Lucas 6:20-26
Continuamos estudiando el capítulo 6 de Lucas, y en esta ocasión llegamos a lo que conocemos como las bienaventuranzas y ayes. Esta porción bíblica es parte de lo que se conoce como el Sermón del llano, que tiene su paralelo en Mateo 5,6 y 7, en lo que conocemos como el Sermón del Monte. En ambos sermones se presentan las enseñanzas principales de Jesús, y cada evangelista hace sus énfasis particulares. Mateo, por su parte, ubica a Jesús en un monte porque quiere comparar este momento con los diez mandamientos que recibió Moisés en el Monte Sinaí. Desde un monte, símbolo del encuentro con Dios, Jesús comparte con sus seguidores/as los nuevos mandamientos que mejorarán y ampliarán los diez mandamientos; por eso contrasta continuamente la ley con sus enseñanzas.
En el caso de Lucas, se presenta a Jesús ofreciendo estos nuevos mandamientos desde el llano, símbolo del encuentro con la gente, no del encuentro con Dios. Para Lucas lo importante es que los discípulos de Jesús entiendan que estas enseñanzas deben ponerse en práctica en las relaciones con nuestro prójimo. Por eso hace énfasis en el amor a los enemigos, a la regla de oro, a no juzgar, entre otros temas que veremos las próximas semanas.
Otra diferencia entre Mateo y Lucas, es que Lucas solo presenta cuatro bienaventuranzas; al contrario de Mateo que presenta nueve. Estas bienaventuranzas son promesas de Dios para personas con ciertas características. Las bienaventuranzas de Lucas afirman que los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos son dichosos en el Reino de Dios. Pero lo particular de Lucas es que para cada una de estas bienaventuranzas hay un ay. Los ayes son advertencias o amonestaciones, tal y como lo hacían los profetas del Antiguo Testamento. Lucas lanza estas advertencias a los ricos, los saciados, los que ríen y los elogiados; siendo estos los grupos contrarios a lo presentado en las bienaventuranzas: pobres-ricos, hambrientos-saciados, lloran-ríen, perseguidos-elogiados. Hoy me enfocaré en discutir las primeras tres bienaventuranzas y ayes.
“Bienaventurados ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece…Pero ¡ay de ustedes los ricos!, porque ya han recibido su consuelo” (v.20 y 24).
Cuando leemos el evangelio de Mateo, él se refiere a los pobres de espíritu, mientras que Lucas solo dice pobres. Este detalle es importante porque Lucas quiere enfatizar que dichosos son los que tienen necesidad no solo espiritual, sino física y emocional. Para Lucas la pobreza es diversa y todo aquel que tiene necesidad de algo, ese es pobre. ¿Cuántos caemos en esa categoría? Probablemente todos/as. La pobreza es señal de necesidad, de tener que depender de otra persona para nuestro sustento, de no poder ser autosuficientes. Jesús promete entonces que el reino de Dios le pertenece a estas personas.
¿No les recuerda esta bienaventuranza al momento en que Jesús dijo en Mateo 19:14: “Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de los cielos es de los que son como ellos”? Muchas interpretaciones se le ha dado a este texto, pero una de ellas es muy importante: los niños dependen de otras personas para sobrevivir, no son autosuficientes; y de la misma forma, el reino de los cielos es de quienes dependen totalmente de su Padre celestial. En esta bienaventuranza, Lucas nos recuerda que la pobreza (la necesidad e incapacidad de ser autosuficientes) es la oportunidad de poner toda nuestra dependencia en Dios y disfrutar así del cuidado del Padre celestial.
Por otro lado, Jesús hace una advertencia a los ricos y dice que ellos ya han recibido su consuelo. ¿Por qué Jesús condena a los ricos? ¿Es pecado ser rico? En este contexto sí, y les explico. Ser rico es un asunto tanto de posesiones materiales como de actitud. Ser rico es tener abundancia, pero también es un asunto de creerse autosuficiente, y así tener la arrogancia y orgullo como para no necesitar de Dios. Si la pobreza es la oportunidad para depender de Dios, la riqueza es la experiencia de poner nuestra seguridad en las posesiones materiales (dinero, carros, casas, ropa) en vez de en Dios.
Para Jesús, las personas que confían en sus posesiones materiales más que en Dios, ya han recibido su consuelo. ¿Qué significa esto? El huracán María nos puede ayudar a entenderlo. Todos en este huracán hemos perdido algo: dinero, casas, carros o ropa, entre otras cosas. Hemos recordado que las posesiones materiales se pueden perder muy fácilmente, algo que Jesús sabía. Por eso cuando Jesús dice que los ricos ya han sido consolados, esto es para mí una ironía o un sarcasmo. Ese consuelo es que al poner su seguridad en sus posesiones, van a sufrir y experimentar ansiedad porque tarde o temprano las van a perder. Ese “consuelo” es una forma de decir que los ricos pierden la oportunidad de disfrutar la paz que viene cuando se es pobre y se depende de Dios.
Para Jesús, podemos ser pobres o ricos no importa la cantidad de posesiones que tengamos. Somos pobres, no importa la cantidad que tengamos, cuando somos generosos y compartimos lo que tenemos con otras personas teniendo la seguridad de que el Padre celestial proveerá a cada una de nuestras necesidades. Somos ricos, no importa la cantidad que tengamos, cuando no somos generosos, sino avaros y sufrimos así de ansiedad porque nuestra seguridad está en nuestras posesiones. Jesús entonces nos invita a ser pobres, a ser niños y confiar en Dios no importa cuánto tengamos.
Cuando miramos las otras dos bienaventuranzas, tienen un significado parecido: dependencia de Dios ante la necesidad, y una amonestación a la autosuficiencia.
“Bienaventurados ustedes los que tienen hambre, porque serán saciados. Bienaventurados ustedes los que ahora lloran, porque reirán… ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!, porque habrán de pasar hambre. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen!, porque habrán de llorar y de lamentarse”.
Saciados es la misma palabra que aparece en los evangelios en la alimentación de los cinco mil. Marcos 8:8 dice “Y comieron, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas”. Ser saciados es la experiencia de depender de Dios para nuestro sustento físico y espiritual. Es la misma experiencia que tuvo el pueblo de Israel cuando Jehová envió el maná y las codornices. Jesús entonces bendice a los hambrientos porque el hambre es la oportunidad para ver y experimentar los milagros de Dios que multiplican la comida. ¿Cuántos hemos experimentado eso este pasado mes? El hambre ha sido la oportunidad para ver cómo Dios sacia hasta que sobra.
Por otro lado, Jesús condena a quienes están saciados. ¿Qué significa esto? Una vez más, Jesús amonesta a quienes al tenerlo todo, incluyendo mucha comida, se pierden la oportunidad de ver los milagros de la multiplicación de los panes y los peces en sus casas. No tener hambre es igualmente una actitud de autosuficiencia y pobre dependencia de Dios en donde no se espera nada de Dios, y en donde los ojos se mantienen cerrados ante los milagros que Dios hace todos los días. Jesús entonces nos invita a no estar saciados, sino a tener hambre: estar en la expectativa del milagro de Dios, y al presenciarlo ser llenos de fe.
Por último, Jesús bendice a quienes lloran. Que mucho hemos llorado este pasado mes. Hay dolor en nuestro corazón. Pero al igual que con la pobreza y el hambre, el dolor es la oportunidad para depender de Dios y confiar en que su Espíritu Santo consolará nuestro corazón. Es la oportunidad para afirmar lo que dice el Salmo 30:11-12: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.
Jesús también amonesta a los que ríen y no lloran, porque pierden la oportunidad de depender del consuelo de Dios y experimentar la esperanza: saber que algo Dios hará. Quién siempre ríe no sabe lo que es el duelo, pero tampoco lo que Dios puede hacer en medio del duelo para cambiar el lamento en baile.
Ante este nuevo Puerto Rico luego del huracán María, hay pobreza, hambre y lágrimas. Pero Jesús nos dice que esta necesidad es nuestra oportunidad para depender de Dios, y dejar a un lado la autosuficiencia, orgullo y arrogancia. Es nuestra oportunidad para:
- Ser niños y poner nuestra seguridad en Dios y no en las posesiones materiales, para así experimentar PAZ y no ansiedad.
- Abrir nuestros ojos y esperar un milagro de Dios cada día a la hora de comer, para así experimentar FE y no incredulidad.
- Permitir que Dios nos consuele y cambie el lamento en baile, para así experimentar ESPERANZA y no depresión.
Nuestra necesidad es la oportunidad para recibir la visitación de Dios. Esta es nuestra oportunidad para ser bienaventurados.