Romanos 8:15
La pasada semana comenzamos nuestra nueva serie Cuan dulce paz. El propósito de esta serie es ayudarnos a disfrutar la paz de Dios en un mundo caótico. Al iniciar la serie, establecimos el fundamento: entender lo que es la paz y cómo dejamos de experimentarla. Por eso definimos lo que es la ansiedad: un estado continuo de tensión, desesperación e inseguridad provocado por un miedo irracional y exagerado del futuro que nuestra mente ha inventado. Sobre todo, fuimos invitados a escuchar la voz de Dios que nos invita a no dejarnos paralizar por los miedos.
Los miedos nos paralizan por muchas razones, pero una sobre todo: nos lleva a vivir un futuro catastrófico que todavía no existe. Por tanto, una de las herramientas básicas para manejar la ansiedad, es no vivir en el futuro; y por el contrario, disfrutar nuestro presente con Dios por medio de la oración.
Los psicólogos hablan de cuatro conductas de aquellas personas que viven en el futuro, y por consiguiente experimentan ansiedad[1]. Hoy quiero compartirlas, para saber si alguna de estas conductas son parte de nuestra vida; y a la vez, adquirir herramientas para modificarlas.
En primer lugar, tenemos la urgencia del tiempo; también llamada prisa. En resumen: vivir con ambos pies en el acelerador. Esto incluye guiar rápido, comer rápido, hablar rápido y correr en vez de caminar. Es vivir con la impresión de que todo el mundo va demasiado lento en la vida, sin percatarnos de que es posible que nosotros seamos los que vamos muy rápido. Es vivir sin conocer la palabra paciencia, y en donde siempre hay algo que hacer. Esta es la experiencia de vivir en la zona del “por si acaso”; buscando adelantarse a cualquier situación que pueda surgir.
¿Cómo esta conducta produce ansiedad? Que la prisa busca que las cosas sucedan a nuestro ritmo, sin esperar que las cosas sucedan cuando deban suceder. Este deseo de control produce angustia, y esa angustia tarde o temprano produce desgaste físico y mental, también llamado quemazón o “burnout”. ¿Usted quiere saber si vive con prisa? Verifique cómo reacciona ante una congestión de tráfico vehicular o un “tapón”. ¿Te frustras o pones música y cantas? La paciencia comienza entendiendo que en la vida no solo existe el acelerador, sino también el freno; y que ambos tienen una función.
En segundo lugar, tenemos la ilusión y necesidad de control. Esta es la experiencia de creer que podemos controlar todas las cosas, buscando evitar todo aquello que traiga incertidumbre y ambigüedad. Es querer que las cosas sean como queremos, evitando así el aceptar las cosas como son. No siempre la resignación es mala, al contrario de cómo nos han enseñado. En ocasiones es muy saludable aceptar que hay cosas que no podemos cambiar. Esa resignación de la buena nos permite enfocamos en enfrentar la situación, tal y como es, y evitarnos el sufrimiento que viene con la frustración.
Alguien me preguntó el martes cómo podemos manejar la ansiedad cuando hay cosas que no podemos cambiar. Yo le respondí: “cambiando aquello que sí podemos; en ocasiones solo podemos cambiarnos a nosotros mismos”. Por ejemplo, si tenemos una diferencia con alguna persona, es más productivo aceptar esa diferencia y buscar soluciones que satisfagan a ambas partes, que buscar cambiar a la otra persona. En ocasiones es mejor enfrentar las cosas como son, que querer cambiarlas.
En tercer lugar, tenemos la ambición desmedida. Esta es la experiencia de si no ganamos, por lo menos empatamos. Es buscar la forma de nunca perder, de no ver nuestra fragilidad humana y de no permitirnos un fracaso. Es la experiencia de sobrecargarnos de trabajo porque somos “súperhumanos”, de no descansar, de aburrirnos fácilmente y de no poder disfrutar unas vacaciones o un tiempo libre. Es ser adictos a las tareas y al trabajo. Es vivir continuamente con una frase que hace mucho daño: «tengo que hacer…”. Un día alguien me preguntó que si yo me encargaba de llenar todos los vacíos de mi agenda, y ese día aprendí que las agendas son buenas pero no pueden dominar nuestra vida.
En último y cuarto lugar, tenemos la importancia excesiva por los resultados. ¿Alguna vez usted ha convertido un juego en una competencia? Esta es la experiencia de enfocarnos en la meta, perdiendo de perspectiva el viaje para alcanzar esa meta. Es vivir buscando que todo lo que hacemos rinda algún fruto en el futuro, olvidándonos de disfrutar el presente. En ocasiones es importante solo disfrutar el momento, sin importar cuál sea el resultado.
Cuando vemos estas cuatro conductas, los psicólogos nos invitan a tres cosas para ayudarnos a disfrutar el presente y no vivir en el futuro: 1) Bajar las expectativas: no todo puede resultar como queremos; no todo se puede controlar; hay que disfrutar las cosas como son, no como quisiéramos que fueran. 2) Aprender a perder: el fracaso es parte de la vida y hay que aprender a manejarlo; hay que aprender a volver a empezar cuando sea necesario e invertir las energías en lo que tiene posibilidades de cambio. Walter Riso dice: «Cuando no hay nada que hacer, no se hace nada». 3) Esperar que las cosas sucedan, si suceden: vivir en el “por si acaso” todo el tiempo nos obstaculiza aprender a reaccionar cuando las cosas “se salen de control”. Además, a veces las cosas nunca suceden y vivimos la angustia de algo que nunca sucedió. En adición a todas estas herramientas, existe una que es la mejor para no vivir en el futuro y disfrutar nuestro presente con Dios: la oración. Filipenses 4:6-7 dice «No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, 7 Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.« ¿Cómo es que llega esa paz por medio de la oración? Les explico.
En una ocasión, Jesús oró al Padre y le dijo ««¡Abba, Padre! Para ti, todo es posible. ¡Aparta de mí esta copa! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»» Marcos 14:36. La palabra abba es una palabra aramea (hebrea) que se usaba como una forma de referirse a los padres; pero con un cierto grado de intimidad. Era una expresión informal debido a la cercanía, respeto, confianza, aprecio y sumisión de un hijo a su padre. Abba es la oración de un hijo a un padre buscando la seguridad que solo un padre podía darle en momentos de miedo y angustia, tal y como Jesús lo hizo con el Padre cuando estaba en el Getsemaní a solos horas de ser entregado, castigado y crucificado.
Cuando pienso en abba, viene a mi mente el momento en que el papá de Heidy le iba a enseñar a nadar y le dijo que se tirara al agua que él estaría dentro del agua para rescatarla si algo iba mal, y le preguntó: ¿Confías en mí? Heidy me cuenta que sus miedos se calmaron y se tiró al agua. Abba es una de las oraciones más cortas pero más profundas que un ser humano le puede hacer a Dios: es el clamor que nos lleva a tirarnos a los brazos del Padre, y dejar que su presencia calme todos nuestros temores. Por eso Pablo dice en Romanos 8:15 «Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.»
Si por alguna razón tuviéramos dificultad con la imagen de Dios como “padre”, el Salmo 131:2 dice “¡soy como un niño recién amamantado, que está en brazos de su madre!” Dios no tiene género y puede ser tanto un padre como una madre que nos acurruca en sus brazos y calma todos nuestros temores. Todavía recuerdo que cuando era niño mi mamá se acostaba conmigo en la cama cuando tenía miedo, y su presencia calmaba todos mis temores.
“Abba Padre” es una oración de descanso, ante una ansiedad que desgasta. La ansiedad nos lleva a adelantarnos, a controlar, a sobrecargarnos y a sacrificar el viaje por estar enfocados en la meta; conductas que desgastan. La ansiedad nos pone en el centro de todo porque nos dice: “¡Tienes que hacer algo, algo malo va a pasar!” Y ante nuestra incapacidad para cambiar las cosas se apodera de nosotros/as la desesperación. Sin embargo, cuando oramos la ansiedad es transformada en paz en la medida en que reconocemos que el centro de todo es Dios, y no nosotros mismos.
La oración nos recuerda que aunque hay que asumir responsabilidades en la vida, nuestra vida gira alrededor de un Dios que tiene cuidado de sus hijos/as. El descanso viene como producto de cederle el control de la vida a Dios. Ya no hay que controlar, sino confiar y escuchar la voz de Dios que nos dice «Estad quietos y conoced que yo soy Dios” Salmo 46:10. Esta voz nos ayuda a regresar al presente, y recordar que el futuro todavía no ha llegado, y que cuando llegue lo viviremos de la mano de Dios. La oración nos ayuda a disfrutar nuestro presente con Dios, y nos da la seguridad de que contamos con Dios al enfrentar la vida que no podemos controlar.
¿Necesitas hoy cederle el control de la vida a Dios? ¿Estás desgastado/a por los intentos de controlar lo que ocurre alrededor? ¿Necesitas descanso? ¿Necesitas que el Padre calme tus temores? Hoy Jesús te dice: “Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar. 29 Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma; 30 porque mi yugo es fácil, y mi carga es liviana” Mateo 11:28-30. Hoy te invito a clamar “Abba Padre…calma mis temores”.
[1] Tomadas del libro Sabiduría Emocional, escrito por Walter Riso. Editorial Norma, 2003.