confiar en el mayordomo es una forma en que el amo permite que el siervo crezca y se desarrolle en la medida en que se hace cargo de algo.
Luego, Jesús nos dice en esta parábola que a cada siervo se le entregó dinero para lo invirtiera. Ahora bien, si el amo iba a estar ausente, los siervos no iban a tener al amo dándole órdenes de qué hacer. Cada siervo tenía la responsabilidad de invertir el dinero según los deseos del amo, pero según su criterio. El amo ofreció dirección, pero no tomaría cada decisión por el siervo. Esto nos enseña que la primera tarea del siervo es conocer bien a su amo, para que cuando no esté le pueda representar bien.
Cada siervo tomó decisiones. Dos de ellos invirtieron y ganaron más dinero, uno de ellos no hizo nada con el dinero. Ante esto, el amo regaña al que no hizo nada. Para el amo no era tan importante la cantidad de dinero que podían ganar, sino que hicieran algo con ese dinero. El amo prefirió que se arriesgaran, aunque cometieran errores, a que no hicieran nada. Así como el buen padre, el amo quería que sus siervos se arriesgaran, porque no hay crecimiento sin riesgo.
¿Ustedes no creen que esta parábola, así como las otras que mencioné, tienen un paralelo con el relato de la creación que hemos estudiado los pasados domingos? Primero, Dios crea todo y luego descansa. Aunque ese descanso puede ser interpretado de muchas formas, las cuales trabajaremos el próximo domingo, una de ellas es que el Creador descansó para que el ser humano continuara con la tarea de cuidar la tierra. El descanso de Dios puede interpretarse como el amo que se ausenta o se va lejos para darle la oportunidad al siervo a que administre según los deseos del amo. El descanso de Dios fue una forma en que Dios decidió confiar en el ser humano e invitarle a que se hiciera cargo en su ausencia; siendo esta una oportunidad para que el ser humano creciera y se desarrollara.
Segundo, Génesis 2:15 dice que Dios “lo puso en el huerto de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” Génesis 2:15. La tierra no era un trabajo completado, sino la continuación de lo que Dios había comenzado. Al poner al ser humano a cargo de esa tarea de cultivar y cuidar, Dios estaba diciéndole al ser humano que la creación no era el final, sino el comienzo de un proyecto en donde el ser humano era responsable junto a Dios de desarrollar la tierra. Así como el amo con sus siervos, Dios puso en las manos del ser humano una propiedad en la que se debía invertir para que se desarrollara y diera frutos. Dios nos puso en las manos el proyecto de la tierra, para que tomáramos decisiones para hacerla crecer; aunque cometiéramos errores. No nos dio todo el detalle de cómo administrar la tierra, pero nos invitó a hacer algo. Para Dios, el no hacer nada con la creación, es decir no cultivarla y cuidarla, era y sigue siendo peor que no hacer nada.
En resumen, cuando miramos la creación, y el planeta, podemos afirmar que la misma nunca fue una obra terminada, sino una obra en construcción. Dios no descansó porque había terminado su creación, sino porque la puso en manos del ser humano para que continuara su desarrollo y progreso. La ausencia/descanso del creador no fue señal del final, sino del comienzo de un nuevo proyecto. La acción creadora de Dios estaría presente ahora a través del ser humano, del mayordomo, del cuidador.
Es por esto que Pablo afirma que la creación gime. ¿Por qué gime? Mejor aún, ¿por quién gime? Gime con la esperanza de que el ser humano retome su rol de cuidador y de que Dios la libere de la esclavitud:
Porque la creación aguarda con gran impaciencia la manifestación de los hijos de Dios.20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino porque así lo dispuso Dios, pero todavía tiene esperanza, 21 pues también la creación misma será liberada de la esclavitud de corrupción, para así alcanzar la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 22 Porque sabemos que toda la creación hasta ahora gime a una, y sufre como si tuviera dolores de parto.
Pablo compara la creación con una madre que tiene dolores de parto. Esos dolores de parto son los mismos gemidos de esperanza que tiene una madre que desea dar a luz, que espera algo mejor en medio del dolor, que espera por que el ser humano retome su responsabilidad de cuidarla y amarla como el amo y creador dispuso desde el principio: cultivándola para que se desarrollara, no para que se estancara. La creación gime porque “aguarda con gran impaciencia la manifestación de los hijos de Dios».
Esa esperanza no solo está puesta en el ser humano, sino últimamente en Dios. Por eso gime no solo porque el ser humano la cultive y cuide, sino por la intervención de Dios que la libertará de la esclavitud de la corrupción. La creación, más que en las manos del ser humano, está en las manos de Dios; pero somos sus colaboradores principales, sus mayordomos, sus cuidadores.
Hoy, Día de la Tierra, somos llamados a responder al gemido de la creación. ¿Qué haremos? ¿Retomaremos nuestro rol de cultivarla y cuidarla? Nuestra iglesia hoy lanza un nuevo proyecto de mayordomía “Iglesia Verde”, en el cual comenzaremos con tres oportunidades para cuidar el planeta: reciclaje, plantar árboles en la comunidad y hacer un jardín en nuestros alrededores. Te invito a ser parte de esta hermosa iniciativa.
Hoy te invito a hacer este juramento conmigo:
«Juro lealtad a mi planeta Tierra y a toda la vida que generosamente sostiene. Nuestro planeta, un sistema indivisible de interconexiones infinitas y recursos limitados, el cual cuidaré y protegeré hoy, mañana y siempre; por mi generación y generaciones futuras».