Génesis 31
Hoy continuamos con nuestra serie El mejor equipo…la familia. La pasada semana afirmamos que la familia es el “sistema social de relaciones primarias en las cuales las personas obtienen sus mayores fuentes de alimento psicológico y espiritual”. La familia es nuestra primera escuela para aprender a enfrentar la vida; y lo que aprendamos en ella tendrá una influencia poderosa a lo largo de nuestra vida. Esta influencia se dará a través de lo que conocemos como patrones generacionales: tradiciones familiares que nos acompañaran toda la vida.
Ahora bien, no siempre estos patrones generacionales son saludables. Nuestras familias tienen patrones saludables y patrones disfuncionales. Por tanto, cada ser humano necesita estudiar los patrones generacionales que existen en su familia de origen (padres, abuelos, antepasados) para perpetuar los saludables, y desvincularse de los disfuncionales. A través del texto de Génesis 31, veremos cómo Jacob, dirigido por Jehová, pudo detener un patrón de engaño que había en la familia. Génesis nos enseña que una familia logra ser el mejor equipo cuando sus miembros se pegan a lo bueno de sus familias de origen, y se despegan de lo malo. Además, veremos que los patrones generacionales disfuncionales se pueden detener cuando las familias andan juntas, pero no revueltas.
Génesis 31 nos presenta parte de una gran historia que ha estado dándose por varios capítulos del libro. La familia de Jacob mencionada en este capítulo tiene un contexto familiar de dos generaciones anteriores. Abraham y Sara son los padres de Isaac. Isaac luego se casa con Rebeca y tienen dos hijos gemelos: Esaú y Jacob. Por su parte, Jacob tiene dos esposas: Lea y Raquel. El suegro de Jacob es Labán, hermano de Rebeca. Al Rebeca dar a luz, Esaú nace primero, lleno de vello rojo, y le llaman Esaú, que significa “rojo” o “el velludo”. Jacob nace agarrado del tobillo de Esaú, y sin mucho entusiasmo le llaman Jacob, que significa “el que agarra el talón”; lo cual desafortunadamente sonaba también como “el engañador”. Durante su vida, Jacob creció en un hogar con rasgos de disfuncionalidad. Isaac, su padre, había preferido a uno de los hijos, Esaú, y su madre, Rebeca, lo había preferido a él, Jacob. La Biblia nos presenta un hogar dividido.
No hay duda de que el nombre de Jacob (el engañador) tuvo un efecto negativo en su vida. Jacob asumió una conducta de engañar a los demás, tal y como su nombre lo describía. Nace haciendo trampa, engaña a su hermano comprándole su primogenitura por un plato de lentejas (Gén. 30:40-43), engañó a su madre al suplantar a su hermano Esaú para recibir la mejor bendición (27:18-35), y engañó a su suegro Labán. Jacob no era el único que acostumbró engañar, también fue engañado en varias ocasiones por su propia familia. En el día de su boda, su suegro Labán le entregó a Lea y no a Raquel como esposa, luego de haber trabajado siete años por ella; por lo que tuvo que trabajar siete años más por Raquel. Además, Labán le cambió el salario a Jacob diez veces. Génesis nos presenta que su familia de origen también practicó el engaño: Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Esaú, Labán y Raquel engañaron a su propia familia. En la familia de Jacob había un patrón de engaño, y Jacob recibe toda esa herencia familiar dañina y disfuncional.
Llega un momento, en que dirigido por Jehová, Jacob decide dejar atrás esta herencia del engaño para comenzar una nueva vida junto a su familia. Esta es la historia que se presenta en el capítulo 31. Jacob vivía con su suegro Labán, pero decide regresar a Canaán. Debido al miedo que le tenía a su suegro Labán, Jacob decide irse sin notificárselo. Jacob sale junto a sus dos esposas, Lea y Raquel; pero Labán se entera, los persigue y los encuentra. En medio de una discusión entre Jacob y Labán, ambos deciden aceptar que cada cual tenía que tomar su camino. Al llegar a ese acuerdo, levantan un altar que pone a Dios como testigo de esta nueva relación entre ambos; en donde Jacob tendría la oportunidad de seguir su camino y alejarse del patrón de engaño de su familia. Labán, luego de obstaculizar su salida, bendice a sus hijas y las deja libres. Veamos el texto.
“Pero Jacob se enteraba de las habladurías de los hijos de Labán, pues decían: «Jacob se ha quedado con todo lo que era de nuestro padre. Toda su riqueza la obtuvo de lo que era de nuestro padre.»2 Además, Jacob miraba el semblante de Labán, y podía ver que ya no lo trataba como antes. 3 Entonces el Señor le dijo a Jacob: «Regresa a la tierra de tus padres, con tus parientes, que yo estaré contigo…Entonces Jacob se preparó y sentó a sus hijos y sus mujeres sobre los camellos, 18 luego puso en marcha todo su ganado, y todo el ganado que había adquirido, que era su ganancia de Padán Aram, y se dispuso a volver a Isaac, su padre, en la tierra de Canaán.”
Lo que Jacob hizo en esta historia se conoce como diferenciación. Diferenciación es la acción que toma un ser humano de mirar a su familia de origen (padres, abuelos, antepasados) para quedarse con lo bueno y descartar lo malo. Es la acción de establecer la diferencia entre nuestros antepasados y nosotros. La diferenciación parte de dos premisas: 1) que nos parecemos a nuestros padres más de lo que creemos y 2) que ninguna familia es perfecta. Bajo estas premisas, la diferenciación invita al ser humano a mirar a sus padres, abuelos y antepasados para discernir qué patrones generacionales va a perpetuar y cuáles va a terminar.
La diferenciación, no siempre se da tan fácil. La evidencia a nuestro alrededor nos deja ver cómo hoy día las familias continúan en patrones disfuncionales que le restan salud. Patrones de maltrato físico y emocional, alcoholismo, drogadicción, ansiedad, depresión, autocompasión, pobre autoestima, adicciones, mal manejo de conflictos, pobre comunicación, vagancia, machismo, celos o comportamientos controladores, codependencia, comportamiento sexual inadecuado, infidelidad, mal manejo del tiempo, no saber expresar sentimientos, mala alimentación, egoísmo, incapacidad de perdonar, envidia, contaminación, no respetar las leyes, chisme, descuido personal, desconsideración con los demás, crianzas autoritarias, violencia familiar, ausencia de reglas y límites, mediocridad, entre otros patrones.
¿Cómo logramos romper con estos patrones generacionales disfuncionales? ¿Cómo se logra la diferenciación? Estando juntos, pero no revueltos, con nuestras familias de origen. ¿Qué significa esto? Cuando un ser humano nace, es normal y necesario que el recién nacido vea a su madre (y posteriormente a su padre) como necesarios para su sobrevivencia. Este apego es natural y necesario en las primeras etapas de la vida, pero según el ser humano va creciendo y se convierte en un adulto, este apego se debe transformar en autonomía. Una de las etapas de la vida más cruciales para que el ser humano desarrolle esta autonomía es la adolescencia; etapa en donde el joven se ve a sí mismo como un ente aparte, capaz de enfrentar la vida. Desde la adolescencia, el ser humano comienza a desapegarse de su familia, para comenzar a hacerse cargo de su vida; algo que debe lograr en la adultez.
Este proceso de desapego es importante en toda familia, porque los padres deben apegarse a sus hijos para equiparlos para la vida, y desapegarse para darles la oportunidad de que se hagan cargo de sus propias vidas. Esta relación de apego y desapego con las familias de origen es lo que llamamos estar juntos, pero no revueltos; y es el tipo de relación que permite que las personas puedan romper con patrones de disfuncionalidad y diferenciarse. ¿Cómo? El apego a nuestras familias en las primeras etapas de la vida (niñez y adolescencia) nos brinda las herramientas para enfrentar la vida, y el desapego posterior en la adultez nos brinda perspectiva para analizar la humanidad de nuestras familias de origen, y así escoger lo bueno y desechar lo malo que hemos recibido de éstas.
En resumen, la diferenciación no es cortar relaciones con nuestras familias. Un desapego total de nuestras familias nos desvincula totalmente de ese sistema primario que nos alimenta psicológica y espiritualmente, y que es nuestro grupo de apoyo en la vida. Por otro lado, tampoco es apego total con nuestras familias. Un apego total crea dependencia y nos impide hacernos cargo de nuestra vida. Diferenciarse es autonomía. Esa autonomía tendrá momentos de apego, que permitirán que la familia sea ese grupo de apoyo, y tendrá momentos de desapego, que permitirán detener patrones disfuncionales.
Una familia es el mejor equipo, cuando andan juntos, pero no revueltos. ¿Cómo puedo hoy dar autonomía a mis hijos/as para que puedan dar paso a aquellas buenas costumbres que le he transmitido como padre/madre, y detener aquellas que le hacen daño? ¿Cómo puedo hoy como hijo hacerme cargo de mi vida, valorando aquellas costumbres de mi familia que me han traído salud y descartando aquellas que no lo han hecho? Es tiempo de pegarnos y despegarnos como familia, proveyendo así un espacio para la autonomía y la oportunidad para crear nuevos caminos con la ayuda de Dios. Jeremías 29:11 dice “Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza.” Hodding Carter dijo: “Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.”
Excelente!!! DLB