Efesios 5:1-20
Hoy culminamos la serie de predicaciones Móntate en la OLA. Esta serie ha tenido la meta de invitarnos a practicar las disciplinas espirituales o medios de gracia: hábitos o prácticas que permiten que la gracia de Dios nos transforme. Hoy terminamos la serie afirmando la importancia de la alabanza. Hoy, al estudiar Efesios 5, veremos cómo la alabanza es la disciplina espiritual que nos permite conectarnos con Dios, afirmar nuestra identidad como hijos/as de Dios y estimularnos en la fe unos a otros cuando nos reunimos para adorar.
Según los analistas bíblicos, el libro de Efesios fue escrito para los años 70 a 80 d.C. Esta era una época crucial para el cristianismo. El cristianismo comenzaba a llegar a lugares fuera de Israel que eran considerados por los judíos como lugares paganos. Esto provocó que la iglesia ya no estuviera siendo constituida solo por judíos convertidos al cristianismo, sino por personas de distintas nacionalidades (no judías, gentiles) convertidas al cristianismo. Esto trajo división a la iglesia. Los judíos creían que eran los escogidos, los puros, los de la casa, los herederos; y por consiguiente, se creían superiores a los cristianos gentiles. Por otro lado, los cristianos “gentiles” criticaban a los judíos por sus ritos y sacrificios, que ya ellos entendían no debían realizarse al convertirse al cristianismo. Bajo este contexto llega Pablo (o un discípulo de Pablo) y escribe una carta dirigida a lograr la unidad entre los judíos y los gentiles. Se dice que esta carta no fue dirigida necesariamente a los Efesios, sino a una serie de iglesias que tenían también este problema. En esta carta llamada Efesios, el mensaje es claro: Somos un solo cuerpo, en donde Cristo es la cabeza. El libro de los Efesios es un llamado a la unidad.
La metáfora más importante que el autor de Efesios utiliza para invitarles a la unidad es la imagen de Cristo como la cabeza, y el pueblo de Dios como el cuerpo. Efesios 4:3-6 y 15-16 dice: “Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. 4 Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos…Cristo, que es la cabeza, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente…” El autor resuelve este problema de división de una forma sencilla pero poderosa. Ahora que se habían convertido al cristianismo, todos (judíos y paganos) eran parte de una nueva familia. Al comenzar la nueva vida en Cristo tenían una nueva identidad: hijos e hijas de un mismo Padre, por medio de la sangre de Cristo y unidos por el Espíritu Santo.
Para el autor de Efesios la clave para la unidad entre los judíos y gentiles era Cristo. En medio de todas las diferencias que existían entre ellos, lo que les unía ahora no era otra cosa que Cristo mismo. No importando las diferencias en clase social, raza o familia de origen, Cristo era el Salvador de todos/as. Para los judíos Cristo era la promesa cumplida del Mesías, y para los gentiles Cristo era la esperanza de una nueva vida. Cristo rompió las barreras que la sociedad establecía para hacer diferencias entre personas. Cristo, con su muerte en la cruz había creado un nuevo estatus en el que todos y todas cualificaban: hijos e hijas de Dios.
Una de las formas en que el autor estimula al cuerpo de Cristo a mantenerse unido, es a través de la alabanza: “Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón, 20 y den siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” Efesios 5:19-20. El autor entendía claramente cómo la alabanza tenía poder para formar la nueva identidad de la comunidad y traer unidad. ¿Cómo es que la alabanza formaba la nueva identidad y traía unidad? La adoración y la alabanza comunitaria eran la expresión de la comunidad cristiana para expresar a Dios quién era Él (la cabeza) y quiénes eran ellos (el cuerpo). Al unirse en alabanza dejaban a un lado sus diferencias para afirmar lo que les unía: Cristo.
Por otro lado, la adoración comunitaria era una oportunidad para estimularse unos a otros. No siempre todos y todas estarían con el mismo ánimo. La comunidad cristiana vivía pruebas complejas, que en ocasiones incluían la persecución por parte del imperio romano. En ocasiones, la fe de muchos se debilitaría y el cansancio haría que muchos pensaran en quitarse. La adoración entonces no era solo un momento para afirmar su nueva identidad como cristianos/as, sino una oportunidad para estimularse unos a otros. La alabanza tenía un efecto motivador, emocionalmente hablando. Repito: la alabanza tenía un efecto motivador. La alabanza era un instrumento para inspirar a quienes estaban débiles en la fe o estaban pasando por pruebas. Al escuchar a sus hermanos/as en la fe alabando en medio de las pruebas, los débiles serían estimulados a continuar. La alabanza era entonces no solo un medio para conectarse juntos con Dios y afirmar su nueva identidad, sino para conectarse unos con otros y estimularse en la fe.
Al igual que en aquella época, la alabanza todavía sigue siendo la disciplina espiritual que nos permite conectarnos con Dios, afirmar nuestra nueva identidad y estimularnos en la fe unos a otros. Cuando hablamos de conectarnos con Dios, podemos comparar la alabanza con un cable eléctrico. Así como el cable eléctrico nos permite conectarnos con la fuente de energía, la alabanza es un medio para conectarnos con Dios. Cada vez que alabamos, y le expresamos a Dios nuestro amor por Él, nuestra fe en Él y nuestro deseo de vivir conforme a su voluntad, nos conectamos con el Espíritu Santo de Dios que derrama su gracia, poder, sanidad y consuelo sobre nosotros. La alabanza es un momento de encuentro y unidad con Dios, en donde sentimos y experimentamos la gloria de Dios en nuestras vidas. La alabanza es el cable que nos conecta con la gracia transformadora de Dios que nos restaura, levanta, sana y anima a continuar en el viaje. Si nuestras bombillas espirituales están apagándose (o se han apagado), la alabanza es un medio que nos conecta con la fuente de poder que nos enciende y trae un nuevo soplo de vida.
Cabe señalar que la alabanza es una disciplina que podemos practicar en cualquier momento de nuestra vida, tanto de manera individual como comunitaria. En ambas formas, individual como comunitariamente, tenemos la oportunidad de afirmar nuestra identidad como hijos e hijas de Dios. Ahora bien, cuando alabamos a Dios junto a nuestra comunidad de fe, ocurren cosas que no pueden ocurrir de manera individual. Cuando alabamos a Dios con nuestra comunidad de fe, la alabanza no solo sirve como un medio que nos conecta con Dios, sino que es un medio que nos conecta con los demás. Cuando nosotros alabamos de manera individual, la alabanza es como un cable eléctrico que nos conecta con Dios, de forma tal que experimentamos la gloria de Dios. Cuando alabamos de forma comunitaria, no solo somos recipientes de la gloria de Dios, sino que somos conductores de la misma.
Al igual que sucedía con los efesios, la alabanza tiene un efecto motivador. La alabanza es un instrumento para inspirar a quienes están débiles en la fe o están pasando por pruebas. Cuando alabamos, no solo estamos pensando en lo que Dios quiere hacer en nosotros, sino en lo que Dios quiere hacer en quiénes están a nuestro lado. Dios utiliza nuestra alabanza para motivar, estimular e inspirar a quienes pasan por pruebas, a que no se quiten y se mantengan fieles a Dios. Nuestra alabanza incluye nuestro testimonio de vida, en donde afirmamos cómo Dios ha sido bueno y ha estado presente en nuestra vida. Mientras alabamos a Dios damos gracias por su consuelo, protección, gracia, restauración y todas las bendiciones que hemos recibido. Quienes nos escuchan serán edificados al saber que Dios siempre es fiel. Nuestra alabanza será un instrumento para que los demás alaben también a Dios, creando así un sentido de comunidad, solidaridad y unidad.
Por último, no podemos olvidar que nuestra alabanza tiene una función evangelística. Nuestros espacios de adoración comunitaria son abiertos a la comunidad porque la misión de la iglesia es precisamente invitar a las personas a conectarse con Dios. Por tal razón, cuando alabamos no solo tenemos unidad con Dios y con nuestra comunidad de fe, sino con quienes nos visitan. Nuestra alabanza es una forma de testificar a quienes nos visitan quién es Dios para nosotros y lo que ha hecho en nuestras vidas. Nuestra alegría, gozo, esperanza y felicidad por tener a Cristo en nuestro corazón debe ser evidente para quienes nos visitan. Nuestra alabanza es una señal externa y visible de lo que Dios ha hecho en nuestro interior. Nuestros espacios de alabanza son, en la mayoría de las ocasiones, el puente de entrada de nuestros invitados a la iglesia. Lo primero que ven de nuestra iglesia es nuestro culto de adoración. Nuestra alabanza tiene el poder de conectar a nuestros invitados con Dios.
La alabanza todavía sigue siendo la disciplina espiritual que nos permite conectarnos con Dios, con nuestra familia de la fe y con quienes visitan nuestra iglesia. Juan Wesley dijo en relación a la alabanza: “Canten con vigor y buen ánimo. Cuídense de cantar como si estuvieran medio muertos o medio dormidos; por el contrario levanten su voz con fuerza. No le tengan miedo a su voz ni sientan vergüenza de que la escuchen, así como cantaban las canciones de Satanás”. Es tiempo de conectarnos con Dios por medio de la alabanza, cantar con alegría e inspirarnos unos a otros. ¡Conéctate!