Jonás 1:1-4, 4:10-11
Hoy culminamos nuestra serie de adviento Dios te dice: un estudio de los profetas del Antiguo Testamento; y hoy le toca el turno a Jonás. Jonás es uno de los profetas más famosos del AT, ya que cuenta con una canción que resume lo que fue su ministerio profético: Jonás no le hizo caso a la palabra de Dios, por eso al mar profundo la gente lo tiró, y vino un pez muy grande y pum se lo tragó, porque no le hizo caso a la palabra de Dios. Esta canción verdaderamente resume el mensaje de libro que lleva su nombre: Jonás fue desobediente a Dios cuando quiso el juicio y la destrucción de Nínive, cuando Dios quería perdonarles y otorgarles misericordia.
Antes de narrarles la historia de Jonás, quisiera hablarles un poco del libro de Jonás. Para empezar, es importante entender que el libro muy probablemente es uno ficticio que se escribió para transmitir un mensaje al pueblo judío. El libro tiene muchas inconsistencias históricas como para creer que la historia según narrada es real. Se dice que el libro es una gran parábola, así como las que usó Jesús para enseñar. ¿Cuál fue el mensaje que se quiso transmitir por medio del libro? Que Dios está dispuesto a perdonar a cada ser humano que se arrepiente de sus pecados, incluso a aquellas personas que consideramos indignas de recibir el amor de Dios.
La historia de Jonás es extraordinaria porque el libro no se enfoca tanto en lo que dice Jonás, al contrario de lo que ocurre con los otros profetas, sino en lo que ocurre con Jonás mientras lucha con el llamado de Dios de predicar a la ciudad de Nínive. Afirmo que Jonás luchó con el llamado de Dios, porque el capítulo 1 nos dice que “La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay, y le dijo: Levántate y ve a la gran ciudad de Nínive, y predica contra ella, porque hasta mí ha llegado la maldad de sus habitantes. 3 Y Jonás se levantó para irse a Tarsis y huir de la presencia del Señor. Descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis. Entonces pagó su pasaje y, para alejarse de la presencia del Señor, subió a bordo, dispuesto a irse con ellos a Tarsis.”
Dios llama a Jonás a que predique el arrepentimiento a la ciudad de Nínive porque de lo contrario sería destruida; y desde ese momento Jonás tiene problemas con Dios. Nínive era la capital de los asirios; enemigos acérrimos del pueblo judío y quiénes les conquistaron en el 722aC. Nínive era símbolo de pecado y maldad, y muchos profetas habían profetizado un mensaje de destrucción contra Nínive en el pasado. Cuando le tocó a Jonás, en vez de tomar un taxi para Nínive, se fue con Uber hacia Tarsis; una ciudad al lado contrario de Nínive. En el barco hacia Tarsis, se desató una gran tormenta y los tripulantes echaron suertes para saber de quién era la culpa de esa tormenta. La suerte cayó sobre Jonás y él mismo les pide que lo tiren al mar para que la tormenta se calme. Así sucedió, y en el mar un gran pez se tragó a Jonás, y estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches.
Dentro del pez Jonás clama a Dios y le dice “Pero yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis promesas. La salvación es tuya, Señor” (2:9). Luego de esta oración el pez vomita a Jonás y él se va a Nínive luego de recibir por segunda vez el llamado de Dios. Allí en Nínive Jonás predica con tanta pasión, compromiso y convicción que su mensaje fue de solo una oración: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” (3:4). Jonás no tenía ni una gota de deseo de que Nínive fuera salvada por Dios; por el contrario, deseaba su destrucción. Para su
sorpresa, ese pueblo pecador y malo llamado Nínive se arrepiente y pide perdón a Dios. El verso 10 nos dice que “Y al ver Dios lo que hicieron, y que se habían apartado de su mal camino, también él se arrepintió de hacerles el daño que les había anunciado, y desistió de hacerlo.”
¿Cómo creen que Jonás reaccionó ante tanto perdón y misericordia de Dios? El capítulo 4 nos dice: “Pero Jonás se quedó muy disgustado, y se enojó. 2 Entonces oró al Señor y le dijo: Y bien, Señor, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? ¡Por eso me apresuré a huir a Tarsis! ¡Ya sabía yo que tú eres un Dios clemente y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia, y que te arrepientes del mal! 3 Yo te ruego, Señor, que me quites la vida. ¡Prefiero la muerte a la vida!” Dios entonces le responde a Jonás, lo cual es el último verso del libro: “¿Y yo no habría de tener piedad de Nínive, esa gran ciudad con más de ciento veinte mil habitantes que no saben distinguir cuál es su mano derecha y cuál su mano izquierda, y donde hay muchos animales?” (4:11).
De todas las cosas que podemos aprender de la historia de Jonás, quiero compartirles una sola: Dios no necesita guardaespaldas. Los guardaespaldas están para velar porque nadie se acerque o haga daño a la persona que protegen; son una barrera, un muro entre la persona protegida y los demás. Jonás quiso ser un guardaespaldas de Dios: buscó todas las formas posibles para que la gente “pecadora” de Nínive no experimentara el perdón y la misericordia de Dios. Incluso, el libro termina con una pregunta que Dios le hace a Jonás mientras el seguía molesto porque no pudo cumplir con su meta de evitar el perdón y la misericordia de Dios.
Jonás representa todo lo que no deben hacer los profetas, y mucho menos el cuerpo de Cristo hoy día: negarse a proclamar palabra de perdón y misericordia a un pueblo necesitado. Jonás tiene un parecido a Herodes, el rey que quiso matar al niño Jesús, ordenando que mataran a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y en sus alrededores. Herodes quiso evitar que la salvación llegara a este mundo, ya que Mateo 1:21 nos dice que Jesús sería quién “salvaría a su pueblo de sus pecados”.
Jonás y Herodes no fueron los únicos en asumir el rol de guardaespaldas de Dios. Jesús mismo criticó a los religiosos de su época por medio de la parábola de la viña y los trabajadores en Mateo 20; en donde algunos trabajadores se quejaron de que el dueño pagara lo mismo a todos, no importando la hora en que habían llegado a trabajar. Jesús también criticó a quienes buscaban separarle de la gente pecadora cuando les contó la parábola del hijo pródigo en Lucas 15; en donde el hermano del hijo pródigo se molestó porque se hiciera una fiesta para recibir a su hermano que “estaba muerto y ha revivido, se había perdido, y lo hemos hallado”.
Puerto Rico tiene un parecido a Nínive, no porque seamos el pueblo más pecador del mundo, sino porque somos un pueblo que también necesita arrepentirse de sus pecados y abrir la puerta al perdón y la misericordia de Dios. La corrupción, el egoísmo, el consumismo y la idolatría son algunos de los pecados que nos caracterizan como pueblo. Este pecado no se puede esconder, y es necesario reconocerlo. Sin embargo, ¿cómo creen que Dios espera que el cuerpo de Cristo, la iglesia, atienda nuestra condición pecadora? ¿Como Jonás? ¿Como Herodes? ¿O como Jesús?
2 Corintios 5:17-18 dice “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo! Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación.” De la misma forma en que Jesús vino a ser un puente entre Dios y el ser humano, nosotros/as también somos llamados/as a ser puentes entre la gente y Dios, y no guardaespaldas que les alejen del perdón y la misericordia del Padre. (H)
¿Cómo logramos esto? Hay muchas maneras, yo solo quiero mencionar una en el día de hoy: que el mensaje que prediquemos como iglesia en nuestra tierra por medio de nuestras palabras y acciones sea de esperanza, perdón y misericordia y no juicio, de inclusión y no de exclusión, de salvación y no de perdición, de restauración y no de destrucción, a pesar del pecado y maldad de quienes nos rodean.
Reflexionemos: ¿Soy un puente para que quienes me rodean sean transformados/as por el amor de Dios, a pesar de sus pecados? Hoy Dios nos dice como iglesia: “¿Y yo no habría de tener piedad de Puerto Rico, esa gran ciudad con más de tres millones de habitantes?” Recordemos, Dios no necesita guardaespaldas.