Miqueas 6:1-8
Hoy continuamos con la segunda predicación de nuestra serie La esperanza tiene manos: las tuyas. La pasada semana pudimos ver que en medio del sufrimiento que existe en el mundo, Dios desea manifestarse para transformar y restaurar integralmente al ser humano. Esa manifestación de Dios, aquí y ahora, es el Reino de Dios. La invitación fue a ser ciudadanos/as del Reino, colaborando así con Dios para que su poder se manifieste en medio de quienes sufren. La respuesta a las oraciones de muchas personas puede llegar por medio de nosotros/as. Hoy, al estudiar el capítulo 6 de Miqueas, veremos que Dios no solo espera de nosotros/as una profunda relación con Él, sino una profunda relación con nuestro prójimo. Miqueas nos enseña que de nuestra relación con Dios debe partir una vida de justicia y misericordia hacia el prójimo.
El libro del profeta Miqueas parece ser escrito alrededor del año 743 AC; época en que Israel estuvo bajo la autoridad de Asiria. Se piensa que Miqueas fue escrito por dos autores, y que el contexto en que ambos escriben tiene algunas diferencias. Lo que sí podemos ver con claridad es que Miqueas es un profeta de juicio contra los gobernantes políticos y religiosos del pueblo, debido a su corrupción y abuso de poder. Miqueas truena contra quiénes explotan y sacan provecho de los más débiles. El tema central del libro es la justicia social, y arremete contra políticos y sus sobornos, contra los falsos profetas que adivinan a cambio de dinero, contra los administradores injustos, contra los mercaderes que acumulaban riquezas a costa de los más débiles, entre otros.
El capítulo 6 presenta un diálogo entre Israel y Jehová, en donde Jehová le contesta al pueblo qué es lo que realmente quería de su pueblo. Esta estructura de diálogo entre el pueblo y Jehová es una fórmula utilizada en otros momentos para entrar al templo y comenzar un momento de liturgia o adoración. Algunos ejemplos son: “Señor, ¿quién puede vivir en tu templo? ¿Quién puede habitar en tu santo monte? El que vive rectamente y practica la justicia, el que es sincero consigo mismo…” (Salmo 15) y “¿Quién merece subir al monte del Señor? ¿Quién merece llegar a su santuario? Sólo quien tiene limpias las manos y puro el corazón…» (Salmo 24).
En esta ocasión el diálogo presenta lo que ha hecho Dios con su pueblo, y que a raíz de la manifestación de Dios en el pueblo, el pueblo debe responder a Jehová. Los versos 4 y 5 dicen: «Es un hecho que yo te saqué de la tierra de Egipto; que te libré de la casa de servidumbre, y que delante de ti envié a Moisés, a Aarón y a María. 5 Acuérdate ahora, pueblo mío, de los planes que urdía Balac, rey de Moab, y de cómo respondió Balaam hijo de Beor. Yo los traje desde Sitín hasta Gilgal, para que reconozcan cuántas veces yo, el Señor, los he salvado.” Ante la manifestación de Dios, Israel pregunta: “¿Con qué me presentaré ante el Señor? ¿Cómo adoraré al Dios Altísimo? ¿Debo presentarme ante él con holocaustos, o con becerros de un año? 7 ¿Le agradará al Señor recibir millares de carneros, o diez mil ríos de aceite? ¿Debo darle mi primogénito a cambio de mi rebelión? ¿Le daré el fruto de mis entrañas por los pecados que he cometido?” Jehová entonces le contesta lo que quiere de su pueblo:“¡Hombre! El Señor te ha dado a conocer lo que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.”
Para entender la respuesta de Jehová, es importante conocer el contexto del pueblo. El pueblo vivía la corrupción política y religiosa, en donde los poderosos explotaban a los débiles. Repito, la corrupción era religiosa también. Ante ese escenario, Jehová no estaba preocupado por su adoración, su liturgia o sus rituales en el templo. Jehová no tenía problema con eso, y no lo condena. Sin embargo, para Jehová era incompatible que hubiera tanta adoración y ritual en el templo, pero toda una explotación y abuso de poder contra los campesinos y pobres. Ante esa realidad, Jehová le dice que no es suficiente el culto; es necesaria la justicia y la misericordia. El culto y los rituales en el templo, no sustituían la compasión, misericordia y justicia que se debía tener hacia los demás, de la misma forma en que Jehová había sido compasivo, misericordioso y justo con ellos como pueblo.
Al leer otras versiones del verso 8, podemos entender mejor lo que Dios quería de su pueblo: “¡No! Oh pueblo, el SEÑOR te ha dicho lo que es bueno, y lo que él exige de ti: que hagas lo que es correcto, que ames la compasión y que camines humildemente con tu Dios.” (NTV) y “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera elSEÑOR: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (NVI). ¿Qué Dios esperaba de su pueblo? Justicia, misericordia y humildad ante Dios.
Utilizando las palabras de Luis Alonso Schokel, Miqueas nos enseña que «el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. «La relación con Dios es central, fundamental y necesaria para nuestra vida espiritual. Nada puede sustituir esa relación. Sin embargo, de esa relación con Dios debe partir una vida de justicia, misericordia y humildad ante Dios. Al relacionarnos con Dios, el Espíritu Santo nos debe llevar a ser más como Dios: compasivos y misericordiosos. Miqueas nos enseña lo mismo que Jesús nos enseñó cuando dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente…y a tu prójimo como a ti mismo”.
Miqueas nos recuerda que la vida cristiana tiene dos dimensiones principales: la interna, privada e individual (caracterizada por una relación profunda con Dios), y la externa, pública y social (caracterizada por una relación profunda con el prójimo). Para Miqueas, ninguna dimensión es más importante que la otra, y es incorrecto dar prioridad a una sobre la otra.Además, nos recuerda la tentación que tenemos aquellos/as que participamos de una experiencia religiosa cristiana, de inclinarnos más hacia lo interno, privado e individual, y subestimar lo externo, público y social del evangelio de Cristo. Las palabras de Miqueas son una invitación al balance.
Juan Wesley, fundador del movimiento metodista, es muy estudiado hoy día en la teología cristiana por vivir y promover un evangelio balanceado, o de centro. Juan Wesley, tomando como punto de partida a Jesús, dio énfasis a la relación profunda con Dios, pero también a lo que llamamos justicia social. Wesley, al igual que Miqueas, entendió bien la tentación de los/as cristianos/as, de inclinarnos más hacia lo interno, privado e individual, y subestimar lo externo, público y social del evangelio de Cristo. Por tal razón, aunque fue un gran promotor de las disciplinas espirituales o medios de gracia, Wesley es muy conocido hoy día por afirmar que el cristianismo es una religión social.
A continuación varias citas de Wesley muy importantes en cuanto al cristianismo como religión social: «El cristianismo es esencialmente una religión social, y tratar de hacerlo solitario es destruirlo», “Es imposible tratar de ocultar nuestra religión para no ser vista, a no ser que la desechemos. ¡Así de vana es la idea de esconder la luz, a no ser que la apaguemos! Por cierto, una religión secreta e inobservable no puede ser la religión de Jesucristo. Cualquier religión que pueda ser ocultada no es el cristianismo. Si un cristiano pudieraocultarse, no se le podría comparar con «una ciudad asentada sobre un monte»; con «la luz del mundo», el sol que alumbra en los cielos y es visto por todo el mundo”, y “No obstante, tal retiro (dimensión privada) no debe absorber todo nuestro tiempo; pues ello sería destruir y no fomentar la religión verdadera. Porque la religión descrita por nuestro Señor en las palabras antecedentes no puede subsistir sin la sociedad, sin que vivamos y conversemos con otros seres humanos, de lo que se deduce que varias de sus consecuencias esenciales no tendrían cabida si no tenemos relación con el mundo”.
Juan Wesley invitó a los metodistas a que hicieran un balance en su vida espiritual, y dedicaran tiempo a las obras de piedad (dimensión interna, privada e individual) y a las obras de misericordia (dimensión externa, pública y social). Las obras de piedad son la oración, el estudio de las Escrituras, la Santa Cena, el ayuno, el culto de adoración y una vida saludable. Las obras de piedad son las enfocadas a hacer el bien a los demás, tales como visitar a los enfermos y encarcelados, vestir y alimentar a los necesitados, la generosidad, el oponerse a cualquier tipo de explotación humana y el servicio a la comunidad.
Ambas obras, de piedad y de misericordia, tienen sus retos. Las obras de piedad tiene el reto de sacar el tiempo para realizarlas. Por otro lado, las obras de misericordia tienen unos retos particulares, que pudiéramos llamar obstáculos. Un primer obstáculo es la falta conocimiento sobre la doctrina cristiana, que nos lleva a dar un sobre énfasis a las obras de piedad, y a descuidar las obras de misericordia. Un segundo obstáculo es nuestra comodidad: las obras de misericordia conllevan esfuerzo e inversión de tiempo, energías y dinero en suplir necesidades de otros; inversión que en ocasiones no queremos hacer. Y un tercer obstáculo es nuestra creencia de que las personas a quienes servimos no se lo merecen. En ocasiones los seres humanos juzgamos y creemos que la gente vive lo que se merece, y deben sufrir por decisiones que han tomado. Este juicio hacia los demás obstaculiza la empatía, compasión y misericordia.
¿Cómo superamos estos obstáculos? Haciéndonos la siguiente pregunta: ¿Qué Dios quiere de mí? La contestación nos la da Jesús, en lo que llamamos el Sermón del Monte. Mateo 5 dice: “Cuando Jesús vio a la multitud, subió al monte y se sentó. Entonces sus discípulos se le acercaron, 2 y él comenzó a enseñarles diciendo:3 «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.4 »Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.5 »Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.6 »Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.7 »Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia.8 »Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.9 »Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.10 »Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.11 »Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase de mal. 12 Gócense y alégrense, porque en los cielos ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes.”
En las bienaventuranzas, Jesús dio lugar e importancia a las necesidades de quienes sufren, de los débiles, de los pobres, de los marginados. De la misma forma, somos llamados a seguir el ejemplo de Jesús.
¿Qué Dios quiere de mí? Un balance entre el culto, la adoración y el templo, y la justicia, la misericordia y la humildad ante Dios. Que seamos instrumentos suyos hoy para manifestar su poder en medio de quienes sufren. Que seamos las manos de la esperanza. Que de nuestra relación con Dios fluya una vida caracterizada por el servicio a los demás. Puerto Rico nos necesita…la adoración no es suficiente.
Aleluya !!! Que hermoso mensaje. DLB