Juan 18:28-40
Hoy celebramos un momento trascendental: el momento en que Jesús entregó su vida por amor a la humanidad en una cruz. Luego de más de dos mil años, todavía la iglesia cristiana continúa celebrando este acto de amor de Jesús. Incluso, la mayoría de nuestros templos continúan teniendo una cruz en sus altares, como símbolo de la crucifixión. ¿Qué significó la crucifixión para Jesús? ¿Qué significa para nosotros hoy? Estas son preguntas que año tras año nos hacemos un día como hoy. Por eso, utilizando el pasaje de Juan 18:28-40, hoy veremos que la cruz fue la forma en Jesús nos enseñó que su reino no era de este mundo. Además, veremos que la cruz para nosotros no un evento que trajo salvación, sino un camino a seguir: el camino de la cruz.
La crucifixión era el castigo romano reservado para los ladrones, asesinos o rebeldes; y significaba el castigo más cruel que se podía ofrecer a un ser humano. El madero vertical era dejado en el lugar, mientras que el criminal tenía que cargar con el madero horizontal. Las víctimas eran dejadas allí hasta que sus cuerpos se descompusieran, o hasta que los animales acabaran con ellos. Algunos cuerpos eran puestos junto a la basura y los huesos eran desechados, a menos que algún familiar los reclamara. Nadie podía recoger los cuerpos de estas víctimas, excepto en Jerusalén, que podían enterarlos. La meta de la crucifixión era infligir la mayor agonía por el mayor tiempo posible. Las víctimas podían colgar en la cruz por días hasta finalmente morir. Los brazos eran clavados en la cruz o amarrados con alguna soga, y los pies usualmente eran clavados al madero. Es común pensar que la cruz era alta, pero se piensa que no medía más de nueve pies de altura. Esto daba espacio para que la gente pudiera leer el letrero que aparecía al tope de la cruz, describiendo el crimen que había cometido la víctima.
Al ver el significado de la crucifixión romana, parece contradictorio que Jesús tuviera que morir de esa forma. Jesús no era un criminal. Entonces, ¿por qué Jesús tuvo que morir en una cruz? ¿Era necesaria realmente la crucifixión de Jesús? ¿No había otra forma de cumplir con el plan de Dios de salvar a la humanidad? La contestación a estas preguntas se encuentra en la conversación que tienen Jesús y Pilato que hemos leído en el Evangelio de Juan:
“Pilato volvió a entrar en el pretorio; llamó entonces a Jesús, y le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» 34 Jesús le respondió: «¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?» 35 Pilato le respondió: «¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han puesto en mis manos. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”
Durante todo el ministerio de Jesús existió la expectativa de que Él sería el líder político que liberaría al pueblo judío de la esclavitud bajo las autoridades romanas. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, recordada el pasado Domingo de Ramos, no fue otra cosa que la entrada que el pueblo le hizo a Jesús afirmando su expectativa de que él sería el Mesías político que tanto esperaban. Las palabras de la multitud en esa entrada triunfal fueron Hosana, que significa “sálvanos ahora”. Cabe señalar que Jesús no fue el único en quién el pueblo puso sus ojos con la expectativa de que fuera su libertador político. La historia nos dice que desde el nacimiento de Jesús hasta el año 70, al menos ocho personas fueron vistas como mesías, y tuvieron su grupo de seguidores. La diferencia primaria de Jesús con estos otros líderes, es que ellos usaron la espada y la fuerza para derrocar a los romanos, y Jesús usó una cruz.
Mientras los judíos esperaban que Jesús usara la fuerza y la espada para liberarles de los romanos, Jesús tenía otro plan. Mientras sanó a los enfermos y trajo libertad a los pobres, mujeres y niños/as, Jesús bendijo a los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores y los perseguidos (Mateo 5). Les dijo que debían amar a sus enemigos, bendecir a los que los maldicen, hacer bien a los que los odian y orar por quienes les perseguían (Mateo 5). Todo esto mientras les modelaba que Él no había venido para ser servido sino para servir, y que quién quisiera ser el grande entre ellos debía ser su servidor (Mateo 20). No tengamos duda de que la razón principal por la cual no hubo una revolución violenta cuando Jesús es arrestado, es porque el mensaje de Jesús no les había invitado a eso; cuando Pedro lo intentó, Jesús mismo le invitó a guardar la espada (Juan 18).
Si Jesús predicó todo esto, ¿por qué tuvo que morir en una cruz? ¿Era necesaria realmente la crucifixión? ¿No había otra forma de cumplir con el plan de Dios de salvar a la humanidad? Desde la perspectiva de los judíos, Jesús murió en una cruz porque fue un rebelde político y una amenaza para ellos. Desde la perspectiva de Jesús, la crucifixión fue el medio para mostrarnos con acciones lo que Él mismo predicó durante su ministerio: quién quería ser grande entre ellos debía ser el servidor. En la cruz, Jesús nos enseñó con su propia vida que el reinado político que esperaban se trataba de guerra, espada y que otros murieran violentamente para que el líder tuviera vida, pero su reinado se trataba del líder que decidió morir a sí mismo, para que otros tuvieran vida. Jesús murió para enseñarnos que su reinado no era de este mundo.
¿Qué significa la cruz de Jesús para nosotros hoy? Con Jesús, la cruz tomó un nuevo significado; ya no es el camino de los criminales, sino el camino de quienes quieren negarse a sí mismos para que otros tengan vida; tal y como lo hizo Jesús. Luego de la crucifixión, la cruz es el camino para quienes queremos seguir a Jesús. ¿Eso quiere decir que quienes queremos seguir a Jesús necesitamos morir como mártires? Eso pudiera ser posible, pero es poco probable. La cruz, no solo es el evento que trajo salvación a la humanidad, sino que también es un camino. El camino de la cruz es el camino en donde buscamos, con la ayuda de la gracia de Dios, vivir como Jesús vivió: amando a Dios y sirviendo a los demás. El camino de la cruz es el continuo proceso de morir a nosotros mismos para que Cristo viva en nosotros, tal y como dijo Pablo en Gálatas 2:20: “Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” ¿Qué incluye el camino de la cruz? Entre muchas cosas, alinear nuestras vidas al mensaje de Jesús y evaluar nuestras prioridades, de manera que podamos invertir nuestro tiempo, dinero y energías como Jesús lo haría.
Lamentablemente, a lo largo de la historia, aquellos/as que decimos seguir a Cristo no siempre hemos seguido el camino de la cruz, sino el camino de la comodidad. Hemos escogido amarnos más a nosotros mismos que amar a Dios, y servirnos más a nosotros mismos que a los demás. Hemos olvidado aquellas palabras de Jesús que nos presenta Lucas 9:23: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” El camino de la comodidad nos ha llevado a estilos de vida que contradicen las enseñanzas de Jesús, dando así un pobre testimonio de lo que significa seguir a Cristo.
Un ejemplo de cuando hemos escogido el camino de la comodidad sobre el camino de la cruz es lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, durante las décadas del 1930 y 1940. En esta guerra, en la que murieron aproximadamente 25 millones de civiles y 25 millones de soldados, el líder alemán Adolfo Hitler movió a sus seguidores a creer que su raza era superior a las otras; por lo que había que eliminar a quienes podían dañar la misma. Hitler lideró a sus seguidores a crear campos de concentración para eliminar a judíos, gitanos, discapacitados, polacos, prisioneros de guerra, afroalemanes, testigos de Jehová, homosexuales y cualquiera que fuera un disidente de su política. Se dice que los nazis asesinaron por lo menos a once millones de personas.
Si yo les propusiera matar a los dominicanos, haitianos, discapacitados, homosexuales, afrocaribeños, espiritistas, testigos de Jehová, presos/as, prostitutas, ateos, personas tatuadas o con “piercing”, madres solteras, divorciados, desertores escolares, analfabetos, drogadictos/as, personas sin hogar y limosneros, ¿cuántos de ustedes me seguirían? Les tengo una noticia: la iglesia cristiana, católica como protestante, fue cómplice del régimen nazi. Obispos, sacerdotes y ministros luteranos apoyaron a Hitler; acomodándose al régimen nazi, en vez de al evangelio de Jesús.
Cabe señalar que muchos/as cristianos/as se opusieron a Hitler y fueron encarcelados/as y asesinados/as. Existen listas de personas que hoy se consideran mártires de la fe, porque prefirieron seguir el camino de la cruz, que acomodarse al régimen nazi. Entre estas personas se encuentra un ministro luterano: Dietrich Bonhoeffer. Bonhoeffer fue encarcelado y asesinado en un campo de concentración el 9 de abril de 1945, días antes de que las fuerzas en contra de los nazis llegaran al campo de concentración. Bonhoeffer sabía lo que conllevaba escoger el camino de la cruz y oponerse al régimen nazi, y aun así lo hizo. Sus convicciones como seguidor de Cristo eran profundas, como lo evidencia uno de sus libros llamado El precio de la gracia: El seguimiento. Bonhoeffer afirma:
“La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado. La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga. La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida…”
Bonhoeffer es un ejemplo real y concreto de lo que significa escoger el camino de la cruz. Quizás nunca seamos expuestos a un escenario como el que vivió Bonhoeffer, y no tengamos que escoger entre la vida y la muerte; quizás sí. Pero lo importante es hacernos las siguientes preguntas: ¿Creo en Jesús? ¿Lo sigo verdaderamente? ¿Mis convicciones cristianas son profundas? ¿Es mi vida un testimonio de lo que Jesús enseñó? ¿He escogido el camino de la comodidad o el de la cruz? ¿Amo a Dios y sirvo a los demás como Jesús nos enseñó? La buena noticia es que el camino de la cruz es también el camino de la gracia: seguir a Cristo es un proceso en donde Dios nos ayuda poco a poco a ser más como Cristo. Nadie puede seguir a Jesús por sus propias fuerzas, ni lo logra instantáneamente. Ser un discípulo de Cristo es un proceso de vida, en donde al creer en Jesús le abrimos la puerta al Espíritu de Dios para que poco a poco nos ayude a escoger día a día el camino de la cruz. ¿Quieres hoy seguir a Jesús? ¿Quieres seguir el camino de la cruz?