Mateo 28:1-10; Romanos 6:3-11
Hoy celebramos el domingo más esperado por la iglesia cristiana: El domingo de Resurrección. Este es el domingo en que celebramos que Jesús verdaderamente era el Hijo de Dios. Este es el día en que celebramos que la muerte no tuvo poder sobre Jesús y que nada es imposible para Él. Es el día en que celebramos con esperanza que la última palabra sobre todas las cosas la tiene Cristo, incluyendo aquellas cosas que parecen estar fuera de su control. Es el día en que celebramos que algo nuevo y hermoso Jesús puede, quiere y va a hacer en medio de los eventos trágicos de la vida. Es el día en que celebramos que Jesús tiene el poder de traer nueva vida en medio de la muerte.
La Resurrección va de la mano con la Crucifixión. La crucifixión es un evento de muerte, la resurrección es un evento de vida. La crucifixión es un evento que muestra el amor de Jesús, la resurrección es un evento que muestra su poder. La crucifixión nos invita a morir al pecado, la resurrección nos invita a un nuevo estilo de vida. La crucifixión nos recuerda que solo la cruz de Cristo nos hace libres del pecado, la resurrección nos recuerda que solo a través del poder de Cristo podemos comenzar una nueva vida. La crucifixión es morir con Cristo, la resurrección es vivir con Cristo. La crucifixión es libertad, la resurrección es un nuevo comienzo tal y como dice 1 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!”.
La resurrección de Jesús, más que un evento en la vida de Jesús, es un evento que ocurre en la vida de aquellos seres humanos que aceptan el sacrificio de Jesús en la cruz y creen en su resurrección. La resurrección no es solo una experiencia que vivió Cristo, sino que es una experiencia que viven aquellos que están en Cristo tal y como nos dice Romanos 6:3-11: “3 ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? 4 Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. 5 Porque si nos hemos unido a Cristo en su muerte, así también nos uniremos a él en su resurrección. 6 Sabemos que nuestro antiguo yo fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. 7 Porque el que ha muerto, ha sido liberado del pecado.8 Así que, si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.9 Sabemos que Cristo resucitó y que no volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Porque en cuanto a su muerte, murió al pecado de una vez y para siempre; pero en cuanto a su vida, vive para Dios. 11 Así también ustedes, considérense muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.” La resurrección es la transformación que ocurre en el ser humano, en donde por el poder y la gracia de Dios, el ser humano deja atrás la vieja vida y comienza una nueva vida en Cristo. La resurrección es un nuevo comienzo.
La Biblia nos ofrece ejemplos de esta nueva vida en Cristo. Uno de los ejemplos más hermosos es el que se presenta precisamente en el evento de la resurrección que hemos leído hoy en Mateo 28:1-11. Es el ejemplo de María Magdalena: un testimonio vivo de la transformación que Jesús hace en el ser humano. Mateo nos relata que “cuando pasó el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro”. Era una tradición judía estar con el cuerpo del muerto por tres días, velando su cuerpo y trayendo flores y especias aromáticas. Esta es la misma María que en el evangelio de Lucas, Jesús le saca siete demonios, y que luego siguió a Jesús por las ciudades mientras Jesús predicaba acerca del Reino de Dios. Lucas reporta que María contribuyó con sus recursos económicos para apoyar el ministerio de Jesús. El evangelio de Marcos nos presenta a esta misma María siguiendo a Jesús hasta Jerusalén y que estuvo en el momento en que fue crucificado. Mateo, por su parte, nos dice que María Magdalena y otra María fueron quienes junto a José de Arimatea tomaron el cuerpo de Jesús y lo llevaron a la tumba.
¿Por qué esta mujer, llamada María Magdalena, sirvió a Jesús con tanto amor y sacrificio? Porque era un testimonio vivo de la transformación que Jesús hace en el ser humano cuando aceptamos su amor, permitimos que transforme las áreas más oscuras de nuestra vida y nos dé un nuevo propósito como personas. María Magdalena estaba viviendo la nueva vida en Cristo. María había sido la mujer a la cual Jesús había dedicado tiempo y atención a pesar de las condiciones sociales en las cuales ellas se encontraba. En aquella época las mujeres no tenían valor, eran personas de segunda categoría. Pero en el caso de María, ella era de una ciudad llamada Magdala, considerada por los judíos como impura. A todo esto le añadimos que muy probablemente tenía un desorden de personalidad, por eso es que pudo ser catalogada como endemoniada en los evangelios. María Magdalena, era nada para la gente, pero para Jesús tuvo valor.
Jesús tuvo el amor para acercarse y aceptarla como era, tuvo el poder para transformar las áreas más oscuras de su vida, y ese amor y poder le dieron un nuevo significado a la vida de María: ahora era una seguidora de Jesús y dedicaba su tiempo a servir junto a Jesús en los asuntos del Reino de Dios. María Magdalena fue una discípula de Cristo, no porque hubiera escuchado de Él o de sus milagros, sino porque ella misma era un milagro del amor y poder de Jesús. María era un testimonio vivo del amor y poder de Jesús. Cristo le había dado una nueva vida, y ella estaba agradecida. Por eso es que estaba en la tumba de Jesús el día de su resurrección: María amaba a Jesús, había entendido su mensaje y estaba poniendo en práctica lo aprendido: fue solidaria y le acompañó durante su ministerio, muerte y ahora en su sepultura. María estaba viviendo lo que nos dice Colosenses 3:1-4: “Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. 2 Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra. 3 Porque ustedes ya han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria.”
María había dejado atrás su vieja vida y ahora buscaba las cosas de arriba, había puesto su mirada en las cosas del cielo y no en las de la tierra. María había muerto con Cristo, y había resucitado igualmente con Él. Ya su vida no giraba alrededor de sí misma, ni de sus carencias o problemas personales, sino acerca de Jesús y del Reino de Dios. Al aceptar el amor incondicional de Jesús, María había sido transformada y ahora su vida tenía un nuevo propósito: trabajar para los asuntos del Reino de Dios.
Lo hermoso de todo esto es que Jesús no había acabado con María. Mateo 28 nos dice que “2 De pronto, hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, removió la piedra, y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era el de un relámpago, y sus vestidos eran blancos como la nieve. 4 Al verlo, los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos. 5 Pero el ángel les dijo a las mujeres: «No teman. Yo sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. 6 No está aquí, pues ha resucitado, como él dijo. Vengan y vean el lugar donde fue puesto el Señor. 7 Luego, vayan pronto y digan a sus discípulos que él ha resucitado de los muertos. De hecho, va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán. Ya se lo he dicho.» 8 Entonces ellas salieron del sepulcro con temor y mucha alegría, y fueron corriendo a dar la noticia a los discípulos. 9 En eso, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Salve!» Y ellas se acercaron y le abrazaron los pies, y lo adoraron. 10 Entonces Jesús les dijo: «No teman. Vayan y den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán.»”
En la tumba vacía, las mujeres reciben la noticia de que Jesús había resucitado y que fueran entonces a Galilea a ver a Jesús. Cuando salen corriendo, Jesús se encuentra con ellas. Ellas le adoran, pero algo hermoso sucede: Jesús le da una nueva encomienda: Testificar acerca de su resurrección. Si lo que hasta ahora había sucedido en la vida de María era hermoso y extraordinario, ahora viene lo mejor: Ser testigo a los demás de que Jesús había resucitado. De todas las personas que pudieron haber tenido la dicha de ver por primera vez a Jesús y ser testigos a los demás de su resurrección, Jesús escoge a las mujeres que estaba allí, entre ellas, María Magdalena. Jesús no solo nos ama y nos acepta como somos, no solo nos transforma para ser más como Él, no solo nos libera del pecado y nos da una nueva vida, Jesús nos hace nuevos llamados, nos da nuevas encomiendas, y nos invita a nuevos proyectos de vida que den testimonio de su resurrección. La nueva vida en Cristo es una continua experiencia de crecimiento en Cristo, en donde el Espíritu de Dios nos lanza nuevas invitaciones para servir y entregarnos por aquél que nos ha amado y transformado.
Lo más hermoso de esta nueva vida en Cristo es que no es exclusiva para nadie, todo lo contrario, es para toda la humanidad. De la misma forma que Jesús se acercó a María, una mujer rechazada y con múltiples problemas personales, se acerca a cada uno de nosotros, personas imperfectas. ¿Por qué Jesús se acercó a María? ¿Por qué Jesús se acerca a nosotros? Jesús se acercó a María y se acerca a nosotros para mostrarnos dos cosas: amor y poder. Para que estemos claros de que nos ama tal y como somos, y para que creamos que aunque nosotros no tenemos la capacidad de cambiar muchos asuntos de nuestra vida que parecen imposibles de resolver, Él tiene el poder de transformar todo de la misma forma en que pudo vencer la muerte y resucitar. No importa nuestro pasado, nuestros pecados, nuestra situación personal, Jesús tiene poder para brindarte una nueva vida, un nuevo comienzo. La nueva vida en Cristo es un regalo de Jesús para nosotros, lo único que tenemos que hacer es aceptar su amor, permitirle nos transforme y aceptar el llamado a trabajar por los asuntos del Reino de Dios. Ese fue el caso de María Magdalena, ¿quieres que sea tu caso también?