Luego del paso del huracán Irma, y ante el muy posible paso del huracán María, siguen produciéndose en nuestras mentes explicaciones y preguntas sobre cómo se relaciona Dios con los huracanes. A continuación les comparto cinco puntos que nos pueden ayudar a enfrentar los huracanes desde la fe cristiana.
- Los huracanes son fenómenos naturales, no castigo de Dios. Hoy tenemos conocimiento científico que nos permite entender que los terremotos, tornados, tsunamis, y huracanes son procesos naturales de nuestro planeta para mantener balance y subsistir. Los autores del Antiguo Testamento carecían de este conocimiento científico y concluían que todo lo que pasaba era castigo de Dios para la humanidad. Esta forma de pensar se conoce como teología de la retribución, que afirmaba que si el ser humano pecaba Dios les castigaría con enfermedades o sufrimiento. Esta teología es cuestionada por el libro de Job y Jesús tampoco la validó. El evangelio de Juan 9:2 nos dice que “Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, para que éste haya nacido ciego? ¿Él, o sus padres?» 3 Jesús respondió: «No pecó él, ni tampoco sus padres. Más bien, fue para que las obras de Dios se manifiesten en él.” La visión de los discípulos respondía a esta teología de la retribución, pero Jesús no la valida sino que afirma que el sufrimiento es una oportunidad para la manifestación de Dios en el ser humano. En otras palabras, no siempre podemos explicar el sufrimiento, pero siempre podemos abrirnos al acompañamiento de Dios.
- Los huracanes pudieran ser consecuencia de nuestro pecado. Los fenómenos naturales pueden ser consecuencia de nuestro pecado, en la medida en que la naturaleza esté respondiendo a las malas decisiones que hemos tomado en relación al planeta (ej. contaminación, deforestación). Aunque no queremos sufrir un desastre natural y oramos para que no haya consecuencias negativas, nuestro rol ante los eventos naturales es reconocer su existencia, prepararnos lo mejor que podamos, y ayudar a quienes sufren a causa de los mismos. Además, somos llamados/as a colaborar para no dañar nuestro planeta y agravar estos eventos.
- La oración es importante, pero no necesariamente nos libera del sufrimiento. En ocasiones vivimos bajo la siguiente premisa: “Si creo en Dios, oro y le sirvo, nada malo me pasará.” Aunque existen versos bíblicos a lo largo de la Biblia que hacen referencia al cuidado de Dios para con el ser humano, el mensaje central de la Biblia no es que Dios nos librará del sufrimiento por creer en Él. Todo lo contrario, desde el Antiguo Testamento (José, Moisés, Job) hasta el Nuevo Testamento (Jesús, Pedro, Pablo, Apocalipsis) se nos presenta el sufrimiento como parte de la vida; y que lo importante no es evitar el mismo, sino tener fe y esperanza de que Dios está con nosotros/as en medio del mismo. Jesús les dijo a sus discípulos en Juan 16:33: “Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo” y en Mateo 28:20: “Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
- Toda la humanidad es importante para Dios. Si los huracanes son naturales, consecuencia de nuestro pecado o simplemente fenómenos que no podemos entender, no hay razón para afirmar que una parte del mundo (Ej. Puerto Rico o Estados Unidos), es una nación bendecida porque la religión que predomina es el cristianismo. De hecho, las pasadas semanas este argumento fue invalidado cuando los huracanes Harvey e Irma azotaron a Estados Unidos, y ahora pudiera ser invalidado nuevamente si el huracán María nos azota. El agradecimiento por no sufrir un desastre natural es importante, necesario y refleja madurez, pero eso no debe abrir paso para afirmar que Dios bendice a unas personas o países más que a otros. Eso es exclusivismo, y nuestro Dios es inclusivo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Juan 3:16.
- Los huracanes son una oportunidad para la solidaridad. Mateo 9:36 dice: “Al ver las multitudes, Jesús tuvo compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas, como ovejas que no tienen pastor.” Aunque no lo entendemos todo, siempre podemos ser de ayuda a nuestro vecino cercano (quien vive en la casa de al lado) como a nuestro vecino lejano (el mundo entero).