Juan 14:15-31
Hoy continuamos con la tercera predicación de nuestra serie CREEMOS. El propósito de esta serie es estudiar las creencias básicas del cristianismo y cómo esas creencias impactan nuestra vida hoy. ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Cómo nuestra creencia sobre el Espíritu Santo impacta nuestra vida? Utilizando pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, veremos que el Espíritu Santo es la presencia de Dios en medio nuestro que nos consuela, ayuda, guía, enseña, empodera y transforma para ser más como Cristo.
La iglesia cristiana cree en la Trinidad. La Trinidad es la creencia que Dios es uno solo, pero se manifiesta de tres formas diferentes: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestra creencia sobre la Trinidad también afirma que las tres manifestaciones de Dios han existido desde el principio. La pasada semana estudiamos a Juan 1 que afirma que el Verbo estaba con Dios desde el principio. Esto también aplica al Espíritu Santo, ya que Génesis 1:2 dice que “el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas”.
En el Antiguo y Nuevo Testamento hay varias referencias al Espíritu de Dios. La palabra que se usa en el AT para hablar del espíritu es ruach, mientras que en el Nuevo Testamento es pneuma; ambas palabras significando aliento, viento, soplo. ¿Por qué el Espíritu de Dios es un aliento, viento o soplo de Dios? Tanto en el Antiguo como en el Nuevo, el Espíritu de Dios es el soplo de Dios que llena al ser humano de sabiduría, poder y transformación, entre muchas otras cosas. Veamos algunos ejemplos.
Jueces 14 nos muestra cómo Sansón fue lleno de fuerza cuando el Espíritu del Señor vino sobre él (v.6). Isaías 61 nos presenta cómo el profeta fue lleno de poder para la misión: “el espíritu de Dios el Señor está sobre mí para proclamar buenas noticias, vendar a los quebrantados, anunciar libertad a los cautivos…”. Esta es la misma experiencia que tiene David en 2 Samuel cuando es lleno de la capacidad para hablar al pueblo: “el espíritu del Señor ha hablado por mí, ha usado mi lengua para comunicar su palabra…”. Por su parte Ezequiel dice “pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan mis estatutos”, afirmando que el Espíritu es quien guía y llena de sabiduría al pueblo para cumplir la voluntad de Dios.
En el AT el Espíritu del Señor es quién llena, principalmente a los líderes del pueblo, con sabiduría, fuerza y dones para cumplir sus llamados. En el caso del Nuevo Testamento, el Espíritu Santo no se presenta como una experiencia para el liderato, sino para toda persona que lo desee. En el NT el Espíritu Santo se presenta como una promesa cumplida, tal y como nos dice Joel 2:28: “derramaré mi espíritu sobre la humanidad entera, y los hijos y las hijas de ustedes profetizarán; los ancianos tendrán sueños, y los jóvenes recibirán visiones”. Jesús mismo afirmó esta profecía y en Juan 14 dice que “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: 17 es decir, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes, y estará en ustedes.”
En estos versos, la palabra que Jesús usa para referirse al Espíritu Santo es consolador, pero la palabra original en griego es parakletos. Esta palabra se compone de para que significa “estar cerca”, y kletos (kalein) que significa “ser llamado o invocado”; por lo que parakletos es quien es llamado para estar cerca. El significado que se le ha dado a la palabra parakletos en los círculos legales o de la corte es a aquella persona que consuela, ayuda, anima, intercede o aboga por otra persona. Con esta definición, podemos entender que el Espíritu Santo es aquella persona a quién llamamos para estar cerca de nosotros/as y abogar e interceder por nosotros/as, a la vez que nos ayuda, anima y consuela. Además, Jesús dijo que esta persona es quién nos “enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho” Juan 14:26.
Jesús mismo les recordó esta promesa de la llegada del Espíritu Santo al momento de su ascensión cuando dijo en Hechos 1:8 “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Esta promesa se hace realidad en Hechos 2:2-4, en el evento de Pentecostés, cuando “De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos.4 Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse”.
En ese momento en que los discípulos/as reciben el Espíritu Santo, ellos/as estaban tristes y desanimados porque Jesús había muerto y el Espíritu Santo les ayuda, consuela y anima para comenzar con la misión de ser testigos de Jesús en el mundo. Hechos 2 nos dice que ese Espíritu Santo vino como un viento o soplo, afirmando que el Espíritu Santo que llegó fue el mismo Espíritu que estaba sobre los líderes del pueblo judío en el AT, pero que ahora estaba llegando para todo el mundo como lo profetizó Joel 2:28. Si Jesús era Dios, y el Espíritu Santo también, toda aquella persona que crea en Jesús automáticamente recibe el Espíritu Santo. Lo único que necesitamos para recibirlo es confesar a Jesús como Señor de nuestras vidas.[i]
¿Qué implicaciones tiene el creer en Jesús y recibir el Espíritu Santo? Los pasajes bíblicos que hemos discutido al momento nos explican la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Juan 14 nos dice que nos consuela y ayuda (v.15), y nos guía y enseña todas las cosas (v.26). Hechos 1 y 2 nos dice que nos empodera para ser testigos de Cristo en el mundo. El fruto de ser consolados, ayudados, guiados, enseñados y empoderados por el Espíritu Santo es que cada vez nos pareceremos más a Cristo, y por eso Gálatas 5:22-23 dice que “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.” El Espíritu Santo es quién nos transforma.
¿Cuán necesario es el Espíritu Santo en nuestras vidas? Les doy algunos ejemplos. En primer lugar, la vida es compleja, y en ocasiones injusta. El sufrimiento es parte de la vida. El Espíritu Santo es la presencia de Dios en nosotros/as consolándonos en medio del dolor. En ocasiones nos consuela directamente, y en ocasiones usa a personas para que nos acompañen y sean nuestra fortaleza. En segundo lugar, existen cientos de voces que nos invitan a tomar diferentes decisiones todos los días. El Espíritu Santo es la voz de Dios que nos guía hacia la voluntad de Dios, y nos ofrece dirección. En tercer lugar, somos humanos. Nuestra humanidad nos recuerda que solo por la fuerza del Espíritu Santo es que podemos cumplir con la misión que se nos ha dado de ser testigos de Jesús en el mundo. Además, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, es solo con la fuerza del Espíritu que podemos ser transformados/as para ser cómo Jesús, y así dar testimonio al mundo.
Yo he tenido momentos en mi vida, como lo ha sido la pérdida de familiares y la pérdida relaciones, en donde el dolor ha sido profundo. En ocasiones me he sentido desesperanzado y ansioso porque pienso que el dolor nunca pasará. Es en ese dolor cuando me he encontrado con el Espíritu de esperanza y paz que me consuela. En otros momentos he sentido la voz de Dios que me invita a hacer algo, como orar por una persona, hablarle de Cristo, o simplemente hacer espacio en mi agenda para escucharle o acompañarle. Yo sé que es el Espíritu Santo porque yo lo que quiero es seguir con mi agenda. En ocasiones he sido obediente, siendo de bendición para otras personas; y en ocasiones he sido desobediente, desaprovechando oportunidades para bendecir.
En mi rol pastoral, continuamente estoy con mi celular escribiendo lo que entiendo son revelaciones e inspiraciones del Espíritu Santo para mi vida y para ustedes. En ocasiones comienzo a escribir luego de haberme acostado o mientras estoy en algún lugar que me hace ver a Dios. Cada vez que hay una reunión, una consejería o una visita pastoral, oro para que el Espíritu Santo me guíe para hacer su voluntad. En múltiples ocasiones, mientras estoy escribiendo en la computadora comienzo a llorar, temblar y alabar a Dios porque siento cómo el Espíritu Santo me confirma que el mensaje viene de parte suya.
El Espíritu Santo es la presencia de Dios en medio nuestro que nos consuela, ayuda, guía, enseña, empodera y transforma para ser más como Cristo. Al creer en Jesús ya el Espíritu Santo está en nuestras vidas, pero necesitamos orar diariamente para que el Espíritu Santo se manifieste en nosotros/as. Creer en el Espíritu Santo es afirmar que la única forma de poder cumplir con nuestro llamado de ser discípulos/as de Jesús es con la ayuda del Espíritu Santo. Cada vez que afirmamos que necesitamos el Espíritu Santo, estamos recordando que no podemos por nuestras propias fuerzas. Una iglesia sin la ayuda del Espíritu es como querer construir una casa de madera con un destornillador, teniendo disponible un taladro eléctrico.
Hoy te invito a orar de la siguiente manera:
“Ven Espíritu Santo, te necesito. Soplo de Dios, lléname. Consuélame en mi dolor, y ayúdame a enfrentar la vida que en ocasiones es injusta. Guíame y enséñame el camino que conduce hacia tu voluntad. Ayúdame a escuchar tu voz en medio de tantas voces que buscan llamar mi atención. Empodérame y úsame para ser tu voz y tus manos ante las necesidades de otras personas. Transfórmame en lo que quieres que sea y produce tu fruto en mí. Ven Espíritu Santo, te necesito. En el nombre de Jesús, Amen.”
[i] Con la llegada del Espíritu Santo y el cumplimiento de la promesa de Joel 2:28, toda persona que cree en Jesús recibe automáticamente el Espíritu Santo; porque Jesús y el Espíritu Santo son lo mismo: Dios. A lo largo de la historia algunos sectores de la iglesia, como por ejemplo nuestros hermanos pentecostales, han afirmado que existe una diferencia entre recibir a Cristo y recibir el Espíritu Santo; afirmando que hay que confesar a Cristo y luego ser bautizados por el Espíritu Santo, que se manifiesta por medio de hablar lenguas. Los argumentos para esta doctrina es que en el libro de Hechos se narran historias en donde personas recibieron el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, y la manifestación fueron las lenguas. Sin embargo, ese mismo libro de Hechos (cap. 10) nos presenta cuando Cornelio y su familia reciben el Espíritu Santo sin la imposición de manos, y luego es que son bautizados en el nombre de Jesús.
Nuestra iglesia cree en la imposición de manos y en el don de las lenguas, pero no cree que podemos controlar cómo el Espíritu Santo se mueve en las personas. Jesús mismo le dijo a Nicodemo en Juan 3 que “el viento sopla de donde quiere, y lo puedes oír; pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va”, refiriéndose al Espíritu del Señor. Las personas pueden recibir el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, como sin ella. Además, creemos lo que dice 1 Corintios 12 cuando afirma que “la manifestación del Espíritu le es dada a cada uno para provecho. A uno el Espíritu le da palabra de sabiduría…a otro el don de diversos géneros de lenguas.” Creemos que la iglesia primitiva en el libro de los Hechos recibió esa experiencia de hablar lenguas con mucha frecuencia como un símbolo de que eran llamados/as a testificar acerca de Cristo, tanto los judíos en Pentecostés (Hechos 2) como los gentiles (Hechos 10). Las lenguas que todos debemos tener son las lenguas de testificar acerca de Cristo, y algunos de nosotros/as tendremos el don de hablar lenguas como afirma Pablo en 1 Corintios 12.