Por: Pastor Daniel Rodriguez Figueroa
Isaías 52:13-15 / Lucas 22:39-44
Hoy estaremos dialogando sobre dos montes. Dos hermosas experiencias que van de la mano, las cuales demuestran la máxima expresión de amor a través la obediencia y fidelidad por parte de Cristo al tomar una cruz y entregar su vida para la redención de nuestros pecados.
Al momento de estudiar la crucifixión de Jesús encontramos, que en las afueras de Jerusalén, no muy lejos, hay un monte. Algunos dicen que tiene la forma de una calavera. Su altura no es muy grande. Topográficamente, jamás podría competir con el Everest de los Himalayas o con el Cerro de Punta (la montaña más alta de P.R (4,389 pies)) o quizá con el punto más alto del Yunque. Se le conoce con el nombre de Gólgota (arameo) o Calvario (latín). Es un monte como cualquier otro. Pero un día ese monte se agigantó y su cima llega ahora hasta las mismas puertas del cielo. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo sucedió?
Nada más y nada menos, sobre ese monte se levantó una cruz y en ella fue clavado Jesús, el Hijo de Dios. La verdad es que la muerte de Cristo convirtió a aquel monte en una plataforma de gloria, en un escenario de triunfo, en una victoria de amor y de poder. La sangre del Redentor brotó eternamente, convirtiéndose así en abono para nuestras vidas. Pero no todo es alegría. Para que todo esto aconteciere alguien tuvo que haber sufrido. Ese fue Jesús, con una muerte de cruz.
Jesús murió en una cruz, es decir, en alto. Isaías lo relata (Isa.52.13-15), dice que sería grandemente exaltado debido a su sacrificio. Que triunfaría sobre el mal. También dice que sería desfigurado; pero mediante su sufrimiento, purificaría a las naciones pero al final de una dura jornada. Que la gente se aterraría al ver la apariencia del siervo; Él estaría tan desfigurado que no parecería humano. Es decir, sería glorificado, después de haber sido desfigurado hasta tal punto de no tener apariencia humana. Con este acto llevará un nuevo mensaje. Mensaje de obediencia y fidelidad, redención y salvación, amor y perdón.
El evangelio de Juan relata que Jesús mismo había profetizado lo que le iba a suceder cuando le dijo a Nicodemo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”(Jn.3.14) La muerte por crucifixión era el tormento que los romanos aplicaban a quienes no eran ciudadanos romanos, y que debían pagar con su vida el delito que habían cometido. Jesús, como judío que era, debió haber muerto por lapidación (piedras), quera el castigo máximo que aplicaban los judíos. En esto se puede ver, entonces que la Providencia intervino para que las profecías acerca del Mesías sufriente se cumplieran. La crueldad de aquellas personas se vio en la clase de muerte que le dieron a nuestro Señor, pues escritores antiguos nos dicen que la tortura de la cruz era extremadamente terrible.
Pero antes de llegar a esa muerte trágica, pasó por otro monte el cual conocemos como el Getsemaní. Allí se había desvelado la noche anterior a su muerte; la intensidad de su angustia en el huerto de Getsemaní había sito tal, que se la pasó orando y en un momento dado buscó otras alternativas para no seguir sufriendo. ¿Qué fue lo que sucedió en el Getsemaní? De camino, Jesús ya había indicado a los discípulos que se acercaba el conflicto mayor, y que las experiencias iban a ser tan intensas, conflictivas y difíciles, que todos, incluyendo a los discípulos le abandonarían. Ciertamente, había mucha tensión, incertidumbre, agonía, reflexión, y mucha oración en el proceso antes de la cruz. Pues se acercaba la hora final de Jesús. Ya se acercaban los procesos de traición, arresto, tortura, juicio y muerte.
Es en ese monte que encontramos el gesto más compasivo de la historia. Pues al saber que iba a morir, sintió soledad y abandono. Dos elementos que nos presentan a un Jesús completamente humano. Hasta el mismo texto señala que su angustia era tal que sudaba gotas de sangre. Pero es en ese mismo instante que recuerda que no había nada que pudiera comprar el precio del pecado y se encomendó a su Padre para cumplir con la misión.
El propósito del Getsemaní es indicar con claridad que Jesús se sometió en obediencia y fidelidad a la voluntad de Dios, y que acató con sobriedad y valentía las injusticias y la violencia, para cumplir los propósitos divinos. Vemos como en medio del caos, dolor, inseguridad, desesperanza, agonía, soledad, incertidumbre… Se levanta un Jesús triunfante que aunque dice “Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento! Se atreve a decir… pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.” (Lc.22.42) Él podía decir Padre, yo no tengo nada que ver con los pecados de la gente. No voy a pagar por ellos/as, no voy a sufrir por ellos/as, y mucho menos que ni piensen que voy a morir por ellos/as. Pero no, no fue así. Jesús se levantó con poder luego de esa reflexión con su padre y dijo…Yo puedo, yo quiero. ¡Qué gran amor!
Sin duda alguna, fue en aquella madrugada que los soldados de ataron las manos; en el juicio ante Caifás le dieron de bofetadas; ante Pilato le quitaron sus ropas, le azotaron cruelmente sus espaldas, le pusieron una corona de espinas cuyas puntas hirientes se hincaron en su cabeza, y se burlaron de él; le obligaron a cargar una cruz pesada bajo la cual su cuerpo debilitado se encorvó. Lo llevaron del Getsemaní al Gólgota/Calvario y allí clavaron sus manos y sus pies al madero, en donde estuvo colgado bajo un sol mortificante; finalmente, “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza”. Acertadamente, el profeta Isaías había escrito unos seiscientos años antes: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos curados” (Is.53.5)
Contemplando a Cristo, uno se pregunta, ¿y qué se hicieron todos/as aquellos/as a quienes él curó? ¿Dónde están los pocos de los miles a quienes alimento? ¿Aquél paralítico a quien él lo hizo andar? ¿Aquel ciego de nacimiento a quien el Señor le devolvió la vista? ¿Y el leproso cuya carne se volvió sana y limpia al ser tocada por la mano generosa del Señor? ¿Dónde estaban ahora? ¿Y el joven que entusiasmado le había dicho: “Señor, te seguiré a donde quiera que vayas”, por qué no se hizo presente en esta hora de dolor? ¿Y tú dónde estás cuando crucifican a Jesús? ¿O tú también le crucificas? ¡Ah! Es que la humanidad en cierta medida es ingrata; pagamos con desprecio y deslealtad los actos de compasión que recibimos. En muchas ocasiones no actuamos, siento esto un acto de desobediencia e infidelidad a aquél que nos enseñó y modeló a ser lo opuesto a esto.
En nuestros tiempos, volvemos a poner a Jesús en la cruz con nuestras actitudes, decisiones, y acciones. Existe algo que se llama obstáculos a la gracia. Son aquellas cosas del mundo, de la carne y del mal espiritual que bloquean nuestra relación con Dios y con el prójimo. La vida cristiana se explica en como luchamos con las decisiones y las fuerzas que crean barreras entre Dios y nosotros. Debemos entender que nuestra vida y crecimiento espiritual en Cristo son posibles porque su gracia supera al pecado. Pero la verdad es que Jesús para ser resucitado tuvo que morir primero. Es decir, no hay sacrificio sin cruz, no hay vida sin muerte, no hay redención sin aceptación. ¿A qué tienes que morir hoy?
La muerte es un imperativo de nuestra constitución humana. Jesús no habla nunca de impedirla, sino de evitar que esta tenga la última palabra en la historia de la humanidad. Es por eso que la muerte duele. Porque es contemplada sólo desde un punto de vista, significa ruptura, separación, final de proyectos. Pero la muerte tiene que ver con el proyecto de vida que nuestro Señor Jesús trazó para nosotros/as allí en esa hermosa cruz.
Es tiempo de recibir la gracia del Señor. Fuimos creados a imagen de Dios para tener una relación genuina con él. (gracia anticipante), y Dios nos invita a aceptar esa relación en y a través de Jesucristo (gracia justificadora). La cual es más que una decisión de fe; vivir la vida cristiana requiere que utilicemos todos los medios de gracia que Dios nos ofrece a través de Cristo y de su iglesia. Es el proceso por el cual Cristo pasó. Sin merecer muerte de cruz, se ofreció como sacrificio vivo para perdonar nuestros pecados para la eternidad. Es necesario recalcar que al llevar los pecados en la cruz, Jesús sufrió la maldición que le tocaba a toda la humanidad. Su muerte en la cruz, propició la reconciliación de las personas y la naturaleza con Dios. La cruz de Jesús también es símbolo de superación de la vida vieja o pasada.
En tiempos pasados y en los presentes la cruz significa: humillación, condenación, dolor, maldición, desprecio, burla, rechazo, renuncia, sacrificio, muerte. Pero a través de Jesús la Cruz tomó un nuevo significado. Cuyo mensaje principal es la salvación para la humanidad, a través de la muerte y el sacrificio de Jesús, la máxima expresión de salvación por parte de Dios. Por lo cual significa: Vida, redención, justificación, liberación, reconciliación, salvación, amor. No es ya la cruz signo de destrucción y angustia, sino símbolo de esperanza, restauración, vida, seguridad y futuro.
El significado de ambos montes reafirma la expresión más grande del amor de Jesús. Tomando en cuenta que él no tenía que entregarse más sin embargo lo hizo. Siendo la obediencia y fidelidad lo que lo llevó a la cruz, aceptando la voluntad de su Padre. De esta forma entendemos que, cuando el evangelio nos llama a tomar la cruz, nos llama a aceptar y creer en la esperanza, restauración, redención, vida, en la fidelidad y la obediencia.