Romanos 5:1-5
Hoy terminamos con la serie CONSTRUYENDO FAMILIAS. Así como en la construcción de casas hay unas que son más fuertes y resistentes porque fueron mejor construidas, las familias pueden ser más fuertes y resistentes a la adversidad cuando son mejor construidas. Ya hemos hablado de la zapata, las paredes y el techo de una casa y sus similitudes con la construcción de una familia. Hoy hablaremos de la tercera y última fase de la construcción: las ventanas, puertas y terminaciones.
Esta tercera etapa es una en donde la paciencia es sumamente necesaria. La casa está casi lista, pero en realidad faltan muchos detalles. Es una etapa en donde hay que trabajar estos detalles poco a poco, porque al final traerán como resultado una hermosa casa. Las familias también tienen etapas o procesos que se dan poco a poco, y que hay que tener paciencia al enfrentarlos. Todas las familias enfrentan crisis que toman tiempo enfrentarlas, y que no tienen soluciones rápidas. Hoy veremos que las familias saludables son aquellas que enfrentan las crisis con esperanza; creyendo que las mismas les harán crecer y madurar, aunque las mismas tomen tiempo.
Cuando miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta que las cosas toman tiempo. Por ejemplo, tenemos que esperar a que los árboles den fruto, y que ese fruto madure. ¿Cuántos hemos dañado un aguacate por querer comerlo antes de tiempo? La maduración en la naturaleza es un proceso que tiene etapas. De igual forma, los seres humanos también maduramos emocional y físicamente, y tenemos etapas o crisis de maduración. Esto lo vemos en los bebés cuando aprenden a los dos años que la vida no gira alrededor de ellos, o los adolescentes cuando sufren la pubertad por un período de casi diez años. En ambos casos, crecer y madurar duele.
Las familias también tienen procesos o crisis de maduración que duelen. Algunas de las crisis que llegan de forma natural en una familia son: la soltería, el matrimonio, el nacimiento de los hijos, la entrada a la escuela de los hijos, la adolescencia de los hijos, el nido vacío, el retiro de los padres, entre otras. Otras crisis llegan también en diferentes momentos, tales como enfermedades, cambios de empleo, desempleo, emigrar o mudarse, divorcios o muertes de familiares, entre otras. En todas estas crisis, no hay soluciones rápidas.
Ante estas crisis, etapas o procesos de maduración, las familias tienen dos alternativas: enfrentarlas con paciencia y esperanza, entendiendo que las mismas les harán crecer aunque duelan; o buscar la forma de evitarlas o adelantarlas, de manera que no se tenga que sufrir el dolor asociado con ellas. Estas familias que buscan evitar o adelantar la crisis, les llamaremos familias ansiosas; porque giran alrededor del miedo y no de la esperanza, y buscan soluciones simples a etapas complejas de la vida. Son familias que quieren llegar a la meta sin haber corrido el maratón.
¿Por qué llamar a estas familias ansiosas? La ansiedad es un miedo exagerado e irracional. La raíz de la palabra ansiedad es angustia o dolor. Las familias ansiosas son aquellas que cuando llega la crisis, tienen miedo a no poder soportar el dolor que la misma conlleva. Tienen poca tolerancia al dolor asociado al crecimiento y la maduración. Son aquellas familias que saben el dicho en inglés “NO PAIN, NO GAIN” (sin dolor no hay crecimiento), pero se angustian porque creen que no serán capaces de soportarlo. Por tanto, buscan atajos para resolver de forma mágica la crisis, y por consiguiente eliminar el dolor.
Lo paradójico de todo esto es que las familias ansiosas terminan sufriendo más, porque los atajos no le quitan la ansiedad (sino que la mantienen) y tampoco resuelven la crisis. Por tanto, no solo sufren el dolor asociado a la crisis, sino también el dolor de la ansiedad o la angustia. Además, por estar buscando atajos, no aprenden a manejar el dolor asociado a la crisis. Las familias ansiosas son las que nunca maduran, porque nunca superan las crisis (que tenían como propósito precisamente la maduración).
La evidencia nos dice que usualmente los líderes inmaduros de las familias son los más ansiosos también; y son quiénes lideran la familia hacia los atajos. Algunos ejemplos de estas familias ansiosas son los siguientes:
1) los padres (y abuelos) que no quieren enfrentar el dolor de que su hijo/a ya no es un bebé y que está en la escuela, y por tanto están con sus hijos/as en todos/as los espacios libres de la escuela (particularmente al medio día). La excusa es que tienen miedo que a su hijo/a le pase algo o que la comida del comedor sea mala, pero la verdad es que no aceptan que ya no tienen bebés. La consecuencia es que los padres no maduran y alimentan la ansiedad, mientras que obstaculizan que sus hijos/as socialicen y aprendan a sobrevivir.
2) los padres (y abuelos) que no pueden soportar el dolor de que sus hijos/as entren a la universidad, y por tanto no permiten que sus hijos/as se vayan a estudiar a alguna universidad lejos de su hogar. La excusa es que no hay dinero para la universidad o que su hijo/a no está preparado/a para esa etapa, pero quienes no están preparados/as son los padres. La consecuencia es que los padres no maduran y alimentan la ansiedad, a la vez que obstaculizan que sus hijos/as se desarrollen y obtengan autonomía.
3) las familias que ante el divorcio de algún miembro, le quieren buscar una pareja. La excusa es que no pueden ver sufrir a ese familiar, pero la verdad es que no pueden manejar el dolor asociado a un divorcio, y tienen miedo que la persona no pueda superar la pérdida o no se vuelva a casar. Se olvidan que el divorcio es un proceso de duelo que toma tiempo.
Las familias saludables, por otro lado, son las que no giran alrededor del miedo, sino de la esperanza. Tienen una visión a largo plazo: saben que las crisis llegan y que las mismas son procesos que les llevarán al crecimiento y maduración, aunque duelan. Son las familias que afirman lo que dice Romanos 5:3-5 “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”
Las familias saludables son aquellas que no le añaden ansiedad a la crisis, porque saben que con el dolor de la crisis es suficiente. Son las que se preparan para manejar el dolor, reconociendo que será parte de la crisis. Son las que no buscan atajos y dejan a un lado el pensamiento mágico que busca soluciones rápidas. Son las que tienen líderes (padres y abuelos) que enseñan y modelan a sus hijos/as y nietos la paciencia y la esperanza cuando llega la crisis, y no la angustia. Son familias que practican las disciplinas espirituales (oración, lectura Biblia, congregarse) en familia, creando así espacios sagrados para descansar en Dios y aumentar su fe de que todo obrará para bien.
Son familias que ponen en práctica la enseñanza de Jesús sobre la grano de mostaza: “el grano de mostaza, que al sembrarlo en la tierra es la más pequeña de todas las semillas, pero que después de sembrada crece hasta convertirse en la más grande de todas las plantas” (Marcos 4:31-32). Al igual que el árbol de mostaza comienza con una pequeña semilla antes de convertirse en un gran árbol, las crisis se enfrentan con pequeños pasos, poco a poco, todos los días, confiando en que el resultado será grande y extraordinario. Eso es esperanza: creer que al final de todo, la crisis traerá crecimiento y maduración, aunque duela; tal y como dice Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos”.
¿Cómo enfrentamos la crisis como familia? ¿Con miedo o con esperanza?