Juan 8:2-11
En los pasados días escuché a una profesora llamada Anna Carter Florence, hablando sobre su experiencia como profesora del Seminario Teológico de San Francisco. Florence hablaba de cómo las denominaciones históricas protestantes son solo el cinco por ciento de la población en California, y el impacto que esto tenía en la matrícula de su seminario. Florence hablaba de las propuestas que se han dialogado en el seminario e iglesias para trabajar con esta realidad. Florence destacó que una de las propuestas que ha escuchado es que las iglesias protestantes deben predicar más del pecado y hacer más énfasis en la disciplina, porque son iglesias muy flexibles y suaves con el evangelio. Ante esta propuesta, Florence ofreció su opinión, y dijo: “Hacer mayor énfasis en el pecado y la disciplina no ayudará a la iglesia, porque provocará otro pecado peor: el orgullo”.
Florence tiene razón. A pesar de que la iglesia nunca debe dejar de predicar acerca del pecado, y debe invitar a sus miembros al arrepentimiento y la disciplina espiritual, la iglesia cristiana nunca puede perder de perspectiva que el cristianismo no se trata de lo que el ser humano puede hacer por Dios, sino acerca de lo que Dios hizo por el ser humano a través de Jesucristo. En el cristianismo el centro no somos los seres humanos y la capacidad que tenemos para dejar de pecar y seguir a Cristo, sino el amor de Dios que salva y transforma al ser humano por medio de su Espíritu Santo. Cuando el enfoque en el cristianismo está en el ser humano, su pecado y la disciplina, el orgullo sale a relucir porque llegamos a pensar que hemos dejado de pecar por nuestra disciplina, y no por el poder y la gracia del Espíritu Santo en nosotros/as.
En el día de hoy, continuamos predicando acerca del Credo de los Apóstoles; y en particular, acerca de la frase que dice que creemos en el perdón de los pecados. Esta pequeña frase es sumamente poderosa e importante, porque nos da dirección a la hora de hablar del pecado y la gracia. El credo no afirma que creemos en el pecado y la necesidad de disciplina en el ser humano para dejar de pecar, sino que afirma que creemos en el perdón de los pecados. El énfasis del credo no es la condición pecadora del ser humano o la disciplina, sino en cómo el ser humano recibe el perdón de los pecados por los méritos de Jesucristo. En el credo, el centro no es el pecado, sino el perdón.
Cuando vamos al evangelio de Juan 8:2-11 podemos entender mejor lo que el credo afirma acerca del perdón de los pecados. En este relato una mujer pecadora fue sorprendida en el acto del adulterio. Según la ley, la mujer debía ser apedreada. Los escribas y fariseos se acercan a Jesús para preguntarle qué debían hacer con ella, para ponerle una trampa y acusarlo de no seguir la ley. Jesús, sin embargo, le contestó de la siguiente manera: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Al oír esto, todos se fueron poco a poco, dejando sola a la mujer con Jesús. Entonces Jesús le dice a la mujer: “¿Dónde están todos? ¿Ya nadie te condena?”. Ella respondió: “Nadie, Señor.” Entonces Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más.”
Esta historia nos presenta lo que significa el perdón de los pecados. En primer lugar, Jesús nos recuerda que todos somos pecadores; cuando invita a los fariseos a tirar la primera piedra. La palabra pecado viene del griego hamartia que significa no dar en el blanco, así como el deporte de arco y flecha. Pecado es todo aquello que el ser humano hace que no es la voluntad de Dios: amar a Dios y al prójimo como a nosotros/as mismos/as. El no dar en el blanco no es solo un asunto de comisión o de cometer un pecado, sino de omisión o dejar de hacer algo que es la voluntad de Dios. Esto es importante porque en ocasiones nos enfocamos solo en lo que debemos dejar de hacer, y se nos olvida vivir como Cristo vivió: sanando, predicando, enseñando, amando, perdonando, libertando, entre otras conductas.
Romanos 3:23 nos dice “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” y Alexandr Solzhenitsyn, historiador y novelista ruso, dice lo siguiente acerca del pecado: “Ojalá existiera la gente mala en un sitio cometiendo malas acciones, y solo fuera necesario separarles del resto de nosotros y destruirles. Pero la línea que divide el bien del mal corta por el medio del corazón de cada ser humano. ¿Y quién quiere destruir una parte de su propio corazón?”
En segundo lugar, esta historia nos recuerda que Jesús, quién nos revela el carácter del Padre, no vino a condenarnos sino a salvarnos; cuando en vez de condenar a la mujer pecadora, la perdonó. Esto es sumamente importante porque el cristianismo es la creencia de que gracias al sacrificio de Jesús en la cruz, podemos ser libres del pecado. Romanos 5:18-21 lo explica muy bien:
“Así es, un solo pecado de Adán trae condenación para todos, pero un solo acto de justicia de Cristo trae una relación correcta con Dios y vida nueva para todos. 19 Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores; pero por uno solo que obedeció a Dios, muchos serán declarados justos. 20 La ley de Dios fue entregada para que toda la gente se diera cuenta de la magnitud de su pecado, pero mientras más pecaba la gente, más abundaba la gracia maravillosa de Dios. 21 Entonces, así como el pecado reinó sobre todos y los llevó a la muerte, ahora reina en cambio la gracia maravillosa de Dios, la cual nos pone en la relación correcta con él y nos da como resultado la vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.”
Jesús murió en la cruz para que pudiéramos ser libres de nuestra incapacidad de dar en el blanco de la voluntad de Dios. Por eso hoy podemos ser libres del pecado y dar en el blanco por los méritos de Jesús. Esto se llama justificación: Cristo nos hace justos, cuando éramos pecadores/as.
En tercer lugar, esta historia no solo nos recuerda que somos pecadores y que Cristo nos perdona, sino que debemos dejar de pecar. Jesús le dice a la mujer: “Vete y no peques más”. Esto quiere decir que la salvación no solo es justificación, sino santificación: el proceso de permitirle al Espíritu Santo que nos transforme para ser más como Jesús. Esto tiene una implicación muy importante: el arrepentimiento no es un asunto abstracto, sino concreto; en donde nuestro arrepentimiento se demuestra no solo con palabras sino con acciones. Confesar nuestro pecado incluye asumir responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos y cambiar nuestra conducta. Al pecar, hay que hacer un análisis de lo que nos ha llevado al pecado, y buscar a Dios para que Espíritu nos ayude a no caer en la misma conducta. Cuando el Nuevo Testamento habla de arrepentimiento, la palabra griega que se usa es metanoia, que significa conversión o cambio de rumbo. Arrepentirnos por nuestros pecados incluye cambiar nuestra conducta.
A lo largo de mi vida he tenido diferentes acercamientos hacia el pecado y la gracia de Dios. En mi adolescencia, debido a múltiples factores, mi vida cristiana giró alrededor de lo que era capaz de hacer por Dios. En esos años tuve varios roles de liderazgo en la iglesia y la gente continuamente afirmaba mis talentos y mi llamado. Sin embargo, algo terrible sucedió: caí en el pecado del orgullo. Me creí mejor que otras personas debido a mi “éxito” como cristiano. Pero no solo eso, sino que era sumamente exigente conmigo mismo y con los demás. Cada vez que pecaba caía en un estado de culpa, en donde me recriminaba intensamente por haberle fallado a Dios. Hoy día puedo afirmar que no era capaz de recibir el perdón de Dios, porque mi enfoque como cristiano estaba en mí mismo, y no en Cristo y cómo Él era el que me justificaba y santificaba por el poder de su Espíritu.
No fue hasta que participé de la experiencia de Crisálida, un evento que auspicia El Aposento Alto, que pude ser libre de esta visión legalista (enfocada en la disciplina y el pecado), para encontrarme con la gracia de Dios: el amor de Dios que me ama incondicionalmente y está dispuesto todos los días para perdonarme y santificarme. Fui libre de la culpa y aprendí a perdonarme y a recibir el perdón de Dios. Todavía siento culpa por los pecados cometidos, pero mi vida no gira alrededor de la culpa, sino del perdón. Ahora puedo afirmar que creo en el perdón de los pecados. Ahora tengo una fórmula para dar en el blanco de la voluntad de Dios:
Pecado confesión + perdón + transformación
Ante el pecado, mi respuesta es la confesión, recibir el perdón de Dios y pedir a Dios que me transforme para ser más como Él. Esto también me ha ayudado a ser más misericordioso con otras personas, en la medida en que no me enfoco en su pecado sino en la gracia de Dios que perdona pecados y transforma. Si Cristo nos ha hecho libres del pecado, ¿por qué seguir cargando nuestros pecados? ¿Por qué hacer que otras personas los sigan cargando?
El Salmo 103:9-12 dice:
No nos reprende todo el tiempo,
ni tampoco para siempre nos guarda rencor.
10 No nos ha tratado como merece nuestra maldad,
Ni nos ha castigado como merecen nuestros pecados.
11 Tan alta como los cielos sobre la tierra,
es su misericordia con los que le honran.
12 Tan lejos como está el oriente del occidente,
alejó de nosotros nuestras rebeliones.
13 El Señor se compadece de los que le honran
con la misma compasión del padre por sus hijos,
14 pues él sabe de qué estamos hechos;
¡él bien sabe que estamos hecho de polvo!
Juan Wesley, tuvo la siguiente experiencia con la gracia de Dios:
“Por la noche fui de muy mala gana a una sociedad en la calle Aldersgate, donde alguien leía el prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos. Cuando faltaba como un cuarto para las nueve, mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, sentí en mi corazón un ardor extraño. Sentí que confiaba en Cristo, y solamente en él, para mi salvación, y me fue dada la certeza de que él había quitado mis pecados, los míos, y me había salvado de la ley del pecado y la muerte”.
¿Quieres hoy ser libre del pecado? ¿Quieres sentir que Cristo perdona todos tus pecados? Juan 3:17 dice “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Te invito a creer en el perdón de los pecados.
“Dios misericordioso, confesamos que no te hemos amado de todo corazón, y con frecuencia no hemos sido una iglesia fiel. No hemos cumplido con tu voluntad, hemos violado tu ley, nos hemos rebelado en contra de tu amor, no hemos amado a nuestro prójimo y no hemos escuchado la voz del necesitado. Perdónanos, buen Dios, te lo rogamos. Libéranos para que te sirvamos con gozo, mediante Jesucristo nuestro Señor. Amén.”