Juan 15:1-17
¡Felicidades a todas las madres en este día! En este día tan especial, deseo continuar predicando del libro de Juan. En las pasadas semanas hemos estados inmersos en este libro tan especial; y hoy el libro de Juan será nuevamente palabra de Dios para nosotros/as. Utilizando el capítulo 15, veremos que el llamado que nos hace Jesús de estar unidos/as a Él para poder dar fruto, es muy parecido a la unión que existe entre una madre y su infante, que le permitirá a este infante desarrollar la capacidad para relacionarse saludablemente el resto de su vida. De la misma forma que existe un apego especial entre la madre y su hijo/a, hoy seremos invitados a tener un apego especial con Jesús. Este apego especial con Jesús nos permitirá dar fruto: amarnos unos a otros de la misma forma que Jesús lo hace, incondicionalmente.
El evangelio de Juan tiene un propósito particular: que sus lectores puedan creer que Jesús es el Hijo de Dios. Para lograr este fin, Juan conecta a lo largo del libro a Jesús con el Padre (Jehová). Esta unidad entre el Padre y Jesús era la forma de evidenciar que ambos eran uno solo. Juan 10:30 dice “El Padre y yo somos uno”. Incluso, Juan resalta que esta unidad entre el Padre y Jesús fue la que permitió que Jesús pudiera cumplir con su misión de amar a la humanidad y entregarse por ella. El Padre fue la fuente de poder, vida y amor a la cual Jesús recurrió para resistir la tentación de quitarse y no cumplir con su llamado. En el evangelio de Juan, Jesús mismo invitó a sus discípulos a imitar esta relación de unidad entre Él y su Padre, para que ellos también pudieran dar fruto y cumplir con su llamado. Juan 15, es precisamente una de estas ocasiones en que Jesús les invita a conectarse con Él para poder dar fruto.
Juan 15 presenta uno de los siete “Yo soy” de Jesús. En esta ocasión, Jesús dice “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador”. Los judíos estaban acostumbrados a ser comparados con la vid. En Isaías, Jeremías y Ezequiel se nos presentan ejemplos de esta comparación. El pueblo de Israel estaba acostumbrado a conectarse con Jehová con una serie de rituales, de manera que pudieran dar fruto como vid. Sin embargo, debido a la relación de unidad y conexión entre el Padre y Jesús, ahora la vid no era Israel, sino Jesús mismo. Si antes habían sido invitados a conectarse con el Padre, ahora debían conectarse con Jesús para conectarse al Padre y dar fruto.
Con la llegada de Jesús, las cosas cambiaron. Ahora Israel ya no sería más la vid, sino las ramas de la vid que debían dar fruto. Jesús les dice “Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer….Así como el Padre me ha amado, así también yo los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor”. Así como Jesús se había unido, conectado y sujetado al Padre para poder dar fruto, ahora los seguidores/as de Jesús debían imitar estar conexión y estar unidos a Él, si querían dar fruto.
El fruto de la unidad entre el Padre y Jesús es que Jesús pudo amar a la humanidad y dar su vida por ella. ¿Cuál era el fruto que se esperaba ahora de los discípulos al estar unidos a Jesús? El verso 12 nos dice “Éste es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado.” El fruto de estar conectados con Jesús, es que tendrían la capacidad de amarse unos a otros, tal y como Jesús les amó a ellos, y como el Padre amó al Hijo. ¿Cómo Jesús les había amado? Juan 13:1 nos dice que “A los suyos que estaban en el mundo los había amado siempre, y los amó hasta el fin.» El amor de Jesús hacia ellos fue incondicional y hasta el fin. Por lo tanto, el estar conectados con Jesús traería el fruto de que los discípulos serían capaces de amarse unos a otros incondicionalmente y hasta el fin. Este amor entre ellos sería la forma en que el mundo conocería a Jesús; Juan 13:35 dice “En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros.” Dar fruto significa amar como Jesús amó.
¿Cómo el estar unidos a Jesús les daría la capacidad de amarse unos a otros como Jesús les amó? Juan 15:2 dice “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.” Al estar unidos a Jesús, el amor de Jesús les iría perfeccionando poco a poco, mediante la poda. No podemos olvidar el detalle de que el Padre es el labrador, el que hace la poda. Si Jesús estaba unido al Padre, al conectarse con Jesús los discípulos también se conectarían con el Padre y labrador. Mediante la conexión con Jesús, el Padre iría podándoles poco a poco para que pudieran dar fruto. Lo que quiere decir que los discípulos fueron llamados a dar fruto, pero a enfocarse en su conexión con Jesús. El fruto sería resultado de la conexión con Jesús.
¿Qué nos enseña esto a nosotros/as hoy? Primero, que el Padre y Jesús son uno. Segundo, que debemos imitar esta conexión entre el Padre y Jesús, conectándonos con Jesús. Tercero, que el conectarnos con Jesús traerá fruto. Cuarto, este fruto será que podremos amar a los demás de la misma forma en que Jesús nos ama, y de la misma forma en que el Padre ama al Hijo: incondicionalmente. Quinto, que a pesar de que somos llamados a dar fruto, debemos enfocarnos en conectarnos con Jesús; el fruto será resultado de la conexión. En resumen, Jesús nos enseña que así como las ramas están unidas a la vid, necesitamos estar unidos a Él.
¿Cómo nos conectamos con Jesús? Por medio de lo que llamamos disciplinas espirituales o medios de gracia, según le llamó Juan Wesley. Las disciplinas espirituales son espacios en donde el amor de Dios nos perfecciona poco a poco, día a día. Las disciplinas espirituales no nos cambian ni transforman por sí mismas, sino que nos colocan ante el Padre de modo que Él pueda podarnos o transformarnos. Al practicar las disciplinas espirituales afirmamos que la transformación es resultado de la relación con Dios. Las disciplinas espirituales más importantes son: orar, leer la Biblia, ayunar, congregarnos y vivir en compañerismo, adorar apasionadamente, tomar la Santa Cena, servir, buscar dirección espiritual, descansar y diezmar, entre otras. ¿Con cuanta frecuencia practicamos estas disciplinas espirituales? ¿Cuánto tiempo, energía y dinero invertimos en nuestra relación con Jesucristo? Si bien es cierto que somos llamados a dejar aquellas conductas que nos alejan de Dios (lo que llamamos pecado), somos primeramente llamados a una relación con Jesucristo. La transformación, que incluye dejar el pecado, es producto del amor de Dios que nos poda, transforma y perfecciona mediante una conexión con Jesucristo.*
La imagen de la vid y las ramas es extraordinaria, pero hay otra imagen que nos permite entender la necesidad de estar unidos a Jesús para dar fruto: la relación entre una madre y su hijo/a. Según el Dr. Eduardo Hernández, existe un apego especial entre madre-infante o cuidador primario-infante. Este apego tiene varios elementos claves: Es una relación emocional perdurable con una persona en específico; dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer; y la pérdida o la amenaza de pérdida de la persona, evoca una intensa ansiedad. Los investigadores de la conducta infantil entienden como apego la relación madre-infante, describiendo que esta relación ofrece el andamiaje funcional para todas las relaciones subsecuentes que el niño desarrollará en su vida. Una relación sólida y saludable con la madre o cuidador primario, se asocia con una alta probabilidad de crear relaciones saludables con otros, mientras que un pobre apego parece estar asociado con problemas emocionales y conductuales a lo largo de la vida.
El acto de coger el bebé al hombro, mecerlo, cantarle, alimentarlo, mirarlo detenidamente, besarlo y otras conductas nutrientes asociadas al cuidado de infantes y niños pequeños, son experiencias de vinculación. Algunos factores cruciales de estas experiencias de vinculación incluyen la calidad y la cantidad. Los científicos consideran que el factor más importante en la creación del apego, es el contacto físico positivo (ej: abrazar, besar, mecer), ya que estas actividades causan respuestas neuroquímicas específicas en el cerebro que llevan a la organización normal de los sistemas cerebrales responsables del apego. Durante los primeros tres años de vida, el cerebro desarrolla un 90% de su tamaño adulto y coloca en su lugar la mayor parte de los sistemas y estructuras que serán responsables de todo el funcionamiento emocional, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida. En resumen, la relación más importante en la vida de un/a niño/a es el apego a su madre o cuidador primario. Un apego saludable a la madre, provee una base sólida para futuras relaciones saludables.*
¿Se relaciona esto con las enseñanzas de Jesús en Juan 15? Definitivamente. La relación más importante que debe tener un ser humano es con Jesucristo. Al estar conectados/as con Jesús, su amor saciará todas nuestras necesidades más profundas: seguridad, paz, consuelo, esperanza y propósito. Además, mediante este apego especial con Jesús, seremos poco a poco perfeccionados para amarnos unos a otros de la misma forma en que Jesús nos ama: incondicionalmente. Así como un infante permanece en el amor de su madre, somos llamados a permanecer en el amor de Jesús. Permanecer en su amor traerá fruto. Jesús nos invita hoy a tener un apego especial con Él. ¿Qué ajustes necesito hacer para mantener ese apego especial con Jesús?
Dedico este mensaje a mi madre, Eva Alicia. Gracias por tu amor incondicional.
Precioso mensaje.. DLB