Hechos 2:1-13
Cuando un ser humano le dice que Sí a Cristo, Cristo trae a la vida de un ser humano tres cosas, entre muchas otras: paz, transformación y propósito. Paz, porque los vacíos más profundos del ser humano son llenos, y ya no es necesario buscar nada en ningún lugar: Cristo es suficiente. Transformación, porque Cristo transforma aquellas áreas de la vida más oscuras y podemos decir “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” Gálatas 2:20. Propósito, porque el Espíritu de Dios en nosotros nos invita e impulsa a entregarnos a propósitos muchos mayores que los nuestros, de manera que nuestras vidas tengan trascendencia y propósito. Cristo nos guía hacia una nueva vida caracterizada por el servicio y la generosidad, en donde invertimos nuestras energías, tiempo y recursos económicos en los asuntos del Reino de Dios.
El libro de los Hechos, es quizás el libro que mejor nos muestra esta nueva vida en Cristo de la cual hablamos. Hechos nos presenta la primera comunidad cristiana o la primera iglesia. Estas personas llamadas cristianas experimentaron la paz, transformación y propósito de parte de Dios; y dedicaron sus energías, tiempo y recursos económicos en los asuntos del Reino de Dios. Hechos nos presenta una comunidad cristiana que estaba siendo transformada por el poder del Espíritu Santo, para así ser instrumentos de Dios para transformar el mundo. Aunque esta comunidad cristiana presentada en Hechos no fue perfecta, si nos ayuda a tener una visión (un modelo) de lo que significa la nueva vida en Cristo.
El evento más importante presentado en los Hechos, que dio comienzo a esta nueva vida en Cristo, es lo que conocemos como Pentecostés: la llegada del Espíritu Santo. Los seguidores de Jesús estaban desorganizados, desmoralizados y desesperanzados, luego de su muerte. Es el Espíritu Santo el que da nueva vida a esta comunidad, para guiarla hacia su misión de proclamar el evangelio de Jesucristo. El Espíritu Santo fue quién dio poder a este grupo de seguidores de Jesús para transformarlos y convertirlos en la comunidad cristiana que serviría como instrumento de Dios para que el evangelio se esparciera en el mundo. En pocas palabras, la nueva vida en Cristo que se presenta en el libro de los Hechos por parte de la comunidad cristiana fue obra del Espíritu Santo en este grupo de seguidores de Cristo. Sin la llegada del Espíritu Santo, este grupo no hubiera recibido el poder para cumplir con la misión que Jesús les había encomendado. Hoy, al estudiar el evento de Pentecostés, veremos esta llegada del Espíritu Santo y cómo ésta llenó de poder a la comunidad cristiana para cumplir con su misión. Hoy, también veremos cómo Dios nos da poder a nosotros, a través de su Espíritu Santo, para cumplir con la misión que nos ha dado.
Hechos narra en su primer capítulo lo que conocemos como la ascensión de Jesús: el momento en que Jesús regresa el Padre luego de estar 40 días con los discípulos, después de haber resucitado. En esta ascensión, Jesús le recuerda nuevamente a la comunidad de seguidores la promesa que les había hecho durante su ministerio: “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). En esta promesa, Jesús le dijo que ellos recibirían al Espíritu Santo para testificar y proclamar el evangelio desde Jerusalén (su lugar de origen) hasta lo último de la tierra. Hechos es precisamente esa narración en donde vamos viendo cómo el Espíritu Santo llenó de poder a los discípulos para testificar y proclamar el evangelio a todo el mundo. El libro de Hechos termina narrando cómo el evangelio llega hasta Roma, ciudad caracterizada por personas no judías (gentiles), dándonos evidencia de que en efecto el evangelio fue esparcido más allá de Jerusalén y los judíos.
Hechos 2 nos narra el momento en que esta promesa se hace una realidad, y el Espíritu Santo es derramado sobre la comunidad cristiana, representada por un grupo de seguidores de Jesús:
“Cuando llegó el día de Pentecostés, todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. 2 De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos.4 Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse. 5 En aquel tiempo vivían en Jerusalén judíos piadosos, que venían de todas las naciones conocidas. 6 Al escucharse aquel estruendo, la multitud se juntó, y se veían confundidos porque los oían hablar en su propia lengua. 7 Estaban atónitos y maravillados, y decían: «Fíjense: ¿acaso no son galileos todos estos que están hablando? 8 ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestra lengua materna? 9 Aquí hay partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia. 10 Están los de Frigia y Panfilia, los de Egipto y los de las regiones de África que están más allá de Cirene. También están los romanos que viven aquí, tanto judíos como prosélitos, 11 y cretenses y árabes, ¡y todos los escuchamos hablar en nuestra lengua acerca de las maravillas de Dios!»12 Todos ellos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros: «¿Y esto qué significa?» 13 Pero otros se burlaban, y decían: «¡Están borrachos!»”
Veamos un video sobre lo que pudo ser esta experiencia: http://www.youtube.com/watch?v=lofMrKydR3Q.
¿Cómo es que Pentecostés (la llegada del Espíritu Santo) dio poder a esta comunidad para cumplir con su misión? En primer lugar, necesitamos visitar el Antiguo Testamento (A.T.). Las dos palabras utilizadas en el A.T. para referirse al Espíritu de Dios son “pneuma” y “ruach”. Ambas son palabras para referirse a “espíritu”, “viento”, “soplo”. Cuando el A.T. habla del Espíritu de Dios hace referencia al Espíritu como el soplo de vida de Dios. Esto lo vemos en Génesis 1:2 cuando dice: “La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.” También lo vemos en Génesis 2:7 cuando dice: “Entonces, del polvo de la tierra Dios el Señor formó al hombre, e infundió en su nariz aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser con vida.” Al estudiar Génesis 1 nos damos cuenta que el Espíritu de Dios se movió sobre la faz de la tierra organizando al mundo y dando vida a la creación. En Génesis 2, nos damos cuenta que el Espíritu de Dios se movió para dar nacimiento al ser humano.
Cuando miramos el Nuevo Testamento (N.T.) nos damos cuenta que cuando Lucas narra el nacimiento de Jesús, el ángel le responde a María, la madre de Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios.” El Espíritu Santo fue quién dio vida al Jesús encarnado. El soplo de vida se posó sobre María para engendrar en ella al Hijo de Dios. Cuando en Hechos 2 se nos habla de la llegada del Espíritu Santo como un viento, lo que está afirmando es que el mismo Espíritu que dio vida a la creación, al ser humano, y al Hijo de Dios en el vientre de María, es el mismo Espíritu que ahora estaba soplando vida sobre los seguidores de Cristo para dar comienzo a la iglesia. La pregunta es, ¿Por qué los/as discípulos de Cristo necesitaban ese soplo de vida? ¿Estaban desorganizados, vacíos o muertos?
No es un secreto que cuando Jesús muere crucificado en la cruz, los discípulos de Jesús se desorganizan, se llenan de miedo y pierden la esperanza. Luego de la muerte de Jesús el movimiento cristiano sufre un colapso. Los discípulos, luego de la muerte de Jesús, estaban muertos en vida. Era necesario un nuevo soplo de vida que les llenara de poder para cumplir con la misión que Jesús les había dado. Pentecostés es ese evento en donde de manera privada, solo a los discípulos de Cristo, el Espíritu Santo desciende sobre ellos para hacerles revivir, renacer, resucitar. Por eso es que Pentecostés es el día en que la iglesia nace; es el día en que recordamos que lo que sostuvo y sostiene a la iglesia es el soplo de vida que Dios quiso darle a la iglesia aquel día.
Al igual que los discípulos, los seres humanos podemos andar por la vida muertos en vida, abrumados por la desesperanza, la tristeza y el miedo. Muchos de nosotros no tenemos las fuerzas para enfrentar la vida, así como los discípulos no tenían las fuerzas para enfrentar su realidad. De la misma forma que el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos para darles nueva vida, la presencia de Cristo en nuestras vidas es la que nos da fuerzas para vivir y enfrentar el mundo. El Espíritu Santo es quién reemplaza la desesperanza por esperanza, la muerte por la vida, el miedo por valentía. ¿Sientes que necesitas un nuevo soplo de vida? ¿Vives en desesperanza, tristeza o miedo? Recibe un nuevo soplo de vida en este día.
Es interesante que la forma en que se manifiesta ese Espíritu de vida sobre la comunidad es a través de lenguas como de fuego. Además, ya no es un evento privado para la comunidad cristiana, sino que ahora las lenguas de fuego que está hablando la comunidad son escuchadas y entendidas por judíos que venían de todas las naciones conocidas. ¿Qué nos quiere decir esto? Que Pentecostés es en esencia un evento de carácter evangelístico. La comunidad recibe el poder para predicar el evangelio no solo a quienes eran de su propia región (Jerusalén), sino a judíos de todas las naciones conocidas. Las lenguas de las cuales se habla en Pentecostés son idiomas extranjeros, con el fin de que se hiciera realidad la promesa de Hechos 1:8 “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. El Espíritu Santo dio poder a la iglesia para predicar el evangelio más allá de Jerusalén. Evidencia de este poder que recibieron los discípulos para predicar se puede apreciar en los versos 14 al 41 que narran la predicación de Pedro inmediatamente al recibir el Espíritu Santo: tres mil personas aceptaron el mensaje, se bautizaron y se incorporaron a la iglesia.
¿Qué nos quiere decir esto a nosotros hoy como iglesia? El ingrediente más importante en la iglesia lo es el Espíritu Santo. Quién da el poder para proclamar el evangelio de Jesucristo es el Espíritu Santo. Quién nos da lenguas como de fuego, que no es otra cosa que palabras que testifiquen acerca de Jesucristo, es el Espíritu Santo. La iglesia depende totalmente del poder del Espíritu Santo para poder cumplir con su misión de hacer discípulos de Cristo en el mundo. La iglesia no depende de la elocuencia, carisma o capacidades de oratoria de sus pastores o líderes; no depende de las capacidades musicales de su ministerio de adoración; no depende del dinero que pueda tener en el banco; no depende cuán famosos sean sus pastores o pastoras en las redes sociales; no depende de cuán grande o pequeño sea su templo; no depende de si se tienen todas las comodidades que hoy día nos parecen necesarias para cumplir con la misión. De lo único que depende la iglesia es del Espíritu Santo. A la iglesia le pueden faltar muchas cosas, pero no le puede faltar el poder del Espíritu Santo. Sin Espíritu Santo no hay misión, no hay propósito, no hay iglesia.
¿Cómo sabemos que la iglesia depende del Espíritu Santo? ¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo está en la iglesia y la dirige? En algunas iglesias se cree que el hablar en lenguas es la evidencia de que una persona ha sido llena del Espíritu Santo, tomando como base esta experiencia de Pentecostés. Esto ha llevado a muchas iglesias a excluir a personas de la congregación o marginarlas, por el hecho de que no hablan lenguas. Esto es un error por una sencilla razón: el evento de Pentecostés es un evento evangelístico que tuvo el propósito de dar poder a la iglesia para proclamar el evangelio. Pentecostés buscaba hacer realidad la promesa de Jesús de que el evangelio sería llevado hasta lo último de la tierra. Pentecostés buscaba incluir personas al cuerpo de Cristo, no excluir. Es contradictorio e incorrecto excluir personas de la iglesia tomando como base un evento que tuvo un propósito totalmente contrario. Los metodistas creemos en el Espíritu Santo, y creemos que algunas personas pueden tener el don de hablar lenguas. Pero la evidencia de que una persona y una iglesia están llenas del Espíritu Santo no son las lenguas, sino el amor, el servicio y la generosidad. Hechos 2:43-47 nos narra cómo era la vida de los primeros cristianos, llenos del Espíritu Santo: “Al ver las muchas maravillas y señales que los apóstoles hacían, todos se llenaban de temor, 44 y todos los que habían creído se mantenían unidos y lo compartían todo; 45 vendían sus propiedades y posesiones, y todo lo compartían entre todos, según las necesidades de cada uno. 46 Todos los días se reunían en el templo, y partían el pan en las casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 mientras alababan a Dios y brindaban ayuda a todo el pueblo. Y cada día el Señor añadía a la iglesia a los que habían de ser salvos.”
Por último, no existe tal cosa como el bautismo del Espíritu Santo. El único bautismo que existe es el momento en que a través del símbolo del agua, dejamos atrás la vieja vida para comenzar una nueva, incorporándonos así al cuerpo de Cristo. Los seguidores de Jesús tuvieron esa experiencia de recibir el Espíritu Santo, porque Jesús había estado con ellos de forma presencial, pero al irse, les dejaba su presencia a través del Espíritu Santo. Estos seguidores de Jesús que estaban reunidos el día de Pentecostés son quienes representan a la iglesia en el momento en que ésta recibe de una vez y por todas el Espíritu Santo. Desde esta experiencia de Pentecostés ya el Espíritu Santo está en medio de la iglesia, y cualquier persona que acepta a Cristo como Salvador es llena del Espíritu Santo. No se necesita una experiencia posterior de bautismo del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el soplo de vida que trae nueva vida al ser humano, y le da poder para enfrentar la vida con esperanza, amor y valentía. Es el soplo de vida que le da poder a la iglesia para cumplir con su misión de proclamar el evangelio de Jesucristo. El Espíritu Santo es el ingrediente más importante en la vida del ser humano y de la iglesia. Sin Espíritu Santo no hay vida plena, sin el Espíritu Santo no hay iglesia. Hoy es un buen día para ser llenos de ese soplo de vida. Ven sobre nosotros Espíritu Santo.
Maravilloso mensaje!!! DLB.
Titi Aida