Juan 5:1-9a
Hoy comenzamos nuestra nueva serie de predicaciones titulada Cuán dulce paz. La misma tiene el propósito de ayudarnos a experimentar la paz de Dios en un mundo caótico. Aunque hay diferentes formas de definir la paz, a nivel individual la paz se puede definir como un estado de tranquilidad mental o despreocupación. Experimentamos paz cuando en medio del caos a nuestro alrededor, nuestra mente no vive en angustia, malestar o aflicción. Durante las próximas cinco semanas hablaremos precisamente de esta paz y ofreceremos herramientas prácticas para disfrutar de tranquilidad mental o despreocupación.
Con el propósito de hacer esta serie de predicaciones una relevante y pertinente para todos/as, hace unas semanas les solicité que me escribieran aquellas cosas que le quitaban la paz. El resultado del cuestionario mostró las diez cosas que más le quitan la paz a esta congregación, en orden de prioridad:
- Situaciones familiares (en especial con los hijos)
- La situación de Puerto Rico y el mundo (incertidumbre)
- Las críticas y ofensas que nos hacen otras personas, las mentiras y el chisme
- La indiferencia de la gente con lo que ocurre alrededor
- Las injusticias (desigualdad social, sufrimiento)
- No poder ayudar a otros como quisiéramos
- Problemas de salud
- Cuando no podemos manejar nuestro carácter y ofendemos a otros
- No estar preparados para enfrentar una crisis
- La situación económica
Con la ayuda de Dios trabajaremos de una manera u otra estos diez temas a los largo de estas cinco semanas. En el día de hoy nos enfocaremos en poner el fundamento de la serie: explicar cómo dejamos de disfrutar tranquilidad mental y despreocupación. Hoy explicaremos lo que significa la ansiedad, que no es otra cosa que lo contrario a la paz. Para esto, usaremos el texto bíblico de Juan 5:1-9a:
“En Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, hay un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. 3 En ellos yacían muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos [que esperaban el movimiento del agua,4 porque un ángel descendía al estanque de vez en cuando, y agitaba el agua; y el primero que descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Allí había un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. 6 Cuando Jesús lo vio acostado, y se enteró de que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: «¿Quieres ser sano?» 7 El enfermo le respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua se agita; y en lo que llego, otro baja antes que yo.» 8 Jesús le dijo: «Levántate, toma tu lecho, y vete.» 9 Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho y se fue.”
Hay tres detalles importantes que quisiera resaltar de esta historia. En primer lugar, Jesús le preguntó al paralítico si quería ser sano. ¿No es obvio que el paralítico deseaba la sanidad? La realidad es que la pregunta de Jesús tiene mucho sentido. Ese hombre llevaba 38 años enfermo, y ya se había olvidado de lo que significaba la sanidad. La enfermedad se había hecho parte de su vida; quizás, era su vida misma. Su vida giraba alrededor de la enfermedad, y luego de tanto tiempo es posible que llegara a pensar que su parálisis era lo que merecía. Recuerden que el pensamiento judío incluía que las enfermedades eran producto del pecado (Juan 9:2).
Al analizar esta pregunta de Jesús, me hago las siguientes preguntas: ¿Será que los seres humanos nos acostumbramos tanto a la enfermedad que se nos hace difícil desapegarnos de ella? ¿Será que hemos llegado a girar nuestra vida alrededor de la enfermedad que ya no recordamos lo que significa estar sanos y le tenemos miedo a la sanidad misma? ¿Será que preferimos malo conocido que bueno por conocer? ¿Será que creemos que la enfermedad es lo que merecemos?
La pregunta de Jesús sigue siendo válida, y nos confronta con la realidad de que en ocasiones quienes nos hemos aferrado a la enfermedad somos nosotros mismos, cuando Jesús quiere darnos sanidad. Nadie se merece la enfermedad, ni siquiera tú; que pudieras pensar que sí. Dios desea nuestra sanidad, y no solo la física, sino la emocional o mental, la espiritual y la relacional. En lo que respecta a esta serie de predicaciones, Dios desea nuestra sanidad mental y necesitamos abrirnos a ella. ¿Cuántos la desean?
La respuesta del paralítico también es interesante: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua se agita; y en lo que llego, otro baja antes que yo…” Esta respuesta nos hace ver que el paralítico muy probablemente no sabía que quién le hablaba era Jesús, el hacedor de milagros. Esta es una inferencia muy real porque si supiera que era Jesús quién estaba delante de él, le hubiera pedido que le sanara, en vez de pedir ayuda para bajar al estanque. El paralítico tenía a Jesús delante de él, y en vez de pedirle por sanidad, se enfocó en el estanque. Eso me hace pensar que en ocasiones los seres humanos tenemos a Dios disponible para sanar nuestra mente y traernos paz, pero buscamos esa tranquilidad mental en otras cosas que producen una paz temporal y superficial; desperdiciando así la oportunidad de disfrutar de una paz que sobrepasa todo entendimiento, tal y como afirma Filipenses 4:7. Dios siempre está disponible para darte su paz, búscala en Él.
El tercer detalle interesante es la respuesta de Jesús: “Levántate, toma tu lecho, y vete…” Jesús quiso sanar al paralítico y lo hizo inmediatamente. El detalle es que al impartir la sanidad lo hizo solicitándole al paralítico que hiciera algo por sí mismo: que se levantara. Jesús pudo haberle sanado sin pedirle algo, pero decidió que la sanidad fuera en equipo: yo te sano y tú te levantas. Con esta petición Jesús le mostró que recibir la sanidad no solo incluía querer la sanidad y creer que Él podía hacerlo, sino actuar en función de ese anhelo y esa fe. En otras palabras, debía haber congruencia o integridad entre su anhelo, su fe y sus acciones. Con esto, Jesús nos recuerda que la sanidad es un trabajo en equipo: Jesús nos sana y nosotros necesitamos dejar esa enfermedad atrás y no seguir en el piso cuando Jesús nos ha dado el poder para caminar.
En ocasiones los seres humanos vivimos como ese paralítico, en el piso, paralizados por la enfermedad. Pero esa enfermedad no necesariamente es física, sino emocional o mental. Vivimos enfermos de la mente, o como decimos en Puerto Rico, “mal de los nervios”. Vivimos tan angustiados que nos paralizamos. Y es que los miedos nos paralizan, aun cuando el miedo no tiene la función de paralizarnos. Les explico.
El miedo es una emoción natural que nos ayuda a reaccionar ante eventos que ponen en riesgo nuestra supervivencia. Por ejemplo, si usted llega a su casa y ve una gran serpiente en su cama, automáticamente su cuerpo segregará una serie de hormonas y neurotransmisores que permitirán que su cuerpo se prepare para sobrevivir: sus pupilas se dilataran para ver en la oscuridad y tener un campo de visión más amplio, el corazón se agitará para bombear más sangre de manera que nos podamos movernos más rápido, la digestión se detendrá porque no es una prioridad, sudaremos para controlar la temperatura corporal, los niveles de adrenalina y glucosa subirán para proveer energía (y por eso temblamos), y en ocasiones nos desmayaremos como un mecanismo del cuerpo para pasar por desapercibidos. En términos biológicos, esta reacción natural se le llama huida o lucha; en inglés flight of fight.
El miedo es natural y necesario en la vida, sin embargo el problema viene cuando el miedo se convierte en ansiedad. La palabra ansiedad viene del latín anxietas que significa angustia. La ansiedad viene cuando nuestro sistema de huida o lucha se activa más de lo necesario porque percibe peligro o amenaza en escenarios donde no los hay. La ansiedad viene cuando la mente inventa el peligro o la amenaza, manteniendo así al cuerpo en un estado continuo de tensión; quitándonos la oportunidad de disfrutar de un estado de paz, tranquilidad o despreocupación. Este estado de tensión continuo acaba con nuestras energías físicas como mentales y nos enferma porque ni el cuerpo ni la mente pueden estar en un estado continuo de huida o lucha.
Un ejemplo de ansiedad es una persona que tiene dificultad para cruzar la calle porque piensa que un carro le va atropellar. Luego de varios intentos y de ser ayudada por profesionales de la psicología la persona logra cruzar la calle, y cuando parece que ha vencido su miedo surge la siguiente pregunta: ¿Y ahora cómo regreso? La ansiedad es pensar que lo que puede ocurrir de una en un millón, ocurrirá de una en diez.
En resumen, la ansiedad es un estado continuo de tensión, desesperación e inseguridad provocado por un miedo irracional y exagerado del futuro que nuestra mente ha inventado. Walter Riso la define así: «La persona ansiosa no reacciona a los hechos, sino a lo que imagina de ellos; está atrapada en una serie de realidad virtual amenazante de la que no puede escapar.» ¿Cómo saber si sufrimos de ansiedad? Les comparto algunos de los síntomas de la ansiedad:
- Preocupación crónica y constante acerca de la familia, la salud, el trabajo y las finanzas
- Miedos y fobias de muchos tipos: sangre, altura, elevadores, guiar, volar, el mar, insectos, puentes
- Paralización a la hora de tomar un examen o desempeñarnos frente a otras personas
- Nerviosismo al hablar, pensando que todos se van a burlar
- Timidez para hablar con personas y relacionarnos, pensando que van a pensar algo negativo
- Ataques de pánico: mareos, taquicardia, sudoración, y sentir que nos vamos a morir o algo malo va a pasar; y el medico no encuentra nada negativo
- Agorafobia: no poder estar lejos de la casa pensando que algo malo va a pasar y no vamos a tener alguien que nos ayude; no hacer viajes largos por ejemplo, ni por mucho tiempo
- Obsesiones: ideas constantes en la mente de que debemos hacer algo
- Compulsiones: conductas repetidas que no podemos evitar
- Estrés postraumático: memorias de algún evento negativo ocurrido hace meses o años atrás
- Preocupaciones constantes acerca de la apariencia o el físico
- Preocupaciones constantes acerca de la salud: ir de doctor en doctor, pensando que algo malo hay aunque el doctor diga lo contrario
- Tensión muscular constante
¿Nos podemos identificar con al menos una de esos síntomas? Todos sufrimos de ansiedad en algún grado, y las estadísticas dicen que un 25% de las personas tiene trastornos de ansiedad (la ansiedad que enferma y afecta la funcionalidad). Yo todavía recuerdo mi primer ataque de pánico en la universidad, cuando me sentí abrumado por las clases y responsabilidades.
¿Cómo entonces manejamos la ansiedad para que no nos quite la paz? Hay diferentes herramientas que iremos viendo durante las próximas cinco semanas. En el día de hoy solo quiero hacer referencia a las palabras de Jesús: “Levántate, toma tu lecho y anda…”. Cuando sintamos preocupación, inseguridad, angustia, intranquilidad y tensión necesitamos dejar de escuchar la voz de la ansiedad que nos paraliza, y por el contrario escuchar la voz de Dios que nos invita a creer y continuar, tal y como Jesús invitó al paralítico.
La voz de la ansiedad se la pasa construyendo mundos que no existen, y necesitamos hacer la diferencia entre esa voz y la voz de Dios. Necesitamos reconocer si nuestros miedos son reales o si son exagerados. Necesitamos mirar a nuestros miedos a la cara y decirles: “yo creo que tú no existes, y por lo tanto no me voy a paralizar, sino que me levantaré en el nombre de Jesús.”
Les confieso que hace unas semanas cuando fui a África, tuve un poco de miedo al saber que estaría lejos de mi casa por dos semanas, que no sabría que comería, que no sabría si tendría hospitales cerca, entre otros miedos. Sin embargo, de camino al aeropuerto Heidy me preguntó cómo me sentía al hacer el viaje. Yo le contesté: “Estoy emocionado porque voy a enfrentar mis miedos y voy a regresar como una persona más segura. Voy a estar bien en África y me voy a disfrutar el viaje”. Para la gloria de Dios, han sido unas de las mejores dos semanas de mi vida.
¿Qué te quita la paz? Ante la voz de la ansiedad que inventa el peligro, hoy te invito a enfrentar tus miedos y decirle “yo creo que tú no existes, y por lo tanto no me voy a paralizar, sino que me levantaré en el nombre de Jesús.” Hoy te invito a escuchar la voz de Dios que quiere darte su dulce paz y te dice:
“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. 2 Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” Isaías 43:1-2
Muy bendecido Pastor y congregacion…. estas exposicion de la palabra….de Dios…. llevada con sabiduria…. haz inspirado mi corazon para seguir adelante y enfrentar mis miedo…. en otra Africa diferente a la suya…. pero en otra Africa…. pero la luz de estas palabras inspiradoras por nuestro Senor…. las tomo para mi…. y las compartire con otros… como motor para seguir caminando en la luz…. con la certeza de que Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros…. muy bendecidos hasta HATILLO…. confiados en Dios Padre Todopoderoso…. y en su Amor por nosotros…. les envio Paz….