Hechos 4:32-35
Hoy continuamos con la cuarta predicación de nuestra serie Una fe real. Esta serie responde a nuestro tema para el 2016, y tiene la meta de ayudarnos a vivir Una fe auténtica, relevante y madura que nos inspire a servir la comunidad y testificar de forma personal acerca de Cristo, orgullosos/as de nuestra identidad cristiana metodista. En la primera predicación, afirmamos que el Espíritu Santo es poder para testificar acerca de Cristo. En la segunda predicación, afirmamos la importancia de hablar de Cristo a otras personas. En la tercera predicación, afirmamos que Una fe real busca aprender y madurar, de manera que el Evangelio sea relevante a nuestra vida. Hoy, utilizando nuevamente el libro de Hechos, afirmaremos que una comunidad real es aquella en donde el amor no es un sentimiento, sino una acción; porque el amor, si no se puede ver, no es amor.
El libro de los Hechos nos muestra claramente que la dirección en que el Espíritu Santo llevaba a la iglesia era hacia la inclusividad y la unidad entre judíos y gentiles; hacia la creación de una comunidad en donde “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” Gálatas 3:28. Ahora bien, esa inclusividad y unidad para que fuera real, necesitaba de actos concretos. Es por esta razón que el Espíritu Santo no solo movió a la iglesia a testificar con sus palabras, sino también con un estilo de vida caracterizado por la solidaridad. Sin actos concretos de solidaridad, la inclusividad y unidad serían solo un ideal, y no una realidad. Uno de esos actos concretos de solidaridad fue el compartir sus bienes unos con otros:
“Todos los que habían creído eran de un mismo sentir y de un mismo pensar. Ninguno reclamaba como suyo nada de lo que poseía, sino que todas las cosas las tenían en común.33 Y los apóstoles daban un testimonio poderoso de la resurrección del Señor Jesús, y la gracia de Dios sobreabundaba en todos ellos. 34 Y no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían terrenos o casas, los vendían, y el dinero de lo vendido lo llevaban 35 y lo ponían en manos de los apóstoles, y éste era repartido según las necesidades de cada uno.” Hechos 4:32-35
De todas las formas en que la iglesia pudo haber promovido la inclusividad y la unidad, ¿por qué escoger la solidaridad? ¿Por qué vender sus bienes y dar su dinero a los más necesitados? Para contestar esas preguntas es importante entender que esta comunidad era una cristiana, y por consiguiente, seguidora de Cristo. La solidaridad fue el estilo de vida de Jesús. Filipenses 2 nos dice “Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, 6 quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Jesús les había modelado (con acciones concretas) lo que significaba la solidaridad, mediante el acto de hacerse hombre, acercarse al ser humano, y morir en la cruz. Pero no solo les había dado el ejemplo, sino que les pidió que hicieran lo mismo: “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros” Juan 13:34. Por tanto, la solidaridad que se estaba dando en esta comunidad era una forma de amar de la misma forma en que Jesús les había amado. ¿Y cómo Jesús les había amado? Con amor ágape, el amor que busca dar sin esperar nada a cambio; ya que la palabra amor en este verso de Juan, es ágape en griego.
El amor ágape es del cual habla Pablo cuando escribió 1 Corintios 13 y dijo “El ágape es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; 6 no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” Lo interesante del amor ágape, es que no es un sentimiento, sino una acción. Si el amor ágape no se puede ver, no es ágape. El amor ágape es el que nos mueve a salir de nuestra zona de comodidad para demostrar de forma visible a otras personas que las amamos. El ágape conlleva actos de solidaridad, así como Jesús lo tuvo con el ser humano. Por tanto, al vender sus bienes y compartirlos unos con otros, la iglesia estaba siendo una comunidad ágape o solidaria; tal y como Jesús les invitó.
Ahora bien, ¿La iglesia debía vivir este ágape solo porque Jesús les invitó a hacerlo? Hechos 4:33 dice que al vivir este ágape “los apóstoles daban un testimonio poderoso de la resurrección del Señor Jesús”. La iglesia debía vivir este ágape porque era la forma en que las personas que no cristianas entenderían lo que era el cristianismo. Si el cristianismo era seguir el ejemplo de Jesús, que se caracterizó por la solidaridad, la iglesia debía vivir de esa forma para que la gente pudiera reconocer que eran cristianos. Jesús mismo lo dijo cuando afirmó “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” Juan 13:35. Su estilo de vida en comunidad era la evidencia de que esta nueva vida en Cristo, caracterizada por el ágape, era real; era evidencia de que eran una comunidad real.
¿Qué nos enseña esto a nosotros/as hoy? En primer lugar, que si queremos ser como Cristo, necesitamos practicar el amor ágape: el amor solidario que da sin esperar nada a cambio. Ese es el sello del cristianismo. En segundo lugar, que ese amor ágape es nuestro testimonio al mundo de que la nueva vida en Cristo, caracterizada por el ágape, es real. Es nuestra forma de mostrarle al mundo que somos una comunidad real. En palabras de Giacomo Cassese: «No podemos seguir a Jesús sin ser testigos, y no podemos ser testigos sin vivir la experiencia ágape».
¿Cómo la iglesia vive la experiencia ágape? En primer lugar, practicando una hospitalidad radical. Llegar a un grupo por primera vez genera altos grados de ansiedad. Vivir el ágape es dar una bienvenida sorprendente y auténtica a quienes nos visitan, para que no tengan dudas de que son aceptados/as y bienvenidos/as. La hospitalidad radical es una manifestación concreta de la solidaridad y amor ágape que nos permite crear comunidad con quienes nos visitan. Además, nos permite ser una comunidad abierta, y no cerrada; inclusiva, y no exclusiva. Por otro lado, la hospitalidad radical no es deber solo de los/as ujieres: todos/as somos ujieres.
En segundo lugar, vivir la experiencia ágape es cuidarnos unos a otros como una gran familia. La iglesia no es una obra de teatro o un cine en donde participamos del espectáculo sin interactuar con otras personas. La iglesia es un grupo de personas que siguen a Cristo y se reúnen varias veces en la semana para crear una comunidad cristiana, tal y como dice nuestra misión. Una iglesia no existe porque haya una programación o un culto de adoración; la iglesia existe cuando hay comunidad. Por tanto, el fin no son las reuniones o cultos; sino la creación de una comunidad cristiana que trasciende estas reuniones o cultos. La misión de la iglesia es crear una red de apoyo que nos sostenga a lo largo de la vida, de manera que nuestras vidas tengan un impacto positivo en las vidas de otras personas dentro de la comunidad.
¿Cuántos/as han visto en los comercios un rótulo que dice que publicar anuncios engañosos conlleva una multa de hasta $10,000? Los comercios no pueden ofrecer a sus compradores algo que no sea real. ¿Ustedes saben por qué Jesús invitó a sus seguidores a amarse de la misma forma en que Él los amó, con amor ágape? Porque de lo contrario la iglesia sería un anuncio engañoso. ¿Cómo podemos hablar del amor ágape de Cristo, si no está presente en medio nuestro? ¿Cómo predicar de la solidaridad, si no la practicamos? ¿Cómo invitaremos al mundo a la vida en comunidad, si no la estamos viviendo?
Gálatas 6:10 nos dice “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. 1 Juan 4:19-21 nos dice “Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto? 21 Nosotros recibimos de él este mandamiento: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”
Dietrich Bonhoeffer nos dice acerca de la comunidad: “Su misericordia nos ha enseñado a ser misericordiosos; su perdón, a perdonar a nuestros hermanos. Debemos a nuestros hermanos lo que Dios hace en nosotros. Por lo tanto, recibir significa al mismo tiempo dar, y dar tanto como se haya recibido de la misericordia y del amor de Dios”. Amada iglesia: “El amor, si no se puede ver, no es amor”. Nuestra misión como iglesia es “Crear una comunidad cristiana en donde personas no cristianas y cristianas puedan conocer, amar y servir a Dios, para convertirse así en discípulos de Cristo”. Ser testigos de Jesús en el mundo incluye vivir la experiencia ágape. De esa forma no seremos un anuncio engañoso, sino una comunidad real.