Éxodo 15:22-27, Juan 11:17-27
Hemos llegado a la tercera predicación de la serie Aun en las mejores familias. Hemos hablado de la responsabilidad que tienen las familias por la espiritualidad de su hogar (Viviendo la fe en casa) y la clase de amor que exige un matrimonio para ser exitoso (El amor nunca se da por vencido). Hoy veremos un tema sumamente necesario para la familia: la soltería. A través del texto de Juan 11, la historia de Lázaro, Marta y María, veremos a tres solteros que en ningún momento se les pinta frustrados o amargados por estar solteros. Todo lo contrario, estos tres solteros nos enseñan que ser soltero no es vivir desesperados por tener una pareja. Hoy veremos que la soltería no es sinónimo de infelicidad, sino que es un estado o etapa de la vida (digna y positiva) que podemos aprovechar para aprender a amar a Dios, a nosotros mismos y a los demás. Hemos escuchado la frase “soltero y sin compromiso”; hoy cambiaremos esta frase a “solteros y con compromiso”.
Juan 11 nos habla de tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Ninguna otra familia ocupa tanto espacio en los evangelios, a parte de la familia de Jesús. Estos tres hermanos solteros eran amigos de Jesús. Se les presenta como una familia que sirvió a Jesús y le recibió en su hogar en múltiples ocasiones junto a los discípulos. Era una familia comprometida con el Reino de Dios. El contexto en que se menciona esta familia en Juan 11 es en la muerte de Lázaro. Esta familia tenía la expectativa de que Jesús llegara más temprano a su hogar, para que hiciera un milagro de sanidad en la vida de Lázaro. Como veremos en la historia, Lázaro es resucitado por Jesús. La pregunta que hoy quisiera hacerles es la siguiente: ¿Por qué estos tres hermanos se quedaron solteros en medio de una cultura que esperaba que toda persona en edad de reproducción estuviera casada y procreando?
Una opción que se vislumbra es que optaron por la soltería para servir mejor a Jesús y al Reino de Dios sin las ataduras que trae la vida familiar. Al juzgar por el trato que ofrecían a Jesús y a los discípulos, Marta y María no eran pobres; más bien, tenían una casa grande capaz de alojar a todos esos hombres y apoyaban económicamente el ministerio de Jesús. Cuando Lázaro muere, ¡no duden ustedes la cantidad de judíos que llegó al funeral para consolar a esas mujeres! Al parecer, estas hermanas habían entendido que la soltería era un estado digno, al igual que el matrimonio, y que no se podía entrar a ninguno de los dos estados (soltería o matrimonio) por presión o tradición, sino por convicción. Estos tres solteros nos enseñan algo que era muy difícil de realizar en aquella época tan patriarcal: parecían vivir felices con su soltería. Eran tres solteros y con compromiso; comprometidos con Dios, ellos mismos y los demás.
A pesar de que hemos avanzado desde la época de estos tres hermanos solteros, no hay duda de que todavía la soltería es vista como un estado inferior al estar casado. Estar soltero/a es sinónimo de que no hemos tenido suerte en el amor y que al parecer nadie quiere estar con uno. Pareciera ser que la soltería es sinónimo de infelicidad. Ser soltero/a hoy día no es fácil. La soltería requiere de unas herramientas para no caer en la trampa de la desesperación o de complacer a quienes nos rodean. Sin herramientas para manejar la soltería, podemos complicar nuestra vida al nivel de que preferimos casarnos, aunque estemos peor casados que solteros. ¿Cómo manejamos la soltería? ¿Qué podemos aprender de estos solteros atractivos y adinerados?
En primer lugar, necesitamos redefinir lo que es la soltería. En vez de mirarla desde una perspectiva negativa, necesitamos verla como una etapa o un estado positivo. Si la sociedad define la soltería como la incapacidad para mantener una relación, la soltería necesita definirse como un estado digno en donde hemos decidido ser felices con nosotros mismos y en donde estamos esperando a que llegue la persona indicada (si es que deseamos casarnos). Al definir la soltería hay que dejar algo claro: es una opción digna de vida. Las personas no están obligadas a casarse. La felicidad de una persona no depende de estar casado/a, sino de estar satisfecho y conforme con lo que se tiene en la vida. La soltería no debe ser un estado de infelicidad, sino una oportunidad para invertir nuestras energías, tiempo y recursos en aquellas cosas que son importantes para nosotros, sin mayores impedimentos. Eso hicieron estos tres hermanos solteros, y parecían ser felices. ¿Por qué no podemos hacerlo nosotros también?
En el caso de que estemos interesados en casarnos, la soltería es una oportunidad para aprender a amar, a nosotros mismos y a los demás. Mateo 22:37-38 nos dice que el gran mandamiento en la vida cristiana es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente…Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Usualmente vemos este gran mandamiento como dos grandes mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. Sin embargo, este texto incluye un tercer mandamiento muy importante para poder amar al prójimo: amarnos a nosotros mismos. Yo le llamo a este mandamiento “el mandamiento olvidado”. ¿Por qué olvidado? Porque hemos olvidado que para amar a los demás necesitamos amarnos a nosotros mismos. Gran parte del problema que tienen las personas solteras es la falta de amor propio, lo que lleva a la desesperación y a creer que necesitan de una pareja para ser felices. Luis Miguel nos explicará lo que quiero decir.
“No puedo vivir separado de ti…te necesito”. Estas palabras parecen hermosas, pero piense por un instante, ¿no puede un ser humano vivir separado de otra persona? ¿Necesitamos a una pareja para ser felices? Ningún ser humano necesita de una pareja para ser feliz. La felicidad de un ser humano viene, en primer lugar, por amar a Dios, en segundo lugar, por amarse a sí mismo, y en tercer lugar por amar a los demás. Lamentablemente este orden se ha invertido en la sociedad, y la cultura popular nos enseña que lo más importante para la felicidad y plenitud de un ser humano es amar a otra persona, por encima del amor a Dios y el amor propio. Esto ha traído como consecuencia que muchas personas sacrifiquen su relación con Dios y su felicidad, plenitud y crecimiento personal porque necesitan una pareja. Esta decisión de amar a una pareja sin primero amarse a uno mismo ha traído lo que hoy conocemos como la codependencia o relaciones afectivas tóxicas.
La codependencia o la relación afectiva tóxica ocurre cuando dos personas se relacionan afectivamente no porque quieren amarse con pasión (eros), intimidad (philia) y compromiso (ágape) para toda la vida, sino porque necesitan a la otra persona para ser felices. La codependencia ocurre cuando las parejas se unen por miedo a la soledad y al abandono, y no por amor. En una relación de codependencia una (o ambas personas) piensa que sin esa persona le será imposible ser feliz, alcanzar sus metas o vivir una vida plena. Una persona codependiente piensa lo siguiente: “Sin él o ella no soy nada o muy poco”. Una relación de codependencia es una relación obsesiva en donde una persona (o ambas): siente la necesidad imperiosa de estar cerca de la persona la mayor parte del tiempo, tiene altos niveles de preocupación ante la posible pérdida de la pareja, reduce sus otras actividades sociales o recreativas para dedicar todo el tiempo posible a estar con la pareja, y tiene celos, entre otras características. En una relación codependiente no hay límites, lo importante es tener a la pareja no importa lo que haya que sacrificar, incluyendo la felicidad, plenitud y crecimiento personal.
¿Cuál es una posible explicación para la codependencia? Los psicólogos dicen que esta conducta codependiente tiene relación con nuestra crianza. Si nuestros padres nos ofrecieron amor desde niños, aprendimos que éramos seres importantes y con valor. Si en nuestra niñez nos faltó amor, aprendimos que no éramos importantes y carecíamos de valor. Crecer en la vida creyendo que no somos importantes y que carecemos de valor crea un gran problema de autoestima. Ante este problema de autoestima tenemos dos opciones: 1) amarnos nosotros mismos y darnos valor, a pesar de que no nos hayan amado o dado valor, o 2) buscar desesperadamente a alguien que nos pueda dar el amor y el valor que nuestras familias y nosotros mismos no nos hemos dado. La primera opción lleva a una vida plena, la segunda lleva a la codependencia. ¿Por qué lleva a la codependencia? La persona codependiente está esperando ser amada y valorada a toda costa, porque tiene el tanque del amor vacío. Una persona codependiente es una persona desesperada por ser amada y valorada. Esta desesperación le lleva a conformarse con cualquier amor y con cualquier persona, porque lo importante no es tanto tener una relación saludable y plena, sino saciar la necesidad de ser amada y valorada. Cuando hay una persona codependiente en una relación de pareja, esa relación será disfuncional y tóxica, porque una relación de pareja es recíproca: se da y se recibe amor. La persona codependiente es incapaz de ofrecer amor por dos razones: 1) no tiene amor que ofrecer, y 2) está enfocada en recibir amor, más que en ofrecerlo.
Les tengo una noticia: las relaciones codependientes o tóxicas son más comunes de lo que creemos, y todos estamos en riesgo de relacionarnos obsesivamente con nuestras parejas. ¿Qué podemos hacer para evitar este tipo de relación? En primer lugar, entender que nuestra felicidad no está en tener una pareja, sino en amar a Dios y ser felices con nosotros mismos. Cuando creemos que necesitamos de una pareja para ser felices, nos desesperamos por tenerla. La desesperación usualmente provoca que bajemos los estándares o criterios que tenemos de lo que deseamos en una pareja y nos conformamos con una persona que no es idónea para nosotros. Al conformarnos, aumentamos significativamente la probabilidad de entrar en una relación de codependencia o tóxica. Si entramos en una relación codependiente o tóxica, afectaremos negativamente nuestra calidad de vida, perderemos libertad e individualidad, sufriremos de depresión y ansiedad, nuestro crecimiento personal se limitará, y muy probablemente terminaremos en un divorcio (las relaciones obsesivas usualmente terminan en divorcio).
Estas son las palabras que un adolescente (muy sabio) le dijo a su novia cuando quería terminar la relación: “Si estás a mi lado, me encanta, lo disfruto, me alegra, me exalta el espíritu; pero si no estás, aunque lo resienta y me hagas falta, puedo seguir adelante. Igual puedo disfrutar de una mañana de sol, mi plato preferido sigue siendo apetecible (aunque como menos), no dejo de estudiar, mi vocación sigue en pie y mis amigos me siguen atrayendo. Es verdad que algo me falta, que hay algo de intranquilidad en mí, que te extraño, pero sigo, sigo y sigo. Me entristece, pero no me deprimo. Puedo continuar haciéndome cargo de mí mismo, pese a tu ausencia. Te amo, sabes que no miento, pero esto no implica que no sea capaz de sobrevivir sin ti.”
En segundo lugar, necesitamos permitirle a Dios nos sane y llene nuestro tanque del amor. 2 Corintios 12:9 dice “pero él me ha dicho: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí.” Dios conoce nuestra historia, nuestra crianza, nuestras relaciones amorosas pasadas y los vacíos que podamos tener. Dios quiere restaurarnos para que podamos amar saludablemente a los demás. Si Dios no nos sana, no podremos amar bien. Cuando estamos heridos/as, aumentamos las probabilidades de involucrarnos en una relación codependiente (y por consiguiente de sufrir y afectar nuestra calidad de vida) porque estamos desesperados por ser amados/as; siendo esta la característica principal de la codependencia. Antes de que ames o seas amado por otra persona, permite que Dios te ame. Dios te dice “Yo soy el Señor, tu sanador” (Éxodo 15:26) y “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25).
La felicidad de una persona no depende de estar casado/a, sino de estar satisfecho y conforme con lo que se tiene en la vida. La soltería no debe ser un estado de infelicidad, sino una oportunidad para invertir nuestras energías, tiempo y recursos en aquellas cosas que son importantes para nosotros, sin mayores impedimentos. La felicidad de un ser humano viene, en primer lugar, por amar a Dios, en segundo lugar, por amarse a sí mismo, y en tercer lugar por amar a los demás. Las personas solteras y con compromiso son aquellas que han entendido que la soltería es una etapa que conlleva compromiso con uno mismo, y no conformarse con personas que no sean idóneas para ellas. Sobre todo, son personas que le han entregado todas su heridas y vacíos a Dios para que les llene con su gran amor. ¿Quieres ser hoy un/a soltero/a y con compromiso?