Deuteronomio 6:1-25
No existen familias perfectas. Aun las familias que pertenecemos al cuerpo de Cristo somos familias en un continuo proceso de crecimiento y transformación. Aun en las mejores familias existen conflictos. Ninguna familia se las sabe todas. La serie de predicaciones que comenzamos el día de hoy tiene el propósito de dar herramientas a las familias, para que puedan enfrentar sus conflictos de forma saludable, y así fortalecerse. El tema de la familia es demasiado amplio, así que dentro de los múltiples temas he escogido cuatro: Viviendo la fe en casa, el propósito del matrimonio, la soltería y las relaciones entre padres e hijos. Serán cuatro semanas intensas sobre el tema de la familia que nos transformarán y equiparán como familias.
En el día de hoy, quiero que comencemos con un tema extraordinario: Viviendo la fe en casa. Cuando vamos a la historia de nuestro mundo, podemos encontrar datos muy interesantes de cómo se daba la crianza y la formación en las familias en la era antes de Cristo. Para la época en que ocurren los eventos narrados en el Pentateuco (primeros cinco libros de la Biblia) las familias se organizaban en tribus: grupos de familias que se unían según sus lazos consanguíneos, y que compartían una serie de creencias, tradiciones y costumbres. La crianza o formación de los miembros de estas tribus se daba por lo que conocemos como tradición oral. Para preservar las creencias, costumbres y tradiciones se acostumbraba contar historias sobre el origen del mundo y del ser humano, y sobre sus dioses. Usualmente, aquellas personas con mayor edad y experiencia se sentaban con los más pequeños a contarle historias. Estas historias eran aprendidas por los más pequeños y al paso de los años, eran contadas a su vez a la nueva generación.
Los judíos, antes de ser escogidos por Jehová para ser su pueblo, eran como cualquier otro pueblo del medio oriente: politeístas (creían en múltiples dioses). Por consiguiente, la tradición oral de los judíos (antes de ser judíos) era politeísta. La niñez aprendía sobre los diferentes dioses que existían en el pueblo. Esto era normal. Sin embargo, en el momento en que Jehová se le revela a Abraham y le invita a una nueva relación en donde ahora tendrían un solo Dios, el pueblo pasa de ser politeísta a monoteísta (creer en un solo dios). Ya no tendrían múltiples dioses, sino uno solo: Jehová. Esto cambia por completo la tradición oral de este pueblo. Ahora el pueblo escogido, Israel, tenía que hacer un nuevo currículo de tradición oral; las historias sobre el origen del mundo y el ser humano tenían que cambiar, porque los múltiples dioses ya no podían aparecer en las historias, solo Jehová. La creación del mundo y del ser humano era creación de Jehová y no de los otros dioses mencionados en la cultura popular.
Al inicio de la relación entre Jehová e Israel, esta tradición oral incluía las historias sobre el origen del mundo y el ser humano, pero a medida en que pasó el tiempo estas historias comenzaron a incluir los milagros realizados por Jehová en favor del pueblo judío. En particular, el evento más importante del pueblo judío: la liberación de la esclavitud en Egipto. La liberación de Egipto era el evento que le daba identidad al pueblo judío, porque era el evento que evidenciaba que en efecto Jehová era el Dios de Israel. Cuando los niños nacían e iban creciendo, en adición a las historias sobre el origen del mundo y el ser humano, la historia más importante que se le contaba era la liberación de Egipto.
Jehová tenía una gran preocupación: que Israel dejara que contar las historias que le daban identidad como pueblo y que las nuevas generaciones desconocieran que Él era el único Dios. La cultura de esa región era politeísta, así que Israel iba a ser tentado continuamente a adorar otros dioses. Ante esta preocupación, Jehová pone por escrito lo acordado entre ambos. Jehová se le revela a Moisés en el monte Sinaí y le da lo que conocemos como Los Diez Mandamientos o La Ley. Cuando vemos los primeros tres mandamientos, podemos ver con claridad lo que Dios pedía al pueblo: “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de la tierra de Egipto, donde vivías como esclavo. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.”
Este pacto en el Sinaí es renovado posteriormente ante la tentación de los judíos de adorar nuevamente otros dioses y olvidarse de su liberación de Egipto. Esta “renovación de contrato” se da en el monte Moab, en el momento en que van a cruzar el Jordán para entrar a la tierra prometida. En este monte Moisés se dirige al pueblo con una serie de discursos que tenían la intención recordarle al pueblo su pacto con Jehová realizado en el Sinaí. Deuteronomio es el libro que describe la renovación del pacto entre Jehová y el pueblo de Israel. ¿Quieren saber cuál fue uno de los puntos más importantes en esta renovación de contrato? Que Israel tenía que comprometerse a contarle a las nuevas generaciones sobre quién era Jehová (creador de todo) y lo que había hecho por el pueblo. ¿Por qué? Porque las nuevas generaciones no estuvieron en el momento en que Israel fue liberado de Egipto, por lo tanto no conocían de Jehová ni sus milagros. Los versos 4-9 y 20-23 nos presentan este mandato de Jehová al pueblo:
“Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor es uno. 5 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, 7 y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. 8 Las atarás en tu mano como una señal, y las pondrás entre tus ojos como frontales, 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”
“El día de mañana, cuando tu hijo te pregunte: “¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que el Señor nuestro Dios les mandó cumplir?”, 21 le dirás: “En Egipto, éramos esclavos del faraón. Pero el Señor nos sacó de allá con mano poderosa. 22 Ante nuestros propios ojos, el Señor realizó en Egipto grandes señales y milagros terribles contra el faraón y contra toda su casa. 23 Nos sacó de allá, para traernos aquí y darnos la tierra que juró dar a nuestros padres.”
En palabras sencillas, ¿Cuál era la petición que Jehová le hace al pueblo judío en estos versos? Que en este sistema tribal (caracterizado por la tradición oral y las historias) cada familia tenía que sentarse a contar a las nuevas generaciones quién era Jehová y lo que había hecho por el pueblo. Que los más pequeños, quienes no pudieron ver con sus propios ojos las proezas de Jehová, pudieran ser instruidos por aquellas personas que sí vieron los prodigios de Jehová. Que las nuevas generaciones pudieran adquirir su identidad como pueblo de Dios a través de las historias que le contaran sus antepasados. Ahora bien, el detalle que yo quiero resaltar en esta mañana es que el verso 7 dice: “y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes”. A pesar de que el contexto judío tenía una gran dependencia del templo, porque allí era que Jehová le había dicho que estaba su presencia, la educación y la formación de las nuevas generaciones eran responsabilidad de cada casa (familia, tribu). En cada casa tenían que haber momentos para que los más grandes enseñaran a los más pequeños acerca de Jehová. En el pueblo judío las familias, y no los sacerdotes del templo, eran responsables por esa educación y formación.
¿Usted sabe cuál es uno de los grandes retos que tienen las familias de la sociedad, y en particular las cristianas? Asumir responsabilidad por la educación y formación cristiana de sus hijos e hijas. Es en nuestros hogares que tiene que ocurrir esa transmisión de valores, creencias, costumbres y tradiciones cristianas. No hay duda de que la educación hoy día, a diferencia de aquella época, es un trabajo en equipo. La escuela, los colegios, la iglesia y la familia extendida son parte de la educación y la formación de las nuevas generaciones. Sin embargo, la escuela no es el lugar primario para que sus hijos e hijas aprendan los valores, creencias, costumbres y tradiciones cristianas. Los colegios cristianos tampoco son el lugar primario para que sus hijos e hijas aprendan los valores, creencias, costumbres y tradiciones cristianas. Las iglesias cristianas tampoco son el lugar primario para que sus hijos e hijas aprendan los valores, creencias, costumbres y tradiciones cristianas. Tanto la escuela, los colegios cristianos y la iglesia son parte del equipo con el cual Dios nos ha bendecido para la educación y formación de la fe cristiana, pero el centro (el lugar primario) de la educación y la formación cristiana es la familia, es el hogar.
A mi juicio, una de las grandes crisis que tiene el cristianismo es la fragmentación o falta de integridad. Para muchos/as cristianos/as la vida cristiana está encapsulada o limitada a una experiencia de adoración en el templo. La fe cristiana se practica ciertos días a la semana, durante ciertas horas. Hay una desconexión entre la fe pública (templo) y la fe privada (hogar). La fe cristiana no se ve como un estilo de vida que impacta todo lo que somos y hacemos. Esa fragmentación hace que haya una diferencia entre lo que ocurre en nuestros hogares y lo que ocurre en el templo. Es como si viviéramos una doble vida, en donde creemos que ser cristianos/as es ir a la iglesia en vez de ser la iglesia. Al pensar de esa manera, nuestra vida cristiana se reduce a nuestros cultos en la semana. Ser la iglesia es entender que el cristianismo no es un momento del día, es la vida entera.
Una de las razones para que esta fragmentación ocurra, es que en el hogar no se asume liderato, iniciativa y responsabilidad por la formación cristiana y la espiritualidad de la familia. En nuestras casas no se cuentan las historias acerca de Cristo, son escasos los momentos para dar testimonios, orar, leer la Biblia, ayunar o retirarnos como familia a buscar a Dios. Si el hogar no asume responsabilidad por cultivar la fe cristiana, los miembros de esa familia nutrirán su fe solo en los momentos en que otra institución le provea ese espacio. ¿Cuál sería la solución a esta fragmentación? Vivir la fe en casa.
Les invito a hacer hoy un pacto como familia usando los siguientes versos: “Oye, familia ______________: el Señor nuestro Dios, el Señor es uno. 5 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Estas palabras que hoy te mando cumplir estarán en tu corazón, 7 y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. 8 Las atarás en tu mano como una señal, y las pondrás entre tus ojos como frontales, 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”