Juan 20:19-31
¡Cristo ha resucitado! Esas fueron las palabras que salieron de nuestras bocas hace tan solo dos semanas, cuando celebramos la resurrección de Jesús. Ese día celebramos que tenemos un Dios cercano, real y poderoso que está presente en nuestras vidas y en el mundo. La resurrección es el evento que nos recuerda que de la misma forma en que Jesús resucitó y pasó de la muerte a la vida, nosotros también podemos resucitar con Cristo, y pasar de la muerte a la vida. Nuestro calendario cristiano separa 50 días para hacer énfasis en la resurrección de Jesús; comenzando el domingo de Resurrección, y terminando el día de Pentecostés (la llegada del Espíritu Santo). Por esta razón, los paños de nuestro altar serán blancos (símbolo de vida) por los próximos 50 días.
Entendiendo que por los próximos 50 días estaremos celebrando la resurrección de Jesús, hoy comenzamos una serie de tres predicaciones titulada: Creeré. Utilizando los relatos del Cristo resucitado que nos presenta el evangelio de Juan, seremos invitados a creer que Jesús es el hijo de Dios. Seremos invitados a declarar, al igual que hizo Tomás: ¡Señor mío, y Dios mío! Esta serie será una invitación a la fe. Hoy, utilizando el pasaje de Juan 20:19-31, afirmaremos que cuando creemos en Jesús como Señor y Dios, somos resucitados al igual que Cristo. Ser resucitados con Cristo es un proceso en donde el Espíritu de Dios nos va moviendo del miedo a la paz, del sin sentido al propósito, y de la duda a la fe.
Si hay un libro en la Biblia para ayudarnos a afirmar nuestra fe en Jesucristo, es el evangelio de Juan. Según el mismo evangelio “Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31 Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre.” El propósito del evangelio de Juan es presentar la divinidad de Jesús: Jesús como el hijo de Dios y el Mesías de quién el Antiguo Testamento (AT) habla. Sin embargo, el propósito es también que disfrutemos de la vida abundante que viene al creer. Según veremos hoy, esa vida que viene al creer no se trata solo de la vida luego de la muerte, sino de la vida plena que podemos vivir aquí y ahora cuando tenemos una relación personal con Jesucristo.
¿Por qué Juan dedica su libro a invitarnos a creer? Es muy probable que la comunidad a quién Juan le escribió el evangelio en aquel momento, eran cristianos/as en una crisis de fe. Se dice que luego de que el templo de los judíos fue destruido en el año 70, los judíos se volvieron más estrictos y rígidos con su religión; a tal nivel, que se volvieron intolerantes con los judíos que se convirtieron al cristianismo, y los expulsaron de la comunidad. Estos/as cristianos/as no tan solo fueron perseguidos por los judíos, sino que enfrentaron divisiones entre ellos/as mismos/as como iglesia cristiana. Además, muchas personas comenzaron a cuestionar la divinidad de Jesús. Ante la expulsión, las divisiones internas y el cuestionamiento de la divinidad de Jesús, la comunidad cristiana entró en una crisis de fe: ¿Verdaderamente Jesús es el hijo de Dios? ¿Vale la pena seguir a Jesús?
Ante esta crisis, Juan escribe su evangelio buscando fortalecer la fe de su comunidad. Para esto, Juan escribe un libro dedicado a evidenciar que Jesucristo verdaderamente era el hijo de Dios. En su evangelio, Juan menciona las múltiples señales, signos o milagros que Jesús realizó en la tierra, conecta a Jesús con el Jehová del AT por medio de los famosos “Yo soy” de Jesús, presenta la identidad divina y mesiánica de Jesús durante su arresto y crucifixión, y sobre todo, presenta la resurrección como el signo de los signos, la señal de la señales, de que Jesús era Dios. Muchos dicen que el pasaje que hemos leído hoy, Juan 20:19-31, contiene el verso más importante del libro, la declaración de Tomás afirmando su fe en Jesucristo: “¡Señor mío, y Dios mío!” La meta de Juan es que quienes lean el libro puedan hacer esta misma declaración.
Ahora bien, ¿cómo es que Tomás llega a esta declaración de fe? ¿Qué ocurrió entre los discípulos ese día que Tomás afirma que Jesús es Señor y Dios? Ese domingo que Jesús resucitó, los discípulos estaban escondidos por miedo a ser encarcelados o asesinados por ser seguidores de Jesús. Los discípulos tenían miedo de confesar a Jesús como Señor; lo que también traía culpa, por fallarle a Jesús, y un sentido de fracaso. Es muy probable que ya hubieran recibido las noticias de parte de María Magdalena de que Jesús había resucitado, pero continuaban en un estado de confusión, incertidumbre y desesperanza. Ese mismo día, Jesús entra al lugar en donde estaban, se pone en medio de ellos y les dice: La paz sea con ustedes.
¿Por qué ustedes creen que Jesús llegó para traerles paz a estos discípulos? Aunque las palabras de Jesús eran muy comunes, porque eran parte del saludo judío (Shalom), no hay duda de que Jesús dijo estas palabras porque los discípulos las necesitaban. Ante el miedo que tenían de ser apresados, la necesidad más apremiante que tenían los discípulos era la paz. Con este saludo de la paz, Jesús hizo realidad lo que Él mismo les había prometido en Juan 14:27: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo”. Al encontrarse con el Jesús resucitado, la primera experiencia que tienen los discípulos es una de paz. Jesús llevó a los discípulos del miedo a la paz. Jesús es un Dios de paz.
Luego de mostrarles sus manos y costado, como señal de que había resucitado, Jesús les da la paz nuevamente y les lanza una misión: “Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes”. Algunos interpretan esto como el momento en que Jesús instituye la iglesia, al darles una misión o propósito a sus seguidores. Ahora bien, Jesús sabe que ellos/as mismos/as no serán capaces de cumplir con esta misión por sí mismos, y hace lo que muchos interpretan como el primer Pentecostés: “Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados; y a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.” Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, que tiene el propósito de empoderar (dar poder) a los discípulos para cumplir con la misión. Ante el fracaso de los discípulos de no haber podido seguir a Jesús luego de su muerte, Jesús les da una nueva oportunidad para le siguieran. De un momento a otro, de estar en caos y sin propósito como seguidores de Jesús, el encuentro con el Jesús resucitado trae propósito y poder a los discípulos. Jesús llevó a los discípulos del caos y sin sentido al propósito. Jesús es un Dios de nuevas oportunidades, un Dios de propósito.
Tomás no estuvo presente en todo esto, por lo que pidió evidencia de lo ocurrido. Ocho días después, Jesús vuelve a entrar al lugar en donde estaban reunidos a puerta cerrada, y Tomás estaba presente. Una vez más, Jesús les ofrece su paz (parece que todavía la necesitaban) e invita a Tomás a tocar, mirar y creer en su resurrección: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. No sabemos si Tomás tocó, pero sí sabemos que Tomás respondió: “Señor mío, y Dios mío”. La crisis de fe de Tomás desaparece con la evidencia presentada, y la confesión es la expresión de su fe. Como veremos más adelante, confesar a Jesús tiene poder y abre la puerta a la vida plena y abundante.
Luego de su confesión, Jesús dice su última bienaventuranza: “Tomás, has creído porque me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. Algunos afirman que Jesús regañó a Tomás por no haber creído, pero creo que Jesús estaba haciendo la diferencia entre ellos y las futuras generaciones de cristianos/as. Ellos, los que estaban en aquel lugar no tuvieron la oportunidad de creer por fe, sino por vista; pero esa experiencia de creer por vista era necesaria para tener la evidencia de que Jesús resucitó y así poder asumir su misión de predicar el evangelio con la certeza de que Jesús en efecto era el hijo de Dios. Quienes creyeran en Jesús luego, lo harían por el testimonio de esos discípulos, y por relatos como el que documenta Juan en su evangelio. Es decir, todos los que quisieran creer en Jesús luego de este momento lo harían por fe. Y Jesús afirma que quienes creyeran por fe serían benditos/as. Esos somos nosotros/as.
¿Cómo somos benditos/as los que creemos por fe? El verso 31 dice “Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre”. De la misma forma que Jesús entró a la vida de los discípulos y les movió de la ansiedad y miedo a la paz, del caos y sin sentido al propósito, y de las dudas a la fe, Jesús puede hacer lo mismo con nosotros cuando creemos. En adición a la vida eterna que tendremos en el cielo, la vida eterna es vivir con la paz de Dios en nuestra vida, vivir con el propósito de dar testimonio de nuestra fe, y vivir con la fe de que algo Dios hará cuando más le necesitamos en nuestra vida. Somos benditos al recibir la vida plena y abundante aquí y ahora.
Mucho se ha juzgado a Tomás por su incredulidad, pero les quiero informar que el evangelio de Marcos termina diciéndonos que nadie creyó la resurrección de Jesús, ni siquiera los discípulos. No es hasta que Jesús se reúne con los discípulos en la mesa, que Jesús les reprocha su incredulidad y obstinación, y les da la misión de predicar el evangelio. En Juan, solo se presenta a Tomás como el incrédulo. Con Tomás se podían identificar todos/as aquellos/as cristianos/as que sufrían una crisis de fe en la época de Juan, pero también nos podemos identificar cada uno de nosotros/as. Todos luchamos con crisis de fe en nuestra vida. Y eso no nos hace mejores ni peores. Incluso, las crisis de fe nos ayudan a no juzgar a las personas que las tienen, porque reconocemos que todos/as las podemos enfrentar. Lo importante, no es la crisis de fe, sino cómo la resolvemos. Tomás la resolvió confesando que Jesús era su Señor y Dios luego de haber visto a Jesús. Con la ayuda de Jesús, Tomás se movió de la duda a la fe.
El personaje de Tomás nos lanza la siguiente pregunta: ¿Estoy viviendo una crisis de fe? ¿Cómo puedo saberlo? Si fuera el caso, ¿cómo la resuelvo? Juan nos dice que creer trae vida, y el pasaje discutido hoy nos dice que esa vida se caracteriza por la paz, el propósito y la fe. Nuestra propia vida es la mejor evidencia para saber si tenemos o no una crisis de fe. Si nuestra vida se caracteriza por la paz, el propósito y la fe, es probable que no tengamos una crisis de fe. Si nuestra vida se caracteriza por la ansiedad, el sin sentido y las dudas, es probable que tengamos una crisis de fe. No estamos hablando de que tenemos una crisis de fe cuando tenemos momentos de ansiedad, caos o dudas; estamos hablando de si nuestra vida, en esencia, se caracteriza por la paz o la ansiedad, el sin sentido o el propósito, las dudas o la fe. Algunas preguntas que nos pueden ayudar a reflexionar son las siguientes:
- La mayor parte del tiempo, ¿vivo con ansiedad o con paz? ¿El miedo domina mi vida? ¿Cuáles son las emociones que predominan en mi vida? ¿Gozo, alegría, paz? ¿Miedo, ansiedad, tristeza?
- ¿Estoy claro de que el propósito de mi vida es amar a Dios, servir a los demás y dar testimonio de mi fe a los demás por medio de palabras y actos? ¿Mi vida gira alrededor de ese propósito o de otro? ¿Invierto lo mejor de mis energías, tiempo y dinero en ese propósito o en otras cosas?
- Cuando llega una crisis, ¿reacciono con esperanza de que algo Dios hará? ¿o reacciono de manera fatalista y pesimista? ¿Puedo ver a Dios día a día en mi vida y en el mundo? ¿o tengo dificultades para ver a Dios actuando?
Si fuera el caso que estamos en una crisis de fe, ¿cómo la resolvemos? ¿Cómo experimentamos la vida plena que viene al creer? Marcos 9 nos dice que en una ocasión Jesús se encontró con un hombre, que ante la oportunidad de creer en Él, le dijo: “¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!” La fe es un regalo de Dios; Dios mismo nos ayuda a creer; tal y como Jesús ayudó a Tomás y a este hombre. Las crisis de fe se resuelven pidiéndole ayuda a Dios para creer, siendo transparentes ante Dios. ¿Deseas hoy creer en Jesús como el hijo de Dios? ¿Deseas la vida plena y abundante que viene al creer en Jesús? Te invito a decirle a Jesús, tal y como hizo aquel hombre: ¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad! Luego, te invito a decirle como Tomás: “Señor mío, y Dios mío”. Con la ayuda de Dios, y con esta declaración, nos moveremos de la ansiedad a la paz, del sin sentido al propósito, y de la duda a la fe. Creeremos, y tendremos vida.