Éxodo 3:1-22
Hace solo dos semanas que esta iglesia celebró el domingo de Resurrección. Durante este día la iglesia celebró la nueva vida en Cristo. Tomando el caso de María Magdalena, celebramos que Jesús tuvo el amor para acercarse y aceptarla como era, tuvo el poder para transformar las áreas más oscuras de su vida, y ese amor y poder le dieron un nuevo significado a la vida de María: ahora era una seguidora de Jesús y dedicaba su tiempo a servir junto a Jesús en los asuntos del Reino de Dios. María hizo real en su vida el verso de 2 Corintios 5:17 que dice “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!”
María es un ejemplo de lo que Cristo puede hacer en la vida de un ser humano cuando le aceptamos como Salvador y Señor de nuestras vidas. Cuando un ser humano le dice que Sí a Cristo, Cristo trae a la vida de un ser humano tres cosas, entre muchas otras: paz, transformación y propósito. Paz, porque cuando Jesucristo entra en la vida de un ser humano y le llena con su amor, los vacíos más profundos del ser humano son llenos, y el ser humano encuentra paz porque ya no es necesario buscar nada en ningún lugar: Cristo es suficiente. Transformación, porque Cristo transforma aquellas áreas de la vida más oscuras. Cristo va transformando nuestra ansiedad en paz, miedo en valentía, odio en amor, enfermedad en sanidad, desesperación en paciencia, tristeza en alegría, maldad en bondad, orgullo en humildad, infidelidad en fidelidad, grosería en gentileza, descontrol en dominio propio. Al estar con Cristo somos transformados porque ponemos a Dios en el centro de nuestra vida y podemos decir “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” Gálatas 2:20.
Propósito, porque la paz y la transformación que Cristo trae al ser humano nos lleva a reorganizar nuestra vida, de tal forma que Cristo sea nuestra prioridad. Estamos tan agradecidos por la paz y la transformación que Cristo ha traído a nuestras vidas, que queremos desprendernos de lo que tenemos para bendecir a otras personas. El Espíritu de Dios en nosotros nos invita e impulsa a entregarnos a propósitos muchos mayores que los nuestros, de manera que nuestras vidas tengan trascendencia y propósito. El amor de Cristo nos hace pensar en cosas más importantes, en las cosas eternas e invisibles como dice Colosenses 3:2: «Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra.» El amor de Cristo nos impulsa a vivir como Jesús mismo vivió: “Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Cristo nos guía hacia una nueva vida caracterizada por el servicio y la generosidad, en donde invertimos nuestras energías, tiempo y recursos económicos en los asuntos del Reino de Dios.
La serie de predicaciones que comienza hoy, Todo lo puedo en Cristo, se enfocará en la última de estas tres cosas que Cristo trae al ser humano: Propósito. Será una serie para hablar del llamado a servir y dar. Sin embargo, no estaré enfocado en cómo servir y dar (eso lo haremos más adelante en el año), sino en los obstáculos que vienen a nuestra vida cuando somos llamados a servir y dar, y cómo superarlos con la ayuda de Dios. En particular, analizaremos las respuestas que le damos a Dios cuando nos llama a servir y dar. Si bien es cierto que en muchas ocasiones le hemos dicho que Sí a Cristo, hay muchas ocasiones en que le hemos respondido a Dios algo muy parecido a lo siguiente: “¿Yo?; ¿Por qué yo?; ¿Quién soy yo?; ¿No hay más nadie?; No puedo; Yo no tengo esas capacidades; Háblate con esta persona, ella si es capaz; Esto es muy difícil; Yo de verdad que estaba interesado, pero esto es más complicado y difícil de lo que creía…búscate a otro.”
Esta nueva serie de predicaciones será un tiempo para reflexionar sobre las respuestas que le hemos dado a Dios cuando nos llama a servir y dar. Veremos que muchas de nuestras respuestas son obstáculos para que la resurrección (que es un proceso de morir a la vieja vida y resucitar a una nueva vida en Cristo) se pueda dar en nuestra vida. Cada vez que le decimos No a Cristo estamos deteniendo el poder de la resurrección en nosotros, porque parte de la nueva vida en Cristo es servir y dar. Por los pasados meses yo he estado pensando en esta serie de predicaciones (en realidad, desde que llegué a la iglesia en julio), y he llegado a la conclusión de que algunas de las razones por las cuales le decimos que No a Cristo y obstaculizamos este nuevo estilo de vida caracterizado por el servicio y la generosidad, son las siguientes: 1) Pobre autoestima, 2) Pobre autoeficacia, 3) Miedo, 4) Autocompasión, 5) Pobre entendimiento de quién es el Espíritu Santo y la obra que hace en nosotros. Durante las próximas cuatro predicaciones vamos a explorar cada uno de estos cinco obstáculos que he mencionado, no para juzgarnos, maltratarnos y decirnos lo mal que estamos. Todo lo contrario, quiero que esta serie de predicaciones nos lleve a una sencilla, pero poderosa conclusión: TODO LO PUEDO EN CRISTO. La meta de esta serie de predicaciones es que le digamos que SI a Cristo cuando nos invite a servir y dar, entendiendo que Cristo nos llama, capacita, acompaña y da el poder para cumplir con el llamado que nos hace. Con esta meta en mente, las siguientes cuatro predicaciones se titularán de la siguiente manera: Dios te llama, Dios te capacita, Dios te acompaña, Dios te da poder. Hoy comenzaremos con Dios te llama, reflexionando sobre la experiencia de Moisés en la zarza ardiente.
El pueblo de Israel se encontraba esclavo bajo el poder de Egipto. El pueblo judío clamaba por una respuesta de Jehová. Ante esta necesidad, Jehová decide llamar a un hombre para que asumiera el liderato de esta liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia. El momento en que Jehová llama a Moisés lo encontramos en Éxodo 3. Moisés, luego de huir de Egipto por haber matado a un egipcio y haber sido rechazado por el pueblo judío, se dedicaba a pastorear las ovejas de su suegro, un sacerdote de Madián. En uno de esos días, Moisés llega hasta el monte Horeb con las ovejas. Allí un ángel del Señor se le aparece en una zarza ardiente, un árbol en fuego que no se consumía. Ante este evento, Moisés tiene curiosidad y se acerca hasta la zarza ardiente. Allí, mientras Moisés se interesaba por la zarza, Jehová llama a Moisés por su nombre.
Quiero detenerme un segundo para explicar que Dios nos llama a servir en aquellas cosas que nos interesan. ¿Usted quiere saber dónde es que Dios quiere que usted sirva? Piense en aquellos ministerios, lugares o tareas que a usted le llaman la atención. Dios llamó a Moisés luego de que Moisés mostró interés en la zarza. Los llamados a cualquier tarea o ministerio comienzan con el interés y la curiosidad.
Allí en la zarza, comienza un diálogo entre Moisés y Jehová. Este diálogo es interesante, no por el llamado que Jehová le hace a Moisés, sino por la forma en que Moisés responde. Es un diálogo, no un monólogo. Jehová llama a Moisés, y Moisés tiene objeciones. Los versos 7 al 12 dicen: “He visto muy bien la aflicción de mi pueblo que está en Egipto. He oído su clamor por causa de sus explotadores. He sabido de sus angustias, 8 y he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de esa tierra, hacia una tierra buena y amplia, una tierra que fluye leche y miel, donde habitan los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los jivitas y los jebuseos. 9 El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mi presencia, y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. 10 Por lo tanto, ven ahora, que voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel.» 11 Pero Moisés le respondió a Dios: «¿Y quién soy yo para ir ante el faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?»
12 Y Dios le respondió: «Ve, pues yo estaré contigo. Y esto te servirá de señal, de que yo te he enviado: Cuando tú hayas sacado de Egipto al pueblo, ustedes servirán a Dios sobre este monte.»”
De estos versos, quisiera que nos enfocáramos en la pregunta que Moisés le hace a Jehová: “¿Y quién soy yo para ir ante el faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?” Esta pregunta es una muy natural de parte de Moisés. Jehová le hace un llamado, y Moisés pregunta quién es él para realizarla. En la vida cristiana, no está mal hacerle preguntas a Dios sobre nuestros llamados. Las preguntas son parte del proceso para obtener mayor claridad y entendimiento de la tarea que nos está encomendando; nos llevan a conocer más a Dios y a nosotros mismos. Sin embargo, a pesar de que las preguntas son naturales, también pueden reflejar inseguridad, miedo, desconfianza, y en el caso de Moisés, pobre autoestima. Le explico.
Moisés era judío, de padres levitas. En un momento dado, el faraón mandó que todos los niños judíos fueran echados al río. Moisés es echado al río, pero la hija del faraón estaba en el río cuando Moisés estaba en su cesta. Moisés es recogido y criado como egipcio, pero se identificaba con su pueblo judío. Un día, Moisés vio a un egipcio maltratando a un judío y lo mató. Otro día, vio a dos judíos peleando y cuando intentó ayudarles, ellos lo rechazaron por temor a que les matara como hizo con el egipcio. A raíz de esto Moisés huye de Egipto siendo rechazado por los judíos como por los egipcios, pero sintiéndose judío. Al salir llega hasta Madián, donde le reciben como un egipcio, y no como judío. Allí se casa y hace una nueva vida, sin embargo, tenía un grave problema de identidad. Evidencia de esto es que cuando Moisés tiene un hijo le llama Gersón que significa “Soy un extraño, en una tierra extraña.” La pregunta que estaba en la mente de Moisés era “¿Quién soy yo?”. Moisés fue rechazado por los egipcios, los judíos y su nueva familia no le ven como judío. ¿Cómo creen que se sentía Moisés? Mi diagnóstico es que Moisés tenía una pobre autoestima.
La autoestima es el amor y valor propio que nos damos los seres humanos. La psicología dice que una buena autoestima se relaciona con ser amado por tus padres desde el nacimiento. Un niño amado y valorado, crecerá con la idea de que es importante, y por consiguiente, se dará valor a sí mismo. El ser rechazados o no amados por otras personas afecta nuestra autoestima, nos sentimos poco valorados y poco importantes, y llegamos a la conclusión de que no somos importantes y no tenemos valor. Una pobre autoestima afecta toda nuestra vida y nuestras decisiones. Una pobre autoestima nos lleva a pensar que no somos suficientes, que somos poca cosa, que somos inferiores a los demás y que no nos merecemos las cosas. Una pobre autoestima nos hace tener una visión negativa de nosotros mismos, y nos hace poner nuestra atención en nuestras debilidades y errores, en vez de nuestras fortalezas. Una persona con una pobre autoestima cada vez que se enfrente a un nuevo reto creerá que es la persona menos indicada, porque cree ser poca cosa. Una persona con una pobre autoestima continuamente se dice a sí misma “¿Quién soy yo?”, reflejando la poca importancia y poco valor que se da a sí misma. La pregunta de Moisés, “¿Quién soy yo?”, fue un reflejo de una autoestima lacerada.
Ante la pregunta de Moisés, Dios le contesta de una forma extraordinaria: “Y Dios le respondió: «Ve, pues yo estaré contigo. Y esto te servirá de señal, de que yo te he enviado: Cuando tú hayas sacado de Egipto al pueblo, ustedes servirán a Dios sobre este monte.»” Mientras Moisés estaba enfocándose en sus debilidades y errores, Dios ya daba por sentado que Moisés iba a lograr realizar la tarea. Dios se estaba enfocando en dos cosas: 1) la necesidad que tenía el pueblo de un líder, y 2) las fortalezas de Moisés. Dios conocía que el pueblo estaba en sufrimiento y sabía que Moisés era la persona idónea para realizar la tarea. Dios no se fijó en las debilidades de Moisés, sino en sus fortalezas. ¿Cuáles eran las fortalezas de Moisés? Sencillo: Moisés era judío, pero no era esclavo; no era egipcio, pero conocía a los egipcios porque había vivido con ellos. Moisés tenía lo mejor de los dos mundos: era un judío libre con una crianza egipcia. Lo que para Moisés parecía una debilidad y un problema de identidad, para Dios era su mayor fortaleza.
Dios nos llama porque no se enfoca en lo que no podemos hacer, en las experiencias negativas que hemos vivido o en los errores que hemos cometido en la vida. Dios nos llama porque puede ver en nosotros nuestras fortalezas y capacidades, y sabe que somos idóneos para suplir las necesidades de otras personas. Dios nos llama porque cree en nosotros, ama a quienes sufren y quiere que seamos instrumentos para sanar, liberar y transformar la vida de otras personas. Dios nos llama porque aunque tú no estés claro de quién eres o tengas una pobre autoestima, Dios está claro de quién eres: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien los hechos maravillosos de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1 Pedro 2:9).
Mientras no creemos ser mucho para realizar la tarea, mientras nos creemos indignos de ser llamados por Dios, Dios nos llama porque nos ama, nos valora, sabe lo que somos capaces de hacer y quiere usarnos. ¿Tú quieres saber la mejor evidencia de que Dios cree en nosotros? Que nos llama a servir y dar para bendecir a otras personas. El llamado de Dios es la forma en que Dios nos invita a creer en nosotros mismos, de la misma forma en que Él cree en nosotros. Cada vez que rechazamos su llamado no nos estamos amando, no nos estamos dando valor y estamos obstaculizando que otras personas puedan ser bendecidas por nuestro servicio y entrega. Cada vez que decimos que no, obstaculizamos la nueva vida en Cristo caracterizada por el servicio y la generosidad. Dios te llama porque te ama y ama a quienes va a bendecir a través de ti. Dios sabe que no eres poca cosa, sino un instrumento idóneo para suplir las necesidades de otros. Veamos el ejemplo de una joven que decidió creer que era idónea para realizar una tarea, y le dijo que Sí a Cristo.
Dios cree en ti, cree tú también.