Juan 20:1-18
Es con mucha alegría que hoy celebramos la resurrección de Jesús. ¿Podemos recordar algún evento que cambió nuestras vidas de forma contundente? Pero antes de pensar en algo negativo, ¿pudiéramos pensar en algo que cambió nuestra vida para nuestro bien y el de los demás? Yo puedo mencionarles tres eventos: el día en que entregué los documentos para cambiar la concentración de mi bachillerato de ingeniería a psicología, la llamada que recibí para comenzar a pastorear, y mi primera cita con Heidy (mi esposa). Hay eventos que lo cambian todo, y para bien.
En el día de hoy hablaremos precisamente de un evento que cambió la historia de este mundo, y para bien. Cuando las fuerzas de la muerte comenzaron a celebrar, y cuando quienes crucificaron a Jesús, la multitud que atestiguó su muerte y los discípulos pensaban que todo había terminado, Jesús se levantó de la muerte. La resurrección de Jesús lo cambió todo, y no solo para quienes le vieron morir, sino también para quienes hemos creído que la resurrección es el evento que evidenció de manera contundente que Jesús es el hijo de Dios. Hoy, por medio del evangelio de Juan, veremos como la resurrección de Jesús lo cambió todo para María Magdalena, y puede cambiarlo todo para quienes creen que es el hijo de Dios.
La resurrección fue y es el evento que definió el ministerio de Jesús, y que estableció cómo sería la relación de Jesús con la humanidad para siempre. Si bien el sacrificio en la cruz fue el momento en que la humanidad recibió el perdón de sus pecados por los méritos de Jesucristo, la resurrección es la que hizo realidad el verso que dice “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!” 2 Corintios 5:17. La cruz era necesaria para el perdón, pero la resurrección era necesaria para pasar de la muerte a la vida, tal y como le sucedió a Jesús.
Lo extraordinario del evangelio de Juan es que nos presenta el hecho de que la primera persona que tuvo contacto con el Jesús resucitado fue transformada inmediatamente de la muerte a la vida. Juan comienza describiendo cómo Juan y Pedro llegaron hasta la tumba con María Magdalena, solo para descubrir que el cuerpo ya no estaba allí; solos los lienzos de su cuerpo y el sudario de su cabeza. Muy probablemente debido a su estatus inferior, Juan nos dice que María no tuvo la oportunidad de entrar a la tumba; lo que evitó que María pudiera ver lo que Juan y Pedro vieron (los lienzos y el sudario), y así creer en la resurrección de Jesús. Para María, el cuerpo de Jesús había sido robado.
Es ante esta decepción que María llora frente al sepulcro. Pero mientras lloraba, miró dentro del sepulcro y vio dos ángeles que le preguntaron por qué lloraba. María contesta que se habían robado el cuerpo de Jesús. Tan pronto dijo esto, María se dio la vuelta y vio a Jesús, pero no se da cuenta de que era Él. Jesús también le pregunta por qué llora y a quién buscaba; y María pensando que Jesús era el jardinero le preguntó dónde había puesto su cuerpo. María no sabía que Jesús no era el jardinero, sino la semilla que se había sembrado el viernes en la cruz y que ahora había dado fruto, tal y como Jesús lo había explicado anteriormente: “De cierto, de cierto les digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” Juan 12:24. Jesús no era el jardinero, era las flores del jardín.
Es allí cuando Jesús le habla a María, y ella reconoce su voz y le contesta ¡Raboni!, que quiere “maestro”. Y es que María era una de sus ovejas, y Jesús había dicho anteriormente “Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen” Juan 10:27. Luego, ocurre algo que los teólogos y biblistas han intentado explicar por mucho tiempo, y que por lo tanto existen múltiples interpretaciones. Y es que al reconocer a Jesús, parece que María intentó acercarse, y quizás tocar o abrazar a Jesús. Muy probablemente la emoción de reencontrarse con su maestro la llevó a aferrarse a Jesús y no querer soltarlo. Luego de haberlo perdido, era natural que quisiera disfrutar nuevamente de su presencia y compañía.
Las palabras de Jesús, al María tocarle, son las que hoy quisiera explicar con detenimiento: “No me toques, porque aún no he subido a donde está mi Padre; pero ve a donde están mis hermanos, y diles de mi parte que subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes.” Hay que reconocer que de primera intención, es difícil entender las palabras de Jesús. Parecen como un rechazo hacia María, una contradicción de ese Jesús solidario, cercano, humano y amigo. Sin embargo, Jesús no quiso alejarse de María o rechazarla, sino explicarle que su resurrección lo había cambiado todo.
Jesús era el mismo Jesús que había caminado con ella, que le había sanado y que le había enseñado el camino del Reino. Sin embargo, con su resurrección, ya Jesús no se quedaría en la tierra, y ya no compartiría sus enseñanzas como antes, porque ya había cumplido con su propósito de ser la semilla que moría para traer vida a la humanidad. Jesús ahora tenía que ascender para estar con su Padre y así enviar al Espíritu Santo que les daría el poder para ser sus testigos en el mundo (Hechos 1:8). La resurrección lo había cambiado todo porque ahora las cosas no girarían alrededor de la misión de Jesús, porque ya había sido completada; sino del Espíritu Santo que empoderaría a la iglesia para cumplir con su misión de dar testimonio al mundo acerca de Jesús. Ahora “la bola estaría en la cancha” del Espíritu Santo y de la iglesia.
El “no me toques” no es entonces un rechazo hacia María o hacia quienes queremos acercarnos al Jesús resucitado, es la forma en que Jesús quiso poner en perspectiva a María de cómo las cosas serían de ahora en adelante: toda persona que crea que Cristo ha resucitado pasará de la muerte a la vida, al igual que Jesús, y se convertirán en portavoces del poder de la resurrección. Ahora la iglesia sería la extensión del ministerio de Jesús; serían quienes enseñarían, sanarían, harían milagros y testificarían que Jesús era verdaderamente el hijo de Dios.
Lo extraordinario es que María es la primera que recibe esa transformación y se convierte en portavoz de la resurrección. Muy probablemente, María se había organizado para venir todos los días al sepulcro para recordar a su maestro y señor. María se visualizaba a sí misma en una etapa de duelo dolorosa, en donde su maestro ya no estaría nuevamente con ella. Muy probablemente María estaba dirigiendo su vida para girar la misma alrededor de la muerte de Jesús. Y cuando María se encuentra con Jesús, y Jesús le dice “No me toques”, ese es el momento en que Jesús le quiso decir: “la resurrección lo ha cambiado todo…Ya no tendrás que venir aquí para recordarme, para llorar o para girar tu vida alrededor de mi muerte. Yo he resucitado, y de la misma forma en que vencí la muerte y resucité, tu vida ahora no va a girar alrededor de la muerte, sino de la vida. Con mi resurrección, tú también vas a resucitar conmigo.”
¿Cuántos de nosotros/as necesitamos resucitar al igual que María? ¿En qué formas nuestras vidas giran alrededor de la muerte? ¿Cuántas personas a nuestro lado también viven orientadas hacia la muerte y necesitan que la resurrección lo cambie todo? Vivir orientados/as hacia la muerte es vivir en desesperanza, en tristeza, con rencor y odio hacia los demás (aun quienes ya no viven), es vivir con insensibilidad e indiferencia hacia las necesidades de quienes nos rodean, es vivir cansados/as de la vida, es no tener un sentido de propósito y trascendencia en la vida, es no tener ese brillo en los ojos que evidencian que estamos esperando algo bueno de la vida, de los demás y de nosotros/as mismos/as.
Vivir orientados hacia la muerte es quedarnos solo con el Jesús de la cruz (el que murió), y olvidar al Jesús resucitado (el que vive). Este es el estilo de vida en donde admiramos al Jesús histórico (el profeta y maestro) y reconocemos la sabiduría que hay en sus enseñanzas (al igual que lo hace una persona atea o que practica otra religión), pero en donde no hemos dado pasos de fe para creer que Jesús es el hijo de Dios. Es un cristianismo orientado hacia la muerte porque nos quedamos en admirar y no pasamos a creer; y cuando no creemos no hay transformación porque el ser humano resucita de la muerte a la vida cuando cree que el mismo Cristo que resucitó también le puede resucitar a él o ella. Samuel Pagán dice lo siguiente “Con la resurrección se pasa del Jesús histórico que vivió en Palestina del primer siglo, al Cristo viviente cuya presencia no está confinada por el espacio ni cautiva por el tiempo».
Por otro lado, vivir orientados hacia la vida es hacer real las palabras de Pablo cuando dijo “Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. 2 Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra” Colosenses 3:1-2. Es no solo admirar a Jesús, sino permitir que su resurrección nos resucite a nosotros también. Es vivir con esperanza de que Dios está con nosotros, aun en el sufrimiento; que lo mejor de la vida es amar, perdonar y tener relaciones saludables con todos los que nos rodean; es estar atentos a las necesidades de quienes nos rodean para practicar la sensibilidad, la empatía y la compasión; es amar a la gente y la naturaleza; es buscar que otras personas puedan disfrutar de la misma vida que nosotros estamos disfrutando.
¿Ustedes quieren saber cómo sabemos si nuestras vidas están orientadas hacia la vida y no la muerte? ¿Si hemos resucitado con Cristo? ¿Si estamos buscando las cosas de arriba? Juan 20:18 dice “Entonces María Magdalena fue a dar las nuevas a los discípulos, de que había visto al Señor, y de que él le había dicho estas cosas.” La evidencia de nuestra resurrección es que somos testigos, al igual que María, de que hemos visto al Señor. Esa también fue la experiencia de la mujer samaritana que cuando se encontró con Jesús y probó del agua viva y “dejó su cántaro y fue a la ciudad…y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en El por la palabra de la mujer” Juan 4:28,39.
Hoy Jesús también nos dice “no me toques”, pero es la forma en que nos dice “la resurrección lo ha cambiado todo”. Hoy tenemos la oportunidad de que, al igual que María, la resurrección de Jesús lo cambie todo en nuestra vida; solo es necesario creer que Jesús es el hijo de Dios. Al creer, su espíritu es quién hará la obra de transformación en nosotros/as, y pasaremos de la muerte a la vida; convirtiéndonos así en testigos y portavoces de la resurrección. El evangelista Juan lo afirmó cuando escribió:
“Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura” Juan 7:38
“Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.” Juan 12:46
“Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” Juan 11:25
“De cierto, de cierto les digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, sino que ha pasado de muerte a vida.” Juan 5:24
¿Cómo te sientes hoy? ¿Quieres pasar de muerte a vida? ¿Deseas trascendencia y propósito en tu vida? ¿Quieres ser portavoz de la resurrección? Hoy te invito a creer en Jesús como hijo de Dios y permitir que la resurrección lo cambie todo.