Predicación del domingo 24 de septiembre
2 Corintios 4:7-18, Marcos 12:28-34
Acabamos de experimentar uno de los peores desastres naturales en nuestra historia, y el más significativo de los últimos 90 años. Solo aquellas personas que vivieron el huracán San Felipe en el 1928 pueden saber lo que un huracán categoría cinco puede hacer. No hay duda de que estamos en medio de una crisis nacional, en donde experimentamos duelo por las pérdidas, tristeza por lo ocurrido, y ansiedad por lo que ocurrirá en Puerto Rico en los próximos meses y años. ¿Cómo el cuerpo de Cristo debe enfrentar una crisis de esta naturaleza? Pablo y Jesús nos ayudarán.
2 Corintios es una compilación de varias cartas del apóstol Pablo; la mayoría de ellas dirigidas a trabajar asuntos internos de la comunidad de Corinto. Es un libro en donde Pablo está pastoreando a una iglesia que parecía ser difícil. En ocasiones se presenta a un Pablo molesto con la comunidad, principalmente porque la comunidad recibía y escuchaba a predicadores que no iban a la par con las enseñanzas Cristo céntricas de Pablo. Pablo esperaba fidelidad y obediencia a su mensaje, por lo que se compara con estos predicadores con el fin de que pudieran reconocer el liderato tóxico de estos. Para esto, Pablo toma la decisión de hablar de sus debilidades, en vez de sus fortalezas, como una forma de mostrarles que su ministerio no giraba alrededor de sí mismo o sus capacidades, sino de la gracia de Dios. Pablo afirmó que las crisis eran parte de su vida, pero que las mismas eran una oportunidad para poner en práctica su fe. ¿Cuál era su fe? Veámosla a continuación:
“Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; abatidos, pero no destruidos…Por tanto, no desmayamos; más bien, aunque se va desgastando nuestro hombre exterior, el interior, sin embargo, se va renovando de día en día. Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable; no fijando nosotros la vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mientras que las que no se ven son eternas”, 2 Corintios 4:8-9,16-18.
Luego del huracán María nadie tenga duda de que estamos atribulados, perplejos y abatidos. Nos duele el corazón al ver lo que ha pasado en nuestro país. Estamos en medio de un proceso de duelo, que comenzó cuando tuvimos certeza de que el huracán nos azotaría directamente. Luego el miércoles, al escuchar las ventanas y puertas temblar, nosotros también temblamos. Algunos tuvimos la oportunidad de ver cómo los techos volaban durante el huracán. Luego del huracán nos quedamos perplejos por lo ocurrido: árboles y postes de luz caídos, casas sin techos, inundaciones. Ante el asombro, comenzamos a dar gracias a Dios por estar vivos, y a verificar si nuestros familiares también lo estaban. Muchos salimos a dar una vuelta por el barrio para ver cómo estaba todo y ayudar en algo, y nos dimos cuenta que hay quienes están vivos, pero con pérdidas significativas.
Sin el más mínimo deseo de ser pesimista, este “shock” se transformará en tristeza y ansiedad cuando veamos que el poste de luz caído no sea recogido prontamente; cuando pasen los días y no llegue la luz o el agua, cuando “caigamos en tiempo” de que esta crisis tiene el potencial de cambiar nuestras vidas por los próximos meses y años; cuando lleguen preguntas de cómo nos alimentaremos y cuándo podremos ir a trabajar; cuando nuestra vida no regrese a la normalidad o a lo que era antes. ¿Qué debemos hacer para evitar la ansiedad y la depresión? ¿Cómo debemos enfrentar esta nueva etapa de nuestras vidas como habitantes de este país?
Pablo ya nos lo dijo: “atribulados, pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; abatidos, pero no destruidos…Por tanto, no desmayamos; más bien, aunque se va desgastando nuestro hombre exterior, el interior, sin embargo, se va renovando de día en día. Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable; no fijando nosotros la vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mientras que las que no se ven son eternas.”
Esta crisis es una oportunidad para la fe. Es la oportunidad para afirmar que no vamos a desmayar. Aunque externamente nos vamos a desgastar, porque estamos atribulados, perplejos y abatidos, nuestro espíritu se renovará. Es la oportunidad para que en medio de nuestra tribulación, pongamos nuestra mirada no en las cosas que se ven y son temporales, sino en las que no se ven y son eternas. Es la oportunidad para no solo mirar el desastre natural con nuestros ojos físicos, sino para abrir nuestros ojos espirituales e identificar cómo Dios está presente en medio nuestro; porque tenemos un Dios que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin.
Esta crisis es una oportunidad para poner en acción los fundamentos de nuestra fe cristiana, según los afirmó Jesús: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Marcos 12:30-31.
Fundamento #1: Amar a Dios. ¿Por qué es importante amar a Dios en una crisis nacional? Porque es la forma de alimentar nuestra fe. Así como alimentamos las plantas eléctricas con gasolina para que continúen funcionando, nuestra fe necesita alimentarse para que siga viva y fuerte en medio de esta crisis. Por eso es necesario practicar las disciplinas espirituales que nutren nuestra relación con Dios, principalmente dos: la oración y el estudio de las Escrituras. ¿Queremos vivir esta crisis con un espíritu fuerte y lleno de fe? ¿Queremos disminuir nuestra ansiedad? Oremos y leamos la Biblia diariamente, y viviremos una fe real y no una fe mágica. La fe mágica es la que utiliza a Dios para evitar el sufrimiento y cuando el sufrimiento llega la persona se queda sin fe porque no puede explicarlo; la fe real es la que experimenta la provisión, cuidado y consuelo de Dios en medio del sufrimiento.
Fundamento #2: Amar al prójimo. ¿Por qué es importante amar al prójimo en una crisis nacional? Porque es la forma en que Dios se hace presente en la vida de quienes tienen necesidad. Nuestro servicio puede ser la contestación a las oraciones de nuestro prójimo. Hay un himno que dice:
Enviado soy de Dios mi mano lista está
Para construir con Él un mundo fraternal
Los ángeles no son enviados a cambiar
Un mundo de dolor por un mundo de paz
Me ha tocado a mí hacerlo realidad
Ayúdame Señor a hacer tu voluntad
Estamos viviendo un momento de dolor, y nadie puede evitarlo. Por eso, dos de las mejores disciplinas espirituales que podemos practicar para amar a nuestro prójimo son la compasión y la sencillez. La compasión es la capacidad para estar presente en la vida de aquellas personas que sufren, sin necesariamente decir algo. Es tener presencia para absorber y compartir ese dolor, recordando que el dolor es menor cuando se divide en dos. ¿A quién puedo acompañar en medio de su dolor?
En segundo lugar, tenemos la sencillez. La escasez será la orden del día para la mayoría de nosotros/as. La sencillez es la disciplina de vivir con lo que necesitamos, sin lujos ni comodidades. Aunque hablar de sencillez parece innecesario, quizás todavía algunos de nosotros no hemos hecho conciencia que esto es una crisis nacional y que no sabemos con claridad la magnitud de la misma. Por eso es importante utilizar bien los recursos, no solo para que nos duren, sino para que tengamos suficiente para compartir con otras personas. No sobreviviremos si no hay solidaridad.
En adición a estas disciplinas espirituales, existen unas disciplinas que nos permiten amar a Dios y al prójimo colectivamente, como cuerpo de Cristo. Estas son: congregarnos e invitar. Como iglesia tendremos culto como de costumbre porque será una forma de acompañarnos y estimularnos a mantener la fe en medio de la crisis, por medio de la adoración, oración, predicaciones, discipulados, Santa Cena, ofrendar, entras experiencias. Pero el congregarnos también nos ayudará a conocer quién tiene necesidad de manera que podamos actuar lo más rápido posible. Nuestras ofrendas y diezmos serán utilizadas para ayudar a quienes necesitan, no lo duden, solo necesitamos que nos lo informen. Por último, aprovechemos las oportunidades para invitar a otras personas a seguir a Cristo y a nuestra iglesia. Las crisis son oportunidades para tomar decisiones importantes, y muchas personas pueden decidirse por Cristo en estas próximas semanas y meses.
Para terminar, quisiera compartir unas palabras de una predicación del año pasado, que me parecen idóneas para este momento: “Un buen sistema inmunológico es el que usa todos los recursos internos disponibles (glóbulos blancos) para combatir la enfermedad. Cuando llega la adversidad, las familias no saludables comienzan a poner su atención en la crisis, más que en los recursos internos que tienen para enfrentarla; no miran hacia adentro para ver sus fortalezas, sino hacia afuera para ver la enfermedad. Por otro lado las familias saludables se enfocan en sus fortalezas más que en sus debilidades, asumen responsabilidad ante la adversidad y no se la pasan echando culpas a los demás. Son familias que aceptan que las crisis llegan, y que no se resolverán a menos que sean proactivos/as y hagan algo para cambiar las circunstancias. Son familias que se organizan y preparan para enfrentar la adversidad.”
Amada iglesia: las crisis llegó, y no la podremos evitar. Estamos en un proceso de duelo y el dolor, escasez y sufrimiento serán parte del mismo. Sin embargo, nos podemos organizar para enfrentarla: aprovechando el momento como una oportunidad para la fe, para abrir nuestros ojos espirituales y poner la mirada en las cosas eternas, no en la crisis. Es la oportunidad para amar a Dios y llenar el tanque de fe, para amar al prójimo por medio de la sencillez y la compasión, y para unirnos como iglesia y enfrentar todo esto juntos. Es tiempo de poner nuestra mirada en nuestras fortalezas, sacar lo mejor de nosotros, y confiar que Dios está con nosotros. Estamos en medio de una oportunidad para la fe.