Ezequiel 18
Hoy continuamos con la tercera predicación de nuestra serie Dios te dice; serie en la que estudiamos los profetas del Antiguo Testamento. Hoy le toca el turno al profeta Ezequiel, y a través del capítulo 18 del libro que lleva su nombre veremos que al igual que con el pueblo de Israel, Dios desea la restauración de nuestro Puerto Rico. ¿Cuántos sueñan con un nuevo Puerto Rico? Hoy seremos invitados a no caer en el fatalismo, y por el contrario, construir un nuevo Puerto Rico con la ayuda de la mano de Dios; porque el futuro de Puerto Rico no está escrito.
Durante la época de los profetas, Israel sufrió varias invasiones: Asiria en el 722a.C. bajo Sargón II, Babilonia en el 598a.C. bajo Nabucodonosor y Persia en el 539a.C. bajo Ciro. El profeta Ezequiel fue un sacerdote durante el reinado de Joaquín que vivió durante la época de la invasión de Babilonia a Israel en el año 598a.C. En ese año Babilonia destruye a Israel y se lleva alrededor de 8,000 judíos; dejando al pueblo en dos grupos principales: los deportados en Babilonia y los que quedaron en Jerusalén. Ezequiel fue parte del grupo de los deportados, y por lo tanto su actividad profética se da desde el exilio en Babilonia. El profeta Jeremías fue contemporáneo con Ezequiel, solo que fue parte del grupo que permaneció en Jerusalén.
¿Cuál fue el mensaje principal de Ezequiel desde el exilio en Babilonia? Ezequiel soñaba con la reconstrucción y restauración de Israel. El templo había sido destruido, la ciudad arrasada, las arcas saqueadas y el liderato nacional estaba disperso. Era un tiempo de pérdida, dolor, angustia, desesperanza y desolación para el pueblo. En medio de esta realidad se levanta Ezequiel afirmando que Dios estaba en medio de esos cambios políticos, sociales, económicos y religiosos; y que Israel saldría de esta. Ezequiel fue un profeta de la esperanza.
En el capítulo 18 Ezequiel presenta su mensaje de esperanza en dos partes principales. En primer lugar, Ezequiel invita al pueblo a reconocer que la culpa de que el pueblo estuviera en esta situación no era solo del imperio babilónico o de la crisis ética, moral y administrativa de los gobernantes de turno. Para Ezequiel la situación actual era también consecuencia del pobre compromiso del pueblo con el pacto o la alianza con Jehová. Para Ezequiel, lo que vivía el pueblo era consecuencia de las decisiones que habían tomado a través de las generaciones. Los hijos y nietos estaban viviendo las consecuencias del pecado de los padres y abuelos. Para Ezequiel, el presente era consecuencia de los pecados pasados.
Ahora bien, Ezequiel no se limita a traer un mensaje fatalista en donde solo habla de las consecuencias del pecado y su conexión con el presente. Ezequiel habla del futuro. A pesar de los pecados de los abuelos y padres, Dios traería restauración al pueblo si los hijos y nietos eran fieles al pacto con Jehová. En palabras sencillas: los pecados de los abuelos y padres no tenían que determinar el futuro de las nuevas generaciones. Dios deseaba mostrar su poder restaurador nuevamente, pero el pueblo debía asumir responsabilidad por la situación actual, aun en medio de la pérdida y el dolor.
Ezequiel 18:1-3 dice “La palabra del Señor vino a mí, y me dijo: «Ustedes en la tierra de Israel acostumbran repetir aquel refrán que dice: “Los padres se comieron las uvas agrias, y a los hijos les dio la dentera.” ¿En verdad lo creen? 3 Vivo yo, que ese refrán nunca más volverá a repetirse en Israel.” Luego en los versos 14-17 dice: “Pero si este malvado engendra un hijo que, al ver todos los pecados que su padre cometió, no los imita 15 sino, por el contrario, no come sobre los montes, ni dirige la mirada a los ídolos del pueblo de Israel, ni viola a la mujer de su prójimo, 16 ni oprime a nadie, ni retiene la prenda, ni comete ningún robo, sino que comparte su pan con el hambriento, y cubre y viste al desnudo, 17 y se aparta del mal, y no cobra interés por sus préstamos, y cumple mis decretos y sigue mis ordenanzas, ese hijo no morirá por la maldad de su padre, sino que merece vivir.”
Ante la nueva realidad social, económica y política del pueblo bajo el imperio babilónico, Dios estaba dispuesto a no juzgar a las nuevas generaciones por el pecado de sus antepasados. El deseo de Dios era restaurarle, no castigarle, y estaría disponible para ayudar al pueblo a reorganizarse. Ahora bien, las condiciones de esta restauración eran las siguientes: “Apártense de todas las transgresiones que han cometido, y forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos, 32 porque yo no quiero que ninguno de ustedes muera. Así que vuélvanse a mí, y vivirán. Palabra de Dios el Señor” (v.31-32).
El pueblo fue llamado a dos cosas, entre otras. En primer lugar: “Apártense de todas las transgresiones que han cometido”. El pueblo debía diferenciarse de sus antepasados: escoger lo bueno y rechazar lo malo de sus antepasados. El pueblo debía enfrentar las consecuencias de los pecados pasados, pero también debían superarlos y dejarlos atrás. En segundo lugar, Ezequiel les dice “forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos”. El pueblo debía renovar su pacto con Jehová. El pacto no debía ser solo un momento en la historia del pueblo, sino que todas las generaciones debían tener un compromiso con Jehová.
Al estudiar este capítulo 18 de Ezequiel, mi mente no deja de pensar en nuestro amado Puerto Rico. Al internalizar el mensaje de Ezequiel, existen por lo menos dos formas de interpretarlo a la luz de una realidad puertorriqueña que vive un momento de grandes retos sociales, económicos, políticos y espirituales.
En primer lugar, necesitamos dejar de echar culpas y reconocer las consecuencias de nuestro pecado como pueblo. Ezequiel afirmó que la situación de Israel no se debió solo al imperio babilónico o a la crisis de liderato, sino a que el pueblo no fue fiel al pacto con Jehová. En nuestro caso, no podemos ignorar que por 523 años corridos hemos sido un territorio no soberano de España y Estados Unidos. Ignorar el impacto social, económico, político, psicológico, espiritual y físico que ha tenido este estatus político sería irresponsable. Ignorar que el liderato político del país en múltiples ocasiones ha faltado a la ética y ha mal administrado a nuestro país sería irresponsable.
Pero también sería irresponsable afirmar que la realidad puertorriqueña ha sido construida total y absolutamente por nuestra situación política y el liderato gubernamental. Asumir esa postura sería caer en una de las peores trampas: echar culpas y señalar errores a los demás, sin mirar cómo el pueblo también hemos tomado parte en la construcción de nuestra realidad. OJO: no he dicho que el pueblo es culpable de la situación actual, sino que también es responsable.
¿Qué ganamos con reconocer que también hemos sido responsables? Que de la misma forma en que hemos tomado malas y buenas decisiones en el pasado para construir nuestro presente, las decisiones que tomemos en el presente construirán nuestro futuro. Es una oportunidad para reconocer el impacto que tienen nuestras decisiones en la construcción de Puerto Rico, y que si el futuro de Puerto Rico no está escrito, podemos ser parte de quienes escriben su historia.
Si el futuro de Puerto Rico no está escrito, podemos también entonces recibir la invitación de Ezequiel de evitar el fatalismo y colaborar con Dios para construir a un nuevo Puerto Rico. Al igual que con el pueblo de Israel, Dios no desea castigarnos por los pecados pasados, sino perdonarnos y restaurarnos. El deseo de Dios no es la ruina y destrucción de nuestro país, sino el desarrollo y la salud integral de nuestro pueblo. Pero para que eso ocurra necesitamos creer que algo Dios quiere hacer con nuestro pueblo y dejar a un lado las visiones deterministas, fatalistas y desesperanzadoras que solo ven la oscuridad, y no pueden ver la luz de Cristo en medio de la realidad puertorriqueña. ¡El pasado no tiene por qué determinar nuestro futuro, porque grandes y buenas cosas Dios quiere hacer con Puerto Rico!
Hay quienes piensan que el futuro ya está escrito en un libro, y que la vida es solo una película que hay que sentarse a ver como en un cine. Eso es incorrecto, porque el futuro no se ha escrito; por eso se llama futuro, porque no ha ocurrido todavía. Desde la perspectiva cristiana el futuro se construye poco a poco de la mano de Dios. El mismo Dios creador del Génesis que hizo el orden en medio del caos, es el mismo Dios que resucitó a Jesucristo de la muerte para traer vida nueva al ser humano, y es el mismo Dios que quiere traer orden y nueva vida a Puerto Rico. Pero, ¿cuál es el reto? Que no podemos caer en la trampa de esperar un futuro si no construimos bien en el presente.
¿Cómo podemos construir bien el presente? ¿Cómo podemos ser buenos/as obreros/as de esa construcción? Ezequiel nos recuerda las mismas dos cosas que le dijo al pueblo de Israel: “Apártense de todas las transgresiones que han cometido, y forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos”. En pocas palabras, necesitamos diferenciarnos de los pecados de nuestros antepasados y renovar nuestro pacto con Dios. ¿Cómo hacemos esto? Juan Wesley, fundador del movimiento metodista, desarrolló tres reglas sencillas que caen como anillo al dedo para el mensaje de hoy: Evita el mal, haz el bien y mantente enamorado de Dios.
¿Qué significarán estas tres reglas para nuestro contexto puertorriqueño? Les comparto unas breves contestaciones. Evitar el mal incluye alejarnos de la deshonestidad que lleva a la corrupción, el egoísmo que lleva al consumismo, la mentira y el chisme que llevan a la carencia de salud mental y destrucción de relaciones, y el malgasto de recursos que lleva a que pocos disfruten y muchos carezcan.
Hacer el bien incluye estar comprometidos/as con aquellos/as en necesidad (tanto dentro como fuera de la iglesia), ser generosos con nuestros vecinos, hablar lo positivo, dedicar tiempo a la familia, servir a nuestro país no importa quién gane las elecciones, hacer filas y tomar un solo estacionamiento en el centro comercial.
Mantenernos enamorados de Dios incluye orar diariamente, congregarnos para adorar, crecer espiritualmente por medio del estudio bíblico en grupos pequeños, servir con nuestro tiempo y talentos, diezmar y usar el dinero para hacer el bien, y testificar acerca de Cristo e invitar a otras personas a la fe cristiana.
Puerto Rico está bajo construcción, nosotros somos los/as obreros/as de esa construcción y quién la dirige es el Espíritu Santo. Por eso Jesús nos recuerda hoy: “Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo volverá a ser salada? Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. 16 De la misma manera, que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos” Mateo 5:13-16.
Al igual que con Israel, Dios desea la restauración de Puerto Rico, pero necesitamos dejar de echar culpas, reconocer las consecuencias de nuestro pecado, evitar el fatalismo y colaborar con Dios para construir a un nuevo Puerto Rico. Sobre todo, necesitamos diferenciarnos de los pecados de nuestros antepasados y renovar nuestro pacto con Dios tal y como nos dice Ezequiel 18:31-32: “Apártense de todas las transgresiones que han cometido, y forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos, 32 porque yo no quiero que Puerto Rico muera. Así que vuélvanse a mí, y vivirán.”