Predicación del domingo 17 de septiembre de 2017
Mateo 19:1-12
Hoy continuamos con nuestra serie Hasta que la muerte nos separe. Ya hemos hablado sobre la autoestima y la intimidad sexual. Para repasar, hemos afirmado que el amor es “la voluntad de extender los límites del yo con el propósito de nutrir nuestro crecimiento espiritual y el de los demás” (Scott Peck), y que el mismo se caracteriza por siete elementos: reciprocidad, dignidad, admiración, deseo, humor, sensibilidad y respeto. Hoy nos toca hablar sobre el divorcio.
Según los especialistas en el tema, el divorcio es la segunda crisis más dolorosa, luego de la muerte del cónyuge. Es un proceso en el cual se lacera mucho la autoestima y se combinan la tristeza, el dolor, la frustración y la vergüenza no solo para la persona divorciada sino para sus familias y amistades. A todo esto se le añade que en muchas ocasiones quienes se divorcian no reciben el apoyo que deberían recibir porque en vez de ser acompañados son juzgados. Según las estadísticas del gobierno de Puerto Rico entre 12,000 a 13,000 personas experimentan el divorcio cada año. Me atrevo a afirmar que la mayoría de quienes estamos aquí reunidos hemos experimentado el divorcio de una forma directa o indirecta.
Dadas estas circunstancias, hoy quiero trabajar con ustedes dos asuntos acerca del divorcio: qué dijo Jesús acerca del mismo y cómo lo manejamos saludablemente dentro del contexto cristiano. He escogido a Jesús, porque Él es el criterio con el cuál interpretamos la Biblia. Pero antes de estudiar las palabras de Jesús, es importante entender el contexto que le rodeaba.[i]
En esa época los judíos tenían una oración en las mañanas en donde daban gracias a Dios por no haber nacido gentil, ignorante de la ley o mujer. Las mujeres eran propiedad del hombre y tenían la función de procrear. La poligamia era aceptada y un hombre podía tener varias esposas para asegurar la descendencia. Si una esposa era infértil o “hacía algo vergonzoso”, el hombre tenía derecho a divorciarse de ella; derecho que no tenía la mujer. Deuteronomio 24:1-4 establece que cuando el hombre quisiera divorciarse de su mujer solo tenía que escribir una carta de divorcio y ambos eran libres para volverse a casar. Los fariseos entonces le preguntan a Jesús si esta práctica era permitida:
“Entonces se le acercaron los fariseos, y para ponerlo a prueba le dijeron: «¿Es lícito que un hombre se divorcie de su mujer por cualquier causa?» 4 Él les respondió: «¿Acaso no han leído que al principio el Creador “hombre y mujer los creó”? 5 Y agregó: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser.” 6 Así que ya no son dos, sino un solo ser. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe nadie.» 7 Le preguntaron: «Entonces, ¿por qué Moisés mandó darle a la esposa un certificado de divorcio y despedirla»? 8 Él les respondió: «Moisés les permitió hacerlo porque ustedes tienen muy duro el corazón, pero al principio no fue así. 9 Y yo les digo que, salvo por causa de fornicación, cualquiera que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio. Y el que se casa con la divorciada, también comete adulterio»”, Mateo 19:3-9.
La respuesta de Jesús tiene varias partes. En primer lugar, el verso ocho dice: “Moisés les permitió hacerlo porque ustedes tienen muy duro el corazón, pero al principio no fue así.” Con esta respuesta Jesús afirma que esa práctica de dar carta de divorcio no era permitida o saludable, pero por una razón particular: la dureza de su corazón. ¿Qué significaba esto? Que utilizaban las mujeres como un medio para tener descendencia, pero se divorciaban de ellas al estas ser infértiles o por razones superficiales y egoístas. Cualquier cosa era una excusa para otorgar carta de divorcio. Esta práctica no era el diseño de Dios para el matrimonio.
¿Cómo Dios había diseñado la relación entre el hombre y la mujer?[ii] Jesús mismo lo dice cuando cita a Génesis 1:27: “¿Acaso no han leído que al principio el Creador “hombre y mujer los creó”? y a Génesis 2:24: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser”. Vayamos primero a Génesis 1:27.
En Génesis hay dos relatos de la creación del ser humano. Génesis 1:27 dice: “Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó”; verso que se ha interpretado para afirmar que Dios los creó a la vez, y por consiguiente no hay jerarquía entre ambos. Por otro lado, Génesis 2:22 dice: “Con la costilla que sacó del hombre, Dios el Señor hizo una mujer, y se la llevó al hombre”; verso que se ha interpretado para afirmar la superioridad y dominancia del hombre sobre la mujer. De estos dos textos bíblicos Jesús decide escoger Génesis 1:27 para afirmar que el diseño de Dios para la relación entre un hombre y una mujer no debe ser de jerarquía, superioridad y dominación, sino de equidad. Por tanto, Jesús les recuerda el diseño de Dios para el matrimonio: equidad, la mujer no es inferior ni propiedad del hombre.
El segundo texto bíblico que Jesús cita es Génesis 2:24 que dice “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán un solo ser”. Este verso es interpretado como una referencia a la sexualidad entre un hombre y la mujer. Cuando estudiamos este verso en su contexto en el libro de Génesis el mismo nos enseña que el diseño de Dios para la sexualidad humana no solo es la reproducción, sino la unidad entre dos personas. Por tanto, Jesús les recuerda otro principio del diseño de Dios para el matrimonio: unidad, la sexualidad no es solo un medio para tener descendencia.
Cuando combinamos ambos textos bíblicos podemos entender que el diseño de Dios para el matrimonio, según Jesús es el siguiente: la mujer no es un objeto que se utiliza de manera indigna para tener descendencia.[iii] Ahora bien, ¿por qué Jesús dijo esto? ¿Qué relación tenía con el divorcio? Que la práctica de dar carta de divorcio no era el diseño de Dios porque respondía a una visión del matrimonio caracterizada por la jerarquía, dominación y superioridad y no por la reciprocidad, dignidad, sensibilidad y respeto. Jesús condena esta práctica porque era una vía fácil de no asumir la responsabilidad de extender los límites del yo con el propósito de nutrir su crecimiento espiritual y el de su pareja. Por eso dice: “Así que ya no son dos, sino un solo ser. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe nadie.”
Estudiando las palabras de Jesús no podemos llegar a la conclusión de que condenó de manera absoluta el divorcio. Para Jesús, cuando el divorcio es una vía fácil para no asumir el diseño de Dios para el matrimonio, ese divorcio no tiene validez. Por eso dice: “Y yo les digo que, salvo por causa de fornicación, cualquiera que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio. Y el que se casa con la divorciada, también comete adulterio”. El hombre y la mujer que se divorciaran bajo esas condiciones seguirían casados, y por tanto al entrar en una nueva relación ambos cometían adulterio.
La respuesta de Jesús es extraordinaria, porque condena la vía fácil. Sin embargo, el divorcio en ocasiones es una opción que libera a las personas de una relación que no está cumpliendo con el diseño de Dios, y que en vez de caracterizarse por la reciprocidad, dignidad, admiración, deseo, humor, sensibilidad y respeto, se caracteriza por la codependencia o el apego por necesidad, el egoísmo, el odio o la enemistad, la infidelidad, el maltrato (hacia uno mismo y hacia la otra persona), la indignidad o usarse el uno al otro, el sufrimiento, la culpa, el control o querer cambiar a la otra persona, sexo sin amor o para llenar vacíos, y la insensibilidad o indiferencia, entre otras cosas.
En ocasiones los matrimonios no están cumpliendo con el diseño de Dios o la función que deberían tener, y hay que evitar la vía fácil y hacer todo lo posible para regresar al diseño de Dios. Sin embargo, hay relaciones que se convierten en disfuncionales porque no hay amor ni voluntad para regresar al diseño de Dios. Dios puede cambiar las personas, pero las personas tienen que querer cambiar, y eso no siempre ocurre. Por tanto, hay relaciones que se convierten en relaciones disfuncionales, atentando así contra la salud y plenitud del ser humano y sus familias; particularmente la salud de los hijos, porque se les quita la oportunidad de aprender lo que es el amor saludable de manera que lo pueda reproducir en el futuro.
Pudiéramos llegar a pensar que todas las relaciones tienen problemas y por tanto el divorcio no debería ser una opción, pero la realidad es no todas las relaciones son disfuncionales. Un matrimonio es disfuncional cuando no se caracteriza por el amor, y cuando no hay amor no hay razón para que una relación se mantenga unida. Hay parejas que viven juntas pero ya están divorciadas emocionalmente. Howard Clinebell, profesor de psicología y asesoramiento pastoral nos dice que “algunos matrimonios son tan irreversiblemente destructivos para la pareja y para sus hijos, que un divorcio es la única esperanza de salvar aquello que sea constructivo (positivo)”.
Una de las formas en que he podido entender lo complejo del divorcio es utilizando el cuadrilátero metodista que incluye la Escritura, tradición, experiencia personal y razón. Cuando paso el tema del divorcio por el filtro de las escrituras bíblicas veo a Jesús afirmando el diseño saludable del matrimonio y la importancia de no escoger la vía fácil. Cuando lo paso por el filtro de la tradición me encuentro con que la iglesia ha promovido la fidelidad y ha desalentado el divorcio, pero en ocasiones ha llegado a condenar, enjuiciar y excluir a las personas divorciadas. Por eso es que hay cristianos/as que, para evitar la vergüenza de un divorcio, se mantienen en una relación disfuncional.
Cuando lo paso por el filtro de la experiencia personal puedo afirmar por experiencia propia que los seres humanos no siempre tomamos las mejores decisiones a la hora de escoger una pareja, creando así matrimonios disfuncionales en los que el divorcio es la única esperanza de salvar aquello que sea constructivo (positivo). He descubierto que una de las etapas más importantes del matrimonio es el noviazgo porque nos permite conocer bien a la persona con quién pensamos casarnos.
Cuando lo paso por el filtro de la razón vienen a mi mente varias preguntas: Si no hay amor, ¿deben dos personas mantenerse casadas? ¿Qué ocurre cuando una o las dos partes no cumplen con el pacto y laceran la confianza de la relación? ¿Qué hacemos cuando una de las dos partes deja de amar? ¿Acaso el matrimonio no es un pacto entre dos personas? ¿Qué hacemos cuando hay infidelidad y maltrato? ¿Qué significa “hasta que la muerte nos separe”? ¿Esto aplica a cuando el amor muere?
Aunque voy a trabajar este tema la semana que viene, les adelanto que ninguna relación debe caracterizarse por la infidelidad, y mucho menos por el maltrato; que no solo es físico, sino emocional y verbal. Eso no es amor y una persona puede perdonar, pero no tiene que permanecer en un escenario que no sea digno para él o ella.
El asunto es complejo, y cada caso es particular. Sin embargo estoy consciente que hay personas que se divorcian bajo la vía difícil, no la vía fácil. Han tenido que poner en balanza las consecuencias de mantenerse en una relación disfuncional y las consecuencias de divorciarse, y han optado por el divorcio porque les presenta un futuro más esperanzador y saludable. Por eso hay que tener empatía y acompañar a quienes se divorcian, sin necesariamente saber las razones del divorcio. De hecho, no es necesario compartir con otras personas las razones de un divorcio; es un asunto privado.
Si has pasado por un divorcio o alguien cerca de ti, hoy quiero decirte que el divorcio no es el final. Todas las experiencias de la vida son una oportunidad para crecer y experimentar la sanidad de Dios. Dios es real y puede usar un divorcio para tu crecimiento, y como una oportunidad para experimentar su sanidad. Pero para que un divorcio te ayude a crecer y a experimentar la sanidad de Dios debes tener en cuenta lo siguiente:
- Mira hacia adentro. No te quedes mirando los errores de los demás, acepta tus errores también.
- Es necesario perdonar, a ti mismo y a los demás. Vale la pena.
- Ten paciencia, la sanidad de Dios es real pero toma tiempo. Ten en cuenta que puede tomar meses o años.
- Recuerda tu vulnerabilidad. Aunque pienses que estás sano/a, puede que no lo estés. Cuidado con apresurarte y comenzar una nueva relación si todavía no es el momento. Un clavo no saca otro clavo, ambos se quedan clavados.
Termino afirmándote las palabras más importantes de este mensaje: No escojas la vía fácil en tu matrimonio; busca toda la ayuda que necesites (asesoría pastoral y de pareja) y no lo tomes a la ligera. Pero si tuvieras que escoger el divorcio o ya lo has escogido, te recuerdo que no estás solo/a. Cuentas con Dios, esta iglesia y conmigo. El divorcio no es el final.
“Fíjense en que yo hago algo nuevo, que pronto saldrá a la luz. ¿Acaso no lo saben? Volveré a abrir un camino en el desierto, y haré que corran ríos en el páramo.” Isaías 43:19
[i] En el Antiguo Testamento (AT) la familia tenía ciertas características. En primer lugar, las familias se organizaban por familias, clanes y tribus. Las familias giraban alrededor del patriarca o padre de la familia. Esta familia incluía a las esposas, hijos, siervos y familias de los hijos. Estas familias se unían y formaban un clan, y luego varios clanes hacían una tribu. Todas las leyes que se establecían en la sociedad giraban alrededor del patriarca. El patriarca o el padre de la familia tenía autoridad total y funciones sacerdotales en la familia; por lo que el escenario religioso principal de una familia no era el templo, sino su hogar.
Bajo esta organización, el hombre podía tener más de una esposa; eran polígamos. Esta libertad tenía muchas razones, pero una de ellas era la fertilidad. Era importante que el hombre tuviera descendencia, y si una esposa no le daba hijos, otra lo podía hacer. El hombre también se podía relacionar con sus esclavas para asegurar descendencia. La poligamia llevaba a que las mujeres no tuvieran valor por sí mismas, sino que eran instrumentos para asegurar la descendencia de una familia. Solo cuando una mujer daba a luz un hijo varón era que tenía dignidad como persona. El matrimonio era una transacción económica entre dos familias, en donde las mujeres eran propiedad del hombre, compradas por sus esposos así como se compraban esclavos/as (los/as cuales eran permitidos/as). Las mujeres tampoco tenían derecho a herencia.
En el contexto del Nuevo Testamento (NT), las mujeres continuaban siendo propiedad del hombre, y eran excluidas de las decisiones. Se limitaban a tareas domésticas, no eran educadas igual que el hombre (solo podían escuchar, no enseñar), y no tenían una vida pública: usaban velos y atavíos para pasar inadvertidas. El matrimonio seguía siendo un acuerdo, pero las mujeres tenían mayores derechos económicos y de propiedad. La poligamia ya no era tan fuerte, pero seguía siendo aceptada. El esposo tenía derecho a divorciarse de su esposa si ella hacía algo vergonzoso, según Deuteronomio 24; la mujer no tenía este derecho. Los judíos tenían una oración en las mañanas en donde daban gracias a Dios por no haber nacido gentil, ignorante de la ley o mujer.
Cuando hablamos de la iglesia cristiana primitiva, y los escritores de los libros del Nuevo Testamento (como Pablo), ellos vivieron en este contexto patriarcal de la época, pero intentaron mejorar el sistema, motivados por las enseñanzas de Jesús. La iglesia incluyó a las mujeres en roles de liderazgo de la iglesia y el libro de los Hechos nos habla de mujeres como Priscila, Dorcas Tabita y Lidia. Aunque buscaron mejorar el sistema, es importante entender que no rechazaron esta estructura judía patriarcal por completo, y por eso es que en el Nuevo Testamento vemos pasajes bíblicos que se contradicen unos con otros: por un lado se promueve la equidad entre hombre y mujer, y por otro lado se valida el patriarcado.
[ii] “Entonces dijo Dios: «¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que repta sobre la tierra!» 27 Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó. 28 Y los bendijo Dios con estas palabras: «¡Reprodúzcanse, multiplíquense, y llenen la tierra! ¡Domínenla! ¡Sean los señores de los peces del mar, de las aves de los cielos, y de todos los seres que reptan sobre la tierra!» Génesis 1:26-28.
Según este pasaje, cuando Dios crea al ser humano, los crea a ambos, mujer y hombre, a su imagen. ¿Qué significó que ambos, mujer y hombre, fueron creados a su imagen? Les comparto dos respuestas: comunidad y vocación. La naturaleza de Dios, desde el principio ha sido la comunidad. Desde el inicio de la creación vemos que Dios es un Dios trino, en donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en comunidad, y no en superioridad. La doctrina cristiana no afirma que el Padre es superior al Hijo o al Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres formas de un mismo Dios. Cuando Dios crea a la mujer y al hombre a su imagen, está afirmando que esa misma experiencia de comunidad trinitaria, es la que debe haber también entre el hombre y la mujer, sin necesidad de superioridad o dominancia de un sexo sobre el otro.
En segundo lugar, el Creador también era el Señor de la creación. Cuando Dios crea al ser humano a su imagen, está afirmando que el ser humano tendrá también esta responsabilidad de señorear la creación. Dios comparte esta responsabilidad con el ser humano. La palabra que aparece en muchas Biblias es dominar, y lamentablemente le hemos dado un significado negativo en muchas ocasiones. Sin embargo, la palabra dominar significa administrar y estar encargado de algo. Cuando Dios crea al ser humano le da la vocación de administrar la creación. La única dominación que debía existir era del ser humano hacia la creación, y no de un sexo sobre el otro.
[iii] En resumen, en el diseño original, el hombre como la mujer tienen diferencias sexuales, pero ambos son creados a imagen de Dios: para vivir en comunidad y con su vocación de administración, sin dominación de un sexo sobre el otro; en donde la sexualidad es mucho más que reproducción, es unidad. ¿Por qué entonces los seres humanos hemos vivido más en jerarquía, superioridad y dominancia de un sexo hacia el otro? ¿Qué pasó? La desobediencia del ser humano ocasionó esta desviación del plan de Dios. En el capítulo 3 se nos presenta la decisión del ser humano de hacer las cosas a su manera (pecado), y el resultado fue el distanciamiento entre Dios y el ser humano, y entre el hombre y la mujer. Como consecuencia del pecado, Dios le dice a la mujer: “«Aumentaré en gran manera los dolores cuando des a luz tus hijos. Tu deseo te llevará a tu marido, y él te dominará.» 17 Al hombre le dijo: «Puesto que accediste a lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Te producirá espinos y cardos, y comerás hierbas del campo. 19 Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y al polvo volverás.» A causa del pecado, la mujer fue limitada a reproducirse y a ser dominada por el hombre, y el hombre fue limitado al dolor y al trabajo. A causa del pecado, el diseño original de Dios para el matrimonio caracterizado por la comunidad y la vocación, fue reemplazado por el diseño de la dominancia, jerarquía, superioridad y reproducción.